Afirmo,
que lo que más le conviene a Venezuela es configurarse como un estado mercado,
no veo otra manera de salir del hueco donde el socialismo bolivariano nos ha
metido, perdón, el socialismo y punto, ya que no debemos olvidarnos de los
mentados 40 años de democracia, que fueron erigidos sobre los pilares de un
socialismo pragmático y personalista de cada uno de nuestros presidentes.
Tal
como lo dicen el padre jesuita Roger Veckemans y Jorge Guisti, ambos del Centro
para el Desarrollo Económico y Social de América Latina (DESAL 2002, en Chile,
traducido del inglés),
La lucha contra la
pobreza y el subdesarrollo en Latinoamérica se está dando en todo el
continente, conjuntamente con grandes segmentos de población, porque hay millones
de latinoamericanos que viven por debajo de las condiciones mínimas que exige
la dignidad humana. La marginalidad social es su condición natural. La
necesidad urgente de vencer esta situación ha traído en juego, ideologías que
son peculiares para Latinoamérica: éstas están construidas por y para
Latinoamérica, como marcos de referencia para buscar soluciones y actuar subsecuentemente…
esto ha traído dos tipos de reacciones ideológicas: por un lado, una respuesta
explícita, generada por la impaciencia e inspirada por el marxismo- la lucha
subversiva; en la otra mano, contamos con una respuesta implícita, ambas
producto de los centros hegemónicos del mundo y de los centros
urbanos-industriales que han alcanzado cierto desarrollo, a costa de la
explotación de los recursos en el interior de los países.
Guerrilla o explotación intensiva
de los recursos naturales, ésas eran las alternativas; la lucha armada por el
poder para imponer una dictadura del pueblo, que igual iba a terminar en una
explotación de la única renta posible, o la expoliación directa de los recursos
por las empresas e intereses establecidos por firmas locales y transnacionales.
Todo terminaba en lo mismo; pero entonces vino la idea de crear mercados
regionales para sustentar una incipiente industria nacional, crear una economía
de escala suficientemente grande para soportar el desarrollo de un mercado
capitalista; éste es en el punto en que la mayor parte de los países de la
región se encuentran.
Pero la economía globalizada y la
conformación de estados mercados, han liberado a los países en vías de
desarrollo de todos esos lentos y engorrosos pasos hacia el progreso; ahora, si
un país decide y trabaja para hacerse parte de esas corrientes de producción y
consumo globales, si construye una mínima plataforma de infraestructura y
personal capacitado, si ofrece a la inversión privada las garantías suficientes
para trabajar en libertad, puede conectarse a esas autopistas de
financiamiento, tecnología, know how, transformación final de los productos,
manejo, transporte y mercados que ofrece el capitalismo avanzado, puede entrar
en la vía rápida hacia el desarrollo económico.
Pero hay otra ventaja, mucho más
productiva, acelerada y al alcance de muchas más personas, y es que la economía
globalizada y de estados mercados depende cada vez más de las innovaciones, el
mundo se ha convertido en una enorme sociedad del conocimiento donde una buena
idea vale más que el oro, y hay infinidad de ideas necesarias para avanzar
hacia un mundo mejor, desde aquellas superespecializadas, que necesitan de
laboratorios de última generación y tecnologías de punta, para las que la mayor
parte de nuestros países no tenemos alcance, hasta aquellas que mejoran
procesos, hacen más eficientes los equipos existentes, consiguen mayor
rendimiento, que hacen más fácil la vida doméstica de las personas, sobre todo
en tecnologías de informática, utencilios y ergonomía de implementos.
Una buena idea es reconocible en
cualquier parte del mundo y es tan sólida como una buena cantidad de dinero
duro en efectivo; los centros financieros del mundo (New York, Londres, Berlín,
Tokio, Hong Kong, por nombrar solo algunos), tienen en sus instituciones
financieras departamentos especializados en “cazar” estas ideas para hacerlas
productivas y que generen un mercado mundial.
Desde una nueva aleación
metalúrgica, un nuevo aditivo para la gasolina, un programa que resuelva algún
problema de los usuarios, un dispositivo que permita el uso má versatil de
algún equipo, un nuevo instrumental, una nueva manera de hacer negocios, juegos,
deportes, instrumentos de cocina, una nueva pieza que mejore el performance de algún equipo… el mundo de
las innovaciones es infinito y el mercado global depende de ellos, como sería el
oxígeno para las personas.
Por ello es que los países no se
detienen en aumentar sus gastos en educación, en investigación y desarrollo,
porque saben que una nueva vacuna o un nuevo procedimiento quirúrgico
significan millones de divisas para la economía de las naciones.
Para que la innovación pueda
surgir se necesita no sólo de una fuerte inversión en educación e
investigación, sino en la protección legal de esas incubadoras de ideas; unas
leyes claras y efectivas de protección de patentes, de derechos de autor, de
protección a las marcas, son solo el comienzo de una ruta productiva.
Cuando un país, por más pobre que
sea, se decide y da el paso para integrarse a la globalización, lo hace
consciente de sus riesgos y ventajas, pero tiene que estar todo el país
dispuesto para dar el cambio, porque afecta a toda su estructura y componentes,
se reordenan sus fuerzas y se escogen nuevas prioridades, y el socialismo, en
cualquiera de sus formas, aún en las más benignas, retrasa, impide o sabotea la
creación de riquezas e ideas, o la inversión de capitales multinacionales.
El principal argumento es
precisamente el de la pobreza y la justicia social, en especial el tema de la
igualdad; el socialismo destaca el problema, lo lleva a un lugar de primacía
entre los objetivos del país y lo agrava, porque, históricamente hablando, en
ningún país del mundo donde se ha acogido y convertido en práctica, el
socialismo ha solucionado ninguno de los problemas que reclama como
principales.
La pobreza y la justicia social
(la igualdad), nunca deben ser considerados como los principios impulsores de
ninguna nación que quiera solucionarlos, porque ninguno de estos temas genera
riqueza, todo lo contrario, distrae los recursos y las ideas hacia fines
improductivos, utópicos, que jamás serán derrotados si no hay producción y un
aumento en la calidad de vida de la nación.
Para la iglesia, para las ONG’s
que se ocupan de temas humanitarios, para los programas sociales de las
empresas, estos temas son importantes, y se han asumido como políticas de
responsabilidad sociual, en el entendido de que se cuenta con los recursos para
invertirlos en mejorar esas condiciones que, aunque importantes para la
convivencia social, no son los que hacen avanzar a un país.
Es un hecho que las economía
captitalistas avanzadas han mejorado y hasta derrotado la pobreza extrema, han
disminuído el hambre entre su población, han aumentado los índices de salud, de
servicios básicos, de seguridad social y de vivienda propia para estos
segmentos de su población, pero ¡ojo! no los han solucionado, los han
disminuído con éxito.
Nada como ver, en los países
socialistas, a los políticos que se llenan la boca por tener estos asuntos como
puntos principales en sus programas de gobierno; es patético, pero mientras más
los consideran como prioritarios más crece la pobreza en estos países, y eso se
debe a dos razones fundamentales: en primer lugar, el socialismo necesita para
su sobrevivencia de la pobreza, al igual que la iglesia, y en segundo lugar, se
olvidan de hacer productiva, competitiva, innovativa y globalizada su economía.
Se trata de la receta perfecta para el desastre.
Ninguno de los políticos de la
actualidad comprende el capitalismo, ni le interesa acabar con la pobreza y la
desigualdad; no son los hombres y mujeres que el país necesita para su próxima
fase, una vez liberados del chavismo. Quizás haya alguna esperanza en los
jóvenes que aún no han sido ideologizados por el socialismo, el único estamento
que tiene claro el panorama es el empresarial.
Todas las políticas que favorecen
a los colectivos, a las clases sociales, sindicatos, grupos de interés
(principalmente los partidos políticos, entendidos como se hace en Venezuela,
como una maquinaria clientelar y populista), y que van en contra de los
intereses del individuo, de la persona humana, que es la base fundamental de la
sociedad, deben ocupar un espacio subordinado en la política económica.
Para poder lograr un estado de
mercado, la política debe intervenir lo menos posible en las actividades
productivas, a no ser que propicie los cambios y el ambiente necesarios para
hacer más competitivo y eficiente el aparato productivo; es una necesidad que
tenga unas reglas claras y que se cumplan, que proteja su comercio e industria
del control gubernamental, que respete la propiedad privada y el acceso a la
justicia imparcial y oportuna.
La explotación salvaje de nuestros
recursos naturales, la busqueda insaciable de renta fácil y depredadora,
quedarían desarticuladas en un mercado globalizado,donde se compite de todas
las maneras; la industria enérgética y minera tendrá que añadir inmediatamente valor
agregado a muchos de sus productos, introduciendo complementos y tecnología
para elevar el nivel del producto a un estadio superior y de más valor.
Cuando un estado logra conectarse
a estas autopistas globales de producción y consumo, la velocidad de los
cambios es prodigiosa; pero para que esto suceda, lo mejor del país, su recurso
humano más preparado, debe estar al comando de las transformaciones necesarias.
Poner a un país como Venezuela en condiciones para competir por los mercados
globales va a exigir sacrificios, eso hay que explicárselo a la gente, hay que
demostrarles que es posible vencer los obstáculos y que si se es persistente,
pronto se verán beneficiados. - saulgodoy@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario