“La filosofía es la
filosofía de su tiempo, un eslabón en la gran cadena de la evolución universal;
de donde se desprende que sólo puede dar satisfacción a los intereses de su
propio tiempo.”
El tema del aporte de América al pensamiento universal,
sobre todo en filosofía, sigue siendo un asunto controversial, por decir lo
menos; el que, a estas alturas de la historia, nuestra América no haya suscrito
un pensamiento original, una visión del mundo, un sistema de ideas que,
hilvanadas, le den coherencia a nuestra particular cultura, ha suscitado cuanto
menos reproches y críticas que nos sitúan siempre a la defensiva.
Todo nuestro ensamblaje filosófico consta de piezas
importadas de Europa y otras partes del mundo; nuestros principales motores de
ideas parten del helenismo, del ideario romano, del cartesianismo, del
pensamiento alemán, francés y británico, sólo por mencionar los más
importantes, esos grandes estancos que llamamos hoy el pensamiento continental
y el analítico, todo ese bagaje del cristianismo, de la cultura árabe, de la
India y de más allá, profundo en el oriente, de donde reportan el budismo y
otros ismos exóticos.
Nuestro lenguaje, importado de Europa, así como muchos de
sus usos y costumbres, y nuestro pensamiento marco, aquel que abarca el
universo tal como lo conocemos, están insistentemente influenciados por esos
sistemas-mundo, tanto el kantiano como el hegeliano, por derivaciones como el
marxismo, el existencialismo, por la enorme fuerza de gravedad de un Heidegger,
o un postmodernismo descarnado como el de Derrida.
Nuestro continente americano está aún en deuda con
aportes originales y suficientemente importantes para colocarnos entre las
estrellas de ese firmamento filosófico, y no es que no hayamos tenido
pensadores de valía, que sí los tenemos, ni que en nuestras tierras no se hayan
escrito importantes obras, que existen, pero lo que se ha cosechado siempre ha
sido bajo la visión y un espíritu que, aunque humano y universal, no era
nuestro, sino prestado.
Por esas circunstancias es que cierto grupo de
intelectuales y académicos, sobre todo del viejo mundo, sonrían condescendientes
y paternalistas hacia sus “descubiertos” americanos, con la admonición de
“sigan intentándolo, van bien”; pero pasa el tiempo y el aporte continúa en
veremos.
Una de las razones principales por las que no hemos
podido erguirnos sobre nuestros propios pies, es que nuestras culturas
aborígenes fueron, casi en su totalidad, exterminadas cuando Europa hizo
contacto con nuestra América, borrando un pasado importante que, ahora nos
damos cuenta, se había desarrollado de manera notable en algunos lugares del
continente.
Hoy en día se estudia con mucho interés lo poco que queda
de esa visión autóctona de los indios de las praderas norteamericana, el
pensamiento de un Alce Negro de la tribu de los Oglala Lakotas; la cultura de
Los Navajos, en especial de los Pueblos y los Yaquis en el gran desierto de
Arizona, Nuevo México y Sonora; por supuesto, los Aztecas y Olmecas, los
Mayas-Quiché de Centroamérica, los Incas en el Perú, los Mapuches en el sur, por
nombrar algunas de las tribus y pueblos que vivían en esta parte del planeta, todos
con una cosmogonía muy rica, con una mitología, que es la madre de toda
filosofía, con sus características muy particulares, diferentes al pensamiento
arcaico europeo sobre el cual el viejo continente fundó su visión del mundo.
A nuestro Andrés Bello lo han postulado no pocas veces
para ocupar esa avanzadilla que presupone un tipo de sistema y que en su obra,
amplia y profunda, que incluye ciencias, literatura, gramática, filosofía y
política, pareciera cumplir con ciertos requisitos de una exégesis universal.
Hay
quienes afirman que la Filosofía de la Liberación, esa tesis comunista
desarrollada a mediados del siglo XX en Latinoamérica, por curas guerrilleros y
marxistas dogmáticos, es una pieza original del pensamiento filosófico; su
promotor y tenaz investigador, Enrique Dussel, la ha acaparado para el
desarrollo de su tesis sobre un giro anticolonialista, cosa que a la izquierda
Latinoamericana, cada vez más ruda y primitiva, la tiene como ejemplo de un
pensamiento complejo y fuerte.
Por su parte, los norteamericanos siguen insistiendo con
la tesis del Pragmatismo, desarrollado por Pierce, James y Dewey (entre otros
muchos contribuyentes) en el siglo XIX y XX y, ahora, con Rorty, Putnam, Mead,
entre otros filósofos de las nuevas generaciones, que intentan relanzar esa
corriente de pensamiento como la más original salida de los claustros del
pensamiento anglosajón, logrando un cierto eco en Europa.
Pero para complicar nuestro panorama, tenemos esa gran
división entre América del Norte y Latinoamérica, los norteamericanos, herederos
y continuadores de la más rancia herencia europea, han podido cultivar en sus
universidades y claustros una ciencia mucho más avanzada que en Europa, lo que
les ha permitido construir un pensamiento analítico de primera línea y elaborar
un sistema de pensamiento riguroso y abstracto, que compite con los grandes
pensadores de la actualidad; pero, en Latinoamérica, nuestra filosofía se
encarriló por la metafísica, por el pensamiento “débil”, que tiene más que ver
con las artes y la literatura, por la atracción hacia la especulación
fantasiosa o las utopías políticas, razón por la cual el pensamiento
Latinoamericano no tiene a alguien parecido a un Quine… los norteamericanos,
por la misma razón, no tienen a un Borges.
Los norteamericanos, porque fueron trasplantados
directamente de Europa a territorio Americano, siguieron siendo eurocentristas;
los Latinoamericanos que, al contrario, fuimos sometidos a un proceso de
mestizaje y de transculturación mucho más profundo y complejo, tuvimos que
“inventar” y todavía andamos en eso, cada momento de nuestra vida, tenemos que
recrearlo en un proceso continuo; de allí derivaron diferencias notables de puntos
de vistas y de poder, de esas diferencias surgió una Norteamérica mucho más
imperialista, que necesitaba imponer su particular orden y realismo, y una
Latinoamérica claramente anarquista y universal, crédula e imaginativa; en esas
contradicciones y choques está la razón por la que la ideología marxista y el
socialismo se hicieran tan populares al sur del Río Grande.
La escritora venezolana Cármen L. Bohórquez dijo en el
prólogo a la edición venezolana de la obra del académico cubano y comunista,
Pablo Guardarrama González, Pensamiento
Filosófico Latinoamericano (2007), lo siguiente:
Cuando
Hegel escribió, en sus Lecciones sobre la
filosofía de la historia universal, que América era “el país del porvenir”,
quiso señalar con ello un hecho que a su juicio la invalidaba o la excluía de
cualquier consideración seria sobre la historia mundial: América no tenía
existencia presente, por cuanto no era sino un eco de Europa. Adalid del
pensamiento eurocéntrico, Hegel no podía entender la historia sino como
historia de la civilización europea y todo cuanto fuese anterior, posterior,
repetición o ajeno a ella, simplemente no merecía su consideración como tal. De
esta concepción se desprende que nada de lo acontecido en América, previo a la
ocupación europea, podría entonces considerarse historia, y que aun ese
pretendido momento primigenio de 1492, por el cual el “nuevo mundo” hacía
irrupción en la historia, quedaba descartado por haber terminado América
convertida en un “reflejo de ajena vida”; lo que era interpretado por Hegel
como equivalente a no tener historia propia y por tanto a “apartarse del suelo
en que, hasta hoy, se ha desarrollado la historia universal”. Quizás- agregaba-
en tiempos futuros se mostrará su importancia histórica, acaso en la lucha
entre América del Norte y América del Sur… más esto es algo que corresponde al
porvenir, América no nos interesa, pues el filósofo no hace profecías”.
Mucho tiempo después, Norteamérica tendría que pelear una
guerra, aliada con la Rusia comunista, contra la Alemania nazi, una potencia
militarista totalitaria que se engendró justamente a partir de las ideas de
Hegel, para liberar a Europa del puño del fascismo.
De los críticos que han emitido opinión sobre el estado
de nuestra filosofía en Hispanoamérica destaca la investigadora Susana
Nuccetelli, quien ha investigado las razones por las que nuestros pensadores no
tienen resonancia en el norte, y nos reporta que, aparte de los ya mencionados,
nuestros filósofos no generan una discusión y un seguimiento sobre sus trabajos
en sus países de origen y menos en la región; nuestros filósofos no se leen
entre ellos y, menos, se comentan sus obras; no hay resonancia ni crítica, por
lo que se hace muy difícil identificarlos como pensadores originales, cosa que
no sucede entre nuestros ensayistas, que conforman una mancomunidad de
escritores donde sus trabajos son discutidos y comentados, lo cual es el primer
paso para promocionar sus ideas.
Repito, no es que carecemos de pensadores de valía,
muchos de ellos están en las sombras, son desconocidos, los que han alcanzado
algún renombre, como sería un Francisco Romero, un Leopoldo Zea o un
Vasconcelo, Alberdi, Reyes o Salazar Bondy, por nombrar unos pocos, no
parecieran estar a la altura de sus pares europeos, por lo menos en rigor y en
la originalidad de los temas que abordan. Por este problema, el de la poca
difusión del pensamiento hispanoamericano y el de la relevancia del
norteamericano, a pesar de tener titanes como Rawls, Pierce, Taylor o Rorty;
como expresión continental, nunca pasamos de las ligas de amateurs.
En lo personal, creo que los hispanoamericanos hemos
estado muy marcados por el marxismo y por las corrientes del pensamiento
continental europeo; a los norteamericanos, aunque son mucho más analíticos,
pareciera que les ha faltado la fuerza para elaborar un sistema filosófico
original, lejos de Kant y Hegel. Soy de los que creen que el pragmatismo tiene
futuro, asociado al pensamiento naturalista y con algunas corrientes del
pensamiento aborigen (el que sobrevive), y que pudiera enraizarlo en el
pensamiento intuitivo, ese conocimiento que Pierce antepuso al cartesianismo y
que James lo hizo múltiple y plural para abarcar la libertad, la creación y la
novedad.
Pero, por otro lado, es muy difícil desligarnos del
pensamiento universal, eso que han construido los europeos, los hindúes y los
chinos, como los tres grandes pilares que sostienen el conocimiento humano. Es
imposible desligarnos de ellos al momento de hacer filosofía, en cualquier
lugar del planeta o fuera de él; lo poco o mucho que hemos sido capaces de aproximarnos
a la verdad, ha sido gracias a ese trabajo mancomunado y multicultural de
generaciones de hombres y mujeres, trabajando en solitario o en escuelas,
poniendo ladrillo sobre ladrillo, construyendo nuestra escalera a la sabiduría,
escalón por escalón. - saulgodoy@gmail.com
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