“Creo que el misterio está causado por una concepción equivocada del mundo físico y el temor maniqueo a degradar el mundo mental al nivel supuestamente inferior del mundo material.”
Bertrand Russell
Luz y color han sido temas de extensas discusiones en
foros artísticos y científicos en los últimos siglos de civilización
occidental, de hecho este año 2015 fue declarado por la ONU año internacional
de la luz, con el fin de destacar todos los avances logrados por la humanidad
en esta parcela del mundo físico.
Esa antigua teoría de que la visión se producía por
haces de luz que salían del ojo hacia los objetos, y que Pitágoras
desarrollara, se mantuvo vigente hasta el año 1000dc., cuando Alhazen, un
físico y matemático árabe, postuló lo contrario: la luz nos llegaba de los
objetos.
Alhazen partió de conceptos que anteriormente Tolomeo,
en sus estudios del comportamiento de la luz en diferentes medios, había
realizado en la primera centuria de nuestra era.
A partir de ese momento empezó a trabajarse sobre la
hipótesis de fuentes externas de iluminación y la incipiente teoría crepuscular
de la luz.
Estos adelantos fueron incorporados principalmente en
las artes decorativas y votivas hasta bien entrado el Imperio Romano, la
arquitectura se replanteó el problema de la iluminación y el mundo fue un poco
menos oscuro.
Pero fue en los años de 1200 cuando Giotto, empieza
tímidamente a ensayar con los cambios sutiles de luz y sombra en la pintura.
Doscientos cincuenta años más tarde, Johannes Kepler,
matemático y astrónomo danés hace importantes observaciones sistemáticas sobre
la luz de las estrellas y del sol, fue pionero en medir intensidades aplicando
la Ley de Propagación Rectilínea.
Ya para finales de los 1600 y principios de 1700,
Caravaggio, otro maestro de la pintura italiana desarrolla a plenitud la
técnica del claro-oscuro, dejando sentada la importancia de la luz en la
perspectiva y la volumetría, siendo esta técnica indispensable en la creación
de ciertas “atmósferas”.
Poco después, Newton hizo un interesante experimento
con un prisma que había pulido, se encerró en su laboratorio a oscuras, dejando
sólo un pequeño agujero por donde penetraba un rayo de luz que llegaba hasta su
mesa de trabajo. Allí situó su prisma, moviéndolo, proyectó sobre las paredes
la descomposición de los colores.
Newton pensó
que aquellos colores se producían por las diferentes velocidades que le
imprimían las moléculas de cristal a los corpúsculos lumínicos que componían la
luz blanca.
Entre 1810 y 1820, Goethe escribía en su obra Esbozo de una teoría de colores: “... la luz intensa aparece enteramente
blanca y hace esta impresión hasta el grado máximo del deslumbramiento... puede
una luz intensa irritar de tal modo la retina, que ésta se vuelve insensible
para las luces de menor intensidad.”
Los grandes trabajos de luz y color en la pintura lo
dieron años después los impresionistas, quienes llevaron a la tela la visión
pura y natural, sin modificaciones intelectuales; eran la luz y el color los
que hacían las formas, ésta fue la base de sus trabajos.
Durante éste período, a finales del siglo XIX, el
pintor Mariano Fortuny viaja a Marruecos, en el norte de África, allí descubre
una luz diferente a la que había visto en Europa y logra plasmarla en sus
lienzos, sus pinturas árabes representan esa novedad y a partir de ese momento
los artistas empiezan la búsqueda en lejanos parajes.
Lo mismo expresa Rosseau con sus paisajes de selva,
recordando los umbrosos bosques mexicanos de donde obtuvo tanta inspiración. Gaugin, con su paleta de colores
deslumbrantes, despertó un interés en aquella luz tropical de Tahití.
Pero es sin duda, el más delicado trabajo sobre la
luz, el de C. Monet con su serie de los Nenúfares
en el estanque, se trata de un monumento a luz y el color, donde por medio
de variaciones de la luz diurna, en diferentes estaciones, desarrolla, sobre un
mismo tema, los cambios sutiles en las flores acuáticas; recientes
investigaciones nos dicen del problema de cataratas que sufría el pintor en su
última etapa, y como estas, afectaron la manera de plasmar las formas en sus
lienzos.
En Venezuela, el artista Armando Reverón también se
sintió atraído por los misterios de la luz. El escritor Arturo Uslar Pietri lo
resume de la siguiente manera en su ensayo Reverón
tomado de su libro Giotto y Compañía:
“En la playa descubre la función
devoradora de la luz solar. Todo aquello que había hecho en la Época Azul, de
crear un mundo de matices oscuros y formas desleídas, va a transformarse ahora
en una especie de abolición del paisaje por la luminosidad de la luz del
trópico... esos cuadros se llamaron blancos porque casi no tiene otra cosa que
color blanco, pero ese color blanco está enriquecido con unos toques de matices
que, si uno los mira con algún cuidado, son una sinfonía de colores y que son
la primera y más completa y la más original traducción de la luz del litoral
del trópico a la pintura que haya hecho artista alguno nunca, de una
originalidad total y desconcertante.”
Todas estas aproximaciones del arte fueron expresiones
profundas de sensibilidad despertadas por el fenómeno de la luz y el color,
paralelamente, hemos visto como los hombres de ciencia trataban de develar el
misterio en base al método y la disciplina.
En algún momento la expresión estética del fenómeno y
la realidad física del mismo empezaron a separar sus caminos cada vez más, al
punto que hoy, hablar de “luz tropical” es referirse a una confusa fantasía que
bajo la excusa de que se trata de una apreciación estética, nuestros críticos
de arte conceptúan fenómenos físicos sin importarles el contenido científico de
los mismos.
Lluis Racionero en su obra Arte y Ciencia, nos dice:
“Ciencia y arte son medios de sobreponerse al aislamiento individual, maneras
de realizar la tendencia auto afirmativa. La creación y la investigación del
mundo son modos de religarse a la madre naturaleza para trascender las
limitaciones del yo aislado. La libertad sólo se alcanza conociendo las reglas
del juego del mundo; sabiendo, entre otras muchas cosas, que el fuego quema y
la gravitación atrae. Sólo a favor de estas reglas, o en contra de ellas cuando
se las conoce, se puede actuar y avanzar hacia la libertad.”
Aunque la luz y el color son conceptos físicos básicos
para el apropiado manejo de los elementos plásticos, se puede trabajar en el
arte por pura intuición, sin necesidad de este conocimiento y lograr productos
interesantes, en la práctica, sucede como cuando se conduce un auto, se puede
manejar perfectamente sin necesidad de comprender como funciona el motor del
vehículo.
Pero este conocimiento es el que diferencia a un
artista de otro, lo hace más libre o más limitado (no digamos del efecto que
produce en los críticos de arte).
En Venezuela la discusión sobre la luz y el color se
ha dado fundamentalmente sobre la obra de Reverón, específicamente en su
período blanco, con la singular característica de que la crítica, se basa en
valores estéticos que corresponden a conceptos pre-científicos como lo es la
“luz tropical”, noción ésta que ha prevalecido como dogma de fe.
No debemos olvidar los trabajos de artistas, sobre
todo los cinéticos como Jesús Soto y Carlos Cruz Diez, entre otros, que sí han
trabajado el tema a profundidad y desarrollado excelentes trabajos teóricos.
Cuando este flujo solar impacta la tierra, por la
forma esférica de la misma, los ángulos de incidencia de la luz son diferentes
en la superficie afectada, de modo que más energía recibe el centro que los
extremos.
Recordemos que cuando hablamos de energía me refiero a
un concepto que incluye calor, luz, magnetismo, electricidad y justamente,
tenemos que hacer la diferenciación entre luz y calor.
Cuando la energía se convierte en luz, por lo general
también hay desprendimiento de calor, el cual se percibe sensorialmente en un
área mucho más limitada, por ejemplo, cuando encendemos un fósforo percibimos
el calor de la llama en nuestras manos, no así una persona situada a escasos
metros, quien sólo verá la luz.
Podemos ver la luz de las estrellas, pero no sentimos
el calor inmenso que deben reflejar esos cuerpos estelares.
Como decíamos, la mayor parte de luz y calor la recibe
el Trópico, situado inmediatamente al norte y al sur del Ecuador, limitado por
el Trópico de Cáncer.
Basil Booth y Frank Fitch en su obra Earth Shock nos dicen: “El porcentaje de radiación solar absorbida
en un lugar determinado, depende de la reflectividad de los materiales allí
existentes (de su albedo). Por tanto, mientras que los suelos obscuros y otros
sedimentos semejantes con un bajo albedo reflejan entre un 7% y un 20% de la
radiación que reciben, el hielo y la nieve, que tienen un albedo muy elevado,
refleja hasta el 90% de la radiación. Las altas latitudes de las regiones
polares reciben menos calor solar debido a que antes de alcanzar la superficie,
la radiación debe seguir una trayectoria más oblicua a través de la atmósfera y
de la capa de nubes; por ese motivo, el flujo energético que se dirige hacia
tales latitudes está sujeto a mayores pérdidas por absorción.”
Los trópicos son las zonas más calientes del planeta,
los cambios estacionales están determinados por períodos de lluvia y sequía más
que por cambios de temperatura.
La atmósfera tropical es muy activa, los climatólogos
la ven como el motor de los cambios climáticos del mundo. Allí se suceden los
Monzones, fuertes vientos que surgen del Océano Indico y lleva la lluvia sobre Sri
Lanka, India, Pakistán, Burma y el resto del sur-este asiático.
Sobre la cuenca del Caribe se encuentra la Zona de
Convergencia Intertropical, forjadora de tormentas que afectan al continente
americano con sus implacables huracanes y tornados.
La vida es rica en los trópicos, exuberante y variada,
repartida en diferentes biotas como selvas, desiertos, nieves perpetuas,
sabanas, costas y montañas, cada una de estos hábitats influenciados por el
binomio luz-calor.
Pero debemos observar que, en cuanto a la luz, es la
misma que recibe Escandinavia en invierno que el trópico en verano, la luz en
el Ártico es la misma que en Ecuador, el que la arena o el mar en horas
meridianas la reflejen de manera intensa e impidan ver los otros colores no
hacen de la luz algo diferente o especial. Son los mismos fotones u ondas que
terminan su trayectoria desde el sol, la una sobre el colorido plumaje de un
faisán, la otra refractándose en el hielo de algún glacial.
En este punto debemos llamar a la reflexión sobre los
colores, el color de un objeto depende mucho de su contexto, de los otros
colores que lo rodean, una flor roja en la selva, por ejemplo, se percibe de
una manera diferente a la misma flor en la estepa siberiana, cambian las
características del rojo. Este fenómeno es clave cuando se hacen observaciones
de las diferencias de color en otras latitudes.
El ojo humano tiene un límite en su percepción del
espectro electromagnético, esa luz que vemos apenas y es parte de un espectro
mucho mayor, ya que es imposible la visión de ondas cortas como es el caso de
la radiación ultravioleta o de ondas largas como la radiación infrarroja.
En la retina tenemos aproximadamente unos 7.000.000
conos y de 75.000 a 150.000 bastones, que son apenas dos de las células
especializadas en el manejo de la luz y su conversión en impulsos
eléctricos-químicos que irán al cerebro.
Nuestro límite de visión está situado entre los 4.000
Amstrongs (å) que corresponde al color violeta y los 7.000 å (color rojo).
El ojo necesita de una cantidad mínima de estímulo
para que perciba luz o lo que es lo mismo, el número mínimo de quanta
de luz entrando al ojo en una unidad de tiempo.
La visión humana es sumamente compleja y delicada,
cualquier variación en el funcionamiento, digamos, del millón de fibras ópticas
por donde convergen los mensajes al cerebro o la insuficiencia del pigmento
Rhodopina, entre otras muchas causas, pueden variar nuestra percepción del
color.
No todos vemos los mismos colores de la misma manera,
con lo que podemos afirmar, que ningún ojo es exactamente igual a otro.
Se ha podido determinar que nuestro ojo es más
sensitivo a la luz azul-verde que al amarillo, y que su funcionamiento tiende a
ser más sensible mientras menos luz exista que cuando hay saturación de luz. Si
permanecemos por treinta minutos en la oscuridad, el ojo puede hacerse 10.000
veces más sensitivo a la luz.
Quizás por ello el comentario de Bertrand Russell: “Pero cuando la luz alcanza nuestra
atmósfera, empieza a ocurrirle una serie de cosas cada vez más extrañas. Puede
ser detenida o transformada por la niebla o por una nube. Puede incidir en una
placa fotográfica y convertirse en un punto negro de interés para el astrónomo.
Finalmente puede incidir en el ojo humano. Cuando esto ocurre, los resultados
son muy complicados. Hay una serie de sucesos entre el ojo y el cerebro,
estudiados por el fisiólogo, que tienen tan poco parecido con los fotones del
mundo exterior como las ondas Hertzianas con el discurso del orador. Al final, la excitación de los nervios, que
ha investigado el fisiólogo, llega a determinada región del cerebro; y
entonces, por fin, el hombre a quien pertenece el cerebro ve la estrella. La
gente se siente confusa porque al ver la estrella parece tan distinto de los
procesos que el fisiólogo descubrió en el nervio óptico, y, sin embargo, está
claro que sin esos procesos el hombre no vería la estrella.”
Desde el lenguaje estético puede aseverarse que la luz
de Londres es definitivamente diferente a la luz de Johannesburgo, que a la luz
de Anchorage, pero ya vimos que no es la luz lo que es diferente, sino una
serie de factores presentes que afectan la precepción de esa luz tanto fuera
como en el interior del sujeto que la percibe.
He escuchado de pintores, fotógrafos, cineastas y
cantidad de otros artistas, referirse a que no hay colores en la paleta, o
películas y emulsiones capaces de registrar la variedad de tonalidades de
colores que descubren bajo la luz tropical, o ese torrente de luminosidad que
ciega y hacen vibrar los paisajes equinocciales, hablan de la luz tropical como
un fenómeno (que se desconocen sus causas y no se pueden explicar) al que le
atribuyen vida propia.
Insisto, la estética no puede convertirse en excusa
para que nuestros críticos de arte y los mismos artistas, no se informen de
cómo trabaja el mundo sobre sus obras y estas, en la percepción de su público;
el lenguaje que usamos determina en mucho la manera de cómo entendemos el arte
y en este punto, lo mejor es ser lo más preciso posible. – saulgodoy@gmail.com
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