martes, 26 de octubre de 2021

La hoguera de los incautos

 


Hay personas que son tan idealistas que se adentran en los terrenos del exceso de confianza sin darse cuenta del peligro que corren, a veces no solo ellas, sino que se convierten en una amenaza para los demás; me refiero a muchas “buenas personas” que carecen de toda malicia en cuanto a creer que otro ser humano pudiera estar valiéndose de su buena voluntad para hacer el mal, o que un grupo de desalmados pudiera estar coaligado en adelantar un plan perverso de dominio y control sobre sus semejantes.

Esta confianza, esperanza, creencia, sentimiento, disposición o inocencia de gente que se considera a sí mismas como buenas, justas, imparciales y equitativas, tienen una acendrada creencia en la bondad innata de todo ser humano, en la pureza de sus intenciones, en los valores morales y éticos que deberían prevalecer en todo momento y en toda circunstancia, y por los cuales este mundo debería ser una especie de paraíso en la tierra.

Las religiones tienen en este departamento un inmenso inventario de razones que justifican este comportamiento y normas por cumplir con este “deber ser”, o el mejor estado posible de existencia y convivencia entre nosotros los humanos, que sería lo más cercano a la perfección, pero por otro lado, razones religiosas no son las mejores al momento de hacer decisiones que atañen el día a día de las personas, muchas situaciones de la cotidianidad requieren de otro tipo de marco para poder enfrentarlas con éxito, y es aquí donde la razón entra en juego.

Lo vemos en la concurrencia de seguidores de políticos que lo que hacen es ofrecer lo que los votantes desean, sin importarles en cumplir sus promesas, embaucan a sus electores una y otra vez, la mayoría de las veces por incapacidad más que por mentirosos, pero el resultado es el mismo, es una relación harto enfermiza y peligrosa del incauto con el incapaz, este ha sido el caso de nuestra política electorera de las dos últimas décadas.

Las personas que quieren hacer decisiones más o menos equilibradas, por lo general recurren a sus experiencias de vida, a lo aprendido en los procesos de educación, a lo que les dicta el sentido común, a la información confiable que tienen a mano al momento de enfrentar conflictos y resolverlos, tratan de guiarse por lo que los expertos dicen, por quienes ya han estado allí y han superado con éxito los problemas, las dificultades son tomadas como algo natural que surgen en el camino hacia los logros y a las que hay que superar de la mejor forma y al menor costo.

Por otro lado, y hacia el otro extremo, se encuentran las personas que asumen las crisis como ataques personales a su seguridad, como planificados por sus supuestos enemigos, o como parte de una gran conspiración de grupos de poder, este tipo de personas no creen en la espontaneidad de las dificultades, en el azar, pero sí en la intencionalidad, todo lo que les sucede tiene una razón y son siempre  situaciones diseñadas y preparadas en su contra.

Este tipo de personas creen que el ser humano solo actúa como lobo del mismo hombre, piensan que cada uno de nosotros lleva en su interior una fiera capaz de hacerle daño a sus semejantes si esto le produce algún beneficio, creen porque así actúan, que existe el interés propio que es el gran motivador, ese que anteponemos al de todos los demás y que guían muchas de nuestras actuaciones, este tipo de personas es desconfiada por naturaleza y no se involucra en situaciones que no puede controlar.

En el mundo de la política los comportamientos populistas son mucho más evidentes, los agentes políticos, aquellos que compiten por cargos públicos o que sus actuaciones tienen repercusiones en la opinión pública lo usual es que manifiesten las mejores intenciones, que califiquen sus actuaciones como positivas, profesionales y al servicio del “bien común” cuando en realidad están obteniendo para ellos y sus asociados pingues beneficios, a veces de manera “non sancta” y con creciente regularidad con componentes de corrupción y criminalidad involucrados.

Y es que en esto de explotar al prójimo en favor de intereses particulares, se ha convertido prácticamente en una característica de la postmodernidad, hacer negocios en capitalismo conlleva irremediablemente la sospecha de utilizar al público (al mercado), como ingrediente necesario para el éxito en cualquier emprendimiento; según los socialistas, en el precio de los bienes y servicios, siempre va involucrado un ingrediente especulativo que al final empobrece al supuesto cliente y enriquece a la empresa, al comerciante o al profesional en una relación ganar-perder.

Cuando se trata de gobiernos y funcionarios públicos estos intercambios de “favores” se realizan en términos de poder, yo te doy algo que tú quieres a cambio de algo que yo quiero, que por lo general son servicios públicos a cambio de votos, inversiones públicas por apoyos a programas o contribuciones a mi partido, contratos con el gobierno a cambio de comisiones o “mordidas” subterráneas, se trata de intercambios camuflados para satisfacer necesidades públicas y atención a emergencias, pero en realidad son grandes negocios que se concretan a la sombra de un supuesto progreso y seguridad social.

Por supuesto, para el incauto, esta preeminencia del egoísmo personal y de los intereses grupales, estos negociados no existen, o prefiere ignorarlos, sustituyéndolos por relaciones rutinarias, deberes de un estado para con sus constituyentes, operaciones regidas por lógicas utilitarias de organizaciones para la consecución de sus fines sin que exista el desagradable elemento de la usura, la especulación, la explotación o la corrupción, para el incauto, todas las relaciones institucionales se llevan a cabo de manera limpia, honesta y pensando siempre en el “bien común”.

Pero si elevamos el nivel de los entes operando en la realidad, digamos a organismos supranacionales, a instituciones internacionales, u órganos reguladores multilaterales, empezamos a hablar de otros niveles y formas de “hacer negocios”, mucho más sofisticados y con otro tipo de participantes, que incluyen élites globales, banqueros y grandes firmas financieras, empresarios de complejos industriales, directores de entes multilaterales, en este exclusivo círculo de poder las decisiones tienen otro sentido y los problemas se convierten en oportunidades.

Pensemos en el caso de una emergencia mundial, digamos, una pandemia, una guerra, o una crisis alimentaria de cierto nivel, cuando vemos toneladas de suministros moviéndose de un país a otro, con equipos de maquinarias, armas o ejércitos completos llegando a los puertos y aeropuertos de países alejados, interviniendo en la vida de las naciones, vemos los resultados de una toma de decisiones que nadie sabe cómo se produjo ni quienes participaron en ella.

Para quienes vemos al mundo con cierto escepticismo y desconfianza en el genero humano, pensamos como Sherlock Holmes, la primera pregunta que se nos viene a la mente es ¿Quién se beneficia del crimen?, porque bien sea en una guerra, en un desastre natural, o en una revolución, siempre al final hay alguien que recoge los expolios y se lleva el cofre del tesoro a su casa, así como en una guerra hay ganadores y perdedores, en toda crisis hay alguien que se beneficia.

Y aquí me detengo, pues ya sin duda alguna, debe haber algunas personas que inmediatamente piensan en una teoría conspirativa, en una recaída paranoica o en una racha de negativismo de parte de quienes se atreven a pensar de manera tan peculiar de los asuntos mundanos, pues para un incauto, es decir para alguien que no es cauto, cuidadoso de los peligros que asechan un emprendimiento cualquiera, o simplemente para quien prefiere no pensar en las amenazas, errores, infortunios, descuidos, trampas y malas intenciones que a diario surgen en el transcurrir de eso que llamamos vida, esa actitud es probablemente la causante de tantos infortunios y malos entendidos entre los hombres.

“Piensa mal y acertarás”- dijo Nicolás Maquiavelo, un autor no muy popular entre incautos y un filósofo de valía para conspiradores y gobernantes, pues en este artículo quiero pensar mal de la globalización, de esa dinámica que arropa al mundo de conexiones, dependencias, mercados, cultura y política que atañen a la vida planetaria, que nos afecta a todos y que ha hecho muy ilustrativa aquella metáfora que dice más o menos así: “si una mariposa bate sus alas en Filipinas, un huracán se desencadena en el Caribe”.

Se trata de un cúmulo de relaciones altamente asimétricas e imprevistas a las que estamos todos conectados,  son eventos que se generan en algún punto del planeta y tiene consecuencias en todo el orbe, cada vez más nuestros problemas importantes tienen orígenes en lejanas latitudes y soluciones que dependen de otros o requieren de un alto grado de integración y cooperación.

Y es lo que ha sucedido en las llamadas crisis financieras mundiales, el sistema económico del planeta se integra de mil maneras, y un mal manejo de ciertas operaciones sin reguladores ni alertas pudiera generar un desastre en cualquier momento.

Sucede con los problemas que generan el cambio climático, con la cada vez más notoria escasez de recursos vitales como el agua y la tierra apta para cultivos, con los problemas de la extinción masiva de especies animales, con las pandemias de alta morbilidad que aparecen con inusitada frecuencia, con la gran inestabilidad política que produce entre otras cosas las grandes corrientes de emigrantes y refugiados debido entre otras cosas, por crisis de orden político.

Tomemos el caso de la pandemia, dejar a un lado la versión inocente de que fueron los murciélagos de las cuevas de Yunnan en China o un pobre pangolín de Malasia los iniciadores de esta peste mundial, y concentrémonos en quienes son los grandes beneficiarios de una situación como la que actualmente nos tiene sufriendo el COVID-19 y sus variantes.

Esto viene a mi atención debido a que algunos gobiernos occidentales piensan imponer un pasaporte especial para aquellos que están vacunados y negárselos a los que no, es decir van a discriminar entre quienes han accedido a la imposición de los organismos internacionales y nacionales de la salud, de que las personas inoculadas con estos tratamientos compulsivos promovidos por las grandes corporaciones farmacéuticas, y que sea el estado el encargado de imponer estas medidas de aislamiento y prevención, es la solución al problema.

Se trata de biopolíticas que obedecen a requerimientos  de grupos de científicos expertos y que consideran que la cura, que son las vacunas desarrolladas a toda prisa sobre la marcha, son una garantía de vida para los ciudadanos, y para imponer este criterio se utilizan una serie de argumentos de orden especializado en inmunología, genética y alta medicina clínica, desestimando argumentos en contrario y otros pareceres que no se alineen con esta posición de los grandes laboratorios farmacéuticos, al final de la cadena de eventos siempre encontramos un grupo de naciones o incluso corporaciones, gremios, religiones que son los responsables de generar estas decisiones que se convierten en obligación para el resto del mundo.

Desestimar el enorme negocio que representa la producción y venta de las vacunas para un mercado global y cautivo, es ser un incauto, o el poder que se crea en un gobierno, que obedeciendo a situaciones de emergencia, puede desmovilizar a una nación y confinarla en cuarentena a sus hogares indefinidamente, o  utilizar la policía para hacer obligatorio la inoculación del agente inmunizante o el poder cerrar las fronteras a cal y canto, son medios y actos de poder absolutos, que afectan a mucha gente.

Por supuesto, lo que se quiere evitar a toda costa es el contagio, las muertes, el colapso del sistema hospitalario incapaz de atender a tantos afectados, el factor que se genera es el miedo cuya consecuencia se anuncia con cifras diarias de contagiados, fallecidos, con partes de las autoridades anunciando nuevos brotes y variantes de las mutaciones del virus en su carrera al dominio absoluto sobre el rebaño humano.

A menor escala pero igualmente significativo es que se censuren contenidos en las redes sociales que opinen diferente a los discursos oficiales en favor a las vacunaciones masivas, que se inhiban informaciones sobre la efectividad de las mismas, que se prohíban mencionar aspectos sobre el origen de la enfermedad, que no se discuta la idoneidad de los sistemas públicos de salud, o el costo elevado de los servicios privados, que no se discuta la influencia y la manipulación de los países desarrollados en los organismos internacionales, que son los encargados de llevar la ejecutoria de estas políticas de prevención, es igualmente sospechoso.

Si hay algo que caracteriza la actual época es una enorme incertidumbre, los principales asuntos humanos no pueden ser resueltos solo por la ciencia y la razón, hay valores, hay juicios donde prevalece la otro tipo de consideraciones como serían la moral y la ética, las creencias religiosas, y donde hay que tomar en cuenta instintos, oportunidades, modos de vida distintos y asumir riesgos que no están en las fórmulas dogmáticas, los valores pueden ser tan importantes como los hechos mismos, el cientifismo y la opinión de los expertos son importantes al momento de enfrentar muchos de estos problemas pero no se agotan en simples estadísticas, proyecciones y modelos, no es lo único que está en juego en estos momentos.

Allá afuera, en el mundo real, las personas, que ultimadamente son de carne, sangre y hueso, no son simples guarismos, ceros y unos en formato digital, o barras que suben o bajan de acuerdo a una media, son personas humanas y algunos con mucho miedo, con necesidades inmediatas para poder sobrevivir el día a día, son personas que piensan y se dan cuenta que detrás de estos inmensos movimientos de dinero, recursos, personal e información, que les pasa por un lado o les salvan la vida, hay mucho más que solo buenos sentimientos, también hay negocios, oportunidades, poder e intereses y en algunos casos hasta delincuencia organizada, ambiciones totalitarias o un simple y descarnado ánimo de lucro.    -    saulgodoy@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 



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