Cada día que pasa me convenzo más y más de que el venezolano sufre alguna forma de infantilismo mental, especie de cretinismo que le impide afrontar la realidad en términos de sobrevivencia, en primer lugar, y de imponer orden en el mundo para la consecución de sus fines; no estoy muy seguro si esto tiene que ver con problemas en la alimentación, o en la falta de afecto, o en la negación a tener una familia constituida por padres responsables, hermanos y el resto de la familia extendida… espero que no sea un problema de herencia genética, como apunta el historiador y psiquiatra Francisco Herrera Luque, porque entonces el problema es aún mayor.
Hay
allí, en nuestra cultura, un bloqueo para entender nuestros problemas de manera
cabal; nuestra visión del mundo me parece de lo más inmadura e irreal, al
momento de afrontar nuestras circunstancias me encuentro con agregados
astrobiológicos, mágicos, rodeado de justificaciones mitómanas, con explicaciones
y soluciones metafísicas, y me parece un milagro que todavía existamos como
sociedad.
Hay
unos ingredientes de fantasía involucrados que nos hacen jugar a roles de
héroes, de personas con un espíritu de sacrificio y entrega absolutas a las
causas más justas, o en su defecto, de bandidos famosos, a lo Robin Hood, de
criminales caballeros que encantan al mundo con sus maneras y osadía; esa
ambivalencia se refleja en nuestro lenguaje cotidiano, enfrentamos el día con
un Dios proveerá, “como vaya viniendo vamos viendo”, la carga se endereza en el
camino, si la naturaleza se opone lucharemos contra ella, no hay hombres malos
hay situaciones malas, el que no llora no mama, y otra serie de memes que de
alguna manera nos impiden planificar, prever, ahorrar, crecer…
El
venezolano, aparentemente, aún no ha salido de su etapa anal, le encanta
regodearse en su propia excreta, esperando que alguien lo limpie y le ponga los
pañales con talco.
No
hay manera de que el país se mantenga sobre un rumbo de prosperidad,
producción, preparación, crecimiento, consolidación de instituciones sin que en
algún momento le demos una patada a la mesa y tengamos que volver a empezar
desde cero.
Qué mejor
ejemplo de lo que digo es la manera cómo los venezolanos escogemos a nuestros
líderes y cómo se comporta el estamento político, en el campo socialista,
compuesto casi en su totalidad por niños exploradores a los que les gusta la
vida de campamento, de uniformes, de tropas, de grandes consignas sobre la
solidaridad, la comuna, el colectivo, la revolución ¿De dónde viene esa
adoración por el guerrillero que se va a la lucha armada en una montaña? ¿De
dónde ese apego atávico a lo militar, a las charreteras y los sables?
Consignas
universales como las de la Justicia Social o la Igualdad, campañas heroicas
para salvar el mundo, darle la libertad a los oprimidos, conforman un estado
mental de eterna complacencia con la aventura, con las misiones, con las
consignas que identifican a los grupos privilegiados de héroes sociales que lo
dan todo por el bienestar de los otros… porque, al final, la recompensa es
sentirse bien, ser feliz, ser útil y parte del grupo.
Esos
ideales inalcanzables, esa lucha contra la injusticia, que inmediatamente conforma
un cuadro sacado de un comic o suplemento de superhéroes, nos ha hecho un mal
terrible, todo se configura en una campaña de explotación de un grupo para
darle al otro, de robarle al que tiene para darle al que no (por lo menos en
intención), de trabajar sin sueldo ni salario sólo por el ideal y terminar el
día cantando canciones en torno a la fogata agarraditos de la mano.
Me
van a disculpar, pero esa es la visión del mundo que casi a diario le venden
los gobiernos socialistas a una buena parte de los venezolanos, y lo peor es
que se la creen, están convencidos de que el estado está allí para mantenerlos,
que mientras cumplan su misión serán vestidos, alimentados, les habrán asignado
barracas y hasta una mujer, que sus hijos serán educados por la comuna, que sus
necesidades en vida y hasta la tumba están cubiertas por una partida del
presupuesto nacional… porque ese es su derecho.
Pero
también nos encontramos con los demócratas infantiles, son más modositos,
intelectuales, formales, a los que les gustan los discursos, creen que con tener
buenas intenciones basta, esos individuos creen que la vida trata de un juego
de debates del tipo de los modelos de las Naciones Unidas.
Estos
venezolanos creen, como los cochinitos del cuento con el lobo, que construyendo
sus casas de paja primero, de madera luego y de piedra al final, que gobernados
por la mejor Constitución del mundo, por las instituciones de papel que han
creado, van a soportar los furiosos embates de los enemigos de la democracia,
que ellos mismos, en un ataque de pureza democrática y tolerancia suicida, han
permitido participar en sus justas de quien da el mejor discurso.
Hay
una debilidad de carácter inconmensurable, no hay manera de que puedan defender
lo que tienen, por principio prefieren dejar que los roben y violen a
defenderse, lo que la sociedad ha ganado como bueno y positivo lo pierden,
simplemente porque los guardianes que designan para protegerlos son todavía más
infantiles que ellos, se la pasan poniéndose medallas que nunca han ganado,
otorgándose ascensos que no merecen y viviendo unas vidas de héroes que no les
pertenecen, medrando de historias de un pasado glorioso y del que,
supuestamente, ellos son herederos.
El
mundo de fantasía que nos hemos construido hizo explosión en un alarde
pirotécnico digno de una presentación de Disney, con personajes como Chávez y
Maduro, que llegaron a ser presidentes, de un infantilismo absoluto, que
parecen sacados de una historia de los hermanos Grimm, el uno creyéndose casi
un Dios y el otro, el hijo de ese Dios.
Chávez
jugó con el país como le dio la gana, y el pueblo, embelesado con sus programas
de televisión, se tragó el cuento completico, mientras desmontaba el país y lo
vendía en el exterior; Chávez gozó como nadie, jugó a ser militar, un héroe,
para demás señas igual que Simón Bolívar, fue agricultor, médico, maestro,
embajador, sacerdote, brujo, revolucionario, historiador, banquero, industrial,
juez, cantante, grande liga, escritor, filósofo, economista, urbanista… imagine
usted un rol cualquiera y, le aseguro, que se puso el disfraz y lo encarnó.
Pero
es que además, tuvo un hijo, y ese fue Nicolás Maduro, medio lento el hombre,
pero bueno, era lo que la gente quería, con su cara de pueblo, trató de jugar a
que él era Chávez pero nunca llenó las expectativas, entre otras cosas porque
ya no había dinero para pagarle a los músicos, comprar los refrescos y dulces
ni para contratar a buenos payasos.
La
fiesta se le fue agriando, la gente se empezó a sentir engañada y empezaron los
abucheos, Maduro desesperado llamó a los que estaban disfrazados de militares
para que montaran su show, pero eran malazos hasta para personificar esos
personajes que, con sus juguetes bélicos, se habían dedicado a robar a los
invitados.
Trató
de animar a la gente con un nuevo Plan de la Patria, con 13 nuevos supermotores,
pero ya la gente estaba aburrida, lo que quería era seguir comiendo dulces y
bebiendo refrescos, varias veces se fue la luz en la fiesta y los baños
despedían un hedor insoportable porque no había agua.
Nombró
a una indigente como jefa de las cárceles, a un loco de carreta como ministro
de economía productiva y trató de ocultar los actos lascivos con menores que le
descubrieron a su presidente del Banco Central, pero nada resultaba, al final
quedaron en la fiesta solo algunos niños con retardos cognitivos vestidos de
rojo y gritando que con el socialismo se vive mejor.
La
gente desencantada los esperaba afuera del local para que les rindiera cuenta,
lo habían elegido presidente para que los entretuviera, no para hacerles pasar
un mal rato; pero Maduro se negaba a salir, de modo que le dijo a una chama que
estaba enamorada de él y disfrazada de juez del Tribunal Supremo de algo, que
saliera y les dijera que el que se metiera con él era un tramposo.
Luego
mandó a otra chamita disfrazada de ministra de agricultura urbana para que les
explicara cómo sembrar bolsas de papitas fritas y tostones en sus casas, pero
los ánimos se seguían caldeando.
Los
constitucionalistas y ganadores del juego del modelo de la ONU, que estaban
celosos porque ellos querían hacer ahora su fiesta (les tocaba a ellos y habían
esperado un buen rato), le decían a la gente “Maduro ya no es gracioso, no nos
quiere dar más fiesta”, pero la gente no escuchaba, estaba viendo con horror cómo
Maduro incendiaba el rancho, enloquecido rociaba la casa con gasolina mientras
gritaba “Esta fiesta es mía y se acaba cuando yo diga”.
Parece
una pesadilla, pero no lo es. Eso es lo que le pasa a un país cuando no se toma
en serio la vida, y permite que unos locos entren a su casa y dispongan de
todo. – saulgodoy@gmail.com
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