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sábado, 19 de diciembre de 2015

Ursula K. Le Guin


“El amanecer llega, no importa si has puesto el despertador o no” esta es uno de los dichos más famosos de una de las escritoras de mayor talento en Norteamérica, reconocida mundialmente por sus obras de ciencia ficción y fantasía, es una frase maravillosa, sencilla, de múltiples implicaciones y cargada de una metafísica propia de creadores de mundos.
Algún día, más temprano que tarde, la critica mundial tendrá que rendirle honores a Úrsula K Le Guin por ser una de las pioneras en las historias de niños y adolecentes confrontados con la magia.
Ese mundo que hizo archifamosa a JK Rowling con su saga de Harry Potter, tiene una abuela tan o más fantasiosa que Rowling, y que 30 años antes, escribió Un mago de tierramar (1968), la primera entrega del cuarteto de Tierramar (Las historias de Earthsea), que se inicia cuando el joven Sparrowhawk es enviado a una escuela de brujos en un lejano archipiélago.
El ciclo de historias de Tierramar y el de los Ekumen son las dos grandes vertientes de las historias de Úrsula, la primera es fantasía, con dragones y brujos, la segunda es ciencia ficción… Úrsula tiene una obra de historias de fantasía para niños realmente envidiable, en tirajes que se agotan cada año, y que hoy en día, son libros continuamente solicitados para los más jóvenes de la familia, esta prodigiosa cuentacuentos norteamericana es también una de las mujeres que mejor ciencia ficción escribe en el mundo.
Hace un poco más de veinte años, cuando terminé de leer la novela, galardonada con los premios Hugo y Nébula, La mano izquierda de la oscuridad (1969) cambió mi manera de ver al sexo, siempre considerando la cuestión de ¿Qué sucedería si cada seis meses cambiáramos de sexo? Si un día nos fuéramos a la cama siendo hombres y despertáramos siendo mujeres… como de cierta manera les sucedía a los habitantes del congelado planeta Gethen, los Gethenianos, que eran padres y con amantes esposas pero también eran madres y con cariñosos esposos, una sociedad cuyo grito de mayor felicidad era “El Rey está preñado”, esta historia de Úrsula sacudió en sus convicciones a más de uno en su época y adelantó la discusión sobre los géneros y la sexualidad humana.
Esta californiana nacida en 1929 es hija del primer antropólogo titulado con un doctorado en USA y fundador de los estudios de antropología en ese país, el distinguido Alfred Kroeber, su madre fue una estudiosa de las culturas nativas norteamericanas, y cuenta Úrsula que de pequeña, alrededor de las fogatas, escuchaba a sus “tíos” aborígenes contarle sus hermosas historias y su terrible destino.
De estas vivencias parten muchos de sus relatos y gran parte de sus elegantes y catastróficas distopías, entre ellas el clásico Los desposeídos (1974), que repitió la hazaña de ganar los premios Hugo y Nébula a la mejor novela de ciencia ficción, se trata de una historia de dos planetas Anarres y Urras que tienen mucho que ver con la manera de pensar del socialismo del siglo XXI y el conflicto que plantea, una historia de imperialismo y guerra, de explotación de recursos naturales, de mucha política y tecnología, Úrsula lo subtituló Una utopía ambigua, muy bien escrito y entretenido.
El trabajo de Úrsula, es de los pocos que no han sido llevados a la pantalla como se lo merece, tuvo dos desastrosas experiencias, la miniseries Leyendas de Tierramar  (2004) producida por el Sci Fi Channel, no le permitieron participación en el proceso de producción y se tomaron demasiadas libertades con la historia original resultando en un rotundo fracaso, algo parecido le sucedió, pero esta vez en Japón, con Historias de Tierramar de los estudios Ghibli en 2005, un película de dibujos animados. Pero no hay desanimo, se rumora que los estudios Zoetrope de Francis Ford Coppola, adquirieron los derechos para la producción de la película La mano izquierda de la oscuridad, esperamos de verdad que corra con mejor suerte.
Feminista, taoísta, políglota, anarquista, esta mujer de múltiples talentos ha mantenido un contacto permanente con su público, no solo io dpor mede sus obras, sino por su particular talento como conferencista y docente.
Para aquellos que se inician en el arte de la escritura les recomiendo sus trabajos publicados en su página web, donde generosamente discute y da luces para la construcción de fabulosas historias, discurre sobre estilos, técnicas y da algunos trucos muy útiles al momento de enfrentar la página en blanco, su conocimiento de cómo hacer literatura infantil y para adolecentes es sencillamente enciclopédico, en muchas de sus entrevistas deja entrever un ojo clínico para observaciones antropológicas y sociológicas sobre aspectos ocultos o solapados de nuestra cultura.
Traductora insigne y comentarista de la obra poética de la escritora chilena Gabriela Mistral y de la escritora de literatura fantástica argentina Angélica Godorischer, de quien tradujo al inglés esa monumental historia  Kalpa Imperial, quizás el libro de fantasía más premiado en Latinoamérica. Tiene un magnífico estudio sobre el Tao Te Ching de Lao Tze, su propia obra poética es deslumbrante y destaca como crítico literario.
Uno de los aspectos más notables de la vida de Úrsula es su militante actitud pro-feminista, pro-derechos de la mujer, en cada oportunidad que se le presenta plantea el tema del eterno femenino, que lo tiene bien fundado en su relación con los pueblos nativos de su tierra y su cosmogonía.
Uno de los discursos más bellos y duros que he leído sobre el tema fue el que dio en la Universidad de Bryn Mawr a las muchachas que se graduaron el año de 1986 (lo pueden conseguir en internet), toda una pieza de subversión, y un análisis del lenguaje como elemento de poder, allí recurre a un poema de Joy Harjo, una representante de la Nación Creek, el poema se llama La cobija a su alrededor, y retrata muy bien lo que Ursula refleja en sus obras, dice así:
Quizás fue su nacimiento
que lo tiene muy cerca de sí
o su muerte
que es igual de inseparable
y el viento blanco
que la rodea también es parte
así como
el cielo azul
colgando en una turquesa de su cuello
oh mujer
recuerda quien eres
mujer
es toda la tierra.

A Ursula K. Le Guin, mi admiración y aprecio por sus muchos regalos.

saulgodoy@gmail.com




martes, 24 de noviembre de 2015

Ser venezolano


Hay un mito del ser venezolano que inmediatamente contamina cualquier percepción que se haga en la búsqueda de la identidad, o se trate de definir una manera de actuar, pensar o simplemente vegetar en estos parajes que llamamos Venezuela. Ese mito lo conforma, por una parte, una construcción histórico y social sostenida principalmente por unos testimonios y una documentación, anclados en la tradición, que nos asegura que tuvimos un pasado reciente, cuando menos; y por otro lado, la leyenda dorada que asegura que pertenecemos a una raza cósmica que, como los gatos, no importa la altura del salto que se dé, siempre caemos parados.
En lo personal, no creo que exista una descriptiva ontológica del venezolano, principalmente porque no hay un ente colectivo venezolano; si existió, entonces, se trató de una impronta muy frágil que ya ha sido destruida por el castrochavismo, que nos ha gobernado en los últimos 16 años, y que no ha dejado piedra sobre piedra de ese mito.
Para que un mito colectivo sea exitoso, es decir, para que permanezca en el tiempo y sea considerado importante para la gente que lo comparte, lo mínimo que se debe hacer es retratar en grupo a toda esa sociedad, asignándoles algunos atributos comunes; la actual Venezuela que conozco está profundamente dividida por una serie de creencias de clases, razas, cultura y opiniones, algunas tan opuestas, que me parece un verdadero milagro que puedan convivir juntas. La otra cuestión es que, si ese mito realmente existiera, deberíamos estar a la altura del mismo, no solo recrearlo, tenerlo como modelo y profesarlo en la acción y voluntad del pueblo, sino mostrar con orgullo sus logros.
El castrochavismo rompió con ese mito que, en lo que a mí concierne, nunca nos perteneció.
Y lo digo, no porque hayamos estado en concordancia con sus valores y principios, sino que simplemente nos importó un “carajo” si estábamos o no a su altura, ni lo valoramos, ni lo hicimos nuestro, se trataba de una pertenencia automática, no se necesitaba hacer esfuerzo alguno, no se aspiraba siquiera a una construcción personal alrededor del mito… Y es allí, justamente, en esa posibilidad de descubrirnos sin mitos, sin caretas, sin compromisos con la historia, justamente una de las características de ser venezolano, nuestra disposición a adaptarnos a lo que venga y como vaya viniendo, sin pagar esas tremendas responsabilidades de orgullos y frustraciones que otros pueblos sí tienen con su pasado, con la historia y con su porvenir.
El que nuestra sociedad haya soportado con un mínimo de resistencia que un grupo de disociados y dementes nos gobernara de la manera que lo han hecho los chavistas, que nosotros mismos como sociedad los hayamos puesto allí para que nos atormentaran y casi exterminaran, como lo han hecho, en nombre de los más bajos ideales humanos (expresados, no en lo que decían, sino en lo que hacían), tratándonos de la manera más grosera y miserable, violando nuestros más sagrados derechos y agrediendo como lo hicieron nuestra tranquilidad e integridad como personas, demuestra, o que somos unos grandes ignorantes y abúlicos, o que somos una gente bien rara, que podemos soportar el abuso auto infligido, y tener la resiliencia de recuperarnos  e ir por otra cosa.
Aunque tenemos una historia muy rica en sucesos y personajes, envidia de otros pueblos, contamos con historiadores insignes, con escritores y artistas de muy fina tesitura, tenemos la fortuna de haber cultivado una intelectualidad avand garde, multicultural, internacional, mundana y simpaticona… nada de esto, aparentemente, ha tenido la menor importancia a la hora de enfrentarnos a nuestros demonios, que aparentemente llevamos a cuestas y son legión, y son estos demonios los que finalmente deciden nuestro avatar.
Pero como dije, esta vocación por la improvisación y una muy peligrosa tendencia a dejar que las cosas sucedan ante nuestros ojos sin levantar un dedo, haciendo el mínimo esfuerzo posible para resolver nuestros asuntos y esperando siempre por el Deus ex machina, nos ha colocado ya no una, sino mil veces al punto de la extinción como pueblo y nación.
O somos favoritos de la providencia, o nuestra piel es dura para eso de dejar de existir.
Lo que sí les puedo decir, con toda seguridad, es que somos sobrevivientes natos, no importa el tamaño de la catástrofe natural o política que se cierna sobre nosotros, siempre encontramos la manera de volvernos a poner de pie y continuar como si nada, principalmente porque tenemos la memoria más corta del mundo entero, que debe ser una nueva destreza evolutiva que los venezolanos hemos adquirido, carecemos de memoria a largo, mediano y corto plazo, sólo vivimos en la inmediatez, en el ahora, olvídense de toda la metafísica heiddegueriana sobre los horizontes ontológicos, el nuestro acaba donde termina nuestra nariz.
No nos podemos medir por figuras como Bolívar o Miranda, ni siquiera por intelectuales como Bello o Gallegos, mucho menos por políticos como Betancourt o científicos como el doctor Fernández Morán, nuestros grandes hombres aparecen y desaparecen como por acto de magia, igual que los malos malosos, los asesinos y los dictadores… ninguno es medida para nuestra naturaleza intercambiable, tránsfuga, adaptable, indiferente ante los partos del cosmos.
Siempre he creído que los venezolanos estamos en el planeta tierra porque somos portadores de una buena nueva o vamos a ser testigos de algo sin precedentes; el asunto es que nadie sabe qué es, pero, igual, esa impresión de que tenemos una misión en la vida, que sobrepasa con creces nuestra naturaleza de dejarnos llevar por los acontecimientos sin resistencia alguna, justifica de alguna manera que estemos ocupando espacio en este sobrepoblado condominio, en uno de los lugares más bellos y ricos del orbe.
¿Quiénes somos los venezolanos? Creo que nadie lo sabe con certeza, nacemos con el complejo con que nacen todos los latinoamericanos, que somos de la periferia, dependientes, explotados y que queremos ser liberados, no somos de occidente ni de ningún otro lado, pero fuimos conquistados y nos impusieron una cultura que no era la nuestra.
Por otro lado, somos una sociedad compuesta de emigrantes; Venezuela estuvo expuesta, desde sus comienzos, a un flujo migratorio intenso, si hay un mortero donde las razas han sido mezcladas y la genética humana sometida a interesantes experimentos ha sido en esta tierra, donde el clima ha actuado sobre la libido y la libido sobre nuestro genoma.
Pienso, al igual que el desaparecido político e intelectual Enrique Tejera París, que Venezuela ha cultivado no ya una élite intelectual, sino un importante sector de la clase media y baja, de la clase trabajadora, pródiga en conocimientos y oficios de alta calificación, que fue educada en los años anteriores al chavismo y que constituye un importante recurso al momento de rescatar el país, ya que se encuentra en el pico de sus capacidades productivas; si bien es cierto muchos han emigrado, está por verse si, logradas las condiciones mínimas para la reconstrucción del país, podamos contar con ellos.
A los venezolanos nos caracteriza la inmadurez, que se refleja en la improvisación, en estar siempre inventando recursos para salir del trance, de ese “si me dejan hablar no me fusilan”, de estar a cada instante exponiéndonos a situaciones previsiblemente peligrosas o comprometedoras, como si estuviéramos tentando continuamente nuestra buena suerte, aquí le decimos “tirándonos la parada”.
Disfrutamos del complejo de Annie la huerfanita, nos gusta vivir en el lujo y la seguridad de la mansión pero somos malagradecidos con sus dueños; lo que queremos es reparaciones, que nos devuelvan el oro de Moctezuma y la plata del Potosí; creemos que los demás son ricos y nosotros pobres porque nos robaron, vivimos del resentimiento y de los orgullos nacionales que, en el fondo, son la ilusión de que volveremos a ser indios, nativos, aborígenes originarios, tribus bailando contentos alrededor de la fogata ancestral.
Nos la pasamos mirándonos el ombligo y creyendo que todo gira a nuestro alrededor; queremos ser un país potencia sin poner el empeño en ello, queremos ser buenos y solidarios quizás sea la razón por la que suframos de ese atavismo llamado socialismo, deseamos que nos quieran… y por no saber decir no, amanecemos todos los días con resaca y sintiéndonos culpables porque de seguro hicimos algo terrible la noche anterior, de lo cual ya no tenemos memoria; pero he allí nuestro tesoro, al segundo nos olvidamos y estamos de nuevo en nuestro papel preferido, mirar los toros desde la barrera, sin comprometernos, sin mucho sacrificio, con el menor trabajo posible.
Bajo estas circunstancias es imposible planificar, el futuro se nos presenta apenas como una evocación de algo que nos gustaría vivir, pero igual que hacemos con los controles de nuestros televisores, nos gusta el zapping, cambiar de canales constantemente sin fijar la atención en ninguno.
Cuando alguien empieza hablarme de historia de mi país, para explicarme de donde vengo, lo que hago es reírme; después de lo que permitimos que el castrochavismo hiciera con el bolivarianismo, ya nada me conmueve… si algo les agradezco a estos toscos chavistas, es haberme hecho ver que la historia es ideología, nada más.
¿Tenemos un vínculo con esta tierra? Me lo he preguntado un millón de veces, como somos tan sentimentales y sensibleros se nos aguan los ojos recordando en el extranjero una puesta de sol en la playa, el sabor de una empanada o el aroma de un buen café, pero en realidad y luego de ver nuestra diáspora y la facilidad que tenemos de asimilarnos a cualquier cultura, por más exótica que ésa sea, creo que no hay más lazos que los circunstanciales, no compartimos ese apego a la tierra de los ancestros, y a los camposantos donde yacen enterrados sus huesos, que en otras sociedades son tan valorado.
Nuestra nacionalidad es toda una puesta en escena, son desfiles militares o de mises, es la pompa de un acto oficial, los discursos de patriotas valientes sobreponiéndose a los ejércitos imperiales, la aventura de cruzar ríos y montañas para darle la libertad a los oprimidos… se trata de manifestaciones tan increíbles y fantásticas que no hay manera en que pueda relacionarme con ellas, pareciera que mi pasado pertenece a un suplemento, a un comic de los superhéroes de Marvel.
La vida del venezolano transcurre como un reality show, llena de situaciones inconexas, de gaffes y pantallas que anuncian el aplauso del público, hasta publicidad y música incidental llena nuestras vidas, hasta que nos da un tate’quieto, y es entonces que empezamos a cuestionarnos, ¿Qué tipo de sociedad estamos construyendo? ¿Es verdaderamente lo que estamos viviendo lo que deseamos?  Lamentablemente, ese renacer de una consciencia llega muy tarde y nos tortura en nuestros últimos días.
Uno de los aspectos que menos me gusta de los venezolanos es nuestra poca generosidad con quienes entregan sus vidas al engrandecimiento del país y el gentilicio de la nación, quienes llegan al final de sus vidas rodeados de riquezas y con un alto reconocimiento son por los general los que han abusado de sus cargos, los “vivos” que se han sabido vender, pero los artistas, deportistas, docentes, constructores de oficios y saberes, sabios y hasta héroes de la patria que lo entregaron todo por Venezuela por lo general terminan en medio de la pobreza y la miseria, relegados al olvido, exilados, ignorados, nuestra historia está llena de este gesto despiadado, por lo general la patria mal paga a quien se entrega a ella, sería algo que me gustaría cambiar.
Si los venezolanos nos permitiéramos un momento de introspección, una pausa en nuestra ajetreada vida por la subsistencia, estoy seguro de que caeríamos en cuenta de la vaciedad en la que estamos sumidos… y, creo, haríamos algo por darle sentido a nuestra existencia.
Pero hay algo que me da esperanza y que sí creo nos podría dar finalmente la estabilidad que necesitamos para alcanzar una razón de vida, y ese algo, o mejor dicho, alguien, es la mujer venezolana, pero no toda mujer (las hay rutilantemente superficiales y algunas, definitivamente perversas), me refiero a las que se comprometen con su maternidad, con su prole, con sus hombres (cuando son veraces), con su tierra y su pasado, son las que reciben a diario el golpe de realidad y saben enfrentarla sin perder la cabeza, las que deciden permanentemente un futuro para los suyos llueve, truene o relampaguee, las que tienen la vocación irrevocable de la sobrevivencia y no pueden permitirse distracciones ni caer en artificios, hablo de millones de heroínas anónimas que no se doblegan ante las adversidades… no me cabe la menor duda, son nuestras mujeres las que han llevado y llevan el país a cuestas, y son la razón de vida de nuestras azarosas existencias. A ellas, mis respetos y cariño.    -  saulgodoy@gmail.com









miércoles, 2 de septiembre de 2015

La Metablética de Van den Berg


Me enteré de la vida y obra de este extraordinario hombre por un número especial de la publicación Janus Head, dirigida a los estudios interdisciplinarios en literatura, filosofía continental, psicología fenomenológica y las artes, dedicado a la labor de este médico holandés que ha escrito cerca de 40 obras sobre los más diversos temas, siempre desde la óptica de su más grande hallazgo, la Metablética, o la psicología de los cambios históricos, tema que le ha valido ser el escritor más publicado de los Países Bajos. 

Sus ideas han influenciado el estudio de la cultura, la historia, la física, las matemáticas, la antropología médica y, por supuesto, la psiquiatría donde se ha distinguido por ser precursor de la fenomenología aplicada a la psiquiatría, y que según la opinión de algunos críticos, está considerado como el aporte más importante a esta disciplina desde la introducción del psicoanálisis en tiempos de Freud. 
Jan Hendrik van den Berg cuenta en una entrevista a Robert Romanyshyn, que cuando tenía 22 años fue a visitar a un profesor a su oficina y, mientras lo esperaba, hojeó un libro, Historia de la Biología de Adolf Meyer, donde hacía la conexión entre el descubrimiento de la circulación en el cuerpo humano y el movimiento artístico del Barroco.
Aquella extraordinaria relación de un descubrimiento científico y la manera como se desarrollaron las artes y hasta un estilo de vida, que marcaron varios lustros de civilización, lo conmocionaron.
En uno de sus libros, A Different Existence, Van den Berg cuenta este sencillo relato: una persona espera para la cena a un amigo, quien tiene que cancelar la visita de improviso; la mesa servida y la botella de vino cercana a la chimenea producen en el anfitrión frustrado, un poderoso sentimiento de soledad en aquella noche.
Es un ejemplo de cómo las cosas y el mundo reflejan nuestra subjetividad, nuestro mundo interior, de cómo los más simples objetos se cargan de significación para nosotros. El mundo que nos rodea tienen una sintaxis muy especial, somos nosotros quienes le asignamos valores y relaciones.
En otro de sus libros, La Cambiante Naturaleza del Hombre, Van den Berg narra un pasaje de las memorias del artista francés Jean Cocteau, quien regresando a la casa donde pasó su niñez camina al lado de una pared, tocándola con los dedos a la altura que debió hacerlo cuando era un pequeño chaval, de pronto sintió el milagro de su pasado recobrado.
Esta explosión de memorias ¿estaba en la pared? ¿En su cerebro, esperando ese contacto para que renacieran?  Lo que nos trata de decir es que el mundo tiene diferentes estructuras, muchas de ellas guardadas profundamente dentro de nosotros y que necesitan de ese contacto con el mundo para liberarlas de nuevo.
Y sucede con nuestra sensualidad, con nuestras experiencias estéticas y hasta místicas, las cosas en el mundo son guardianes de nuestros sentimientos, es por ello que la poesía tiene un gran valor para este extraordinario psiquiatra.
Dice Van den Berg: “Todas las personas que padecen enfermedades mentales también son humanos.  La única diferencia entre los sanos y los enfermos es que sus proyecciones, conversiones, transferencias y distorsiones de la memoria no son conspicuas en la persona saludable pero si lo son en la persona enferma mentalmente. La razón de esto es que la persona sana descubrirá en los otros seres humanos saludables su mismo ser, o más o menos las mismas conversiones, proyecciones, transferencias y distorsiones de la memoria que él mismo tiene, en cambio la persona enferma mentalmente, se sentirá sola con sus mecanismos mentales”
Para este psiquiatra sus pacientes son representaciones de lo que está sucediendo en una sociedad en período en particular, son personas que están dentro y son del mundo, la mayoría de las neurosis no ocurren en la persona, encerradas en su subjetividad, más bien esa persona se enferma debido a cosas que ocurren fuera de él.
La psicoterapia que aplica Van den Berg no se enfoca en un inalcanzable mundo interior, al contrario, se concentra en entender esa muy distintiva manera de ser-en-el-mundo, como se relaciona con el “otro” y de las cosas que le preocupan hoy que puedan suceder mañana, el alma de las personas no habitan en el interior, están conectadas al mundo, y la experiencia de la vida humana está en constante cambio, vivimos en pluralidad y en multiplicidad.
La mirada humana hacia el mundo no es virginal y prístina, es imposible mirar al mundo sin que agreguemos nuestros conceptos e imaginación previamente, es decir sin que lo pintemos de nuestra cultura.
 Me impresionó su referencia a E.E. Cummings, uno de mis poetas favoritos, decía Cummings que no conocemos la primavera porque "un desgraciado tuerto" ha inventado un instrumento para medirla; no, la conocemos "porque quizás/ nos comemos las flores sin sentir miedo". 
De eso trata la fenomenología, de regresar continuamente al mundo y redescubrirlo, cada mañana que nos despertamos es una epifanía, un mundo nuevo por descubrir llenándolo de nosotros, compartiéndolo con quienes nos importan.
Pero volviendo a la tesis fundamental de Van den Berg, la psicología tradicional nos presentaba a un hombre inmutable, las generaciones del pasado son tomadas como variaciones de un mismo tema, cuando estudiamos la historia nos encontramos con hechos registrados, con monumentos y objetos que fueron usados por estos hombres y mujeres que vivieron años y siglos anteriores a nuestro tiempo.
La psicología histórica trata de estudiar la vida interna de estas personas reflejadas en el tipo de vida que llevaban, en las cosas que usaban, en la manera como construían sus casas, en el arte que desarrollaron, en cómo enterraban a sus muertos y reverenciaban a sus dioses, como bien nos recuerda el profesor R. Romanyshyn en su extraordinario ensayo, Viajando con Van den Berg: "El aspecto más arriesgado y singular de la Metablética de Van den Berg es, esta insistencia sobre la interconexión entre el cambiante carácter de la vida psicológica y el carácter cambiante del mundo. La vida psicológica y el mundo son dos caras de la misma moneda. Cuando la vida psicológica cambia, el mundo cambia". 
Y es interesante su observación de cómo, en la pintura clásica europea, los ángeles en el cielo empiezan a desaparecer a medida que la historia se aleja de la Edad Media y entra en la modernidad.
Van den Berg es mucho más rico e interesante que lo que estas breves líneas pudieran haber bosquejado, lamentablemente muy poco de su obra está traducida al castellano, la Metablética no existe como palabra en nuestro idioma, pero vale la pena investigar a un pensador que plantea que las revoluciones que sacudieron al mundo tienen su génesis en descubrimientos, como el del doctor William Harvey, que en el siglo XVII determinó que era el corazón, la bomba que impulsaba la sangre en nuestras venas, este descubrimiento de la circulación sanguínea en el ser humano fue la razón profunda para que se iniciaran los grandes viajes de circunnavegación por el mundo. –
saulgodoy@gmail.com