Entramos
en un período de cambios importantes para el país, hay que reconstruirlo, pero
el dilema es ¿hacia dónde? No es cualquier pregunta, es la pregunta.
Lo
digo porque ya escucho varias opiniones que deberíamos seguir la senda del
modelo del estado benefactor de la Europa escandinava, del socialismo “light”,
tipo Tercera Vía que proponía Tony Blair en su primer período como Primer
Ministro de Inglaterra, del capitalismo social que se desprende de las
instituciones socialdemócratas europeas, de un estado nacional fuerte que vaya
permitiendo la creación paulatina de un nuevo piso industrial mixto primero,
privado luego…
Definitivamente
hay grupos y tendencias dominantes que vuelven a insistir en el malhadado
socialismo, pareciera que no tuvieron suficiente con las locuras del chavismo y
pretenden administrar un nuevo estatismo
con guantes de seda, otra vez vemos como la política quiere volver a la cama
con el empresariado y esta vez procrear un hijo sano y bello, y no un incubo
horrible como el que parió el chavismo.
Volver
a desaprovechar la oportunidad por temor a lo desconocido es de una
despreciable cobardía, Venezuela no se encuentra en situación de tabula raza, al contrario, lo único que
ha sobrevivido con cierta dignidad y ahora con una experiencia que vale oro,
son sus grandes empresas, las poquísimas que han quedado y sobrevivido en las
peores circunstancias, algunas han tenido que migrar al extranjero y permanecen
vivas, esperando las nuevas oportunidades en el país donde vieron luz.
Hay
otro pequeño grupo de nuevos emprendimientos, de ideas que han prendido y se
encuentran en el semillero esperando a ser trasplantadas a suelo fértil, las
vemos funcionando por allí, labrándose sus nichos de mercado a fuerza de
trabajo e inventiva.
Nuestro
país es un cementerio de empresas e industrias que sirven de muy poco y su
costo de reactivación sería demasiado alto para un gobierno que tienen que
atender una crisis humanitaria, hay otro grupo de empresas que permanecen enchufadas
al gobierno, parasitando de él para poder sobrevivir, algunas son rescatables,
la gran mayoría es mejor desconectarlas y que mueran.
Pero
allá afuera hay un enorme caudal de empresas e industrias, algunas en manos de
venezolanos, una gran parte de capital
extranjero, que estarían más que motivadas en venir asentarse al país si se les
ofreciera las condiciones necesarias y las garantías necesarias en un mundo
capitalista y globalizado.
Creo
que definitivamente la lección de estos terribles años de decadencia y
retroceso histórico es precisamente que el gobierno debe ocuparse de gobernar,
ese es su trabajo, que de por sí ya es complicado, y requiere de su máxima
atención para hacerlo bien, lo que es una necesidad vital para el país. Volver a repetir la escena de un gobierno
empresario, dueño de los recursos naturales del país, de locomotora que
arrastra tras de sí al aparato productivo del país, especie de Mago de Oz
interventor, centralista, regulador, accionista, garante y planificador del
resto de los actores de la economía es volver a caer en lo mismo.
Creo
que le llegó la hora a la sociedad civil de poner su aporte de manera abierta y
libre en la creación de la nueva economía que necesita el país, de que los
militares regresen a sus cuarteles a cumplir con su trabajo de resguardar
nuestras fronteras y la integridad de nuestro territorio que bien penetrado y
vulnerable se encuentra, desde el gobierno hay que hacerle un llamado a
nuestros empresarios de que tomen el timón de la economía, ellos, no los
políticos, son los que deben estar impulsando nuestro mercado interno y
planificando nuestra inserción en los mercados del mundo.
Los
políticos deben darles las herramientas legales y normativas que necesitan los
empresarios, crear las condiciones para la inversión nacional y extranjera,
estabilizar la macroeconomía y el aparato fiscal, producir confianza
estabilizando la moneda, ir hacia un sistema de cambio libre, saneando las
cuentas del estado, contabilizando nuestra deuda real, atendiendo nuestros
compromisos financieros como república, el gobierno tiene demasiado trabajo
para estar ocupado en ser otra vez un pésimo empresario.
El
trabajo que tenemos por delante es inmenso, y como estamos saliendo de una
dictadura de los más incapaces y violentos, debemos asegurarnos de que no
vuelvan, aquí no vendrá un solo dólar o euro de inversión estable y a largo
plazo, si no le enseñamos al mundo que tenemos la voluntad y el poder de
desterrar a expresiones políticas como el chavismo para siempre, y es la razón
que necesitamos de un gobierno con la suficiente claridad y mano dura para
limpiar el país de esos indeseables y sus compinches, que creen que ahora les
llegó la hora de ser oposición.
Una
mentalidad, una ideología tan tóxica y peligrosa para la estabilidad
democrática y las libertades como lo es el chavismo tiene que ser desterrada y
enterrada para siempre, estos torturadores y violadores no pueden tener sino
procesos judiciales y cárcel, no oportunidades políticas y nuevas esperanzas de
que vuelvan a destruir el país.
Esa
“pajita loca” que tienen algunos colaboracionistas y neosocialistas en la
cabeza que tenemos que convivir con esa perniciosa visión del mundo, es justamente
la clase de personas que no pueden estar conformando un nuevo gobierno, nadie
debería permitir que a su mesa se siente un violador de derechos humanos, por
ese falso sentido de la tolerancia y de los principios al libre pensamiento es
que no pudimos identificar y detener cuando pudimos a los enemigos de la
sociedad abierta, por esa falta de carácter fue que perdimos al país.
En mi
opinión Venezuela sólo tiene un curso de acción y es reinsertarse en el sistema
capitalista y de globalización que está comandando los destinos económicos del
mundo, y si esa es nuestra meta no podemos distraernos en estar complaciendo
experimentos sociales “mixtos” para preservar gustos y creencias personales de
algunos líderes que les cuesta despegarse de su pasado socialista.
La
meta debe ser fundar en nuestro país un sistema productivo de libre mercado,
para ello se debe aplicar las recetas del llamado Consenso de Washington para
restablecer el equilibrio fiscal y desregular nuestra economía interna, ir al
FMI con el firme propósito de cumplir con nuestros compromisos internacionales
legítimos y legales, refinanciar nuestra deuda y tener acceso al capital para
la reconstrucción de la infraestructura del país.
Para
algunos reputados autores de derecho constitucional, economistas, politólogos y
relacionistas internacionales, como podrían ser Phillip Bobbitt, Richard
Robinson, Camdessus, Greenspan y otros, estamos ante un cambio de paradigma en
lo referente a la naturaleza del estado en los países desarrollados, tanto de Asia
como de Occidente, y trata de la transformación de un estado nacional hacia un
estado mercado.
El
estado de mercado es el paso evolutivo a seguir para insertarse en la economía
globalizada, no es una forma de producción, es una política, que permite que
los estados sean competitivos y se adapten de mejor manera a los cambios
necesarios en ese nuevo mundo.
De acuerdo al profesor George A. Martinez profesor
de derecho de las universidades de Arizona, Michigan y Harvard, lo explica de
manera sucinta: “La autoridad de la
nación estado está basada en la idea que el estado ofrece mejorar el bienestar
material de su gente a cambio de poder para gobernar…En contraste a la nación
estado, el estado mercado ofrece maximizar las oportunidades de los individuos
a cambio de poder.”
En este tema apunta Bobbitt, que la nación estado,
en la actualidad y dadas las circunstancias, no puede garantizar esta meta
debido a un gran número de variantes, entre ellas que la nación estado ya no
puede proteger a sus ciudadanos o preservar su cultura nacional.
El estado mercado ha sido una elaboración del
pensamiento neoliberal que no solo busca proteger al mercado, principalmente
del mismo estado, el libre mercado es esa relación auto regulable, dinámica y
auto adaptable entre consumidores y productores que se juzga como la manera más
eficiente de colocar productos y servicios en la sociedad, incomparable a otras
soluciones económicas al momento de buscar la prosperidad de los pueblos,
justa, desde el punto de vista que proporciona mayor número de oportunidades
para todos, inclusiva, ya que desde un primer momento o eres del sector
productivo o del consumidor, o de ambos, como somos la gran mayoría.
El estado mercado se ajusta a la democracia como una
guante, todos somos parte del intercambio de bienes y servicios, todos tenemos
voz y decidimos que es lo que más nos conviene y a qué precio, la mayoría tiene
un peso específico sin desmeritar el poder transaccional de las minorías, ha
demostrado ser la manera más razonable de distribuir las cargas y los
beneficios al momento de emprender proyectos, sea estos mercantiles,
financieros, ecológicos o sociales.
Es justo, ya que al proporcionar mayor riqueza,
ventajas competitivas, reglas claras y posibilidades infinitas de innovación,
lo que a su vez genera un importante volumen de capital, permite el ejercicio
de una más amplia y eficiente distribución de recursos para la beneficencia y
programas de ayudas sociales, que contribuyen en elevar la capacidad
productiva- consumidora de los estratos más vulnerables.
Esa porción de la población que está excluida de los
beneficios del mercado, que no aportan nada al sistema y a quienes hay que
mantener por diversas razones, hay que reinsertarlas en el sistema y hacerlas
productivas y auto sustentables, eso es de por sí un gran reto social para el
gobierno de turno y las ONG’s de la sociedad civil que se ocupan del área.
En un estado de mercado las metas son alcanzadas por
la dinámica del mercado no por incentivos redistributivos, el estado de mercado
opera con el fin de evitar la inestabilidad social más que promover una idea de
justicia o reglas de conductas morales, el estado de mercado es indiferente a
las razas, a las culturas, al género de las personas o su etnicidad lo que lo
convierte en un molde ideal para el multiculturalismo.
Para un estado de mercado una de sus metas es poder
garantizar los derechos de propiedad individual y los contratos, para ello se tendrían
que crear una gobernabilidad tecno-gerencial que proteja el mercado de la
política y que posea la autoridad para redefinir los términos de la sociedad
sobre una serie de transacciones voluntarias, funcionales entre individuos
racionales.
Y aquí se encuentra una de las condiciones más duras
y difíciles de este camino, para la creación de un estado de mercado se
necesita o que el mercado se haga estado, o que el mercado cuente con el total apoyo del
gobierno, sobre todo en nuestro caso que venimos de años de embrutecimiento del
dogma socialista el cual ha creado mitos y construido una escala de valores que
nada tienen que ver con la realidad económica del mundo actual, aquellos
interesados en seguir haciendo a los ciudadanos dependientes del estado, en
robarles la posibilidad de su verdadera independencia económica van a pegar el
grito al cielo.
La globalización ha demostrado que los gobiernos socialistas
que insisten en promover al estado benefactor, la protección de ciertas
industrias (en su mayoría estatales), los que permiten un rol decisorio a las
organizaciones laborales en los asuntos de políticas económicas, no tienen
posibilidad de sustentabilidad y le roban energías y recursos al proceso de
transformación, la tendencia es que estas instituciones como los sindicatos,
las instituciones de beneficencia, las industrias obsoletas pasen por un
proceso de reingeniería que les permita asumir su nuevo rol en un estado mercado.
Todo esto conlleva la necesidad ineludible del
ejercicio de la autoridad necesaria para adelantar estos procesos, que van a
tener oposición de algunos sectores que van a presionar a los políticos para
que les restablezca sus privilegios, es en este punto donde la gobernabilidad
debe tener primacía sobre la política y se debe proteger al mercado no a los
grupos de presión, entramos en terrenos de lo que algunos expertos como Gills y
Racamora han llamado “democracia de baja intensidad” o como la denomina Jayasuriya,
“autoritarismo liberal”, esto debe quedar bien claro puesto que una vez que el soberano
decida que el estado mercado es la vía del futuro del país, debe permitírsele
que pueda desarrollarse y ofrecer sus frutos, que no es otra cosa sino
prosperidad, mejor calidad de vida y verdadera libertad. -
saulgodoy@gmail.com
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