La
tortura es una de las acciones más atroces que se pueden poner en práctica para
castigar a un ser humano, por mucho tiempo ha sido usada por órganos de
inteligencia para extraerle al prisionero información, o para conseguir
confesiones y delaciones que convengan a los propósitos de los jefes que la
ordenan, de hecho es considerada como uno de los crímenes en contra de la
humanidad más perseguidos por la justicia internacional.
El
régimen que la utiliza jamás podrá lavar su rostro y decir de sí mismo que es
un gobierno confiable, civilizado, respetuoso del orden y la ley, mucho menos
que se trata de un gobierno humanista o democrático, el que ordena o permita la
práctica de la tortura en contra de otro ser humano vivirá el resto de sus días
bajo la impronta de la cobardía y la depravación.
Pero
cuando una dictadura tiene a la tortura como política de estado, como es el
caso del régimen de Nicolás Maduro, y la utiliza, publicitándola, como
instrumento de miedo y opresión en contra de la población, como método de
control político, estamos en presencia de un estado irremediablemente criminal,
y se sigue con toda la lógica del sentido común, que quienes sostienen
relaciones con ese gobierno, bien sea participando de sus acciones, gozando de
sus privilegios, haciendo negocios con él, participan de manera directa de la
responsabilidad de estos actos atroces.
Esa
persona, o empresa, que consiguió un préstamo para ese gobierno, o le
suministra algún servicio o bien a ese estado, o desarrolla las tesis jurídicas
que soportan ese estado de cosas, o el periodista, que alejado de esas oscuras
instalaciones del horror, trabaja en un medio de ese gobierno para elevar su
imagen, son en la misma medida que los verdugos, que fracturan los huesos de
los prisioneros políticos, que los vejan y humillan haciéndolos comer
excrementos, agentes directos de tales abominaciones.
No
hay excusas, desde el momento en que la persona se sabe auxiliar de una sistema
político que le hace daño a un ser humano indefenso, a un prisionero de
conciencia, a un joven que protestaba por las injusticias del régimen, esa
persona queda manchada del deshonor de la misma manera que el que aplica los
cables eléctricos a los genitales de la muchacha pidiendo clemencia, o del que
maneja el bate descargando golpes furiosos en contra de su víctima enrollado en
una colcha.
Trabajar
para un torturador como Nicolás Maduro, compartir sus oficinas y mesas de
trabajo, lejos de la ergástulas que son las cárceles militares y de
inteligencia del régimen, a distancia de los gritos y los malos olores que
generan la tortura, de las risas de los psicópatas que se encargan de
destruirles el alma a sus víctimas, no los salva de la vergonzosa maldad de
unos hombres y mujeres que para sostenerse en el poder, utilizan a sus
semejantes y los degradan a cosas, que pueden ser abiertas y sus entrañas
sacadas en nombre de una supuesta Patria, o pagarle dinero a quienes deben
hacerlos ver como héroes o protagonistas proverbiales de una crisis, que había
que enfrentar a cualquier precio, incluso si se trataba de sacrificar la
dignidad humana.
De
seguro, estas personas que rodean al Gran Torturador en sus exquisitos
espacios, con la mejor comida y bebida, con la promesa de grandes riquezas y privilegios,
rodeados de una seguridad digna de un tesoro, y con personas que a cada momento
justifican la muerte, el hambre, la miseria, el dolor, la enfermedad como males
necesarios para la gloria de un ideal, no dudan por un instante que están
haciendo historia, que son privilegiados y que saldrán sin un rasguño de la
aventura de la que son parte.
Lamento
arruinarles la fiesta, están equivocados, ninguna persona que a sabiendas de
que tiene hermanos, compatriotas o prójimo tan buenos o mejores que ellos,
siendo torturados en una prisión para que con su dolor puedan ellos adelantar
en la vida y ser mejores personas, están irremediablemente perdidos.
Cuando
pienso en los banqueros de Goldman & Sachs, en sus lujosas oficinas en New
York haciendo el negocio de sus vidas con unos bonos manchados de sangre,
cuando pienso en sus clientes, una pareja de ancianos en Florida gozando de sus
últimos días en una casa de retiro atendido por enfermeras, gente que ni
siquiera sabe dónde queda Venezuela, cuando miro a los ministros de Nicolás
Maduro que le rodean en sus presentaciones en televisión, en aquellos jóvenes
vociferantes lanzando consignas en contra del imperio y de la intervención
extranjera, en los representantes indígenas diciendo que ahora sí los pueblos
aborígenes recibirán el respeto que merecen, y veo al dictador sonriendo
satisfecho de su corte de aduladores y cómplices, me pregunto ¿Cómo puede esa
gente conciliar el sueño mientras se desangra en una cárcel un venezolano? ¿Pueden
mirarse al rostro en las mañanas cuando se miran al espejo y no llorar de
vergüenza?
Lo
semejante atrae a su similar, es una de las máximas de la magia antigua, y el
régimen de Maduro se las ha agenciado para reclutar a todo psicópata de siete
suelas que existe en el país, asesinos y violadores a granel, algunos con
cursos de especialización en las escuelas cubanas de tortura donde, entre otras
cosas, les enseñan a no sentir ningún tipo de culpa ni remordimiento por su
trabajo, una especialidad “técnica” como cualquier otra, sólo que esta trata de
someter a suplicio a un ser humano sin llevarlo a la muerte y en grados
superiores, sin que les quede marca alguna en el cuerpo.
Pero
es mi opinión que para ser un psicópata no es necesario sentir placer o no
sentir nada, mientras descoyuntan miembros o remueven piezas dentales sin
anestesia, basta sentarse al lado de quien ordena tales barbaridades y servirle
la mesa o atenderle sus negocios, quien asesora a un torturador en temas
económicos o de infraestructuras petroleras y sabe que su cliente tiene a más
de 600 presos políticos sometidos a torturas día y noche, no sólo a ellos, a
sus familiares, amigos y conocidos, que sufren de igual manera la injusticia,
es culpable del delito de tortura.
Quien
atiende a un criminal que viola los más elementales preceptos de los derechos
humanos, la Constitución y las leyes, quien decide pasar sobre la sacralidad de
la vida humana, quien ordena quebrarle el espíritu a una persona humillándola y
animalizándola, quien viola los preceptos morales y éticos más elementales
sobre la justicia, en cualquier momento puede voltearse y considerarte su
enemigo, basta una palabra equivocada, un gesto mal comprendido para quien hoy
sirve al torturador, mañana podría encerrarlo en un sótano aislado y hacerlo
beber gasolina.
Todavía
me encuentro con personas que creen poder negociar con el torturador, los he
visto pedirle actos de buena voluntad, y suelta a dos presos, pero
inmediatamente encadena a 300, porque para Maduro, que es además, un
secuestrador y un extorsionador, la vida de sus adversarios son fichas de canje
en un juego de póker, el pueblo es sólo ganado que pone a la venta, la gente
sólo sirve para hacer de escudos humanos en caso de que a alguien se le
ocurriera venir a apresarlo.
De
modo que todo el entorno presidencial, aún aquellos finos señores de pelo
engominado, costosos trajes y exóticos perfumes, que según ellos no han tocado
ni con el pétalo de una rosa a uno de estos pobres desgraciados “golpistas”,
tienen sus manos manchadas de sangre, son parte del circo del horror en que
Maduro a convertido a nuestro país.
Y
aquí mi dictamen, ser chavista, haber coadyuvado a que esta pesadilla se
convirtiera en realidad, los hace por igual unos torturadores, aún los simples
simpatizantes, los que gozan un mundo cuando ven a los enemigos de la patria
correr a buscar refugio en una autopista de la andanada de bombas lacrimógenas
que llueve sobre ellos.
No
hay chavismo democrático, igual que los nazis, morirán creyendo que tenían el
derecho de torturar y masacrar al pueblo por su bien, por un destino
superior. - saulgodoy@gmail.com
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