Ya no es posible disimularlo, por más caraduras que sean los militares ministros, los militares gobernadores, los militares alcaldes, los militares directores de las empresas del estado y los militares vestidos de militares, se siente, en sus expresiones y en el discurso, que ya no creen lo que dicen, hay una actitud forzada, un rictus que los traiciona ante las cámaras de televisión que lo que van a decir o están diciendo contradicen diametralmente la realidad que vive el país.
Hasta
los mismos periodistas de VTV, que tienen la piel curtida en este tipo de
trabajo, se sienten más falsos que un billete de 5 mil bolívares fuertes, sus
declaraciones suenan huecas, sin vida, sin una pizca de convencimiento, eso sí,
mucho histrionismo, abundante gestualidad y un pestañeo incontenible, todas
señales de un lenguaje corporal que grita a los cuatro vientos “Los estoy engañando, me pagan por hacerlo”.
Incluso
Diosdado Cabello parece una mata de nervios cada vez que trata de explicarnos a
los venezolanos porque estamos perdiendo la supuesta guerra económica, esa
sonrisita de sorna, de burla, lo traicionan; en todos los medios públicos y
aquellos privados pero comprados por el régimen, todos padecen del mismo mal,
la máscara de la verisimilitud se les derrite frente a su público y terminan
como siempre, amenazando, acusando, insultando… no hay remedio, la mentira es
algo que es muy difícil sostener por tanto tiempo.
La indigente ministro de Relaciones Exteriores,
Delsy Rodríguez, declarando que Venezuela disponía de comida para alimentar a
tres países, parecía la deconstrucción de un rostro de Picasso, nada estaba en
su sitio, la boca parecía subírsele a los ojos, los lentos se le descuadraron,
los ojos parecían chorreados, tenía una oreja por la frente y la otra en la
quijada, la boca era una curvatura mitad sonrisa, mitad disgusto, estaba tan
desencajada que la gente no se preguntaba porque mentía, sino como hacía para
poner ese rostro tan feo.
Son
17 años de mentiras, no es fácil, pero debería desistir y dejar de hacerlo ya
que la impresión que dan es que están dementes; la mentira enferma, envejece,
embota, todos esos chavistas que salen en televisión parecen unos pacientes
desahuciados, cada uno más demacrado que el otro, aún los gordos, los bien
vestidos, parecieran figurines de un vaudeville, actores de reparto en una
charada que perdió sentido hace mucho tiempo.
Estudie
televisión en mi carrera, conozco su tecnología y trabajé delante y detrás de
las cámaras por algún tiempo, y de las cosas que mis profesores de Michigan me
enseñaron, es que no se puede engañar a una cámara de televisión, ese ojo de
vidrio escruta a las personas que se ponen frente a ella, la lente las retrata
sin afeites, descubre sus defectos, destaca sus imperfecciones; pueden “trucar”
una escena, maquillar, suplantar, modificar algún contenido, pero el riesgo y
la oportunidad de salir en vivo radica precisamente en la inmediatez del gesto,
de la expresión del momento, del gesto irreprimible que no hay manera de
ocultar.
Pero
también enseña cuando dicen la verdad como si fuera el polígrafo más sensible,
lo que sucede es que el público, el espectador, le otorga el beneficio de la
duda al presentador, anula, mientras ve el programa lo que sabe, que esas
personas están actuando, siguiendo un guión, diciendo palabras que no son
suyas, que tienen un director de piso, un director de cabina, un productor,
libretistas, dialoguistas, operadores de telepronter, que les dicen cómo
moverse, en que ángulo están, que cámara lo toma, cuánto tiempo ha transcurrido
y cuanto falta, que sus poses son para los diferentes monitores que los rodean,
que sus discursos tienen un objetivo, al igual que el público escogido que los
acompaña en estudio.
Por
ello es que es muy fácil para el telespectador detectar la impostura, el
acartonamiento de las personas que actúan mal su papel, se ven inauténticos,
fuera de lugar y esto sucede con mayor frecuencia con todos estos
interlocutores del gobierno que llena los espacios de la televisión asegurando
que todo está excesivamente normal, que Venezuela es un paraíso en la tierra,
que vivimos en un país potencia, donde todos somos felices comiendo pasteles y
perdices.
En
las dictaduras desarrolladas, los gobiernos utilizan profesionales de la
televisión para hacerles el trabajo sucio de mentir, gente con alguna
credibilidad y experiencia en el manejo del medio, en nuestro caso, el primer
monigote que llegue al puesto inmediatamente aparece dando declaraciones, sin
importar si se expresa adecuadamente, si puede construir una oración sin
cometer errores gramaticales o de pronunciación, si es capaz de mantener una
coherencia en su discurso, es normal que luego de las primeras apariciones en
los medios, el vocero se engolosine y pretenda estar dando declaraciones todo
el tiempo, enseñando lo mucho que trabaja y lo responsable que es.
Este
gobierno que tenemos es un gobierno que se ha hecho en torno a la televisión,
solo trabaja si hay cámaras en cadena nacional enseñado lo responsables que son
y lo mucho que hacen por el país, la política ha sido considerada como parte
del entretenimiento, de anuncios espectaculares, de rifas, regalos y
competencias, los artistas nacionales hacen su aparición entre pronunciamientos
en contra de gobiernos inamistosos o expropiaciones de industrias, es como
tener un reality show sin fin, tratando de convencernos de que allá afuera hay
un gentío que los apoya, que hay un pueblo inmenso que está verdaderamente
satisfecho como van las cosas y no quieren cambios.
Pero
la gente que se sienta ante sus televisores (cuando hay luz) sabe que está
viendo televisión, que cuando aparece el extranjero indocumentado que se dice
venezolano y presidente del país, hablando de una Venezuela que solo existe en
su imaginación, saben que les mienten.
Las
últimas cadenas nacionales con las intervenciones de este individuo, con la
Constitución en la mano, dándonos lecciones de republicanismo y democracia,
cuando afuera en la calle la gente protesta porque no tiene que comer y los piquetes
de la Guardia Nacional tratan de detener a los venezolanos que estamos hartos
de tanta mentira, y queremos que agarre sus macundales y se vaya bien largo al
carajo, verlo en las pantallas de televisión da realmente grima, con su rostro
descompuesto hablando babosadas y negándose a contarse.
Como
si no supiera que cada minuto que pasa fingiendo ser el presidente de esta gran
nación mueren por su culpa decenas de venezolanos, se pierden oportunidades,
nos hacemos más pobres, nos va hacer más difícil recuperarnos, y él lo sabe, y
lo saben también los militares que lo acompañan con todo la deshonra que eso
implica.
Estar
a su lado se ha convertido en una carga, principalmente porque comparten la
responsabilidad y el peso de de convertir la palabra, eso que nos distingue de
otros animales y nos da cultura, en sonidos que ofenden la inteligencia, porque
hablar de guerra económica, de conspiraciones internacionales, de magnicidios,
de aislamiento y bloqueos, de golpes de estado ante un decreto de estado de excepción
como el que quiere usar para oprimirnos, no es más sino cobardía, miedo y
traición, y de esa manera, se hace imposible gobernar al país.
El
público vive una realidad diaria muy dura y cruel, para tener que sentarse ante
la pantalla para que alguien le diga lo contrario, la gente sabe que lo están
engañado, que los plomazos de escucha en el barrio en la noche no son de
utilería, que el dinero que lleva a la casa no alcanza para la comida, que la
medicina que tanto necesita su bebé no se consigue y que es posible que mañana
pierda el empleo porque la fábrica no aguanta la situación económica.
Por
ello es tan torcido e indigno, tener que escuchar por parte de esta fábrica de
mentiras en la que se ha convertido el gobierno, anunciarnos antes de cada transmisión,
que la hacen para garantizar nuestro derecho de recibir una información
oportuna y veraz.
Ellos
creen que se la están comiendo con esta inundación de propaganda, haciendo gala
de su hegemonía comunicacional, pero el resultado es todo lo contrario, ya es
incómodo verlos y escucharlos para decirnos que nuestras vidas no son las que
vivimos, sino la que ellos dicen que vivimos, lo cual es sumamente irritante, y
si no lo creen, vean el rating, el encendido de aparatos es solamente el que
permanecen encendidos por obligación en los cuarteles, penales, oficinas
públicas y otras dependencias gubernamentales pero sin que nadie los vea, se
quedaron solos hablándole a las cámaras, porque la gente está ahora en las
calles, protestando, exigiendo sus derechos.
- saulgodoy@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario