domingo, 29 de agosto de 2021

La filosofía escondida

 


 


“La filosofía es la filosofía de su tiempo, un eslabón en la gran cadena de la evolución universal; de donde se desprende que sólo puede dar satisfacción a los intereses de su propio tiempo.”

 Hegel, Lecciones sobre la historia de la filosofía.

 

El tema del aporte de América al pensamiento universal, sobre todo en filosofía, sigue siendo un asunto controversial, por decir lo menos; el que, a estas alturas de la historia, nuestra América no haya suscrito un pensamiento original, una visión del mundo, un sistema de ideas que, hilvanadas, le den coherencia a nuestra particular cultura, ha suscitado cuanto menos reproches y críticas que nos sitúan siempre a la defensiva.

Todo nuestro ensamblaje filosófico consta de piezas importadas de Europa y otras partes del mundo; nuestros principales motores de ideas parten del helenismo, del ideario romano, del cartesianismo, del pensamiento alemán, francés y británico, sólo por mencionar los más importantes, esos grandes estancos que llamamos hoy el pensamiento continental y el analítico, todo ese bagaje del cristianismo, de la cultura árabe, de la India y de más allá, profundo en el oriente, de donde reportan el budismo y otros ismos exóticos.

Nuestro lenguaje, importado de Europa, así como muchos de sus usos y costumbres, y nuestro pensamiento marco, aquel que abarca el universo tal como lo conocemos, están insistentemente influenciados por esos sistemas-mundo, tanto el kantiano como el hegeliano, por derivaciones como el marxismo, el existencialismo, por la enorme fuerza de gravedad de un Heidegger, o un postmodernismo descarnado como el de Derrida.

Nuestro continente americano está aún en deuda con aportes originales y suficientemente importantes para colocarnos entre las estrellas de ese firmamento filosófico, y no es que no hayamos tenido pensadores de valía, que sí los tenemos, ni que en nuestras tierras no se hayan escrito importantes obras, que existen, pero lo que se ha cosechado siempre ha sido bajo la visión y un espíritu que, aunque humano y universal, no era nuestro, sino prestado.

Por esas circunstancias es que cierto grupo de intelectuales y académicos, sobre todo del viejo mundo, sonrían condescendientes y paternalistas hacia sus “descubiertos” americanos, con la admonición de “sigan intentándolo, van bien”; pero pasa el tiempo y el aporte continúa en veremos.

Una de las razones principales por las que no hemos podido erguirnos sobre nuestros propios pies, es que nuestras culturas aborígenes fueron, casi en su totalidad, exterminadas cuando Europa hizo contacto con nuestra América, borrando un pasado importante que, ahora nos damos cuenta, se había desarrollado de manera notable en algunos lugares del continente.

Hoy en día se estudia con mucho interés lo poco que queda de esa visión autóctona de los indios de las praderas norteamericana, el pensamiento de un Alce Negro de la tribu de los Oglala Lakotas; la cultura de Los Navajos, en especial de los Pueblos y los Yaquis en el gran desierto de Arizona, Nuevo México y Sonora; por supuesto, los Aztecas y Olmecas, los Mayas-Quiché de Centroamérica, los Incas en el Perú, los Mapuches en el sur, por nombrar algunas de las tribus y pueblos que vivían en esta parte del planeta, todos con una cosmogonía muy rica, con una mitología, que es la madre de toda filosofía, con sus características muy particulares, diferentes al pensamiento arcaico europeo sobre el cual el viejo continente fundó su visión del mundo.

A nuestro Andrés Bello lo han postulado no pocas veces para ocupar esa avanzadilla que presupone un tipo de sistema y que en su obra, amplia y profunda, que incluye ciencias, literatura, gramática, filosofía y política, pareciera cumplir con ciertos requisitos de una exégesis universal.

Hay quienes afirman que la Filosofía de la Liberación, esa tesis comunista desarrollada a mediados del siglo XX en Latinoamérica, por curas guerrilleros y marxistas dogmáticos, es una pieza original del pensamiento filosófico; su promotor y tenaz investigador, Enrique Dussel, la ha acaparado para el desarrollo de su tesis sobre un giro anticolonialista, cosa que a la izquierda Latinoamericana, cada vez más ruda y primitiva, la tiene como ejemplo de un pensamiento complejo y fuerte.

Por su parte, los norteamericanos siguen insistiendo con la tesis del Pragmatismo, desarrollado por Pierce, James y Dewey (entre otros muchos contribuyentes) en el siglo XIX y XX y, ahora, con Rorty, Putnam, Mead, entre otros filósofos de las nuevas generaciones, que intentan relanzar esa corriente de pensamiento como la más original salida de los claustros del pensamiento anglosajón, logrando un cierto eco en Europa.

Pero para complicar nuestro panorama, tenemos esa gran división entre América del Norte y Latinoamérica, los norteamericanos, herederos y continuadores de la más rancia herencia europea, han podido cultivar en sus universidades y claustros una ciencia mucho más avanzada que en Europa, lo que les ha permitido construir un pensamiento analítico de primera línea y elaborar un sistema de pensamiento riguroso y abstracto, que compite con los grandes pensadores de la actualidad; pero, en Latinoamérica, nuestra filosofía se encarriló por la metafísica, por el pensamiento “débil”, que tiene más que ver con las artes y la literatura, por la atracción hacia la especulación fantasiosa o las utopías políticas, razón por la cual el pensamiento Latinoamericano no tiene a alguien parecido a un Quine… los norteamericanos, por la misma razón, no tienen a un Borges.

Los norteamericanos, porque fueron trasplantados directamente de Europa a territorio Americano, siguieron siendo eurocentristas; los Latinoamericanos que, al contrario, fuimos sometidos a un proceso de mestizaje y de transculturación mucho más profundo y complejo, tuvimos que “inventar” y todavía andamos en eso, cada momento de nuestra vida, tenemos que recrearlo en un proceso continuo; de allí derivaron diferencias notables de puntos de vistas y de poder, de esas diferencias surgió una Norteamérica mucho más imperialista, que necesitaba imponer su particular orden y realismo, y una Latinoamérica claramente anarquista y universal, crédula e imaginativa; en esas contradicciones y choques está la razón por la que la ideología marxista y el socialismo se hicieran tan populares al sur del Río Grande.

La escritora venezolana Cármen L. Bohórquez dijo en el prólogo a la edición venezolana de la obra del académico cubano y comunista, Pablo Guardarrama González, Pensamiento Filosófico Latinoamericano (2007), lo siguiente:

 

Cuando Hegel escribió, en sus Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, que América era “el país del porvenir”, quiso señalar con ello un hecho que a su juicio la invalidaba o la excluía de cualquier consideración seria sobre la historia mundial: América no tenía existencia presente, por cuanto no era sino un eco de Europa. Adalid del pensamiento eurocéntrico, Hegel no podía entender la historia sino como historia de la civilización europea y todo cuanto fuese anterior, posterior, repetición o ajeno a ella, simplemente no merecía su consideración como tal. De esta concepción se desprende que nada de lo acontecido en América, previo a la ocupación europea, podría entonces considerarse historia, y que aun ese pretendido momento primigenio de 1492, por el cual el “nuevo mundo” hacía irrupción en la historia, quedaba descartado por haber terminado América convertida en un “reflejo de ajena vida”; lo que era interpretado por Hegel como equivalente a no tener historia propia y por tanto a “apartarse del suelo en que, hasta hoy, se ha desarrollado la historia universal”. Quizás- agregaba- en tiempos futuros se mostrará su importancia histórica, acaso en la lucha entre América del Norte y América del Sur… más esto es algo que corresponde al porvenir, América no nos interesa, pues el filósofo no hace profecías”.

 

Mucho tiempo después, Norteamérica tendría que pelear una guerra, aliada con la Rusia comunista, contra la Alemania nazi, una potencia militarista totalitaria que se engendró justamente a partir de las ideas de Hegel, para liberar a Europa del puño del fascismo.

De los críticos que han emitido opinión sobre el estado de nuestra filosofía en Hispanoamérica destaca la investigadora Susana Nuccetelli, quien ha investigado las razones por las que nuestros pensadores no tienen resonancia en el norte, y nos reporta que, aparte de los ya mencionados, nuestros filósofos no generan una discusión y un seguimiento sobre sus trabajos en sus países de origen y menos en la región; nuestros filósofos no se leen entre ellos y, menos, se comentan sus obras; no hay resonancia ni crítica, por lo que se hace muy difícil identificarlos como pensadores originales, cosa que no sucede entre nuestros ensayistas, que conforman una mancomunidad de escritores donde sus trabajos son discutidos y comentados, lo cual es el primer paso para promocionar sus ideas.

Repito, no es que carecemos de pensadores de valía, muchos de ellos están en las sombras, son desconocidos, los que han alcanzado algún renombre, como sería un Francisco Romero, un Leopoldo Zea o un Vasconcelo, Alberdi, Reyes o Salazar Bondy, por nombrar unos pocos, no parecieran estar a la altura de sus pares europeos, por lo menos en rigor y en la originalidad de los temas que abordan. Por este problema, el de la poca difusión del pensamiento hispanoamericano y el de la relevancia del norteamericano, a pesar de tener titanes como Rawls, Pierce, Taylor o Rorty; como expresión continental, nunca pasamos de las ligas de amateurs.

En lo personal, creo que los hispanoamericanos hemos estado muy marcados por el marxismo y por las corrientes del pensamiento continental europeo; a los norteamericanos, aunque son mucho más analíticos, pareciera que les ha faltado la fuerza para elaborar un sistema filosófico original, lejos de Kant y Hegel. Soy de los que creen que el pragmatismo tiene futuro, asociado al pensamiento naturalista y con algunas corrientes del pensamiento aborigen (el que sobrevive), y que pudiera enraizarlo en el pensamiento intuitivo, ese conocimiento que Pierce antepuso al cartesianismo y que James lo hizo múltiple y plural para abarcar la libertad, la creación y la novedad.

Pero, por otro lado, es muy difícil desligarnos del pensamiento universal, eso que han construido los europeos, los hindúes y los chinos, como los tres grandes pilares que sostienen el conocimiento humano. Es imposible desligarnos de ellos al momento de hacer filosofía, en cualquier lugar del planeta o fuera de él; lo poco o mucho que hemos sido capaces de aproximarnos a la verdad, ha sido gracias a ese trabajo mancomunado y multicultural de generaciones de hombres y mujeres, trabajando en solitario o en escuelas, poniendo ladrillo sobre ladrillo, construyendo nuestra escalera a la sabiduría, escalón por escalón.   -   saulgodoy@gmail.com

 

 

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