Hay personas que son tan idealistas que se adentran en
los terrenos del exceso de confianza sin darse cuenta del peligro que corren, a
veces no solo ellas, sino que se convierten en una amenaza para los demás; me
refiero a muchas “buenas personas” que carecen de toda malicia en cuanto a
creer que otro ser humano pudiera estar valiéndose de su buena voluntad para
hacer el mal, o que un grupo de desalmados pudiera estar coaligado en adelantar
un plan perverso de dominio y control sobre sus semejantes.
Esta confianza, esperanza, creencia, sentimiento,
disposición o inocencia de gente que se considera a sí mismas como buenas,
justas, imparciales y equitativas, tienen una acendrada creencia en la bondad
innata de todo ser humano, en la pureza de sus intenciones, en los valores
morales y éticos que deberían prevalecer en todo momento y en toda
circunstancia, y por los cuales este mundo debería ser una especie de paraíso
en la tierra.
Las religiones tienen en este departamento un inmenso
inventario de razones que justifican este comportamiento y normas por cumplir
con este “deber ser”, o el mejor estado posible de existencia y convivencia
entre nosotros los humanos, que sería lo más cercano a la perfección, pero por
otro lado, razones religiosas no son las mejores al momento de hacer decisiones
que atañen el día a día de las personas, muchas situaciones de la cotidianidad
requieren de otro tipo de marco para poder enfrentarlas con éxito, y es aquí
donde la razón entra en juego.
Lo vemos en la concurrencia de seguidores de políticos
que lo que hacen es ofrecer lo que los votantes desean, sin importarles en
cumplir sus promesas, embaucan a sus electores una y otra vez, la mayoría de
las veces por incapacidad más que por mentirosos, pero el resultado es el
mismo, es una relación harto enfermiza y peligrosa del incauto con el incapaz,
este ha sido el caso de nuestra política electorera de las dos últimas décadas.
Las personas que quieren hacer decisiones más o menos
equilibradas, por lo general recurren a sus experiencias de vida, a lo
aprendido en los procesos de educación, a lo que les dicta el sentido común, a
la información confiable que tienen a mano al momento de enfrentar conflictos y
resolverlos, tratan de guiarse por lo que los expertos dicen, por quienes ya
han estado allí y han superado con éxito los problemas, las dificultades son
tomadas como algo natural que surgen en el camino hacia los logros y a las que
hay que superar de la mejor forma y al menor costo.
Por otro lado, y hacia el otro extremo, se encuentran las
personas que asumen las crisis como ataques personales a su seguridad, como
planificados por sus supuestos enemigos, o como parte de una gran conspiración
de grupos de poder, este tipo de personas no creen en la espontaneidad de las
dificultades, en el azar, pero sí en la intencionalidad, todo lo que les sucede
tiene una razón y son siempre situaciones diseñadas y preparadas en su
contra.
Este tipo de personas creen que el ser humano solo actúa
como lobo del mismo hombre, piensan que cada uno de nosotros lleva en su
interior una fiera capaz de hacerle daño a sus semejantes si esto le produce
algún beneficio, creen porque así actúan, que existe el interés propio que es
el gran motivador, ese que anteponemos al de todos los demás y que guían muchas
de nuestras actuaciones, este tipo de personas es desconfiada por naturaleza y
no se involucra en situaciones que no puede controlar.
En el mundo de la política los comportamientos populistas
son mucho más evidentes, los agentes políticos, aquellos que compiten por
cargos públicos o que sus actuaciones tienen repercusiones en la opinión
pública lo usual es que manifiesten las mejores intenciones, que califiquen sus
actuaciones como positivas, profesionales y al servicio del “bien común” cuando
en realidad están obteniendo para ellos y sus asociados pingues beneficios, a
veces de manera “non sancta” y con creciente regularidad con componentes de
corrupción y criminalidad involucrados.
Y es que en esto de explotar al prójimo en favor de
intereses particulares, se ha convertido prácticamente en una característica de
la postmodernidad, hacer negocios en capitalismo conlleva irremediablemente la
sospecha de utilizar al público (al mercado), como ingrediente necesario para
el éxito en cualquier emprendimiento; según los socialistas, en el precio de
los bienes y servicios, siempre va involucrado un ingrediente especulativo que
al final empobrece al supuesto cliente y enriquece a la empresa, al comerciante
o al profesional en una relación ganar-perder.
Cuando se trata de gobiernos y funcionarios públicos
estos intercambios de “favores” se realizan en términos de poder, yo te doy
algo que tú quieres a cambio de algo que yo quiero, que por lo general son
servicios públicos a cambio de votos, inversiones públicas por apoyos a
programas o contribuciones a mi partido, contratos con el gobierno a cambio de
comisiones o “mordidas” subterráneas, se trata de intercambios camuflados para
satisfacer necesidades públicas y atención a emergencias, pero en realidad son
grandes negocios que se concretan a la sombra de un supuesto progreso y
seguridad social.
Por supuesto, para el incauto, esta preeminencia del
egoísmo personal y de los intereses grupales, estos negociados no existen, o
prefiere ignorarlos, sustituyéndolos por relaciones rutinarias, deberes de un
estado para con sus constituyentes, operaciones regidas por lógicas utilitarias
de organizaciones para la consecución de sus fines sin que exista el
desagradable elemento de la usura, la especulación, la explotación o la
corrupción, para el incauto, todas las relaciones institucionales se llevan a
cabo de manera limpia, honesta y pensando siempre en el “bien común”.
Pero si elevamos el nivel de los entes operando en la
realidad, digamos a organismos supranacionales, a instituciones
internacionales, u órganos reguladores multilaterales, empezamos a hablar de
otros niveles y formas de “hacer negocios”, mucho más sofisticados y con otro
tipo de participantes, que incluyen élites globales, banqueros y grandes firmas
financieras, empresarios de complejos industriales, directores de entes
multilaterales, en este exclusivo círculo de poder las decisiones tienen otro
sentido y los problemas se convierten en oportunidades.
Pensemos en el caso de una emergencia mundial, digamos,
una pandemia, una guerra, o una crisis alimentaria de cierto nivel, cuando
vemos toneladas de suministros moviéndose de un país a otro, con equipos de
maquinarias, armas o ejércitos completos llegando a los puertos y aeropuertos
de países alejados, interviniendo en la vida de las naciones, vemos los
resultados de una toma de decisiones que nadie sabe cómo se produjo ni quienes
participaron en ella.
Para quienes vemos al mundo con cierto escepticismo y
desconfianza en el genero humano, pensamos como Sherlock Holmes, la primera
pregunta que se nos viene a la mente es ¿Quién se beneficia del crimen?, porque
bien sea en una guerra, en un desastre natural, o en una revolución, siempre al
final hay alguien que recoge los expolios y se lleva el cofre del tesoro a su
casa, así como en una guerra hay ganadores y perdedores, en toda crisis hay
alguien que se beneficia.
Y aquí me detengo, pues ya sin duda alguna, debe haber
algunas personas que inmediatamente piensan en una teoría conspirativa, en una
recaída paranoica o en una racha de negativismo de parte de quienes se atreven
a pensar de manera tan peculiar de los asuntos mundanos, pues para un incauto,
es decir para alguien que no es cauto, cuidadoso de los peligros que asechan un
emprendimiento cualquiera, o simplemente para quien prefiere no pensar en las
amenazas, errores, infortunios, descuidos, trampas y malas intenciones que a
diario surgen en el transcurrir de eso que llamamos vida, esa actitud es
probablemente la causante de tantos infortunios y malos entendidos entre los
hombres.
“Piensa mal y
acertarás”- dijo Nicolás Maquiavelo, un autor no muy popular entre incautos
y un filósofo de valía para conspiradores y gobernantes, pues en este artículo
quiero pensar mal de la globalización, de esa dinámica que arropa al mundo de
conexiones, dependencias, mercados, cultura y política que atañen a la vida
planetaria, que nos afecta a todos y que ha hecho muy ilustrativa aquella
metáfora que dice más o menos así: “si
una mariposa bate sus alas en Filipinas, un huracán se desencadena en el
Caribe”.
Se trata de un cúmulo de relaciones altamente asimétricas
e imprevistas a las que estamos todos conectados, son eventos que se generan en algún punto del
planeta y tiene consecuencias en todo el orbe, cada vez más nuestros problemas
importantes tienen orígenes en lejanas latitudes y soluciones que dependen de
otros o requieren de un alto grado de integración y cooperación.
Y es lo que ha sucedido en las llamadas crisis
financieras mundiales, el sistema económico del planeta se integra de mil
maneras, y un mal manejo de ciertas operaciones sin reguladores ni alertas
pudiera generar un desastre en cualquier momento.
Sucede con los problemas que generan el cambio climático,
con la cada vez más notoria escasez de recursos vitales como el agua y la
tierra apta para cultivos, con los problemas de la extinción masiva de especies
animales, con las pandemias de alta morbilidad que aparecen con inusitada
frecuencia, con la gran inestabilidad política que produce entre otras cosas
las grandes corrientes de emigrantes y refugiados debido entre otras cosas, por
crisis de orden político.
Tomemos el caso de la pandemia, dejar a un lado la
versión inocente de que fueron los murciélagos de las cuevas de Yunnan en China
o un pobre pangolín de Malasia los iniciadores de esta peste mundial, y
concentrémonos en quienes son los grandes beneficiarios de una situación como
la que actualmente nos tiene sufriendo el COVID-19 y sus variantes.
Esto viene a mi atención debido a que algunos gobiernos
occidentales piensan imponer un pasaporte especial para aquellos que están
vacunados y negárselos a los que no, es decir van a discriminar entre quienes
han accedido a la imposición de los organismos internacionales y nacionales de
la salud, de que las personas inoculadas con estos tratamientos compulsivos
promovidos por las grandes corporaciones farmacéuticas, y que sea el estado el
encargado de imponer estas medidas de aislamiento y prevención, es la solución
al problema.
Se trata de biopolíticas que obedecen a requerimientos de grupos de científicos expertos y que consideran
que la cura, que son las vacunas desarrolladas a toda prisa sobre la marcha, son
una garantía de vida para los ciudadanos, y para imponer este criterio se
utilizan una serie de argumentos de orden especializado en inmunología,
genética y alta medicina clínica, desestimando argumentos en contrario y otros
pareceres que no se alineen con esta posición de los grandes laboratorios
farmacéuticos, al final de la cadena de eventos siempre encontramos un grupo de
naciones o incluso corporaciones, gremios, religiones que son los responsables
de generar estas decisiones que se convierten en obligación para el resto del
mundo.
Desestimar el enorme negocio que representa la producción
y venta de las vacunas para un mercado global y cautivo, es ser un incauto, o
el poder que se crea en un gobierno, que obedeciendo a situaciones de
emergencia, puede desmovilizar a una nación y confinarla en cuarentena a sus
hogares indefinidamente, o utilizar la
policía para hacer obligatorio la inoculación del agente inmunizante o el poder
cerrar las fronteras a cal y canto, son medios y actos de poder absolutos, que
afectan a mucha gente.
Por supuesto, lo que se quiere evitar a toda costa es el
contagio, las muertes, el colapso del sistema hospitalario incapaz de atender a
tantos afectados, el factor que se genera es el miedo cuya consecuencia se
anuncia con cifras diarias de contagiados, fallecidos, con partes de las
autoridades anunciando nuevos brotes y variantes de las mutaciones del virus en
su carrera al dominio absoluto sobre el rebaño humano.
A menor escala pero igualmente significativo es que se
censuren contenidos en las redes sociales que opinen diferente a los discursos
oficiales en favor a las vacunaciones masivas, que se inhiban informaciones
sobre la efectividad de las mismas, que se prohíban mencionar aspectos sobre el
origen de la enfermedad, que no se discuta la idoneidad de los sistemas
públicos de salud, o el costo elevado de los servicios privados, que no se
discuta la influencia y la manipulación de los países desarrollados en los
organismos internacionales, que son los encargados de llevar la ejecutoria de
estas políticas de prevención, es igualmente sospechoso.
Si hay algo que caracteriza la actual época es una enorme
incertidumbre, los principales asuntos humanos no pueden ser resueltos solo por
la ciencia y la razón, hay valores, hay juicios donde prevalece la otro tipo de
consideraciones como serían la moral y la ética, las creencias religiosas, y
donde hay que tomar en cuenta instintos, oportunidades, modos de vida distintos
y asumir riesgos que no están en las fórmulas dogmáticas, los valores pueden
ser tan importantes como los hechos mismos, el cientifismo y la opinión de los
expertos son importantes al momento de enfrentar muchos de estos problemas pero
no se agotan en simples estadísticas, proyecciones y modelos, no es lo único
que está en juego en estos momentos.
Allá afuera, en el mundo real, las personas, que
ultimadamente son de carne, sangre y hueso, no son simples guarismos, ceros y
unos en formato digital, o barras que suben o bajan de acuerdo a una media, son
personas humanas y algunos con mucho miedo, con necesidades inmediatas para
poder sobrevivir el día a día, son personas que piensan y se dan cuenta que detrás
de estos inmensos movimientos de dinero, recursos, personal e información, que
les pasa por un lado o les salvan la vida, hay mucho más que solo buenos
sentimientos, también hay negocios, oportunidades, poder e intereses y en
algunos casos hasta delincuencia organizada, ambiciones totalitarias o un
simple y descarnado ánimo de lucro. -
saulgodoy@gmail.com
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