miércoles, 22 de mayo de 2024

El discurso del odio como arma del fascismo.

 

Para ser lo más claro posible en mi argumentación, cuando me refiero al fascismo estoy señalando al chavismo-madurismo como su versión más fidedigna en nuestro país.

He publicado no menos de una veintena de artículos explicando las similitudes y condiciones políticas que tanto el fascismo clásico y el postmoderno tienen con referencia a la ideología de los revolucionarios bolivarianos del siglo XXI; la correlación es innegable, ambos tiene raíces izquierdistas, revolucionarias, autoritarias, militaristas, estatistas y populistas, cultivan la imagen del hombre fuerte como líder del movimiento y se creen dueños de la verdad, por lo que tratan de construir el pensamiento único, que los distingue como fundamentalistas.

El discurso del odio fue una de las caracterizaciones que los movimientos por los derechos civiles destacaron del análisis del discurso en contra del racismo, en los tumultuosos años cincuenta y sesenta en los estados del sur en EEUU, como parte de la secuela que provocó el movimiento antiesclavista, luego fue denunciado durante el movimiento en contra del apartheid en Suráfrica en los años ochenta del pasado siglo, y recientemente, destacado como elemento de discriminación por el movimiento WOKE para hacer prevalecer el movimiento igualitario de razas y género en la era “trumpista”.

Y fue a través del movimiento Black Lives Matters que,  como subproducto de esta lucha, principalmente en contra de la violencia institucional (policial), y el sonado caso de una de sus víctimas que fue más publicitado, como fue el de la muerte del ciudadano George Floyd en manos de oficiales de la policía, que se desarrolló una extraña ideología que de manera rápida contagió los espacios de la opinión pública y prácticamente se impuso en los medios y redes sociales como la manera correcta de decir las cosas, o sea, una política de censura y autocensura que ha prevalecido desde entonces.

Todos estos escenarios estaban claramente liderados, patrocinados y manipulados por los movimientos de izquierda con la intensión de hacer prevalecer y dominar situaciones sociales y políticas a favor de las llamadas minorías oprimidas, haciéndolas ver como violentadas, abusadas y victimizadas por la mayoría dominante, con el solo propósito de contar con instrumentos de poder para imponer sus ideas y representantes.

El recurso de manipular a la moral pública ejercida por medio de la opinión, y que generaba una actitud militante con resultados específicos como eran cancelar, neutralizar, eyectar a quienes se atrevían a criticar al movimiento antirracista empezó a distinguirse culturalmente como un nuevo discurso del odio

El discurso del odio, que sí existe, y que trae resultados de violencia y desestabilización graves como el caso de los Tutsi y Hutus en Ruanda, es el que se utiliza hoy en día en contra de los emigrantes, de las personas que son “diferentes” por su cultura, lenguaje, color de piel, necesidades y que de alguna u otra forma son utilizados como chivos expiatorios para una gran cantidad de problemas políticos y sociales, desde crisis económicas hasta conflictos de identidad y religiosos.

Son esas narrativas que los gobiernos extremistas construyen en contra de enemigos imaginarios para tener controlada a la población a través del miedo, para desplazar las responsabilidades de quienes son los verdaderos culpables de las crisis y vacíos en la gobernabilidad, de quienes quieren ocultar crímenes y distraen a la gente ignorante con amenazas y culpables de sus problemas.

El discurso del odio hace ya tiempo dejó de ser exclusivamente racista, ahora incluye otros malestares de la cultura, otros sectores en crisis como el feminismo, los sin techo, el movimiento LGBT, los pobres, el comercio informal, las personas de la tercera edad, incluso algunos sectores del mundo académico, aunque lo más sorprendente es lo que está ocurriendo en Venezuela donde un partido político en el poder, autoritario y hegemónico, pretende hacerse pasar como víctima de quienes opinan al contrario de sus imposiciones.

El problema del discurso del odio ha llegado a extremos en donde los mismos gobiernos, sus principales funcionarios y representantes se victimizan ante el propio pueblo, exigiendo respeto, mayor cuota de poder y justicia. Una situación absurda viniendo de quienes sustentan el poder y quienes deberían brindar soluciones y estabilidad en el orden social, se hacen pasar como si fueran la parte más débil en un enfrentamiento para poder así abusar y extralimitarse en el ejercicio del poder policial y judicial.

Este giro lingüístico o desconstrucción del lenguaje tiene su origen en el pensamiento comunista revolucionario, el maoísmo y el trotskismo identificaban en las sociedades a estos grupos débiles y ofuscados por condiciones negativas y les daban visibilidad y organización, los movilizaban, los financiaban y les daban tareas políticas para ganar acceso no solo a os medios de comunicación y a grandes actos populares, sino al mismo poder político, apoyando candidatos y partidos con el propósito de acceder al poder y cambiar el marco legal que les permitiría cambiar su destino.

De esta manera es que las minorías militantes, los movimientos radicales han conseguido infiltrarse en la academia, en las universidades y escuelas para conseguir “cupos” para los suyos, cambio curricular para introducir sus ideas extremistas como expresión de una justicia social decadente, han logrado nombrar presidentes de instituciones sin reparar en sus méritos, censurar libros e ideas, purgar profesores y aplanar el mundo de las ideas. Es por esto que ya no extraña que en universidades norteamericanas grupos extremistas como el Hamas tengan mayor figuración mediática que los grupos israelíes que son antiguos aliados.

Los discursos del odio fueron identificados y purgados de su efectividad, organizaciones multilaterales como la ONU y la Corte Penal Internacional estaban atentas a la aparición de estos discursos desestabilizadores de la paz social, condenándolos como recursos  retóricos, pidiendo justicia en aras de una supuesta igualdad, pero de pronto, con la influencia del fake news, de las campañas de desinformación, con el resurgimiento de los operativos de control psicológico por parte de los gobiernos fascistas, y con el interés del socialismo internacional en dividir a la sociedad en tantos sectores como le permitieran los intereses de las minorías, el discurso del odio tomó un nuevo respiro, esta vez como arma en contra del pensamiento y la práctica democrática.

Para los gobiernos de corte fascistas, las críticas y protestas en contra de acciones y políticas de estado se convirtieron en discursos del odio, amparados por la legislación internacional que pretende limitar este tipo de narrativa, haciéndola ilegal y sujeta a criminalización; pretenden los partidos únicos y los políticos de garrote, imponer sus voluntades sobre la mayoría de los ciudadanos, criminalizando la opinión que no esté de acuerdo a sus intereses como discursos de odio, asediando y mutilando a las organizaciones no gubernamentales que no se alineen a su ideología y pretensiones hegemónicas.

El caso es, que esta pretendida conversión de la expresión opositora política en un discurso de odio, pareciera ser una vía expresa al control del pensamiento, en el caso del chavismo-madurismo en Venezuela, no les bastó con llevar a la quiebra y al cierre de los más importantes medios de periodismo impreso, donde se agrupaba un importante sector del pensamiento crítico y democrático, no se sintieron seguros con acaparar para los revolucionarios las principales televisoras y radios del país, están ahora atacando en su base expresiva a las redes sociales y sitios libres en internet, aplicándoles el juicio inapelable y condenatorio de “discurso de odio”, mientras ellos, que tienen todo el poder y la facultad de juzgar y condenar a los ciudadanos por utilizar sus teléfonos celulares captando a funcionarios cometiendo felonías, o persiguiendo a humoristas, censurando programas, cerrando estaciones de radio, o simplemente sacando de la parrilla de transmisión a programas  que se atreven a criticar al gobierno.

Recientemente se aplicaron medidas restrictivas en contra de familiares y personas defensoras de los derechos humanos, por criticar el estado de los centros de reclusión políticos que tienen una pésima fama de ser lugares pestilentes e inhumanos, donde el trato que se les da a los prisioneros de consciencia y opositores políticos, es uno de degradación y oprobio, el argumento que esgrimieron es que sus opiniones eran discursos de odio.

Para lograr este silencio, se valen de fiscales, jueces e instituciones reguladoras que alegan el discurso del odio en contra del mismo gobierno y sus funcionarios, tratando de crear un clima de temor, de autocensura, mientras ellos se dan el gusto de atacar sin con toda la saña a sus contendores en una lucha muy dispareja. El chavismo ha llegado incluso a la osadía de reclamar mayores espacios de opinión para su ideario progresista, no les basta el haber confiscado los medios de opinión masivos, quieren ahora que las redes sociales les brinden sus espacios para transmitir su agenda totalitaria.

En medio de una campaña electoral, el principal promotor de esta nueva arma en contra de la libertad del pensamiento, el Sr. Diosdado Cabello, no se amilana en convertirse en el nuevo Torquemada de la inquisición roja rojita, y agrede a diestra y siniestra contra la oposición política venezolana con pogromos que nada tienen que envidiarle a los tiempos de la dictadura de Stalin en la Rusia de principio del siglo pasado.

El chavismo-madurismo, uno de los regímenes que más ha violado los derechos humanos en el mundo, tiene ahora un nuevo pendón que enarbola sin vergüenza, el discurso del odio, y de parte de un movimiento político que ha hecho del odio social, su especialidad.

 

 

 

 

 

 



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