A
esta altura de la crisis política venezolana resulta obvio que existe una
enorme laguna de definiciones en nuestra constitución, cuyos efectos prácticos
han tenido sus consecuencias negativas fortaleciendo la dictadura chavista y
dañando la democracia.
Pero
por si no fuera poco, tenemos a unos líderes políticos que a sabiendas de las
imperfecciones del texto constitucional, de sus problemas de interpretación y
de la falta de voluntad por parte del gobierno chavista de respetarla, le hacen
culto y la reverencian como si fueran un tótem.
Hay
un sector de la MUD, diría que mayoritario, que se autodefine como
constitucionalista, que de manera muy dogmática, y hasta fanática han puesto al
texto constitucional en un altar, y como si fuera el Corán para los
fundamentalistas islámicos, la interpretación que resulte del mismo, es palabra
de Dios, es decir, no tiene tribunal de alzada, es inapelable.
Pero
resulta que estos intérpretes del texto constitucional varían, no solo en
calidad y cantidad, sino en ideología, de modo que, tenemos una crisis de
interpretaciones entre los sacerdotes constitucionalistas.
Contamos
con unos altos interpretes de la constitución en el TSJ, que sin lugar a dudas
están del lado de los intereses del gobierno de Maduro, y tenemos a los de la
oposición donde vemos una variedad enorme de intérpretes, de “doctores” de la
ley que cada uno defiende su punto de vista sobre cuál era la verdadera intención
de los constituyentes que parieron el texto de 1999.
Como
bien lo saben todos los filósofos del lenguaje, cuando se cuenta con unas
tablas de la ley, dándole un orden a las ideas concertadas de cómo conducir la
sociedad, que no ha contado con las tradiciones del pueblo, que fue hecha de
espaldas a la historia y olvidando que se construye un país para el futuro, el
texto resultante puede constituirse en una trampa diabólica, sobre todo en
asuntos de hermenéutica, es decir de interpretación de la norma, para ser
aplicadas a casos muy concretos, en especial en cuanto a las atribuciones y
límites que tiene cada una de los podres públicos que conforman el estado.
Tomemos
el caso de las normas que rigen los procesos revocatorios para la figura del
presidente de la República, desde que se introdujeron estos artículos a la Constitución
de 1999, no hubo medida para los elogios y ditirambos que ponían a aquella
Asamblea Constituyente como verdaderos padres de la democracia, y a nuestra
constitución como la más avanzada del mundo, por fin la participación del
pueblo era tomada en serio y llegaba incluso a poder remover de su oficina al
más alto funcionario de la república.
Muy
pocos se dieron cuenta de la trampa de los artículos sobre el referendo
popular, o de lo que significaba realmente tener a un organismo electoral
convertido en poder público, o de la oportunidad de nombrar a un vicepresidente
como sustituto del presidente a revocar, haciendo del revocatorio un truco
burdo.
Por
ello, al aplicar la norma constitucional a una situación específica, de pronto
el lenguaje se hace oscuro, los conceptos dejan de ser unívocos, las
interpretaciones múltiples y cada palabra puede ser sometida a un procesos de
desconstrucción interminable y contradictorio, la constitución no nos sirvió
para nada y menos para dilucidar la naturaleza del poder.
Es
decir, llegado el momento de la verdad, nos encontramos que no hay certeza, que
las interpretaciones pueden llegar hasta cambiar no solo la letra de la ley,
sino las intenciones de quienes las redactaron.
Lo
mismo nos sucedió al momento de aclarar el equilibrio entre los poderes
públicos, los límites de los estados de excepción, la naturaleza del
presupuesto nacional, hasta el mismo concepto de nacionalidad e identidad,
resultó ser que la Constitución de 1999 era como un chicle, daba para todo.
Pero
a esto agréguele que tuviéramos ocupando los puestos de funcionarios de estado
a una caterva de bandidos y oportunistas, para encontráramos que la
constitución no sólo tenía más huecos que un queso gruyere, sino que era algo
opcional y desmontable por partes, que no había una unidad integra, orgánica e
indisoluble.
El
resultado obvio es que un estado no debería ser sostenido únicamente por un
texto constitucional, y menos si ese texto es usado de manera política, sujeto
a intereses del momento, como instrumento para el logro de fines por parte de
una parcialidad partidista, sino que el elemento fundamental del estado es y debe
ser la participación mayoritaria y activa de unos ciudadanos, con la voluntad
de hacerse estado y tener gobierno.
Esta
adoración irreflexiva al texto constitucional nos ha traído a la aceptación de
un estado de cosas que nos ha hecho la vida tiritas, por ese dogmatismo es que
tenemos a un gobierno comunistas, represivo, autoritario, criminal y mentiroso
que por mucho, mucho tiempo pasó por ser democrático, republicano, respetuoso
de las libertades individuales y de la propiedad privada, cuando la realidad era
todo lo contrario y ahora nos dice que la constitución solo vale cuando los
favorece.
Pero
el problema es mucho más grave, estos adoradores del libro son también
adoradores de las elecciones, y más que de las elecciones, de los procesos
electorales, se creen demócratas porque viven de, por y para el voto, su manera
de entender la política solo tiene sentido dentro de los parámetros de los
partidos políticos que al fin y al cabo son organizaciones jerárquicas de poder
que compiten por el poder del estado.
Uno
de los graves errores de concepción de la MUD fue limitar su participación
exclusivamente a los partidos políticos, dejando por fuera a una gran gama de
instituciones, personas, gremios y grupos de interés que hacen política y que
tienen una enorme influencia en la opinión pública; autoproclamándose líderes
de la oposición, los políticos nos impusieron sus intereses y limitaron de
manera severa, nuestras posibilidades de sobrevivencia como personas.
Dice
el gran politólogo norteamericano Samuel P. Huntington en su obra Orden Político en Sociedades en Cambio
(1968) que si una democracia quiere subsistir debe incrementar la participación
política de los ciudadanos, sus instituciones deben estar preparadas para
recibir al mayor número de ideas, propuestas y organizaciones, todo lo
contrario de lo que hizo la MUD, que se llenó de constitucionalistas,
pacifistas y demócratas electoreros.
Los
partidos políticos no son la panacea ni la única organización que tiene algo
que decir en la arena política, de hecho, nuestros partidos políticos adolecen
de un retardo organizativo e ideológico, y aunque en muchos participe la
juventud, sus líderes tienen mentalidad de viejos y cometen los mismos errores
que sus antecesores.
No
aceptando sino a sus iguales, teniendo a la vista solamente sus intereses
electorales, dejaron por fuera una enorme cantidad de iniciativas y
posibilidades que les hubieran servido en estos tiempos de crisis, pero en su
ceguera ideológica insistieron en sus fetichismos y nos fueron montando la
crisis que hoy vivimos.
Esa
ceguera constitucional no les permitió ver con objetividad a su contrario, ni
pudieron medir el verdadero peligro que el chavismo representaba para los
intereses de la nación, enfrascados en sus cuentas de cuantos alcaldes,
gobernadores y diputados podían ganar, se olvidaron de sobrevivir.
Al
no percatarse de la amenaza de un gobierno militarista y totalitario en
construcción, al reconocer en “el otro” a un igual, como si fueran unos
ciudadanos decentes, creyentes en la ley y el orden, seres racionales y
oponentes políticos, cuando la verdad era que estos “venezolanos” se solazaban
en la opresión, eran unos esclavistas, ineficientes para todo, excepto para
arruinar al país.
Durante
17 años tuvimos como norma del juego político una constitución, que permitió la
destrucción de la institucionalidad en el gobierno, y llegado este momento en
que estamos a punto de perder incluso nuestro derecho al voto, he de preguntar
¿De qué nos sirvió tener, respetar, conocer una Constitución? ¿No debían los
militares ser los guardianes del orden constitucional, con el que hoy, un extranjero
indocumentado se limpia su asqueroso trasero? ¿De qué nos sirve seguir siendo
constitucionalista cuando unos criminales de toga se encargaron de anularla?
Un
país no se hace solo de normas, de leyes, de constituciones, si no hay una
verdadera comunidad de hombres libres que quieran vivir juntos, trabajar para
prosperar, construir una nación, levantar sus familias y negocios para que
todos podamos tener una mejor vida, no hay manera de tener país.
Sin
ese elemento integrador, de arraigo, de confianza y de costumbres comunes, sin
esa cultura de país que nos permite el intercambio pacífico de ideas, el debate
libre del conocimiento, no podremos ser nunca una patria, no tendremos jamás
razones para defender nuestro estilo de vida, ni una causa para morir por algo
justo y bueno.
Mientras
tengamos como representantes políticos a oradores absurdos que no saben
distinguir un enemigo de la patria de un aliado, mientras tengamos a
hierofantes de un culto a la cobardía disfrazada de pacifismo como defensores
de la constitución, a oportunistas que ven en sus propios verdugos, socios para
hacer negocios, no hay carta magna en la tierra que pueda ayudarnos a convivir.
Hasta
ahora hemos sido unos adoradores del libro y hasta aquí nos han traído estos
lodos ¿No es tiempo de cambiar? Yo creo que sí, luego de salir de esta
pesadilla chavista deberíamos estar claros que Venezuela no fue construida por
las 26 constituciones que hemos tenido desde 1811, ni por los abogados que se
despliegan en ejercicios retóricos y leguleyos para demostrar que la de ellos,
es la interpretación correcta de la constitución, o si el mandatario de turno
amaneció con la puntada que la constitución ya no es necesaria.
Contamos
con el ánimo y nuestra cultura, nos reconocemos como venezolanos y unidos por
una historia común que no es poca cosa, es a partir de ellas que podemos
empezar por darnos ese país que todos queremos, olvidémonos de utopías y
modelos políticos que no van con nosotros, aprendamos a distinguir cuando una
constitución está hecha al apuro de complacer un caudillo o darle alas a unos
alucinados revolucionarios.
No
soy un anti constitucionalista ni enemigo del orden jurídico, al contrario,
creo en el poder de los textos como medios de preservar los acuerdos y los
compromisos, pero si vamos a respetar la ley debemos hacerlo todos, los
ciudadanos de a pié y principalmente los que nos gobiernan.
Desde
el momento en que Maduro decidió irrespetar a la Asamblea Nacional se desmeritó
como jefe de estado, y puso en entredicho a todas las instituciones, si
prescinde del Parlamento y crea sustitutos de calle, o los magistrados usurpan
las funciones del poder legislativo, se dio inicio a un desmontaje de la
República, ya no hay estado de derecho, la Constitución fue violada por la
máxima autoridad nacional y haciéndolo, quedó en entredicho su autoridad y el
poder de su investidura.
Ya
lo que viene es un desmoronamiento del estado venezolano, el tótem que
representaba la sagrada alianza de los poderes republicanos fue demolido por un
extranjero indocumentado ante la mirada impávida de nuestras FFAA, al soberano
sólo le queda rescatar el orden violado y restituir el pacto. -
saulgodoy@gmail.com
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