En
este artículo voy hacer un ejercicio de política ficción; sobre los términos
que me presenta la realidad actual voy a proyectar un futuro a mediano plazo,
es tan sólo una opinión, un intento de modelaje que anticipa uno de los
posibles escenarios para nuestra querida y tan golpeada Venezuela.
Uno
de los fenómenos políticos más interesantes que están ocurriendo en mi país,
con la mentada revolución socialista bolivariana del siglo XXI, que es uno de
los súcubos que engendró el comunismo internacional luego del descalabro del
muro de Berlín, es cómo el mismo gobierno destruye la integridad de la vieja
teoría de la soberanía nacional.
Maduro
fue impuesto como presidente por la camarilla militar golpista que acompañó a
Chávez en su proyecto político, que responde a la estrategia de dominio cubano
de los hermanos Castro sobre la nación-estado de Venezuela.
Dicha
estrategia consistía en mimetizar el gobierno chavista como si fuera un estado
democrático, donde el concepto de pueblo refería a una multitud de individuos
con una utilidad electoral y económica (para ser explotados y producir votos
que legitimaran al régimen, e impuestos, que generaran recursos económicos para
mantener al gobierno), mientras que el petróleo del país era utilizado para
financiar el imperialismo cubano en Latinoamérica.
El
chavismo rompió con la racionalidad del poder cuando los recursos petroleros se
hicieron insuficientes para mantener la inmensa red de gobiernos parásitos, que
le concedían vocería al líder en los foros internacionales y le permitían
adelantar el proyecto castrocomunista, y la economía interna de Venezuela no
aguantó el plan de destrucción del aparato productivo nacional, en aras de
implantar el modelo colectivista de producción comunal.
Igualmente,
fracasó en el financiamiento del sistema de misiones, que atendía las
necesidades internas del proletariado chavista, de donde el gobierno obtenía su
respaldo popular.
En su
artículo, La crisis del estado-nación y
la teoría de la soberanía en Hegel, bien dice Agemir Bravaresco lo
siguiente: “La soberanía interna se
constituye de las funciones y de los poderes que componen el Estado, mantenidos
en la unidad y en la identidad”.
Pero
la unidad se rompió con el régimen de apartheid contra la burguesía, los
empresarios y los trabajadores formales de la economía privada; de manera que todo
aquel que no fuera revolucionario, era enemigo del proceso… con esto, el
chavismo fractura la unidad del país.
En
cuanto a la identidad, fue saboteada introduciendo elementos extraños en la
cultura política de los venezolanos, como serían esos remedos de la guerra fría
como la unión cívico-militar, los grupos milicianos, las comunas, el partido
único y, sobre todo, la intensa campaña para que el venezolano aceptara lo
cubano como adherencia ontológica a su ser, que devino en un intenso rechazo a
lo “rojo-rojito”.
Alvin
y Heidi Toffler en su libro, Cambio de
Poder, al explicar cómo el socialismo se derrumbó en Europa, dicen, entre
otras razones: “En realidad, el control de arriba a abajo que se
ejercía en los países socialistas se basaba cada vez más sobre mentiras y
falsedades, puesto que dar malas noticias a los superiores solía ser bastante
arriesgado. La decisión de implantar un sistema de partido único es una medida
que atañe sobre todo al conocimiento. La burocracia abrumadora que creó el
socialismo en todas las esferas de la vida también fue un mecanismo que
restringía el conocimiento, que empujaba al saber hacia compartimientos o
cubículos predefinidos y limitaba la comunicación a los «canales oficiales»
mientras ilegitimaba la comunicación y la organización no formales.”
Esto
resultó en unas flagrantes contradicciones entre la política oficial y la
realidad del país, donde el presidente, los ministros y otros funcionarios, las
acciones oficiales iban por un lado y la Constitución por otro, con lo que se le
restó organicidad al estado. El despotismo de un hombre era confundido con
soberanía y, al momento de un llamado a la unión nacional, se hacía evidente
que el gobierno estaba solo.
Una
combinación fatal de corrupción, ineptitud y violencia fue carcomiendo la
estrategia chavista y, aún antes de que el líder de la revolución muriera, se
había iniciado una separación entre la población y el régimen.
El
gobierno socialista bolivariano ya no conseguía controlar y proteger el
territorio de la nación-estado y, menos aún, garantizar la legitimidad de sus
acciones, decisiones y voluntad de poder con el fin de preservar su proyecto
político. Cuando Maduro asume el poder, era manifiesta la pérdida de soberanía
y la disolución de la patria bolivariana.
En
Venezuela, los únicos que creen y acatan al gobierno de Maduro como soberano,
aunque suene extraño decirlo, es la oposición política, en un ridículo y vano
intento por preservar las condiciones mínimas para escenificar unas elecciones,
en las cuales fundan la esperanza de que se dé una transferencia de poder al viejo
estilo de la nación-estado y extender un sistema político que se está desmoronando.
En la
llamada MUD, están empeñados en preservar esa tradición hegeliana de la
nación-estado, porque es la única que conocen y les da miedo el derrumbe de esa
soberanía, porque no saben lidiar con lo que viene.
Pero
la soberanía del país está tan comprometida y desvencijada que ya no hay manera
de sostenerla y es la razón de tanta violencia institucional, de los esfuerzos
subterráneos o expresos por fomentar el caos social y empujar a ese otro
elemento constitutivo de la soberanía, que es la población, a que se anule en
medio de la escasez alimentaria y el desastre económico.
El
solo hecho de que la estrategia electoral del gobierno de Maduro vaya
encaminada a trampear la voluntad del soberano, que es el pueblo, por medio de
las trampas del CNE, es ya un indicativo de que la estructura del estado-nación,
que era Venezuela, no existe.
La
oposición política venezolana, conformada por una serie de partidos políticos
tradicionales, es la más interesada en salvar lo que queda del gobierno de
Maduro pues, a estas alturas, pretenden ser los herederos de esa forma de
organización político y social que es la nación-estado; su ilusión es manejar
esos viejos mecanismos de poder, como lo sería el desgastado sistema
presidencialista, con miras a controlar el mejor negocio que había en
Venezuela, que era ser gobierno.
Tengo
la impresión de que se van a quedar con las ganas, creo que no va a haber
elecciones en Venezuela, la anomia social va a continuar escalando hasta el
paroxismo; vamos a ver en los próximos meses cosas muy feas, al punto de que la
comunidad internacional tendrá que intervenir para poner orden en lo que fuera
Venezuela.
Yo
creo que lo que viene, como forma de organización socio-político en Venezuela,
es una especie de estado corporativo, en el sentido de una federación real y
funcional, no meramente declarativa, como ha sido hasta el momento, con un
modelo de regiones autonómicas, que serían modeladas por sus potencialidades
productivas y de riquezas, enmarcadas en el concepto de ecoregiones.
La
nueva Venezuela (yo aprovecharía para cambiarle el nombre al país, le pondría Orinoquia) rendiría cuentas a organismos
internacionales, mientras se estabiliza, bajo un esquema liberal clásico, con
predominio del libre mercado y bajo el control de los EEUU, con el que tendríamos
algún tipo de pacto o compromiso que garantizaría la seguridad y, por ende, las
inversiones… se trataría de una nueva forma de organización que tendría mucho
de globalización.
Ese
viejo esquema de soberanía, representada por una unidad indivisible, inalienable
e imprescriptible del estado-nación, sería cambiado por uno donde existieran
dos y tres tipos de soberanía interactuando, las fronteras físicas serían muy
permeables a los flujos económicos-financieros, de información y culturales;
las nuevas relaciones serían más parecidas a las virtuales, en extremo
flexibles y con sus propios tiempos.
La
nueva modalidad del estado corporativo consiste en hacer de cada uno de sus
miembros un -responsible risk taker- tal
como lo previó Habermas, en la forma de un
accionista responsable, empezando por el mismo ciudadano, quien tendrá que
responder por su propio capital humano; los términos de los mercados
globalizados impondrán un nuevo ritmo, tanto a las transacciones como a la vida
misma; fuera del cocoon del estado,
la sociedad civil tendrá la oportunidad de organizarse de múltiples maneras
para alcanzar sus objetivos locales y regionales.
La
descentralización sería una característica importante y necesaria de la nueva
forma de gobierno. Una de sus modalidades sería la de un plebiscito permanente,
dado que la información sobre cómo piensa la gente, sobre cada uno de los temas
a decidir, estará disponible entre todos los interesados; en este sentido,
tendría que haber una transferencia de los poderes de decisión al nivel local y
regional, para ir facilitando este proceso de toma de decisiones, el cual será
mucho más rápido, oportuno y cambiaría el flujo de información, de abajo hacia
arriba.
Estas
nuevas formas de organización hacen obsoletas las llamadas recetas progresivas
de la economía socialista, donde la propiedad pública, colectiva, o sea
estatal, eran las guías privilegiadas; una nueva forma de organización impondría
la privatización de la economía, entrando en terrenos donde la propiedad
resulta intangible, supersimbólica, donde el conocimiento es el principal motor
de la economía, y éste trabaja de manera horizontal y diagonal, no de arriba
hacia abajo, como en el modelo del estado-nación.
Los
hermanos Castro en Cuba no han caído en cuenta de que, al haberle ordenado al
gobierno de Maduro acelerar el proceso de entropía en Venezuela, estaban
acelerando su propia absorción al sistema de globalización.
Mucho
más interesante para la comunidad internacional es Venezuela que Cuba, por varias
razones: al Venezuela entrar en esta nueva etapa de organización y relaciones,
por pura fuerza de gravedad, arrastraría a Cuba hacia este nuevo paradigma, que
definitivamente consolida un nuevo modelo liberal y de libre mercado para el
mundo.
Todas
las funciones de los ex estados nacionales se irán transfiriendo, por etapas, a
otras instancias, para preservar los procesos democráticos de legitimación; la
identidad de los pueblos será preservada a nivel académico, para el estudio
antropológico y etnográfico de las particularidades de las sociedades
primitivas… el nuevo perfil de la sociedad es definitivamente global, ya somos
parte de ello, lo queramos o no.
La
pluralidad interna en las sociedades, creadas a partir de la convivencia
democrática, encontrará su expresión en diversos medios, órganos, instituciones
y entidades de poder, diferentes a los partidos políticos, que poco a poco irán
perdiendo su protagonismo en la toma de decisiones; me gustaría pensar que los
mismos partidos evolucionarán para aprovechar esta diversidad de instancias e
irlas integrando en su estructura, y convertirse en algo muy distinto a la
estructura jerárquica de poder centralizado que hoy en día sustentan.
Los
actuales partidos políticos son en Venezuela causa fundamental de este parto
doloroso y traumático; se negaron a evolucionar, se anclaron en una noción de
poder y de política que nada tenía que ver con la dinámica propia de un país
con las características nodales que tenemos en la región.
Tal
fue su incompetencia de nuestra organización política en proporcionarle al país
causas y maneras de expresión, que tuvimos que requerir a Cuba, un país mucho
más atrasado, torvo y violento que el nuestro, para que demoliera ese capullo
podrido e infectado de nuestro sistema político socialista… condición imprescindible,
para poder entrar verdaderamente en el siglo XXI. – saulgodoy@gmail.com
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