Trump,
quien había advertido que había cambiado de opinión sobre las políticas de su
antecesor sobre cambio climático, se salió del acuerdo de París con lo que
revierte las costosas medidas que el ex presidente Obama le había impuesto a
Norteamérica, una retirada que vuelve a llenar de esperanza y sueños a gran
número de emprendedores.
Ningún
sistema económico puede vivir del miedo y la culpa. El presidente Trump levantó
el velo y descubrió, a su país y al mundo, cómo un grupo de burócratas crearon
el pánico climático no sólo para favorecer sus bolsillos, sino para cambiar los
equilibrios de poder en el mundo.
Es
cada vez más obvio que aquella carrera que pegó el gobierno de Obama por la
urgente concreción de los acuerdos mundiales para revertir el cambio climático,
cambiar el patrón energético del mundo de combustibles fósiles al de energías
alternativas, e imponer a los países desarrollados la obligación de financiar
el desarrollo de estas tecnologías “verdes”, en un plan de inversiones que,
simplemente, iba a quebrar el sistema económico mundial, era solo un escenario
creado artificialmente y para ganancia de unos pocos privilegiados.
Aquella
estrambótica idea de que el cambio climático era supuestamente causado por el
hombre fue una farsa creada por un grupo de interés, dirigido por Al Gore y los
Clinton, nucleado en torno al presidente Barak Obama, quien, desde la Casa
Blanca, presionó a diferentes entes gubernamentales, universidades, centros de
investigación y organismos internacionales, entre ellos las Naciones Unidas, para
que manipularan e interpretaran cierta información científica a favor de su
tesis de que el lobo venía… de ese pánico creado sobre un efecto invernadero
desbocado emergieron varias fortunas.
Los
que creyeron a pie juntillas en la “ciencia” politizada, interesada que puso
todas sus apuestas en un escenario catastrófico, en el fin del planeta Tierra y
de la civilización humana debido al efecto invernadero, en un alza
incontrolable de la temperatura, siguen creyendo que esa versión de la
información que se ha venido recogiendo desde hace ya lustros y en algunos
casos, siglos, no es conclusiva en este sentido y deja muchas interrogantes
abiertas en puntos medulares.
Los
cambios climáticos del planeta tiene su propia agenda y consiste en ciclos
geológicos de muy largo aliento donde intervienen variables de todo tipo, igual
sucede con la composición de gases de la atmósfera, son sistema dinámicos en
constante cambio donde el incremento de carbono, por ejemplo, puede ser visto
de diversas maneras, una de estas perspectivas es contraria a los
catastrofistas, ya que la consideran positivo para la vida en el planeta, los
cambios de temperatura no son necesariamente malos, algunos incluso avalan la
tesis que nos encontramos en el principio de una nueva edad de hielo, a pesar
de los signos contradictorios que anotan nuestros sensores remotos.
El 15
de diciembre del 2015, en la Conferencia Climática mundial en París, promovida
por la ONU y liderada por los EEUU, el presidente Obama, ya de salida de su
cargo como presidente, desesperadamente trató de consolidar esta conspiración
contra el orden mundial; aunque estaba seguro de que Hilary Clinton sería la
nueva presidente de los EEUU, pero no quería dejar este importante hilo de su
administración sin atar y, contra viento y marea, obligó prácticamente al mundo
desarrollado a firmar un paquete de compromisos y medidas, unas más locas que
las otras, para cambiar el orden económico mundial.
Pero
no fue una cruzada fácil, había una fuerte oposición; desde la comunidad
científica se cuestionó la objetividad y la seriedad de algunas de estas
hipótesis: el clima era un tema complicado donde nadie tenía la última palabra;
la emisión de gases, por la actividad humana y la composición atmosférica,
planteaba serios problemas no resueltos; los efectos en la tierra, los océanos
y la vida natural eran un asunto de muchas variables y pocas explicaciones
holísticas definitivas; la data, que se recogía por sensores remotos, por
estudios del hielo y de épocas geológicas anteriores, arrojaba resultados
inconclusos.
La
campaña de miedo y el temor que se le infundía a la población arreció, al punto
de declarar la inmediata desaparición de importantes regiones costeras, de
islas, de especies de animales, del derretimiento de los polos, del incremento
de desastres naturales… nada de eso ha sido confirmado ni hay patrones de que
fuera la actividad humana la causante de estos cambios catastróficos. Lo que sí
hizo la administración de Obama, durante su gobierno, fue presionar a las
instituciones científicas y universidades, que dependían de la ayuda
gubernamental para su existencia (por ejemplo, la NASA), para que sus
investigaciones se amoldaran a las tesis del desastre ambiental. La Casa Blanca
llegó al descaro de prohibir declaraciones de expertos contrarias a la tesis
verde y a perseguir judicialmente, como irresponsables, a quienes tuvieran una
opinión opuesta a la suya.
Todo
esta operación tenía un interés muy lejos de la sobrevivencia del ser humano en
el planeta, se trataba de una tesis que vendía muy bien un paquete mundial de
reformas, que movía una serie de intereses poderosos acicateada por el miedo,
pero sobre todo, era una jugada política que si resultaba, iba a ser muy ricos
a un círculo muy pequeño de personas y de estas maneras concentrar el poder en
un gobierno mundial, manejado por el socialismo internacional y entre sus
principales promotores estaba el gobierno de Obama y el Vaticano del Para
Francisco.
El
que fuera vicepresidente del gobierno de Bill Clinton, el ex senador Al Gore,
se había convertido en el profeta del desastre, montando todo un entramado de
señales y de malos augurios de los tiempos por venir; hizo de la actividad humana,
del progreso capitalista, pero, sobre todo, del consumo mundial del petróleo y
el carbón, los grandes culpables de los desastres naturales que asolaban el
mundo, de las pérdidas de vidas y propiedades, del deshielo de los polos y
glaciares, de la acidificación de los océanos, de la subida del nivel de los
mares, de la extinción de las especies… en pocas palabras, la actividad
económica del hombre y su sub-producto, el CO2 que se arrojaba sin medida a la
atmósfera terrestre, eran la causa de un efecto invernadero de proporciones
bíblicas, que acabaría con la civilización humana si no se hacía lo que él
decía.
Para
el partido demócrata, cuyo interés era desbancar a sus opositores del partido
republicano, esta tesis tenía gran interés, ya que los republicanos tenían a
sus principales contribuyentes entre los empresarios petroleros, del carbón y
del gas; si podían, de alguna manera, afectar el flujo de dinero de las
contribuciones al cofre de guerra de los republicanos, ellos, los demócratas,
podrían tener más oportunidades de llegar al poder y perpetuarse al timón de la
nación más poderosa del mundo.
Pero
también habían revoloteando sobre la cabeza del gran profeta del desastre
climático otros interesados, banqueros y financistas (muchos de ellos que no eran
norteamericanos o que sus lealtades estaban en otro lado) que vieron la
oportunidad, con esta partida de “verdes” en el gobierno de los EEUU, de
alterar a su favor la economía mundial; si el patrón energético cambiaba,
también podía cambiar el patrón monetario, apostar al rublo o al yuan, o a
cualquier otra moneda que pudiera competir con el dólar, hacer del proceso de
globalización una oportunidad de amasar nuevas grandes fortunas fuera de los
EEUU, crear nuevos polos financieros.
Prácticamente
si podían “mudar” las grandes fábricas del territorio norteamericano e
instalarlas en otros países, donde ellos pudieran controlar mejor esta
productividad, si podía redistribuir el poder militar de mejor manera que
estando solo concentrado en los EEUU podrían instaurar el modelo
socialista-autoritario que ellos pensaban era lo mejor para el Tercer Mundo
(tipo Cuba y Venezuela), un nuevo colonialismo, esta vez en materia energética
estaba en puertas y estaban aseguradas enormes ganancias, fuera del ojo
vigilante del tío Sam, sería una gran ventaja tener a varios EEUU en el mundo
que sólo a uno, que para los objetivos de un gobierno mundial, donde contaban
con una ONU prácticamente socialista tanto en su ideología como en su dirección.
Estaban
también las apetencias personales de los políticos involucrados. El combo
Clinton-Obama-Al Gore, entre otros implicados, podría recoger una cosecha de
consultorías, presentaciones, carteras de inversiones… por medio de fundaciones
y otras fachadas de organizaciones no gubernamentales podrían acopiar el grueso
de estas inversiones que demandaban los nuevos acuerdos de París (la Fundación
Clinton, con una millonaria cartera de contribuciones, tiene al cambio
climático como la primera de sus áreas de interés).
Y por
supuesto, aguas abajo, estaban una serie de organizaciones, universidades,
industrias que se verían favorecidas por los subsidios, inversiones directas,
ayudas a la investigación y el desarrollo, becas, fondos para nuevas
tecnologías… habría una cantidad inmensa de recursos, suficientes para montar
una economía paralela, lo suficientemente fuerte para desalojar al capitalismo
explotador y contaminante, y sustituirlo por un “socialismo progresista”,
amable con la naturaleza, humanista, que le ofreciera al mundo entero un estilo
de vida alternativo; el ser humano podría volver a una vida más natural, en
armonía con su medio ambiente y bajo un sistema “donde a cada uno le sería dado
de acuerdo a sus necesidades”.
Lo
más importante de todo este asunto era el desarrollo de las tecnologías
alternativas; se le daría un nuevo impulso a la energía eólica, de mareas,
geotérmica, solar, de biocombustibles, de hidrógeno, obligando de esta manera
al Tercer Mundo a depender cada vez más de estos ingenios y avances
tecnológicos para producir la energía que necesitaban para su progreso y, al
mismo tiempo, reducir su emisión de CO2 a la atmósfera. El caramelo envenenado
eran una serie de subsidios que los países pobres que se plegaran a este
convenio recibirían de los países ricos si cambiaban su patrón energético.
Reclutaron
a artistas de fama mundial con claras filiaciones comunistas o por lo menos
comprometidos con el movimiento verde militante, que es una rama del comunismo
internacional, hicieron conciertos y eventos multitudinarios en los cinco
continentes, convencieron a grandes empresarios de que aquello era el futuro,
se hizo una campaña mundial, por diversos medios, mostrando los resultados de
una ciencia amañada y manipulada, de un escenario creado para inducir el miedo…
y se olvidaron del fascismo que acompañaba aquella utopía (Venezuela fue una de
las víctimas), desestimaron los costos monumentales de aquellos cambios (el
empresario Bill Gates, que apoyaba estas medidas, se dio cuenta de que los costos
para reducir la emisión de CO2 a la atmósfera, invirtiendo en energías
alternativas, era astronómico e imposible de alcanzar), que los números no
daban en las cuentas que ellos presentaban, que las predicciones del profeta
del desastre climático no se estaban cumpliendo… aún así, muchas empresas
habían dado el paso para convertirse en “verdes” y quedaron colgadas.
Lo
peor de esta historia - o lo mejor, decida usted - fue que Donald Trump llegó a
la presidencia de los EEUU en contra de todo pronóstico, y el empresario metido
a político, fino con los números y experto en la relación costo-beneficio, estaba
muy claro del circo que Obama le dejaba montado con relación al clima, que el
interés del partido demócrata era debilitar la presencia global de los EEUU
para dar paso a un nuevo Orden Mundial.
- saulgodoy@gmail.com
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