“El que contamina debe pagar”,
reza el dicho que se ha hecho popular entre los “verdes” europeos y que en
estos momentos están promoviendo en sus países los impuestos que no solo
intentan equilibrar una economía capitalista hambrienta de recursos naturales y
que produce basura tóxica a gran escala,
sino que intentan por medio de estas imposiciones fiscales, disminuir tal
práctica, obligando a las empresas no solo al desarrollo de tecnologías y
maneras de minimizar esta práctica indeseable, sino a financiar programas de
manejo y protección ambiental.
Los impuestos pueden ser un
medio muy eficaz para promover la conservación y el saneamiento del ambiente.
Tenemos que entender que en el
capitalismo (y peor, en el socialismo y el comunismo) la naturaleza es el
capital ecológico sobre la que se funda la economía humana, bajo esta premisa
se debe elaborar un sistema de impuestos que premie las iniciativas
conservadoras del medio ambiente en las empresas, corporaciones e individuos, y
que los castigue cuando no sea el caso, pechando no solo el daño que se le
cauce al medio ambiente sino el costo de su saneamiento.
Es un principio fundamental que
si una empresa va a realizar una labor productiva en un lugar y que por la
naturaleza de dicha actividad, degrada el ambiente donde se encuentra, debe
devolverle a la comunidad y al ambiente beneficios que sean de alguna manera
equiparables al daño que causa, porque de otra manera se iría creando un pasivo
ambiental de tales proporciones que podría significar la ruina de las regiones
y de los países donde se permiten estas prácticas.
Para ello debe crearse una
suerte de contabilidad ambiental por medio de la cual se pueda considerar el
costo del daño causado, cuestión que es bastante difícil cuando se trata de
cuantificar la desaparición de una especie o la interrelación del impacto
ambiental a todos los niveles.
Tomemos el caso del negocio del
agua embotellada que últimamente ha impactado las estadísticas mundiales, los
envases plásticos del agua embotellada son los principales contaminantes
sólidos de nuestros océanos, playas y rellenos sanitarios en el mundo entero,
estos son algunos aspectos del problema, se necesitan en el mundo
aproximadamente 47 millones de galones de petróleo para producir las botellas
de agua, si se pudiera eliminar ese consumo sería el equivalente de sacar a
100.000 autos de las carreteras, casi el 90% de esas botellas se desechan la
mayor parte de ellas en sitios que pueden hacerle al ambiente un gran daño,
sobre todo a la vida salvaje, lo peor del asunto es que tardan miles de años en
bio-degradarse.
Las autoridades de la ciudad de
Chicago trataron recientemente de imponer un impuesto al agua embotellada, pero
fue contrademandada por la poderosa Asociación Internacional de Embotelladores
de Agua (IBWA, siglas en inglés), aduciendo que perjudicaría al consumidor,
principalmente al más pobre, todavía el caso se encuentra en los tribunales
pero hasta los momentos va ganando la industria, y demuestra que no es tan
fácil como aparenta aplicar estos impuestos.
En nuestro país el ejemplo más
palpable es lo que sucede con nuestra industria petrolera, la actividad es
prácticamente libre de contaminar nuestro territorio, en el costo de nuestro
barril de petróleo no está contemplado ni un solo bolívar para el saneamiento
ambiental, nuestros capitalistas salvajes que son estos socialistas endógenos
que nos gobiernan, para hacer sus grandes negociados, permiten, que el pasivo
ambiental sea absorbido por el país, es decir, que nosotros, todos los
venezolanos, estamos pagando el costo ambiental que realizan las empresas
petroleras que vienen a llenarse de dinero, de allí que tengamos desastres
naturales de la magnitud de un Lago de Maracaibo, muerto, o una cuenca del río
Caroní envenenada con mercurio,debido a uno de los peores manejos ambientales
de la actividad minera, y en poco tiempo tendremos la Faja del Orinoco y buena
parte de nuestras costas convertidas en un chiquero gracias a las complicidades
e incapacidades de funcionarios que están cobrando un sueldo precisamente, para
evitarlo.
Para muchos lectores será una
sorpresa pero Richard Nixon durante su presidencia en los E.E.U.U., fue uno de
los gobernantes que más hiso por la materia ambiental, en 1970 al reorganizar
los servicios ambientales de ese país, en uno de sus discursos señalaba: "Un enfoque mucho más efectivo para
controlar la contaminación sería el de identificar los contaminantes;
rastrearlos por toda la cadena ecológica, observando y registrando los cambios
en su forma en cuanto ocurran; determinar la exposición total que el hombre y
su medio ambiente experimentan; examinar las interacciones entre las diversas
formas de contaminación; e identificar en que parte de la cadena ecológica
sería más apropiado intervenir."
Una sociedad organizada debe
tener preparados para su aplicación una serie de impuestos que afecten
directamente a quienes contaminen la atmosfera, a quienes extraen recursos de
la tierra, quienes usan productos peligrosos y todo aquel que use esa riqueza
que es de todos y que conforma el capital natural (territorios de acuerdo al
valor de la tierra, bosques y pastizales, océanos y fuentes de agua fresca, petróleo
y minerales, el espectro electromagnético, y hasta las zonas orbitales para
satélites).
Los impuestos ecológicos deben
imponer un precio estimado social y económicamente, a las prácticas productivas
y productos que dañen el ambiente y deben estar lo más cercano posible a su
costo real. Estos impuestos bien aplicados harán que estos productos y estas
prácticas se mantengan lejos de la sociedad y a su vez dará estímulo a que se
substituyan por tecnologías benignas.
Productos que pudieran ser
sujetos de estos eco-impuestos (que a su vez afectarían el precio final al
consumidor) serían: gasolina, pesticidas, químicos para el hogar y el jardín,
aires acondicionados, productos desechables, viajes en avión (sobre todo jets).
Una de las propuestas más
interesantes surgidas del ala conservadora norteamericana, es la expresada por
el periodista William Tucker y consiste en que el gobierno le venda a la
industria y a los grupos de interés público unos "derechos para
contaminar". Estos derechos o
especies de bonos, serían de ediciones limitadas y costosas, se pondrían a la
venta por medio de la bolsa.
La idea es que las industrias
que lo necesiten los adquieran como la manera más eficiente para equilibrar los
costes de limpieza ambiental, las industrias se los venderían unas a otras,
hasta que cada compañía llegue a un punto en que sea más económico acabar con
la contaminación que comprar más derechos para seguir contaminando. También veríamos a los grupos ambientalistas
comprando tales bonos, para no usarlos y para que la industria tuviera menos
oportunidad de contaminar.
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