martes, 18 de junio de 2024

El poder, nuevas perspectivas

 

El desastre de gobierno que tenemos, bajo el chavismo-madurismo, me mueve a la reflexión para explorar algunas nociones sobre política, tan básicas que deberían estar claras; una de ellas es el poder, la piedra fundamental de toda política.

Para el chavismo-madurista, el poder es un hecho, descarnado, sublime, en el sentido de algo casi mágico, que les ha caído en las manos y lo blanden como si fuera un machete para abrirse camino en una selva de opositores; para ellos, el poder es factual en el sentido de que empieza y termina en la mano de quien lo maneja, no necesita de otra justificación y, una vez que se obtiene, sólo se suelta si te lo quitan a la fuerza, no es algo que se entrega porque te lo pidan, o porque lo pierdas o porque hay gente que crea que les corresponde a ellos tenerlo.

La única razón para el poder, es hacer lo que le dé la gana a quien lo maneja; se trata de algo plenamente voluntarista, lo que se puede o no se pueda hacer depende exclusivamente de quien lo porta. Para quienes piensan de esta manera, un sistema político como la democracia no es más que una etiqueta, un discurso vacío que habla de las masas, del país nacional, un meme que tiene que ver con el colectivismo, con un rebaño que sólo obedece y que es tomado en cuenta como resultado de las virtudes humanísticas de los líderes revolucionarios.

La raíz de esta idea del poder se hunde en el pasado lejano de las tiranías absolutas, de las cortes orientales y mandarines, de los emperadores conquistadores, de los líderes ungidos por la ira divina contra el resto del mundo.

Pero el mundo no es tan simple, mucha agua ha corrido por el cauce de la historia y ha demostrado que el poder es clave y necesario para las sociedades, que una de las principales facultades del poder es normar, organizar, desarrollar, hacia fines mucho más amplios y ambiciosos que, simplemente, satisfacer la lujuria y la sed de riquezas de un pequeño grupo de personas, entre los que se pueden contar los comandos revolucionarios, los partidos políticos, las iglesias, el estado mayor de un ejército, el club de empresarios, los sindicatos y los dueños de estos grupos.

La gran lección de la historia de las civilizaciones es que el poder, para lograr que los países sean prósperos e independientes y que penetre profundo en el tejido social de las naciones, debe ser normado, para que nos dé a todos los integrantes la posibilidad de poder avanzar, en un primer lugar, en nuestros proyectos personales, en los emprendimientos familiares, en los programas de desarrollo regionales, en los grandes planes de la nación e integrándonos a las empresas y avances tecnológicos mundiales, sólo de esta manera el poder político puede ser verdaderamente útil y efectivo.

Estas ideas han sido estudiadas por el pensamiento crítico de la izquierda más avanzada de Europa, en universidades e institutos de investigaciones, con autores como Rainer Frost, Mathias Fritsch, Axel Honneth, Jürgen Habermas, Hartmut Rosa y muchos otros, en estudios que han denominado Análisis de la Justificación del Orden Social o Estudios de Normatividad y Poder, todos de muy reciente data.

Cuando veo a nuestros socialistas revolucionarios endógenos, todavía golpeándose el pecho como los grandes simios en el Congo, orinando para marcar territorio y correteando a los machos jóvenes para que no se acerquen a los cofres del tesoro chavista, cuando veo a un Nicolás Maduro tratando de revivir por medio de ritos paganos su authoritas como el Gran Sacerdote de la Revolución Bolivariana en el Palacio de Miraflores, o apoyando a los bandos desacertados en las guerras de Ucrania y en Gaza, no puedo dejar de pensar en que lo que vamos a ver el próximo 28 de julio, cuando se cumpla en las mesas de votación la confirmación de que la voluntad popular ya no acompaña al chavismo-madurismo, y la ilusión de un tercer mandato para el Super-Bigote se haga añicos en el suelo.

El interés principal de todo gobierno que se tenga como responsable debería consistir en emancipar a cada uno de los integrantes de la sociedad, pero no sólo emanciparlo de las ataduras de los gobiernos coloniales, como Cuba, Rusia o China, sino principalmente crear y ofrecerle al pueblo condiciones razonables de vida, medios y luces para elevarlo de su condición miserable, de la dependencia que produce alimentarlo por medio de limosnas, tenerlo en la oscuridad por la propaganda e ideología comunistas que lo aturden tenazmente.

El poder político debería ofrecerle la posibilidad de contar con lo necesario para que cada quien pueda realizar su vida con trabajo y dignidad, es decir que él mismo pueda proveerse de lo necesario para su bienestar y el de los suyos; pero si el poder político es usado para aprovecharse de las necesidades humanas, para crear y sostener empresas que negocian con alimentos en mal estado, con medicinas vencidas o de dudosa procedencia que no alivian las enfermedades del pueblo, con destrucción de nuestra reservas naturales para actuar como un garimpeiro, y todo con ganancias obscenas para los intermediarios, ese poder está muy mal usado.

Resumiendo hasta el momento, el poder político en Venezuela ha venido utilizándose para beneficiar a unos pocos y que la mayoría sufra los rigores de las carencias, justificando la situación con grandes programas sociales, que implican regalar bolsas de comida y otorgar bonos, que terminan siendo negocio para el gobierno, en una economía de dádivas. Como bien decía el fallecido educador Allan Bloom cuando hablaba de las políticas obsequiosas que observaba de padres a hijos- “No dárselo o regalárselo, sino prepararlos para que ellos mismos consigan lo que consideran se merecen o deseen, sin importar lo grande y complicado de sus proyectos.”

Este nuevo pensamiento sobre el poder remite a su base, que es un orden social racional. Todos sabemos que en Venezuela el orden social ha sido imperfecto y muchas veces injusto, pero es una condición que se puede revertir justificando y normando los nuevos usos del poder, llevarlo a lugares donde nunca lo han tenido; eso sería como alumbrar una habitación que era oscura, para lo que debemos hacer unas instalaciones, principalmente cableado y bombillos, para que la gente vea lo que hace y como vive y poder cambiar, mejorar lo que tiene.

No es con las comunas, ni con “protectores” de los estados, ni con misiones que nunca funcionan, ni con motores para el desarrollo que nunca encienden… no es con el estado y su burocracia como se desarrolla un país, es con la participación de la misma gente, acompañada por las instituciones, con normas útiles que la libere para que actúe.

El éxito, que es el ´producto del esfuerzo, la disciplina, la constancia, la adecuada toma de decisiones… es para los chavistas tener dinero, mal habido por cierto, acumulado durante su paso por los altos cargos del gobierno, o haber logrado en un sorteo una alcabala, o un tribunal, o un registro... han utilizado el poder solo para complacer sus metas, el chavista se siente realizado solo con millones de dólares en sus cuentas personales, eso,  es triunfar en la vida, lo demás son tonterías, para ellos el poder es un trampolín y lo quieren seguir utilizando para consolidar sus posiciones personales, olvidando al país.

Pero de nuevo, la historia nos ha enseñado que si el poder se distribuye entre los diversos sectores de la sociedad, justificarlo en una normatividad que esté basada en legitimidad, democracia y justicia, con la creación de instituciones, públicas y privadas, con objetivos y reglas claras que permitan que muchos tengan la oportunidad de coronar con éxito sus planes y proyectos, esa sociedad se hará cada vez más próspera, rica y poderosa.

Cuando a un chavista se le habla de un orden normativo, piensan inmediatamente en un cónclave secreto, reunido a puerta cerrada, cocinando un negocio entre compinches y finalmente produciendo una ley o un reglamento que los demás deben acatar o sufrir los rigores de la penalización.

Un orden normativo clama por legitimidad, que esté a derecho, y esto se reconoce a lo interno, en la sociedad, como a lo externo, en las relaciones internacionales. El poder político necesita  formas, procedimientos claros y de ley que le den vida, pues de él se desprenderán otras normas, reglas y leyes que necesitan de ese antecedente general del cual se originan y que les otorgan esa conexión obligante. Es por ello que las consultas periódicas de la voluntad popular, que indiquen de manera clara y transparente a quien se elige para ser gobierno, son importantes y deben respetarse.

En este sentido, el factor democrático se convierte en el principal indicador de la legitimidad, esto por su contenido moral, porque la decisión final recae, no en la forma política de la democracia, sino en su componente ciudadano, de personas libres e iguales que escogen la forma en que se van a organizar y quiénes serán sus representantes; por ello los fraudes electorales están considerados crímenes contra el poder político, y cuando son descubiertos anulan cualquier intento de usurpación.

Cuando se carece de legitimidad las normas no pueden ser aplicadas, ya que los ciudadanos no estarían en la obligación de cumplirlas pues esas normas carecen de justificación. Kant creía y privilegió la autonomía de las personas al momento de obedecer las leyes si éstas no estaban sujetas a la expresión democrática, es decir, las leyes deben ser expresión de la auto determinación de los pueblos; de cualquier otra forma, se trataría de un acto de dominio y por lo tanto arbitrario de quienes creen tener la autoridad.

Cualquier gobierno que se empeñe en cambiar las normas democráticas para asegurarse su continuidad en el poder, caerá inevitablemente en la ilegitimidad ya que estaría violando el imperativo de justicia, que es el último ingrediente de la fórmula normativa.

La justicia es el ingrediente fundamental de todo orden político, es materia de la justicia evitar la arbitrariedad política, o sea, la dominación por la fuerza; es de sentido común pensar que ninguna organización política que sea antidemocrática pueda alcanzar la justicia social. Un gobierno puede que sea paternalista, que otorgue algunos beneficios a ciertos grupos sociales para aminorar su sufrimiento o carencias, pero la injusticia es siempre estructural, la pobreza, por ejemplo, está enquistada en las instituciones, las normas, las relaciones económicas y la cultura, no es algo que se resuelve con operativos sino se cambia la estructura social.

Los actos proselitistas, de una supuesta “generosidad” por parte del estado al dar ayudas a los más necesitados, alivia pero no resuelve, y no resuelve porque prefiere tener a esos grupos siempre en la pobreza, en carestía, para aprovechar políticamente las dádivas de bonos, becas y obsequios que compran lealtades y, muchas veces, votos.

El chavismo tiene una concepción del poder sumamente primitiva, lo considera de su propiedad, lo utiliza en las sombras para que nadie se dé cuenta ni se entere de sus designios; el propósito de su ejercicio del poder es beneficiar a los más cercanos al poder, no al país. Sería un pésimo negocio para los intereses de Venezuela que estos socialistas, que ya han demostrado que el país les queda grande, vuelvan a repetir la fórmula del fracaso.

 

 

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