Cuando nacimos ya existía el Estado, un ente omnipresente
y poderoso que no solo se ocupaba de mantener en buenas condiciones las calles
y avenidas, en recoger la basura, en pagarle a los policías, sostener un ejército
supuestamente para defendernos de los enemigos, en mantener los servicios de
puertos y aeropuertos, también se encargaba de administrar los hospitales, las
escuelas públicas, las universidades, los mercados, los tribunales… y en
nuestro caso, dueño de la industria petrolera, que era y sigue siendo nuestra
gallina de los huevos de oro.
El Estado se inmiscuye en gran parte de nuestra vidas,
nos proporciona los documentos para una identidad, registra nuestras
transacciones, titula nuestra propiedad, regulariza nuestras relaciones
sociales, administra la justicia, hace las leyes, nos da trabajo, imprime el
dinero, nos cobra los impuestos, nos permite viajar o no, nos quita la
libertad, nos inhabilita de nuestros derechos y hasta nos puede declarar
incapaces y dementes.
El Estado es manejado por unas personas que se llaman
funcionarios públicos, los cuales algunos son elegidos por medio de nuestro
voto, otros nombrados por los que ganan las elecciones, pero al final,
justifican su existencia bajo el argumento de que están allí, en sus cargos,
manejando el poder de la coerción y las leyes, para nuestro bienestar, para
servirnos.
Desde que nuestros ojos vieron la luz, el Estado ha
estado allí, funcionando de acuerdo a unas normas que lo regulan y condiciona su
relación con nosotros los ciudadanos, esas normas están contenidas en una
especie de pacto social que se llama Constitución, la Carta Magna, y supuestamente era la forma
que habíamos escogidos todos los ciudadanos, de cómo iba a funcionar nuestra
sociedad convertido en nación. Para acceder al Estado y ejercer ese gran poder
sobre el resto de los ciudadanos, había que competir en unas elecciones que el
mismo Estado organizaba, quienes quería ocupar esos cargos públicos debían,
entre otras fórmulas, constituirse en partidos políticos, unas organizaciones
cuyo fin fundamental es ganar elecciones y hacerse con el poder, supuestamente
se tratan de hombres y mujeres con una supuesta vocación de servicio público,
preparados para ejercer los cargos para los que compiten, que están dispuestos
a cumplir con la constitución y hacerla respetar, cuyo máximo interés es el
bien común.
Nuestra carta magna dice que el Estado es democrático,
pluralista y que su acción se desenvuelve en un marco de libertades, entre las
que destacaba la libertad de opinión e información, el respeto por la propiedad
privada, el libre desenvolvimiento del individuo en cuanto a escoger la
educación para nuestros hijos, la actividad de industria o comercio en la que
trabajaríamos y libertad para nuestras creencias y prácticas religiosas.
Por supuesto, no todo se cumple idealmente, por un lado
se encuentra los textos de la ley y por otro marcha la realidad del país, y con
la revolución del socialismo del siglo XXI la brecha entre ambos mundos ya ni
se tocan, cada uno anda por su lado, se cometen injusticias, se profundizan las
grandes diferencias sociales, se abusaba del poder, la corrupción y la impunidad
florecieron, se hacen trampas en los procesos electorales, y el Estado, al ser
dueño de la principal riqueza del país fue concentrando poder y abarcando cada
vez más dominio e injerencia sobre la vida de los ciudadanos.
Muy pocos se cuestionaron la naturaleza y el porqué del
Estado, mientras permitiera que los venezolanos tuvieran sus propias vidas, no
tuvieron problemas con el Estado, lo veíamos como un mal necesario y siempre
teníamos la esperanza de que un próximo gobierno pudiera hacerlo mejor que el
actual.
Pero entonces los “revolucionarios”, bajo el supuesto de
que la mayoría de los venezolanos queríamos un cambio, se embarcaron en la
tarea de transformarnos literalmente la vida.
Empezaron por reescribir la constitución por medio de una
constituyente, haciéndola mas “social” que individualista, haciendo privar los
intereses colectivos por encima de los particulares, dándole mucho más poder a
un funcionario público, el Presidente, del que la prudencia aconsejaba, para
conducir la vida del país.
No contentos con esto, se dedicaron con ahínco a que el
Estado se convirtiera en un ente interventor en espacios que antes estaban
fuera de su jurisdicción, regularon lo que era nuestro libre derecho de elección,
no solo en la actividad económica, sino en cómo gastábamos nuestros ingresos,
controló todos los precios de los bienes y servicios que podíamos adquirir,
implantó un control de cambios que nos negó al libre acceso a las divisas, nos
reguló la manera de manejar nuestras propiedades, las industrias y comercios,
nos exigió nuevos impuestos y quiso hasta obligarnos a cómo educar nuestros
hijos.
Para colmo de males, quieren implantar el socialismo como
ideología única, obligándonos a los ciudadanos a contribuir compulsivamente a
los fines del Estado y no al revés, de esta manera vimos como un grupo de
personas se adueñaba del Estado y lo utilizaba para sus fines, que nada tenía
que ver con lo que los ciudadanos querían.
Hicieron del Estado una organización odiosa, hostil,
violenta, ineficiente, ladrona y perversa que buscaba explotarnos y obligarnos
a servirles bajo la excusa de la Justicia Social y la lucha contra la pobreza.
No contentos con esto, pretenden que los fondos públicos
sean usados para promover sus intereses, para mantener sus partidos políticos
socialistas y únicos, dándole dinero a un solo grupo social para perpetuar a un
hombre en el poder y para que un grupito se enriquezca con nuestra aquiescencia.
Esta situación nos ha hecho repensar el papel del Estado,
incluso cuestionarnos si el Estado es realmente necesario; confrontamos una
tiranía disfrazada de democracia, a un grupo del crimen organizado que ha hecho
del Estado su forma de vida.
Ahora tenemos a un Presidente extranjero que llegó al
poder por medio del fraude, que actúa de manera criminal, violando la
Constitución, utilizando la fuerza pública para lograr sus propósitos personales,
enviando a prisión a nuestros líderes políticos por medio de procesos
judiciales ficticios, tenemos un hombre, cuyo nombre es Nicolás Maduro, un
funcionario público de escasísima cultura y preparación, violento, grosero,
traidor a la patria quien es mantenido en el poder por la colaboración criminal
del presidente cubano Raúl Castro y la complicidad de nuestras fuerzas armadas.
Igualmente contamos con Gobernadores y Alcaldes socios de
la guerrilla, a funcionarios importantes como el presidente de la Asamblea
Nacional y otros que se ocupan de la
seguridad ciudadana incursos en delitos internacionales, a unos Ministros
acusado de exterminios masivos, a magistrados del tribunal supremo asociados a
fraudes electorales.
Todos esos funcionarios del chavismo que debería estar
detrás de las rejas, respondiendo por sus actos en los tribunales de justicia,
son ahora, quienes nos mal gobiernan, los que están desahuciando al país,
arruinándole la vida a todos los venezolanos.
¿Puede esta
situación mantenerse indefinidamente?... ellos creen que sí, y para ello nos recuerdan
a cada momento que tienen las armas y que las van a usar en nuestra contra si
intentamos detener “su revolución”, se creen los únicos garantes de esta
precaria paz con sangre, y porque tienen intervenido todo el aparato electoral
del país, piensan que en democracia, nada ni nadie podrá tocarlos y seguirán
parasitando del país.
En el campo de la oposición, la actitud no es muy
diferente, nos aseguran y juran que ellos si son honestos y que harán del
Estado un árbitro de la mentada Justicia Social, pero en el fondo su interés es
el mismo, controlar el Estado, nadie habla de organizarnos de otra manera, de
reducir al Leviatán y sacudirnos la tiranía de la burocracia oficial.
¿Qué fue lo que le sucedió a nuestro país? ¿Cómo es
posible que un estado degenerara en esta condición de cleptocracia (gobierno de
ladrones)?
En mi opinión son dos los fallos fundamentales, uno
conceptual, el modelo de estado que escogimos no fue el mejor, puede que en
papel sea una maravilla y que todo el mundo piense que basta con que políticos
honestos se encarguen de la gestión, para que todo cambie, lamento informarles
que eso no es así, nuestro modelo de estado es centralista, interventor,
presidencialista, socialista, paternalista (machista), benefactor, militarista,
historicista e idiotamente democrático, porque hay muchas maneras de ser
democráticos, a nosotros nos gusta la manera idiota de ser democráticos, es
decir una tumultuosa y popular orgía de popularidad y derechos hasta para con
los enemigos de la democracia, es un traje a la medida para el caos y la
miseria.
El otro factor es el humano, somos demasiado
sentimentales y pasionales para tomar las decisiones correctas en el momento
oportuno, como se dice ahora, no tenemos inteligencia emocional y la
inteligencia formal, la que se basa en conocimiento, disciplina y racionalidad,
está relegada a una ínfima minoría, de la cual unos cuantos decidieron salir
del país, otros tienen miedo de ejercerla y los que sí dicen algo por defender
la civilización, los llamamos “radicales”.
Bajo esta perspectiva y mientras no nos pongamos de
acuerdo en el modelo correcto de estado para nuestro pueblo, vamos a seguir
padeciendo el yugo de los más violentos y “vivos”. – saulgodoy@gmail.com
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