El secretario
general de las Naciones Unidas ha definido el Estado de derecho como un
principio de gobernanza en el que todas las personas e instituciones, ya sean
estatales, públicas o privadas, están sometidas a leyes que son conocidas y
aplicadas a todos por igual y compatibles con las normas y principios
internacionales de los derechos humanos. Entre sus fundamentos se encuentran la
primacía de la ley, la igualdad ante la ley y la equidad en su aplicación, rendición
de cuentas, separación de poderes, participación en la adopción de las
decisiones, legalidad, no arbitrariedad y transparencia procesal y legal
(Naciones Unidas, 2004).
Es evidente que el régimen de Maduro, enredado en la
tupida red de ideologías y criminalidad que lo ha caracterizado, siente la
materia ambiental como un freno para sus propósitos de enriquecimiento voraz en
sus distintos emprendimientos, empezando por sus proyectos mineros y
petroleros, que son el principal foco de destrucción y contaminación de nuestro
medio ambiente.
La prueba está a la luz pública, constatada con verdadera
preocupación por las instituciones y organizaciones internacionales encargadas
por velar por la conservación ambiental; Venezuela, pierde aceleradamente su
patrimonio natural que fue, hasta hace muy poco, uno de los más ricos y
diversos del planeta, nada escapa a la observación remota de satélites y otros
sensores, que desde el espacio están diariamente midiendo la devastación de
nuestras selvas, el envenenamiento de ríos, lagos y costas, la deforestación y
quema dentro de nuestras reservas naturales, la insólita e inexcusable
intervención de nuestros parques nacionales y ecosistemas protegidos.
Esta increíble actuación tiene como causas tres(3)
condiciones endógenas del chavismo como una subcultura o secta: la primera se
debe a su condicionamiento y adherencia a la ideología comunista cubana, que
propugna una política de intervencionismo, de mal comportamiento, en el sentido
de no cumplir con las normas de convivencia internacionales, su apoyo a
movimientos extremistas tanto de izquierda como de fundamentalismos religiosos,
su asociación con carteles, mafias, guerrillas y otras organizaciones
violentas, que ha traído como consecuencia que se hayan instalado en nuestro
territorio, para explotarlo de manera salvaje y sin ningún tipo de control por
parte del estado; este comportamiento ha sido entendido por la comunidad
internacional como el accionar de un
grupo peligroso y fuera de la ley; por eso las naciones civilizadas le
han tenido que aplicar sanciones al régimen de Maduro, y someterlo a medidas
cautelares, para evitar que siga haciendo daño, razón por la cual la economía
de la nación se ha visto seriamente afectada, empezando porque ahuyentaron las
inversiones.
La segunda, por las políticas populistas que sostienen sus
adeptos y seguidores, otorgándoles derechos y prebendas sobre una gran parte de
los recursos naturales del país, espacios urbanos y empresas del estado, pero
también sobre los bienes del sector privado, aprovechando la debilidad
estructural del estado en el reconocimiento de la propiedad privada, y por el
secuestro que el líder chavista tiene sobre poder judicial, que hace posible
(“legal”) las invasiones, las tomas de la industrias, la inmovilidad laboral,
entre otras formas de dependencia material, de esta manera no tiene que
sostener a la masa de sus electores directamente, lo que hace es que les
permite medrar y beneficiarse de lo ajeno, destruyendo de esta manera la
equidad, la confianza, la posibilidad de prosperidad y la convivencia social.
La tercera, por la ignorancia, que es la madre de la
corrupción, la ineptitud y la demolición de lo público, sin ningún castigo ni
consecuencia moral, es la razón por la que los chavistas roban sin temor al castigo,
y dejan perder los equipos e infraestructuras ya que no logran conectar lo que
pertenece a la gente con ellos como personas; gracias a esta ignorancia, vemos
como los puestos claves de gobierno son ocupados por los más incapaces cuya
única “virtud” es la lealtad a la revolución.
Esa pobreza espiritual y desplazamiento del yo hacia
posiciones de poder y riqueza material, hace posible que a estos seres no les
importe los demás, ni el bien común, ni la sociedad en general, aunque, y aquí
viene una de las contradicciones de este nuevo socialismo, se la pasan
predicando que su interés fundamental es la patria, los venezolanos y nuestro
bienestar, pero a lo largo de más de veinte años en el poder han demostrado
todo lo contrario.
Estas condiciones explican en gran medida por qué los
chavistas y, ahora, los maduristas, carezcan de consciencia ecológica, es decir,
sean incapaces de tener arraigo, amor por la tierra de sus antepasados, empatía
por su entorno natural, lo que explica porque se la pasan culpando a otros de
lo que ellos han causado, queriendo cambiar la historia y los símbolos patrios,
y experimentando con la implantación de una neo-lengua para borrar sus
responsabilidades ante el caos creado por ellos; esta falta de “alma” explica también
por qué no han realizado grandes obras y por qué son incapaces de sostener la
inversión pública a través del tiempo, lo único que les importa son sus
parcelas de poder y sus negociados.
Pero como heredaron de gobiernos democráticos una
estructura legal fuerte en materia ambiental y una tradición de conservación
ecológica que cosechó grandes éxitos internacionalmente, viven de ese pasado,
utilizan esa retórica aunque, como ha quedado manifiestamente reiterado, el
tema no les interesa si no es para alimentar sus emprendimientos criminales.
Es por ello que a partir de la Cumbre de la Tierra de
donde salió el Documento Río+20 en 2012, el régimen pegó un frenazo en materia
ambiental, no solo dándole largas a los acuerdos y obligaciones
internacionales, sino llevando al otrora Ministerio del Ambiente a convertirse
en un paria de la administración pública, en una simple oficina de mero trámite,
con el rimbombante nombre de Ministerio
del Poder Popular para Ecosocialismo y Agua, con un presupuesto tan exiguo
que impide a nuestros representantes estar presentes en los foros mundiales,
participar en las iniciativas ambientales y, a lo interno, les imposibilita
ocuparse de las labores más elementales de vigilancia y control.
Esta minusvalía conlleva a que otra serie de ministerios
e instituciones le hagan bulling a su
autoridad, atribuyéndose instancias y
prerrogativas exclusivas de materia ambiental, como por ejemplo el INTI, el
Ministerio del Poder Popular para la Industria y Comercio, la misma Guardia
Nacional, a la que por ley corresponden atribuciones solo de guardería
ambiental, la empresa PDVSA, diversas empresas militares y algunos funcionarios
públicos, como gobernadores.
Al faltar una autoridad institucional en materia
ambiental, el vacío lo llenan los políticos, de allí vemos situaciones como la
que ocurrió en Guatire, donde un renombrado líder del PSUV se inmiscuyó en
materia municipal para favorecer a sus colectivos bolivarianos, enviando al
alcalde (que es de la oposición) a los tribunales cuando intentó proteger de la
invasión áreas verdes que son espacios públicos, o en el caso de Guarenas,
donde una Defensoría del Pueblo, actuando en materia agraria, conforma un
ilícito ambiental favoreciendo, en un área Protegida y de frágil suelo, a unos
improvisados emprendedores de la ganadería caprina, en plena cuenca hidrográfica,
sin estudio de impacto ambiental y apenas camuflado el ilícito con una cedula
agraria emitida por el INTI.
De allí, a crímenes mayores hay solo un paso, como son
los casos del patético caso del Arco Minero, o las construcciones ilegales de
casas vacacionales en el archipiélago de Los Roques, o la construcción de
desarrollos habitacionales en el Parque Nacional El Ávila, o la veintena de
derrames petroleros que ocurren, cada vez con mayor frecuencia, cerca de las
instalaciones de la empresa y que no son atendidos por sus causantes… el
ambiente en Venezuela se ha convertido en un aquelarre donde se sacrifican a
las generaciones futuras de venezolanos.
Lo más grave del asunto es, que la Venezuela que estaba
construyendo su democracia, levantando sus instituciones y fortaleciendo el
respeto por la ley, en sus aspiraciones por un mundo mejor, más próspero y
justo, incluyó en su Constitución Nacional el artículo 127, que reza de la
siguiente manera:
Es
un derecho y un deber de cada generación proteger y mantener el ambiente en
beneficio de sí misma y del mundo futuro. Toda persona tiene derecho individual
y colectivamente a disfrutar de una vida y de un ambiente seguro, sano y
ecológicamente equilibrado. El Estado protegerá el ambiente, la diversidad
biológica, los recursos genéticos, los procesos ecológicos, los parques
nacionales y monumentos naturales y demás áreas de especial importancia
ecológica. El genoma de los seres vivos no podrá ser patentado, y la ley que se
refiera a los principios bioéticos regulará la materia. Es una obligación
fundamental del Estado, con la activa participación de la sociedad, garantizar
que la población se desenvuelva en un ambiente libre de contaminación, en donde
el aire, el agua, los suelos, las costas, el clima, la capa de ozono, las
especies vivas, sean especialmente protegidos, de conformidad con la ley.
Con esta norma de obligatoria
ejecución y exigencia para todos los venezolanos, principalmente por el
gobierno de turno, se rescata plenamente el espíritu de aquella famosa
Declaración de Estocolmo de 1972, en la que los países del planeta se
comprometieron a otorgarle a los derechos humanos fundamentales un marco para
el buen vivir, con la responsabilidad de proteger y mejorar el medio ambiente,
en el presente y para futuras generaciones, que es el principio de la
sustentabilidad.
Todos los venezolanos estamos
en la obligación de hacer que este artículo no sea letra muerta, como quieren
los chavistas, en el derecho que nos asiste a no conformarnos con el agua
podrida que nos envían a nuestros hogares, y poder protestar y exigir
soluciones, de no sufrir los recurrentes apagones eléctricos en silencio y
conformes, de no dejar que la basura inunde nuestros barrios y urbanizaciones,
como si eso fuera lo ideal, o que corten y quemen nuestros bosques, porque a
los revolucionarios les parece “normal” que la gente destruya la naturaleza
para vivir y trabajar, o que nuestras playas estén contaminadas con deshechos plásticos
y petróleo, porque para ellos, los socialistas bolivarianos del siglo XXI,
vivir entre la cochinada, rodeados de aguas negras y plagas de todo tipo, son
condiciones de la vida que se merece el pueblo.
La nueva etapa de metas y
obligaciones que se está imponiendo en nuestra América y que corresponden a la
Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, que es liderada por la ONU, ha
planteado numerosos avances legislativos, de los cuales Venezuela ha estado
ausente, no participa o les rehúye. Nicolás Maduro Moros teme y rechaza el tema
ambiental, pues atenta en contra sus intereses crematísticos, sus empresas,
socios e inversiones, que lo están convirtiendo en una de las personas más
ricas del mundo, a costa de nuestra calidad de vida, salud y dignidad.
Uno de los acuerdos, en el
que Venezuela no participó y ha pospuesto su incorporación al mismo (no lo ha
firmado), es el Acuerdo de Escazú (2018, Costa Rica), que es un acuerdo
regional, específicamente de países Latinoamericanos y del Caribe, en el cual
se acuerda el acceso a la información, la participación pública y el acceso a
la justicia en asuntos ambientales; este tratado es importante porque en el
mismo, por primera vez, se le otorga protección a los defensores del ambiente,
para que podamos ejercer nuestras funciones con seguridad y efectividad.
Pero al régimen chavista no
le conviene esta nueva ola de derechos ambientales, porque es cuchillo para su propia
garganta, porque está viviendo de los expolios al ambiente y victimizando a
todos los venezolanos, por lo que se ha embarcado en el curso contrario a una
mejor democracia, cerrando el cepo de su tiranía con una oscura iniciativa que
está tramitando actualmente en la Asamblea Nacional, entre gallos y medianoche,
que es el infame proyecto de «ley de cooperación internacional».
Con esta ley pretenden crear
un fondo, manejado a la discrecionalidad del estado, para que toda la
cooperación internacional, en especial la ayuda humanitaria, sea administrada
por el gobierno a su leal saber y entender; dicen ellos que, con este fondo, la
administración de los mismos será más transparente, cuando en realidad lo que se
quiere es dejar a todas las ONG´s del país sin apoyo internacional, con ello
las labores de las ONG´s ambientalistas quedarían sin soporte en un mundo cada
vez más globalizado.
Se trata de copiar la
política de Cuba y Nicaragua, a través de la cual filtran las ONG´s que les
convienen y cuáles no; en los actuales momentos se está desarrollando una agresiva
política de persecución contra líderes de la sociedad civil y organizaciones
que defienden derechos humanos, hay directivos presos y activistas sometidos a
procesos judiciales, en una campaña por enmudecer toda la oposición al
gobierno.
El momento es crucial, pues
los aliados de una Venezuela libre y democrática no deben ceder ni un palmo de
terreno en las presiones que le han aplicado al régimen chavista, ningún órgano
multilateral que en estos momentos tenga la oportunidad de vencer a las sombras
de un régimen terrorista y criminal debe dejarse chantajear; los venezolanos
estamos jugando con nuestras vidas sobre la mesa, el enemigo a vencer es
encarnizado y cruel. Que no se pierda el objetivo primordial de desplazar al
chavismo del gobierno, que ni por un segundo se piense que es posible convivir
con esa ideología, porque perder esta lucha significa cancelarle el futuro a
nuestro país. –
saulgodoy@gmail.com
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