El pasado martes 5 de Enero estando en Caracas, mis sobrinos decidieron ir a la Asamblea Nacional a defender su voto; los acompañé y, durante el recorrido, estuve reflexionando sobre nuestra situación política como país, el siguiente escrito es ese recuento.
Dejamos
el carro en Parque Cristal y de allí tomamos una camionetica hasta el centro,
que nos dejaría en algún lugar de la Av. Urdaneta, cerca del lugar de
concentración.
Dentro
de la unidad de transporte el contenido era variopinto, eran fácilmente
identificables los que iban del este y pertenecían a la oposición, con sus
indumentarias domingueras, los buenos zapatos, sombreros o cachuchas, la botella
de agua mineral y el koala; la mayor parte eran mujeres mayores de cuarenta y
muy animadas, vi algunos chavistas con sus franelas rojas y sus gorras, algunos
muy serios; otro grupo grande andaba con bolsas con Harina PAN, azúcar, café,
pañales y papel toilette, regresaban a sus hogares luego de hacer las colas
para abastecerse.
El
tráfico fue fluido hasta pasar los elevados de San Bernardino; allí empezamos a
ver la gente con las banderas y en grandes grupos caminando por las aceras, la administración
del Metro había decidido cerrar cinco estaciones, las que servían justamente
los alrededores de la Plaza Bolívar y de la sede de la Asamblea Nacional, muy
al contrario de cuando el gobierno organiza sus marchas y concentraciones que
las mantienen abiertas y con acceso gratuito.
Era
claramente un tratamiento discriminatorio y abusivo el dejar sin servicio de
transporte subterráneo un área tan grande y concurrida significaba sólo una
cosa: culillo, miedo, pánico a la gente, al pueblo que, como nosotros, venía a
acompañar a sus diputados en el acto de juramentación e instalación del
parlamento, un acto de soberanía popular, pero como los chavistas habían
perdido las elecciones y sus dirigentes no aceptaban la derrota ni la pérdida
del poder, imponían aquel ‘’toque de queda” para quienes ahora eran sus enemigos
políticos, la idea era no sólo hacer difícil la llegada y la participación en
aquella fiesta cívica, sino disuadir a los ciudadanos, intención que quedó
confirmada con las pintas sobre los muros, en las aceras, en algunos kioscos,
que anunciaban, como en las películas baratas de horror gringas, “Entrando en
territorio chavista”.
Frente
a la torre del que era el Banco Latino nos bajamos, el tráfico era pesado y
decidimos hacer el trayecto a pié, para mi sorpresa la mayoría de los locales
comerciales estaban abiertos; ver aquella torre me trajo recuerdos de cuando
funcionaba el banco en el edificio, fueron buenos clientes en otras épocas y
les hacía folletos bilingües de sus operaciones off-shore, recuerdo que el
director de operaciones internacionales era un señor francés muy elegante, la
torre era una tacita de plata y llena de gente haciendo negocios.
Pero
la realidad me abofeteó el rostro de inmediato, avanzábamos esquivando los
montones de basura acumulados en la calle, saltando los charcos de agua
pestilentes, esquivando los vendedores de comida apostados en las aceras; había
varios edificios donde funcionaban dependencias públicas y los empleados
vestidos de rojo eran organizados en filas para llevárselos a la concentración
de los chavistas, y otra vez, en un día laboral, pagados con nuestro dinero vía
impuestos, el partido de gobierno disponía de estos funcionarios públicos para
abultar sus actos políticos que se hacen más y más escuálidos cada día que
pasa.
A la
altura del puente de las Fuerzas Armadas doblamos hacia el sur buscando la Av.
Universidad y la concentración de los nuestros; una nutrida caravana de
motorizados, liderada por una camioneta de Corpoelec, la empresa eléctrica del
gobierno, llevaba a personas con radios, todos ataviados con chalecos y gorras
rojas… los que conformaban ese grupo llevaban lentes oscuros y cara de pocos
amigos.
Pronto
nos encontramos con un nutrido piquete de la Policía Bolivariana; estaban
vestidos con sus trajes anti-motines, nos saludaron cortésmente y señalaron la
entrada por donde estaban permitiendo el acceso a la avenida.
Un
río de gente fluía hacia el centro, grupos grandes portando banderas de los
partidos, algunos de sus estados, se escuchaban los pitos y las trompas, la
concurrencia estaba animada, no faltaban los vendedores ambulantes con sus
bandejas de tortas y vasitos de flan con sus cucharas clavadas, los que
llevaban las cavas con agua y refrescos, los heladeros, los que vendían
banderines y gorras.
Nos
unimos a un grupo que venía del estado Anzoátegui, nos contaron que los habían
retenido por una hora en el sobre ancho de la autopista, frente a la
Universidad Metropolitana, hasta que la Guardia Nacional les permitió
continuar.
Diversas
actividades se realizaban simultáneamente; había grupos que bailaban con
muñecas del tamaño de una persona al son de la música que reproducía un aparato
que desplazaban con un carrito de mercado; había varias personas dando
discursos a viva voz sobre la importancia de aquel acto; incluso había un
predicador que anunciaba con un megáfono que Venezuela era tierra de gracia,
tierra de Jesús El Salvador.
El sol
estaba en todo su esplendor; a las once y media las personas avanzaban en
apretados grupos, lentamente, pero con buenos ánimos. De pronto se escucharon
unas detonaciones lejanas, los curiosos de asomaron sobre el enrejado y escuché
decir que eran unos colectivos por los lados del Nuevo Circo, disparando al
aire, la mayoría de la gente ni siquiera se inmutó, así de acostumbrados
estaremos a esos episodios.
De
pronto caí en cuenta de algo importante, allí los sifrinos éramos una minoría notable, volteé para todos lados
haciendo un rápido escaneo de la situación y, efectivamente, los que parecían
de la burguesía eran 1 de 10, el grueso de la convocatoria era pueblo, sobre
todo mucha gente del interior, que se vino a Caracas a defender la voluntad de
cambio que recorre el país como una corriente eléctrica. Aquello me produjo una
paz inmensa, de verdad, algo estaba cambiando en Venezuela.
Los
helicópteros pasaban sobre nuestras cabezas como si fueran moscardones; alguno
se quedaba fijo en el aire y luego continuaba sus vueltas. Tardé como veinte
minutos en llegar hasta donde estaba detenida la concentración, justo antes de
la Torre El Chorro, que para mi sorpresa, me enteré y verifiqué que estaba invadida.
Henry Ramos Allup nuevo presidente de la renovada Asamblea Nacional |
Estábamos
como a tres cuadras largas de la sede de la Asamblea Nacional, frente a
nosotros estaba un primer anillo de seguridad de la policía, en la próxima
esquina se veía claramente los piquetes anti-motines de la Guardia Nacional,
luego venía la Ballena, vehículo que lanza agua a presión para disolver manifestaciones,
en las boca-calles se veían las motos de los cuerpos de seguridad y sus
tripulantes listos para una rápida intervención disuasiva, a los lejos podíamos
ver un nutrido grupo de bandera rojas.
Rápidamente
me entero que los diputados ya estaban dentro del Palacio Legislativo
presentando sus credenciales, que habían llegado sin mayores problemas, que los
chavistas estaban del otro lado de la plaza Bolívar, que no tenían cordones de
seguridad que los retuvieran pero se mantenían en su perímetro… dentro de
aquella concentración nos enterábamos de lo que sucedía en la Asamblea Nacional
por twitters, eran otros tiempos cuando Chávez sacaba monitores gigantescos a
la calle para que la gente escuchara sus discursos.
Caigo
en cuenta que me encuentro en medio de un gran bloque de asistentes de Primero
Justicia y, entre ellos, un grupo de la sexualidad diversa ondeando con orgullo
la bandera multicolor, la mayoría eran muchachos muy jóvenes, adolescentes, uno
de ellos con el pelo pintado de rojo, las cejas delineadas y con zarcillos en
las orejas me observa apuntando hacia la Torre El Chorro a las cabecitas que se
ven en los pisos superiores.
-Pobres
familias… esas oficinas no fueron hechas para viviendas y los tienen allí
pasando trabajo
-Yo
conocí ese edificio – le dije- cuando era sede de varias empresas y habían
despachos de abogados y oficinas de contadores públicos, creo que había una
empresa de seguros… Había hasta un museo…
-Estos
chavistas malucos… desalojaron la Torre David ¿Se acuerda?... y ahora tienen
ésta… les encantan los ranchos verticales… a mi me da terror pasar debajo de
esas ventanas, he escuchado que arrojan porquería sobre la gente.
Me
quedo viendo las ventanas basculantes precariamente sostenidas por pedazos de
madera, la ropa secándose al sol, en uno de los edificios insignias del centro
de Caracas, una de las propiedades más valiosas en bienes raíces del país, inmejorablemente
ubicada en el casco histórico de la ciudad, convertida en eso… un rancho
vertical, los anuncios de que uno entraba a territorio chavista eran verdad, el
dedo del chavismo que trocó el espacio en territorio de miseria, en hambre y
mala vida.
Visto
que no iba a suceder gran cosa allí, decidimos regresar; fue cuando conté
cuatro cuadras largas llenas de gente… según un comentario, los chavistas no
llenaron ni una.
De
regreso acompañé a una señora que venía de Araira, de allí mismo, del Edo.
Miranda, que me dijo: -Pues fíjese, me levanté a las tres de la mañana para
salir de mi casa y agarrar el autobús para venir para Caracas, y en una
alcabala de la Guardia Nacional nos retuvieron por tres horas… ¡tres horas! El
oficial a cargo sólo se reía cuando le decíamos que era nuestro derecho
constitucional transitar libremente por el país y, más todavía, cuando
queríamos acompañar a nuestros representantes en su juramentación ante un
gobierno que es una dictadura.
Afortunadamente
ese día no pasó nada en la calle, aunque adentro de la Asamblea Nacional
nuestro país cambiaba definitivamente. -
saulgodoy@gmail.com
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