Hay una anécdota que recoge someramente el director de cine, Oliver Stone, en su película sobre la Crisis de los Misiles en Cuba durante la presidencia de John F. Kennedy, en la primavera de 1962, donde menciona que el mandatario había leído el libro Los Cañones de Agosto, de la historiadora Bárbara Tuchman (1912-1989), lectura que discutió con sus colaboradores y sobre la que planificó su estrategia de permitirle a Rusia suficiente espacio de maniobra para que desactivara sus amenazas en contra de los EEUU y evitar la guerra.
La
historia es interesante ya que el libro de esta mujer, un ama de casa de New
York, una desconocida historiadora, que se enfocaba en las causas de la Primera
Guerra Mundial de 1914, le dio al presidente norteamericano los argumentos y el
marco estratégico para seguir en su empeño de negociar, hasta el último momento,
y desactivar, por medios pacíficos, la posibilidad cierta de una guerra
nuclear.
Tuchman
había llevado a cabo una extensa investigación en las mejores bibliotecas a su
alcance, mientras criaba a sus hijos, sobre los porqué de aquella guerra que
devastó a Europa; de hecho, fue el inicio de un brillante esfuerzo por
comprender cómo los hombres, las sociedades y los gobiernos se organizan y
preparan el terreno para satisfacer esa locura belicista, locura que, si era
bien comprendida y estudiada, ella creía, se podría encontrar maneras de
evitarla.
Con
esto, Bárbara Tuchman se convirtió en una de las historiadoras de la guerra más
estudiadas del mundo, no hay academia militar que se respete donde sus libros
no sean discutidos al detalle, ha recibido los más altos honores que una civil
puede obtener del estamento militar; tampoco hay escuela de diplomacia que no
investigue sus obras, ensayos y discursos, como el que pronunció en 1972, como
invitada especial en el Colegio de Guerra del Ejercito de los EEUU, sobre el
generalato, uno de los ensayos más lucidos que he leído sobre liderazgo militar.
Uno
de sus últimos trabajos, Stillwell and
the American Experience in China 1911-1945, una rigurosa investigación sobre
la vida y obra de uno de los Generales más oscuros e importantes que tuvo los
EEUU operando a favor del Generalísimo Chiang Kai-Shek, durante la ocupación
japonesa en China, en la ciudad de Chongqing, convertida en la capital de la
resistencia durante la guerra.
La historiadora Barbara Tuchman |
El
General Stillwell fue el consejero de guerra del Generalísimo y en varias ocasiones
fue la máxima autoridad militar del ejército nacional chino, que defendió a Chongqing
de los ataques japoneses, convertido en una pieza clave de las relaciones
USA-China como símbolo de buena voluntad y amistad.
Barbara
Tuchman tiene otros libros importantes, La
Biblia y la Espada, El Telegrama
Zimmermann, Un espejo Distante, La Marcha de la Locura… pero creo que Los Cañones de Agosto es su obra más
insigne, la que le valió el Premio Pulitzer en 1963 y la puso en la lista de
los libros más vendidos según el New York
Times.
Barbara
Tuchman nació en New York en cuna de oro; su padre era el banquero Maurice
Wertheim, fue la nieta de Henry
Morgenthau,
igualmente banquero exitoso y embajador de los EEUU ante el Imperio Otomano
durante el gobierno de Woodrow
Wilson. Se graduó en literatura e historia, fue
periodista y, durante su juventud, corresponsal en varias regiones del mundo. Se
casó con el Dr. Lester R. Tuchman, internista del Mount Sinai, parte del equipo
investigador y docente de esa institución, que desarrolló el examen que
diagnostica la enfermedad de Gaucher.
Buena
parte de Los Cañones de Agosto fue escrito en la Biblioteca Pública de New York
y su versión final en la casa de campo de la familia en Connecticut.
El
libro retrata con crudeza e inteligencia una trama de relaciones políticas y
militares que se había tejido en la Europa de las monarquías, en medio de un
pujante florecer del industrialismo y el comercio, afectados sus pueblos por
desconfianzas y temores, muchos de ellos imaginarios, unos pocos reales…
esperando el momento propicio para desatar el caos.
Para
quienes les gusta la historia bien contada, este libro no tiene desperdicio;
pero lo traigo a colación por un particular episodio que quiero compartir con
ustedes y fue la gesta que Bélgica, un pequeño país que surgió entre dos
grandes potencias y patrocinado por otra, prácticamente creada en el mapa
europeo a manera de contención entre apetitos de conquistas y poder.
El
territorio belga había sido el campo de batalla de muchos intereses e imperios,
desde César con sus legiones, los ejércitos de Luis XI de Francia, los
españoles, Napoleón contra Wellington en Waterloo… luego del levantamiento en
contra de la Casa de Orange en 1830 y durante el mandato del Rey Leopoldo, tío
de la reina Victoria, Bélgica se condujo como país independiente y neutral.
Tenía
firmados pactos de no agresión y neutralidad con Francia, Alemania e
Inglaterra.
Durante
75 años Bélgica había gozado de paz, atendiendo sus problemas internos que se
sucedían entre católicos y protestantes, entre flamencos y valones, ni siquiera
el gobierno tenía planes defensivos ya que su neutralidad estaba garantizada
por los tratados que, hasta el momento, habían sido respetados.
El Káiser Guillermo |
Pero
entonces llegó aquella infausta noche del 1 de Agosto de 1914, cuando el
embajador alemán Von Bellow-Saleske entregó un requerimiento al Ministro de
Asuntos Exteriores belga, el Sr. Davignon.
Tuchman
nos hace el siguiente recuento: “Alemania
había recibido información fidedigna, decía la nota, de un supuesto avance de
los franceses por la ruta Givet-Namur- que no dejaba lugar a dudas sobre la
intención de Francia de marchar contra Alemania atravesando el territorio
belga- (Dado que los belgas no tenían conocimiento de un movimiento francés en
dirección a Namur, por la poderosa razón de que no había habido ninguno, esta
acusación no les impresionó en absoluto).
Alemania, continuaba la nota, puesto que no podía contar con el ejército
belga para detener el avance francés, se veía en la necesidad – dictada por el
espíritu de auto conservación- de – anticiparse a este ataque hostil…
Lamentaría profundamente- si Bélgica consideraba su entrada en territorio belga
como – un acto de hostilidad contra ella- Si, en cambio, Bélgica estaría dispuesta
a adoptar una – benevolente neutralidad- Alemania se comprometería a – evacuar
el territorio belga tan pronto como hubiese sido firmada la paz- pagar todos
los daños que hubiesen podido haber sido causados por las tropas alemanas y –
garantizar a la firma de la paz los derechos soberanos y la independencia del
reino.”
El
Rey Alberto de Bélgica, casado con una princesa alemana, sabía lo que se le
venía encima: la más formidable maquinaria militar de Europa en manos de un
hombre que no reconocía impedimentos para sus ambiciones, el Káiser Guillermo.
Alberto,
un incansable alpinista, que escalaba de incognito las más altas montañas del
continente, naturalista aficionado y gran lector (según Tuchman, dos libros al
día), llegó al trono por pura carambola, al ser el único sobreviviente en la
línea sucesoral, y para suerte de Bélgica, un mandatario valiente y mesurado.
Aceptar
las condiciones que el Káiser le imponía hubiera sido la salida más fácil,
aunque la más arriesgada; poner el destino de su reino en manos del prusiano
era como si un corderito creyera en la promesa del león… un depredador que , si
no alertaba al rebaño, lo dejaría con vida luego de que se comiera a los suyos.
Defender
la integridad de Bélgica era una apuesta suicida; contaba con la promesa de los
franceses e ingleses de que acudirían prontamente en su ayuda, de resto, el
suyo era un pueblo pacífico, que no tenía memoria de cómo pelear, prácticamente
desarmado.
Y
pelear fue lo que hicieron, para asombro del mundo, pero principalmente de los
alemanes, que contaban con la sumisión inmediata del pequeño reino a su
voluntad; la ayuda que esperaban de sus aliados nunca llegó y Bélgica fue
arrasada a pesar del esfuerzo heroico de su pueblo.
Leer
el relato de Tuchman de esta primera y sangrienta fase de la guerra, eriza los
pelos: “El 2 de Agosto, el rey Alberto
presidía el Consejo de Estado cuando éste se reunió a las nueve de la mañana en
palacio, y abrió la sesión con las siguientes palabras: Nuestra respuesta debe
ser NO, sean cuales fueran las consecuencias.
Nuestro deber es defender nuestra integridad territorial. Y en esto no
hemos de fracasar- Remarcó sin embargo, que nadie debía hacerse ilusiones, que
las consecuencias serían graves y terribles y que el enemigo procedería sin
escrúpulos de ninguna clase. El primer
ministro Broqueville previno que nadie pusiera fe en las promesas alemanas de
restaurar la integridad belga después de la guerra- Si Alemania sale
victoriosa, Bélgica, sea cual fuere su actitud, sería anexionada al Imperio
Alemán- dijo.”
Los cañones de las fortificaciones belgas |
Recordemos
que esta confrontación con Bélgica se debía a que estaba en el paso hacia
Francia, objetivo de los ejércitos prusianos; el problema surgía de la
advertencia que había hecho Inglaterra sobre que intervendría en el conflicto
si esto sucedía, pero había una fe ciega en todos los planes militares de los
años anteriores. En el papel y en la
mente de los alemanes la victoria era segura, aún con un frente contra Rusia y
uno contra Inglaterra.
En
los días que siguieron tanto Francia como Alemania concentraban sus ejércitos ante
la fronteras de Bélgica; ninguno quería ser el primero en violentar la
neutralidad de la pequeña Bélgica que, para los estrategas, era una simple
puerta giratoria que había que pasar.
El
primer paso de los alemanes en Bélgica era la toma de la ciudad de Lieja, con
su anillo de 12 fuertes que la resguardaban.
Siete ejércitos alemanes con un total de 1.500.000 efectivos esperaban
la orden de marchar; para la toma de Lieja se había dispuesto de un ejército
especial, que esperaban no emplear a fondo, ya que lo que los alemanes contaban,
ante la inminente invasión, con una simple protesta de los belgas y las puertas
abiertas.
Bertha en su viaje inaugural |
Los fuertes
de Lieja estaban enclavados a ambos lados del rio Mosa, constituían el complejo
de fortificaciones más grande de su tiempo, tenían emplazadas 400 piezas de
artillería, los cañones más largos disparaban proyectiles de 8 pulgadas (210
mm) y se comunicaban entre sí por medio de cámaras subterráneas. Si los belgas
decidían resistir, los alemanes podrían pasarla muy mal.
La
debilidad era que los fuertes no estaban al día, sus tropas era de reserva, sin
experiencia militar, y en el terreno no había otra defensa que detuviera el
avance del enemigo; el día anterior al ataque los oficiales belgas habían
ordenado derrumbar casas, árboles y poner obstáculos para frenar el avance.
Para
ese particular propósito, los alemanes habían diseñado y estaban construyendo, en
las fábricas de la Skoda y de la Krupp, los cañones más poderosos para el
momento: un mortero de 12 pulgadas y un monstruo de 16,5 pulgadas, el primero
de los grandes cañones Bertha, con el
que podrían evaporar cualquier obstáculo de su camino… el problema era que los
estaban construyendo cuando la resistencia belga arreció, y la orden fue de
llevarlos a cualquier costo al lugar.
No
les voy a contar lo que sucedió, busquen el libro, leerlo es estar allí,
sintiendo en los huesos el enorme estallido del Bertha contra las fortificaciones.
Si no
saben nada sobre la Gran Guerra, si quieren saber, este libro es el mejor para empezar.
– saulgodoy@gmail.com
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