Es un
magnífico ensayo del autor y filósofo del lenguaje George Steiner cuyo
subtítulo es El Sentido del Sentido y
que llegó a mis manos gracias al legado de parte de la biblioteca de la
historiadora Laura Febres Cordero y su esposo Guillermo Ayala, que finalmente
se integró a la de Olga y mía. Gracias Laura y Guillo.
Esta
publicación fue patrocina, según lo entiendo, por el Dr. Rafael Tomás Caldera,
en 1989, quien hizo posible su traducción y publicación; y comprendo
perfectamente la importancia de esta obra para quienes participaron en su
difusión en el país, pues no solo habla la “crisis del lenguaje” sino de la terrible
desviación que ha caracterizado al término “Humanismo” sobre todo por factores
del totalitarismo que lo utilizan para justificar lo injustificable.El escritor George Steiner |
Pues bien, fue un gesto premonitorio que nos llega de aquel final del siglo XX, donde ya Europa sentía en sus huesos el crujir del postmodernismo y el deconstruccionismo, que hacía que todo aquello que teníamos por real se fuera disolviendo en un mero espejismo y que, en palabras de Luis Miguel Isava, “es un síntoma insoslayable de la profunda crisis de valores, de la crisis espiritual de occidente”.
Steiner
empieza su ensayo considerando la crisis filosófica en los fundamentos de las
matemáticas, que debería ser uno de los pilares más sólidos del conocimiento
humano por la naturaleza de su lenguaje y el universo donde se desenvuelve; ya
la lógica estaba experimentando serias dudas sobre sus propias fuentes para
demostrar una prueba, especialmente con Gödel, quien explicó su inquietante
descubrimiento de la necesidad de recurrir siempre a una adición exterior,
fuera del sistema desde el que se opera, en otro sistema aparte, para validar
la integridad de una demostración.
Fue
así como el lenguaje entra en una terrible barrena del sentido, nuestra
capacidad de nombrar el mundo, de darle forma y sentido, resulta ser un
coladero de interpretaciones donde todo resulta posible y nada seguro, el
llamado Giro Lingüístico se
transforma en una pesadilla que afecta a todo lo que es humano y divino… donde
se use la palabra, cualquier cosa puede pasar.
Es
por ello que Steiner se va por lo único seguro, por la “cosa en sí” kantiana,
la última realidad-sustancia que debería estar allá afuera sustentando la realidad
y a la que sólo es posible acceder por medios extraordinarios como el arrebato
místico, como la poesía y el arte en sus formas puras.
Es
interesante como Steiner rescata a dos de los profetas que entrevieron ese
universo caótico y se lo presentaron al mundo en sendas obras; son Mallarmé y
Rimbaud, quienes experimentan disociando la palabra de la referencia externa. Para
Steiner fue el lenguaje poético, en la segunda mitad del siglo XIX, la llave
que abría los portales de un universo asociativo “líquido” como diría Baumman,
un abrevadero donde el yo se desvanecía para experimentar el mundo anterior al
lenguaje.
Según
Steiner, fue el Círculo de Viena el primero en darse cuenta y proponer vías
para manejar tal contingencia, que ponía a la epistomología en serios aprietos,
y fue tratando de purgar el lenguaje de todo contenido metafísico, igualmente
se probaron otras vías como los intentos de regresar a las tradiciones reveladas,
sobre todo las talmúdicas como propusieron otros intelectuales; el asunto es
que, mientras esto sucedía, el lenguaje del mundo, el lenguaje de la política,
de los medios de comunicación, de la propaganda y la publicidad se degradaba,
la cultura clásica y la tradición humanística perdían sentido ante la
subversión de verdaderas revoluciones en la psicología, la sociología, la
cosmología y todo ese empuje tecnológico que lanzó a la humanidad a
confrontarse en dos guerras mundiales con el poder en las manos de devastar al
enemigo sin piedad y sin razones.
Al
perderse el ancla del significado, el hombre quedó a la deriva, porque todo se
volvió relativo, la opinión de un idiota tenía el mismo valor que la de un
sabio, todo se reducía a la forma y en ese mundo la verdad dejaba de existir,
todo se sometía a los gustos personales.
Me
gusta la manera como Steiner toma esos ataques del postmodernismo, al que
considera una “cámara autista de ecos”, donde se juega a un juego cuyas propias
reglas se alteran y subvierten mientras transcurre; la deconstrucción es puro
nihilismo, es una forma de terrorismo que va destinado a erosionar la auctoritas, y en su contra lo que cabe
es confiar en el consenso de lo que él llama la “praxis liberal”, que no es
otra cosa que la tradición erudita de los estudiosos, en sus palabras: “…el editor, el crítico seguirán adelante,
como siempre, trabajando en mano, con la dilucidación de lo que se considera un
auténtico aunque a menudo polisémico e incluso ambiguo sentido, y enunciarán lo
que consideran sus preferencias y juicios de valor informados, racionalmente
argumentables, aunque siempre provisionales y auto-cuestionadores. A través de
los milenios, una mayoría decisiva de receptores informados no sólo llegó a una
visión múltiple aunque amplia y coherente de lo que tratan La Ilíada, El rey
Lear o Las bodas de Fígaro (los significados de sus significados), sino que han
concordado en juzgar a Homero, Shakespeare y Mozart como artistas supremos, en
una jerarquía de reconocimientos que se extienden desde las cimas clásicas
hasta lo trivial y falso. Esta amplia concordancia, con su innegable residuo de
disensión de disputas hermenéuticas y críticas, con sus márgenes de
incertidumbres y su cambiante localización, constituyen un consenso
institucional, un manual de referencia y ejemplaridad acordada a través de los
tiempos. Esta concurrencia general provee a la cultura con sus energías de
memoria, y aporta las piedras de toque con las que medimos la nueva literatura,
el arte nuevo, la nueva música.”
Steiner
ve en este caos y anarquía, creados por el postmodernismo, provocaciones
intensamente estimulantes para proseguir en la labor de reparar esa disociación
platónica entre estética y moral; no hay pre-textos ni morfologías anteriores
al acto creativo de un poema, su esencia es una necesidad ontológica y de
auto-suficiencia. El poema- dice Steiner- a través de una ejecución particular,
contiene y da cuerpo a su propia raison
détre.
Steiner
remata con una de sus frases iluminadoras: “El
poema es; el comentario significa. El significado es un atributo del ser.”
No me
queda sino agradecerle al Dr. Rafael Tomás Caldera su empeño en traducir y
publicar para los venezolanos este texto tan iluminador y primordial para
comprender la modernidad, y de recomendar a mis lectores que se busquen este
ensayo y lo beban como si fuera un buen vino, despacio, paladeándolo y
disfrutando cada gota de su sabiduría.
Presencias Reales de George Steiner es uno de esos
textos imprescindibles, que en tiempos tan artificiosos puede arrojar luz sobre
la situación que vivimos los venezolanos en medio de esta fuerza tan corrosiva
como lo es el chavismo y su ideología chatarra.
- saulgodoy@gmail.com
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