lunes, 3 de junio de 2024

La realidad de plastilina.

 

Tengo cierta desconfianza hacia el mundo de la estadística, sobre todo aquella que apunta a la predicción y, sobre todo, la que hace de su incumbencia eso que conocemos como la opinión pública, esto, a pesar de que en mi familia había muy buenos profesionales de la estadística como lo fue mi tío Manolo Gómez, quien destacó en el ámbito agrícola y por muchos años fue quien llevaba esos guarismos, tablas y proyecciones en el Ministerio de Agricultura y Cría.

Concurro que la estadística nos brinda una idea de lo que ocurre “allá afuera” en el mundo real, es apenas un sesgo, unas notas que se toman en cuenta para tener o crear una opinión del mundo que nos rodea; se trata de números que retratan un momento y circunstancia recogidos por observadores calificados, con una metodología y un plan, y que nos permite elaborar sobre proyectos y programas que terminarán por afectar la realidad, aunque muchas veces obviando lo que la física cuántica descubrió en el siglo pasado: que esa observación afecta la realidad misma y la influye, hasta el punto de determinarla.

Me encanta cuando los científicos hablan del “dato duro”, de esa porción de lo real que tiene un registro incontrovertible y que utilizado en los trabajos de laboratorio, construcción de equipos y ejecución de tareas, obtiene resultados tan concretos como una nueva vacuna para combatir una enfermedad, una nueva arma para obliterar al enemigo, o la posibilidad de ver lo que un Rover capta con sus cámaras en sus desplazamientos en el planeta Marte.

Si bien esa “data” científica tiene sus límites y hasta su naturaleza “fuzzi” o impredecible, funciona en ciertos rangos y nos permite movernos hacia delate en materia de descubrimientos y experimentos exitosos; pero cuando aplicamos esas técnicas a la naturaleza humana, a ese mundo de creencias, comportamientos, costumbres y cultura, que son el campo de estudios de la sociología, la psicología y la política, entonces nos adentramos en terrenos pantanosos, y aún ayudados por tecnología de punta como podría ser la IA, los resultados se hacen menos exactos, propensos al error cuando no totalmente fuera de foco.

En su interesante libro Construyendo la Opinión Pública, Justin Lewis nos pasea por el mundo de las encuestas, de los estudios de mercado y del comportamiento del consumidor, de los sondeos de opinión, de los muestreos de preferencias, de las tendencias, toda una serie de instrumentos y mecanismos de exploración del pensamiento y gustos de las personas en la calle, en sus hogares, en sus lugares de trabajo, por teléfono, en entrevistas personales, en formularios, como resultado de la aplicación de algoritmos en la búsqueda de patrones en lo que llaman la “Big Data”, es decir, enorme cantidad de información procesada por computadoras sobre los cambios en la opinión, gustos e ideologías.

Lewis nos dice desde el principio que siempre quedan por fuera importantes sectores sociales, las muestras de opinión son frecuentemente pequeños extractos de información de una inmensa masa de gente, el solo incluir a unos y dejar por fuera a otros ya implica una posición ideológica de los que realizan estas prácticas, nada que decir de las interpretaciones e inferencias en los significados de esa información, sobre todo en política, donde las encuestadoras se están convirtiendo cada vez más en importantes creadores de la opinión pública.

Para Lewis hay dos fuerzas que mueven la opinión pública, la tecnología de los estudios de opinión y la de los medios de comunicación masiva, convirtiendo a los encuestadores y a los periodistas y presentadores de espacios noticiosos, no en simples “mensajeros” de la opinión del público, sino en importantes creadores de opinión.

En Venezuela esta tendencia se ha sublimado de manera importante, hay sectores empresariales, medios de comunicación, influencers en las redes sociales, partidos políticos, instituciones (iglesias, universidades, ONG´s, etc.) que se han organizado en frentes muy poderosos para influir y hasta manipular la opinión pública; algunas de estas encuestadoras tienen incluso una fachada y unas figuras que se la pasan opinando sobre la opinión de los venezolanos, analistas políticos les dicen lo que piensan, pero la verdad es que constituyen una parte importante de un “aparato” (en el concepto expresado por el filósofo italiano Giorgio Agamben) construido con el propósito de conducir a la opinión pública por las sendas de un interés predeterminado.

En este sentido, he percibido como uno de estos sectores, en su mayor parte de tendencia socialista, estatista, centralistas, con un claro favoritismo por un estado benefactor y cuyos negocios dependen en su mayor medida de una buena relación con el estado venezolano, es decir, con el chavismo en el poder, están tratando de que las condiciones de una posible transición estén a favor de la tendencia madurista, es más, una de sus posibilidades abiertamente favorece una posible victoria de Maduro en las elecciones y la necesidad que tenemos los venezolanos de oposición de entablar negociaciones con esos supuestos demócratas.

Estas corrientes de opinión que presumen de ser “realistas”, considerando todos los factores dados en el actual clima político, desconociendo la avalancha de popularidad que arropa al liderazgo de María Corina Machado y de su candidato Edmundo Gonzáles Urrutia, y el inmenso deslave que ha sufrido el chavismo y la candidatura de Maduro, pareciera estar preparando el terreno para un posible fraude electoral y la aquiescencia de este grupo con esa alternativa, alimentando de esta manera en el pensamiento colectivo la posibilidad de tener que aguantarnos de nuevo un triunfo irregular de los revolucionarios, insuflando derrotismo e inercia en la opinión pública.

Esta posición política no es nueva ni es la única, el PSUV tiene en su arsenal una serie de empresas encuestadoras y de medios de comunicación que constantemente se encuentran desinformando y manipulando la información para crear desesperanza y miedo en la oposición; es una estrategia que no les ha resultado, aunque insisten en ella, y hay una matriz de opinión, rodando desde hace ya algún tiempo, de que el chavismo es imposible de derrotar, de que sólo cabe esperar que las nuevas generaciones de chavistas, como sucedió con el gomecismo tiempo ha – eso, porque no han sabido leer la historia -, constituyan las nuevas élites de poder y que en algún momento retornen a la democracia con otros actores y sus fortunas mal habidas convenientemente lavadas.

La estrategia que está desarrollando Maduro y su compinche Alex Saab, al frente del organismo que maneja los capitales recuperados de la corrupción y de la ineptitud para la inversión en nuestro país, no es más que un cambio de disfraz para que familiares y socios del madurismo duro, tengan la oportunidad de hacerse parte de las grandes empresas del estado, esta vez convertidos en empresarios chinos, indios, turcos, rusos, vietnamitas…, esto es lo que sabe hacer Alex Saab, crear fachadas y firmas con nombres exóticos, contar en sus juntas directivas algunos nacionales extranjeros con nombres más exóticos aún, pero bajo el control de los revolucionarios criollitos, agazapados en las letras pequeñas de los registros, para poder quedarse con las empresas básicas del estado, como SIDOR, incluyendo petroleras y grandes extensiones de tierras agrícolas productivas. Ellos quieren ser la nueva clase pudiente, y de hecho lo son, sus hijos y nietos, en un movimiento de puertas giratorias, serán los respetables apellidos del mañana.

Las investigaciones de Armando. Info sobre los negocios de Diosdado Cabello en España son una clara señal de esta metamorfosis de empresarios y capitales extranjeros ávidos de hacer negocios en nuestro país, han pisado el acelerador para blanquear capitales, convertirlos en firmas extranjeras y hacer sus compras de lo que todavía puede adquirirse en Venezuela.

Este pensamiento darwinista y sumamente primitivo se conjuga con la creencia de que, en el caso de una derrota incontrovertible del chavismo-madurismo, nos dejen un parlamento chavista en su tuétano, una Corte Suprema llena de fanáticos maduristas y otras instituciones que sobrevivirían a pesar de una derrota electoral, con lo que obligatoriamente tendríamos que volver a la mesa de negociación ya que ni Edmundo ni María Corina podrían adelantar reformas al estado sin pedirle permiso al PSUV.

Esta visión mal intencionada y determinista es falsa, tanto la configuración del parlamento como del TSJ no tienen legitimidad de origen, bastaría probar las irregularidades inconstitucionales surgidas luego de la muerte de Chávez y el ascenso de Maduro al poder, para anular tal pretensión de continuidad para boicotear los esfuerzos del nuevo gobierno por rescatar el orden constitucional; en todo caso, bien harían, para evitarse la vergüenza y el trago amargo de destituciones, que renunciaran al momento de que Maduro dejara el poder.

Solo quería dejar constancia de estos movimientos, más bien, estertores, que se oponen a una realidad que ya no pueden negar, el chavismo, Maduro, el PSUV perdieron no solo legitimidad sino, lo más importante, carecen de apoyo popular y con ello de reconocimiento internacional claves para sustentar la soberanía. Con una realidad construida por apreciaciones de data incompleta y mal interpretada no se puede amañar la realidad real, a menos que nos conformemos con una realidad de plastilina.

 

 

 

 

 

 

 

 

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