Tomemos un ejemplo, el caso de la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, que dictamina en una sentencia los límites de la acción contralora de la Asamblea Nacional, en contra de la letra de la Constitución, violando el principio de la separación de poderes, desconociendo su propia jurisprudencia, excediéndose de sus atribuciones legales.
Se trata un acto irresponsable por parte de estos
funcionarios del Estado, que en un determinado momento cambian mágicamente de
sombrero, pasan de magistrados a actores políticos, en defensa de la revolución
y de sus propios cargos, cuyos nombramientos fueron hechos de manera irregular.
El Tribunal Supremo de Justiciase ha convertido en un drone de la presidencia de la república
quien teledirige sus ataques en contra de la democracia, Nicolás Maduro
atrapado en su propia trampa ideológica, de crímenes y de traiciones está
jugando a la destrucción del Estado en nuestro país, ya no hay duda, quiere una
confrontación violenta y lo más peligroso, es que hay una parte de las FFAA
comprometidas con esta suicida revolución, que está dispuesta a propiciarla.
Si la sentencia que dictaron va en contra del
ordenamiento jurídico y de los principios republicanos en una democracia ¿Qué
conlleva ésta pérdida de la autoridad?
El asunto es delicado, en democracia y en un Estado de
Derecho la autoridad que reposa en la majestad de un servidor público, está
condicionada por el interés general, por el bien público, está constreñido por
las normas y obligado por la equidad y la justicia, pero cuando se trata de
actuaciones cuyo propósito es proteger intereses particulares, de una facción,
y se hace abusando del cargo ¿Qué sucede?
Igualmente, los ciudadanos obedecen a la autoridad porque
existe un vínculo moral de respeto a la ley, no se trata de obedecer solo por
el temor a ser constreñidos por la fuerza, que va en paralelo al convencimiento
ciudadano de que debe acatar las decisiones del gobierno porque cree, es lo
mejor para su persona y para la sociedad.
Muchas veces olvidan quienes ejercen una función pública,
que las personas actúan primeramente por el convencimiento que lo que hacen, es
moralmente correcto, que ninguna fuerza ajena a su conciencia puede obligarlos,
sin que él lo consienta, a hacer otra cosa que lo que le dicta su razón y
sentimientos.
En este frágil balance de tensiones, de obligaciones y
derechos, de libertades y responsabilidades, de libre voluntad y pragmatismo,
reposa la autoridad, si no hay consenso entre los sujetos acerca de la
verdaderas intenciones de la autoridad, es simple, se pierde la autoridad.
Basta que un funcionario se comporte de manera
parcializada, interesada, injusta y utilice su cargo y autoridad para “hacer
política”, para que los ciudadanos desconozcan esa autoridad y se dé pie a un
conflicto que generará violencia y abusos y la pérdida del valor institucional.
En Venezuela este tipo de actos es común, una serie de
funcionarios socialistas que le otorgan mayor peso e importancia a sus ideas políticas,
a sus lealtades partidistas, a sus compromisos con un líder y un proceso, dan
al traste con el orden público, con el estado de derecho, con la paz social
para afectar el balance de fuerzas en una relación política que nada tiene que
ver con el interés general.
Y si los funcionarios tienen responsabilidades mayores,
como es la de impartir justicia, o sus actuaciones tienen que ver con materias
educativas, de orden público, de salud pública, de seguridad y defensa, donde
el cuidado debería ser aún mayor, por las consecuencias que pudieran derivarse
de sus decisiones que afectan al gran conglomerado social, sus desempeños
debería tener particular cuidado en no afectar este frágil equilibrio de orden
y acatamiento.
¿Pero qué sucede cuando en este ejercicio irresponsable
del poder, de manera deliberada actúa para romper con el orden social, para
crear confusión, caos? que sin importarles sus altas funciones, presionan a la
ciudadanía, la coaccionan a aceptar injusticias, a inhibirse de comportamientos
y actitudes para favorecer unos intereses que nada tienen que ver con la conservación
de la democracia, con el respeto a la voluntad popular, a la libertad de
manifestaciones públicas, de pensamiento, de libre ejercicio de una actividad
económica.
Entonces lo que se está buscando son situaciones que
contradicen una convivencia democrática, participativa y libre de los
ciudadanos, pudiendo generar situaciones de desorden público con el solo fin de
preservar el poder, de imponerse como autoridad única y decidir las
controversias por vía de la violencia.
La integridad y el acato a los dictámenes del Estado es
lo primero que sufre cuando se le pierde el respeto a las instituciones, el
proceso de deslegitimación se hace más acelerado al persistir el abuso de
autoridad, provocando finalmente la ruptura del pacto social, la sociedad entra
en estado de anomia y los conflictos se resuelven por la fuerza.
Cantidad de veces se ha discutido públicamente en nuestro
país que, no basta la legitimidad de origen para que unas autoridades sustente
su poder, es necesaria, igualmente, una legitimidad de desempeño, de función,
es muy fácil que una institución pierda su norte en el servicio público por las
actuaciones desacertadas y viciadas de algunos funcionarios, causándole un daño
enorme a la integridad de la gobernabilidad.
Las actitudes, pretensiones y formas de proceder del
presidente Maduro y su gobierno, a medida que ha perdido popularidad y se le ha
complicado la situación socioeconómica, indican que antes que renunciar, entregar
el gobierno o cederlo a fuerzas políticas que pudieran brindar soluciones a la
actual crisis de gobernabilidad, prefiere llevar al país por un despeñadero.
Ha estado promoviendo desde el primer día de su mandato
la ilegitimidad de su régimen, anteponiendo su interés personal y el de las
facciones políticas que lo acompañan al interés general de la nación,
pretendiendo favorecer a sus seguidores, a un plan hegemónico de su ideología,
discriminando y maltratando a quienes no compartimos sus ideas, llevando a su
gobierno a un estado de violencia tal, que no le importa la crisis humanitaria
de alimentos, medicinas y servicios básicos como agua potable electricidad y
seguridad pública que el país enfrenta en estos momentos y que se agrava con
los días.
El solo hecho de haber confundido, ex profeso, su papel
de Jefe del Estado Venezolano con el de Líder de la revolución, de su gobierno
con la identidad del Estado, de su partido socialista único con la voluntad
popular, lo han hecho reo de una serie de violaciones a la ley que en algún
momento tendrá que responder, principalmente por abuso de poder y traición a la
patria.
Es imposible ocultar hoy en día la crisis institucional
que sufrimos, el Estado venezolano se está cayendo a pedazos y esto es una
impresión reiterada una y otra vez, no solo internamente, en la opinión pública
mundial hay preocupación por las sucesivas crisis nacionales, por las alarmas
económicas y de desabastecimiento alimentario, por la serie de denuncias,
acciones judiciales, reclamos diplomáticos, violaciones a los derechos humanos,
actos de guerra y terrorismo que han caracterizado el desempeño de este
gobierno, en vez de fortalecer el orden y la paz, acelera una espiral de
violencia y amenazas, todo dirigido a una confrontación sin sentido que probablemente
terminará en tragedia.
Los responsables de este deterioro institucional, en una
actitud suicida, en vez de detenerla y propiciar entendimientos para bajar la
presión, buscan “huir hacia delante”, provocar los enfrentamientos y tratar de
reinar en el caos, es una táctica conocida y ya usada en el desmoronamiento de
varios ordenes y países en la historia de la humanidad y cuyo resultado siempre
es la destrucción.
Mientras esto sucede, el verdadero pueblo sigue en la
calle, reclamando sus derechos, luchando por sus reivindicaciones, defendiendo
su libertad, protestando ante la insensible arrogancia de quienes se creen
ungidos por el deber histórico de arruinar al país, de hacer de los venezolanos
un hombre nuevo al precio que sea. A las autoridades ilegítimas no se les puede
reconocer ni deben respetarse, aún cuando lo decreten.
Afortunadamente contamos con un parlamento nacido en
legitimidad por medio de elecciones libres, secretas y universales, la
soberanía popular quedó claramente expresada en el mandato que les otorgó a sus representantes para que
recondujeran al país, la nueva Asamblea Nacional es producto de ese gran
descontento nacional por un gobierno falso aliado al narcotráfico
internacional, a la corrupción y al comunismo, la gente le dijo basta a una
institución militar podrida que se pone el uniforme para delinquir y
extorsionar, le dijo basta a un sistema de justicia que se vendió a los
carteles de la droga, a los pranes en las cárceles y que protege a los ladrones
y asesinos.
Detrás de los diputados de la Asamblea Nacional se
encuentra un pueblo libre, indomable, expectante, dispuesto a los cambios,
cansado de engaños y trampas, pagando siempre los platos rotos de unos
funcionarios ineptos, empezando por el presidente de la república quien hace ya
mucho tiempo perdió la brújula.
El escenario es claro, vamos a una confrontación
auspiciada por el gobierno de Maduro, parecieran no darse cuenta que no es solo
van en contra la Asamblea Nacional, que detrás está el pueblo de Venezuela, y
detrás están todos los países de la región que son democráticos, decentes y ven
con horror lo que nos sucede y en el fondo está presente el mundo entero con
sus instituciones internacionales, a la expectativa.
En mi opinión lo que viene, es el desacato al TSJ, al
Presidente de la República, a todos los demás poderes que se han agavillado
para destruir nuestra democracia, viene la resistencia activa, viene la
rebelión y viene un cambio de gobierno, los días de Maduro están contados y
será reo de la justicia en las peores circunstancias posibles, las cartas están
echadas… - saulgodoy@gmail.com
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