La sociedad civil
requiere de un nivel de confianza y aceptación de los gobiernos y sus
instituciones. La forma de gobierno y
las instituciones que sostienen a la sociedad civil son aquellas de la
democracia liberal que valora al gobierno limitado, los derechos naturales y la
tolerancia, permitiéndole a la sociedad civil prosperar. Sin embargo, la
sociedad civil requiere de condiciones externas incluyendo un gobierno
representativo, partidos políticos en competencia, elecciones regulares o
periódicas, sufragio universal, prensa libre, la libertad de asociación, de
asamblea, de elevar peticiones y de contratar, al igual que instituciones
educativas independientes… el espíritu de civilidad es una virtud activa: no
solo debemos practicar la civilidad hacia los otros, pero también debemos
restringirnos en nuestras pasiones para que prospere el análisis racional, que
es lo que nos hará alcanzar el bien común como un “ideal práctico” y producir
un orden consensuado para la sociedad.
Todo evento humano está sujeto a interpretaciones, no hay una lectura única que pueda satisfacer todos los puntos de vista y es que para un mismo hecho concurren distintas opiniones, algunas en franca contradicción, otras asemejándose en algunos aspectos; esto ocurre porque las personas, los sujetos u observadores de estos eventos, el electorado, quien finalmente tiene que correr con las consecuencias… se trata de individuos, cada uno con sus propios intereses políticos, ideología, con sus candidatos favoritos, con sus partidos y grupos de opinión, con sus planes y esperanzas.
Esta variedad inmensa de votantes y expectativas puede
generar incluso aproximaciones en las que predomine la desconfianza, el temor a
que se cometa fraude, o existen personas que creen que participar en las mismas
es un error, o peor todavía, una trampa, es decir, hacen de las elecciones una
cosa que luego se transforma en otra, y termina el participante perjudicándose
con unos resultados que prometían otra situación, radicalmente diferente.
Permítanme aclararlo, hay ciudadanos que creen que
votando pueden alterar las circunstancias en que el país se desenvuelve, y que
pueden hacerlo de una manera positiva, que poniendo a un candidato de la
oposición en una alcaldía o gobernación cambiarían, de manera significativa, la
realidad de ese estado o municipio, cuando la realidad es que, si esto fuera
posible, es decir si los resultados de las elecciones efectivamente fueran esos,
el candidato ganador podría hacer su tarea de cambio y traer un nuevo juego
político a su comunidad para superar las actuales condiciones.
Pero todos sabemos que eso es mucho más complicado; no se
trata solamente de ajustar tornillos y tuercas, se requiere poner en línea
grandes sistemas especializados, de instancias de gobierno, de planificación,
de ejecución de políticas públicas, de complicadas maniobras y acuerdos
internacionales, de complejos arreglos con la banca y el mundo financiero, de
balancear de manera simultánea intereses foráneos con intereses nacionales… el
cambio que requiere nuestro país no lo resuelve un alcalde o un gobernador, por
más buena voluntad que éstos tengan.
Aunque démosle la razón a los que dicen que por algún
lado hay que empezar y, efectivamente, si en algún municipio surge la
oportunidad de desplazar al chavismo con un candidato independiente, confiable
y valiente, es preferible votar por él que por el continuismo de una revolución
fracasada y tramposa.
Esto es una situación extrema y, por lo general, minoritaria
en países que celebran elecciones, porque en las sociedades que cuentan con un
gobierno más o menos justo, donde las reglas del juego político se cumplen con cierta
parcialidad, donde impera la confianza en las instituciones, sobre todo en las
que organizan el proceso electoral, donde hay una cultura democrática y respeto
a la voluntad del elector, que existen, unas elecciones deberían concluir en
satisfacer esa opinión mayoritaria y darle el triunfo a la facción que haya
hecho una mejor campaña, que haya logrado identificarse con esos ideales
generales o, en algunos casos, que consiga el triunfo porque al gobierno de
turno le aplicaron el voto castigo, y no lo quieren más en el gobierno.
Pero el caso venezolano no corresponde a ese patrón de
“normalidad democrática”, de competencia libre, justa, universal y secreta.
Venezuela se ha salido de ese patrón de normalidad, entre otras cosas porque en
un momento de su historia, los votantes decidieron elegir a un gobierno
revolucionario, militarista y socialista, que para todos los efectos va en
contra de esa “normalidad democrática”, por su misma naturaleza ideológica y
autoritaria; el gobierno bolivariano ha roto, una a una, las tradiciones
cívicas y legales que el país había conquistado en su devenir como nación
democrática, e impuesto una suerte de estado centralista, colectivista, de
corte miliciano y populista.
Pero lo peor es la larga lista de desafueros y delitos
que el chavismo ha dejado luego de 22 años de ejercicio del gobierno, para
cuyos responsables, que en su mayor parte son los dirigentes más importantes de
la revolución, hay en espera una rendición de cuentas, procesos y castigos que
ninguno de ellos está dispuesto a aceptar y enfrentar, por lo que, para el
chavismo, su permanencia en el gobierno es una manera de asegurarse la
impunidad.
Esos cambios que los revolucionarios chavistas han
introducido en la visión, misión y conducción del país han afectado a todas las
instituciones, incluida la Constitución Nacional y, por supuesto, la
institución del voto. El que ya tengamos más de veinte años en una hegemonía
política bolivariana y, a pesar de las circunstancias del país, estemos en la
ruina económica, con la violencia descarnada, las injusticias, que se
manifiestan a todo nivel de la vida nacional, la corrupción y la pésima calidad
de vida que nos ha traído la revolución, y que, sin alguna justificación
racional posible, siga el gobierno ganando elecciones, indica que la
institución del voto ha sido afectada de manera importante, en forma y fondo.
Tanto que, a pesar de que el gobierno revolucionario se solace en el número de
elecciones que se han hecho durante su mandato, ha sido imposible derrotarlo
electoralmente, aun teniendo la mayoría de los votantes en su contra.
Esto lo ha captado la comunidad internacional, que ha
hecho sus críticas y reparos sobre como se hacen las elecciones en nuestro
país, empezando por la implacable persecución a los políticos de oposición, los
presos políticos y las muertes sumariales de algunos representantes en las cárceles
del régimen, la manera como el gobierno revolucionario interviene las organizaciones
políticas, como inhabilita a los candidatos, los persigue, los exilia, como
permite que los partidos sean demandados en los tribunales por actores de
tercera y cuarta categoría, como los símbolos electorales de estas
organizaciones son robados y confiscados, y sus juntas directivas impuestas
desde el gobierno.
Pero ha sido en el abusivo manejo de la institución
electoral, nombrando a dedo a sus integrantes, abusando del poder en otorgarles
privilegios, permitiéndole a los candidatos del gobierno el exclusivo uso en
los medios de comunicación, permitiendo la presencia de sus promotores y
agentes en los sitios de votación para ejercer presión sobre los electores,
manipulando los registros y material de votación, cambiando a último momento la
composición de los circuitos electorales, variando los horarios de los centros
electorales, permitiendo el saboteo y la manipulación ilegal en la custodia del
material electoral y, finalmente, alterando para su beneficio los resultados de
los conteos.
El gobierno revolucionario se ha tomado su tiempo en labrarse
una fama internacional de “estado fallido”, al caso vienen las acusaciones y
señalamientos sobre narcotráfico, asociación con terroristas, de brindarle
apoyo y santuario a grupos violentos, de lavar enormes sumas de dinero sucio en
la banca internacional, de utilizar sus dependencias, documentos y fueros
internacionales para encubrir a criminales y mafias, lo que le ha generado no
pocas denuncias, juicios y sentencias adversas en otros continentes y países.
Sus prácticas injerencistas en la política de otras
naciones, su promoción del modelo socialista y revolucionario como estado ideal
de gobierno, sus asociaciones con gobiernos totalitarios, dictaduras y
regímenes fundamentalistas le han valido el repudio y una pésima fama como
gobierno democrático; paradójicamente, ésa es la imagen que quiere vender de sí
mismos, haciéndose pasar como demócratas ejemplares cuando no lo son, para que
les permitan seguir participando como miembro de la comunidad de países
civilizados con plenos derechos.
El solo hecho de la enorme ola de refugiados que ha
provocado la revolución bolivariana, afectando la seguridad y la estabilidad
hemisférica, ya sería causa suficiente para poner en duda la posibilidad de que
los chavistas pudieran realizar unas elecciones limpias y ajustadas a derecho.
Pero a pesar de ello, hay organizaciones y políticos que insisten en que el
problema del país es político y que unas “elecciones vigiladas” son la
solución.
A lo interno, esas
políticas de hegemonía y sometimiento de la población a los designios revolucionarios
les han hecho repetir en algunas consignas, expresadas por sus altos dirigentes,
de que el gobierno revolucionario llegó para quedarse “para siempre”, lo que
indica, de manera indudable, cuáles son sus verdaderas intenciones.
Los partidos políticos nacionales, principalmente los
tradicionales y una buena parte de las nuevas organizaciones, que agrupan en su
seno a jóvenes y ambiciosos actores políticos, ya venían con un historial de decadencia
y fosilización de sus estructuras; por muchos años, practicaron a una forma de
hacer política muy cómoda y parecida a un negocio, acostumbrándose al juego de
estructuras de poder al mejor estilo leninista (verticalidad en la línea de
poder, obediencia absoluta y liderazgo carismático) y con la finalidad de
servirle a una base clientelar, estos partidos empezaron a decaer en su labor
social, no permitieron la renovación de sus liderazgos ni de sus ideologías, no
profesionalizaron a sus cuadros, buscaban el poder como forma de “negocio”,
para contar con el capital del erario público que se repartiría en sus organizaciones,
para asegurarse cuotas de poder por
medio de “fiestas electorales”.
Cuando lo revolución llegó al poder, esos partidos tuvieron
que someterse a una estricta dieta, que los fue secando, a menos que pusieran
sus organizaciones al servicio del poder revolucionario y fungieran como parte
de la parafernalia del socialismo del siglo XXI, cosa que una gran mayoría
aceptó tratando de conservar su rol como “oposición”.
Fue un tira y encoge que, finalmente, fue conformando
unas “negociaciones”, pues el gobierno revolucionario se dio cuenta de que
necesitaba tener una oposición, aunque fuera de utilería, para poder conservar
cierto aire democrático y la aceptación de sus pares en el concierto
internacional… y la oposición necesitaba conservar ciertos “espacios”, que se
traducían en tener acceso a presupuestos de la república para mantener viva su
nómina partidista y clientelar.
En esta oposición dispersa y variopinta, algunos grupos
se dejaron controlar por intereses extranjeros y fueron financiados por
organizaciones internacionales, eran políticos porque sus organizaciones
estaban inscritas en los registros electorales, pero ya desde hace mucho tiempo
habían perdido el contacto con los electores, esto a pesar de las grandes
movilizaciones que convocaban en las calles, producto más de la desesperación y
la indignación de los ciudadanos ante el gobierno revolucionario, que por
acompañar a los líderes supuestamente convocantes de esos multitudinarios
eventos, registrados por la prensa internacional y aprovechados como publicidad
por los partidos del establishment de la oposición, para disfrazarse de
organizaciones populares y con un alto poder de convocatoria.
Decían representarnos, pero muchos de ellos actuaban por
cuenta propia, de esta manera lograron agenciarse puestos de representación
parlamentaria varios políticos oportunistas, que negociaron con el chavismo y
se vendieron al mejor postor; como consecuencia, perdimos puestos de
representación, hubo parlamentos paralelos, emergieron “protectores de estado”,
hubo mini gobiernos en el exilio, se nombró un gobierno provisional, teníamos
embajadores alternativos, doble Corte Suprema de Justicia… en esa mezcolanza de
funciones y funcionarios se perdieron no sólo muchos recursos económicos, sino
oportunidades preciosas para desenmascarar al régimen.
El país miraba todo este sainete con estupor, ya que en
el momento que más se necesitaba coherencia y razón, prevaleció la pasión y la
impostura; cuando verdaderamente necesitábamos de los políticos, nos salieron
vendedores de autos usados tratando de engatusarnos con ofertas que engañosas;
no sabíamos a quién creer, mientras el gobierno revolucionario aprovechaba para
hacer lo que siempre ha sabido hacer, preparar la trampa, que consiste en que
los venezolanos nos diéramos un tiro en el pie concurriendo a las elecciones…
por los vientos que soplan, eso es lo que hará una buena parte de los venezolanos
de buena voluntad, con aletargados instintos de sobrevivencia, que atiendan el
llamado de acudir a las elecciones.
Permítanme explicarme: éstas son unas elecciones armadas
de la A a la Z por el chavismo, inclusive permitiendo – una solución cosmética
- la inserción de algunos representantes no revolucionarios en el organismo
electoral; baste acotar que el chavismo se ha conformado como un gobierno
ilegítimo, que no está allí por los votos de los venezolanos, sino por la
fuerza de las armas, la violencia y el engaño y, precisamente por ello, está
teniendo tan graves problemas, sobre todo de legitimidad, que pretenden
maquillar con unas elecciones hechas a su medida.
El gobierno de Maduro está arrinconado en una esquina,
gracias a una serie de sanciones internacionales, principalmente de los EEUU;
el gobierno y sus funcionarios están seriamente limitados en sus facultades y
capacidad de movilización, debido a estas sanciones, y el chavismo-madurismo
quiere que se las eliminen, pero para ello se han impuesto una serie de
condiciones, entre las que destaca el retorno del país a la democracia por
medio de la realización de elecciones libres y justas.
Volvemos a la argumentación inicial: un gobierno tan
ilegítimo como el de Maduro no puede convocar y realizar una elecciones
legítimas, es un oxímoron, una contradicción en términos; los actores políticos
del chavismo están todos comprometidos en graves actos criminales, que han
generado la crisis humanitaria profunda que vive el país; allí no hay arrepentimiento,
ni actos de contrición, no van a abandonar la senda que ya tienen trazada y
pretenden utilizar el evento electoral para afianzar su poder y asegurar su
control sobre el país.
Y hay organizaciones, naciones y figuras públicas que
están dispuestas a ayudarlos, porque esa situación de inopia y fracaso de la
democracia en Venezuela favorece sus intereses; o ustedes creen, ingenuamente,
que el chavismo es redimible, que puede cambiar y evolucionar… basta ver la
realidad para asegurarnos de que eso no será así.
El día de las elecciones, los que quieran ir a votar lo
harán, y pondrán los clavos a su propio ataúd, brindándole legitimidad a un
régimen que no se merece ninguna, creyendo que van a cambiar lo que ya está
planificado de antemano; ganar más tiempo y espacio para unos peligrosos revolucionarios
que no van a detenerse en juegos de salón.
Lo que yo haría, si permanecen las garantías de una
supervigilancia del proceso electoral por parte de organismos internacionales –
es el momento, los ojos del mundo están sobre nosotros -, es repetir una abstención total en el país,
negarse a votar y a ser utilizados para beneficio del régimen. La abstención es
una fórmula viable de acción política, que tiene unas consecuencias, unas
lecturas y debería tener un resultado, y que sería la demostración contundente
de que la población no quiere ser utilizada como peones en un juego donde hasta
la oposición está comprometida con el chavismo, en que cualquiera que sea el
resultado de la jornada, servirá solo para darle un respiro a la tiranía. Sólo
negándoles nuestro voto, de manera contundente y masiva, que vuelvan a tener
las calles y los centros de votación vacíos, y que los observadores y expertos
electorales se lleven la convicción de que en Venezuela el pueblo le dijo “Ya
Basta” a ese populismo militarista… ya habrá ocasión de ejercer el voto, no
dudo de que pronto vendrán elecciones que verdaderamente elijan… pero en este
preciso momento, estamos ante una trampa. -
saulgodoy@gmail.com
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