Tuve
el privilegio de conocer personalmente al Dr. Tomas Enrique Carrillo Batalla,
insigne economista y abogado, quizás el más importante investigador e
historiador de las finanzas públicas del siglo XX en Venezuela.
Fue un
hombre cosmopolita, con una educación esmerada en las mejores universidades,
tanto de América como de Europa, político e intelectual a carta cabal, un gran
conocedor de la historia de nuestro país, así como incansable viajero de
nuestra geografía.
Escritor
de una voluminosa obra especializada, fue propietario de una de las tres
bibliotecas privadas más grandes y completas que he conocido (al punto de que
las tres disponían de profesionales bibliotecarios, que servían a tiempo
completo, ocupaban un privilegiado espacio en sus residencias y albergaban verdaderos
tesoros, para nosotros los bibliómanos). Las otras que competan este selecto
grupo son las bibliotecas privadas de Don Arturo Uslar Pietri y del editor y
novelista Miguel Otero Silva.
Estudié
derecho y me hice amigo de su hijo, el abogado Vicente Carrillo Batalla; fue
por su intermedio que conocí a su padre. Luego de su fallecimiento (su
biblioteca fue donada a la Universidad Católica Andrés Bello), me ha permitido
convertirme en usuario de su biblioteca personal que, aunque mucho más pequeña,
es enormemente rica en clásicos y novedades en temas como Literatura, Historia,
Arte, Política y Religión, que son las áreas del conocimiento que más le
atraen.
El
asunto que quería comentarles es que, no hace mucho tiempo, Vicente me obsequió
un libro, escrito por su padre, que me llamó la atención, se trataba de una
edición de la Universidad Central de Venezuela (1999) y cuyo título es La Expresión Literaria y el Estilo de
Tucídides en la Historia de la Literatura Griega.
En
las ocasiones que nos reunimos para conversar sobre libros en su casa, era
inevitable caer en nuestras apreciaciones sobre literatura clásica, de la que
Vicente es un buen lector, sobre todo de los grandes historiadores de la antigüedad,
tales como Cadmus y Hecateo de Miletus, Agesilao de Arcos, que fue el primer
comentarista de Hesíodo, Dionisio, también de Miletus, que fue el primero en
plantear la guerra contra Persia, Pherecides de Atenas, que coleccionó las
leyendas Áticas, por supuesto, Heródoto, considerado por muchos (entre ellos
Cicerón) como el padre de la historia, con sus Nueve Libros de Historia y, sin duda, Tucídides, con su famosa obra
La Guerra del Peloponeso, entre
otras muchas.
Aquel
libro fue una agradable sorpresa, jamás me imaginé que el brillante economista,
ex Ministro de Hacienda, profesor emérito de varias universidades, tuviera el
tiempo de dedicarle la atención a Tucídides, pero allí estaba su estudio y
había que leerlo.
Cuando
por fin tuve el tiempo para dedicarle una lectura, me percaté de la fascinación
que debió sentir el Dr. Tomas Enrique con la problemática del lenguaje y la
obra literaria, y más tratándose de una exploración que se hunde en las raíces
de la épica griega y de la poesía, que darían como vástago adelantado, la prosa,
que formarían la historia, el derecho y la filosofía.
El
Dr. Tomas Enrique no era un filólogo, tampoco un lingüista experto en el griego
antiguo, no era un conocedor al detalle de la cultura helénica, pero sí era un
admirador de los clásicos que había disfrutado durante su formación; era un
hombre enterado de las últimas teorías académicas sobre la historia, un
estudioso de las tesis formadoras del lenguaje y, como todo intelectual
inquieto y en posesión de una de las bibliotecas más completas del país, se
lanzó en una búsqueda que, me imagino, fue muy parecida al de los maestros de
música, cuando componían una partitura de música de cámara por puro
divertimento, un reto a sus facultades mentales que lo distrajera un poco de su
Opera Magna, que era la historia de las finanzas públicas en Venezuela.
El
problema que planteaba Tucídides con su obra histórica lo llevó, primero, a
elaborar un apretado resumen de una historia del análisis lingüístico, desde la
antigüedad hasta el siglo XX, esto con el propósito de situar el discurso de Tucídides
en su justa dimensión, como el primer historiador en darle un carácter
científico a la elaboración de la historia, en el sentido de su exactitud y
compatibilidad con sus fuentes, diferente a su antecesor Heródoto que, como
bien lo explica Carrillo Batalla: “Desde
el punto de vista monumental y arqueológico no solamente registró lo que vio
sino lo que le dijeron… El no discriminó; no formuló un juicio sobre lo verídico
y lo falso y dejó que ese juicio lo hiciera el lector.”
Con
Heródoto, el mito era todavía parte de la historia, sin hacer diferencias, pero
con Tucídides, tanto la expresión como el estilo habían evolucionado en Grecia,
el lenguaje se hizo mucho más preciso, lo local empezó a ser privilegiado. Recordemos
que los historiadores de la época, en algún momento, fueron exiliados y sus
historias comprendían otros pueblos no helénicos, otras islas del Egeo, pueblos
bárbaros del norte, los grandes imperios
del oriente, se contaba las grandes gestas del pasado de estas otras
civilizaciones; Heródoto recorrió las rutas que abrió Alejandro Magno en
Egipto, Persia, la India… Tucídides también fue un exilado y vio mundo, pero
con él lo helénico empieza a ser tomado en cuenta, lo que le sucedía a su
alrededor, lo contemporáneo, empezó a tener relevancia sobre las glorias del
pasado.
El
historiador y experto en la cultura griega, Arnaldo Momigliano, en su ensayo Historia y Biografía (1995), nos
explica:
La
novedad de Heródoto, en comparación con sus antecesores y contemporáneos,
parece que fue doble. Fue al parecer el primero en dar una descripción
analítica de una contienda bélica, las guerras médicas. Además, fue
probablemente el primero en servirse de estudios etnográficos y
constitucionales para explicar la guerra y dar cuenta de su resultado. La misma
palabra historia en el sentido en que la utilizamos nosotros es un
tributo a Heródoto en tanto que inventor o perfeccionador de un nuevo género
literario… Tucídides no hizo más que reforzar el rigor y coherencia de los
criterios de Heródoto al preferir la historia contemporánea o casi
contemporánea y negarse a contar nada que no tuviese por totalmente digno de
crédito, mientras que aquél había considerado legítimo informar con
advertencias previas lo que no podía comprobar directamente.
Carrillo Batalla se suma a la corriente de
estudiosos que reconocen como uno de los elementos fundamentales, para
diferenciar la historia de Tucídides, es la influencia de los sofistas
atenienses, principalmente de la Escuela de Gorgias (de quien hemos publicado
un artículo), que llevó la retórica a unos niveles de singularidad, afectando
no sólo la visión política sino toda expresión literaria de su época, pero
examina de igual manera la opinión de del helenista John Finley, quien asegura
que el historiador estuvo mucho más cerca del estilo de los poetas trágicos de
su época, como Eurípides, en especial de Antifón y su gran contemporáneo,
Sófocles.
Esto es bien particular, pues, dentro del estilo que
como historiador desarrolló Tucídides, en buena parte de su obra, para expresar
las ideas, emociones y puntos de vista de sus contemporáneos, recurriendo a
diálogos ficticios, que pone en boca de sus personajes y ayudan a entender los
alcances de las situaciones que influyeron en las acciones que modelaron su
tiempo; también hay que destacar que fue de los primeros en narrar su historia
desde el punto de vista de una tercera persona, como fue el caso de la Oración Fúnebre de Pericles (también publicamos
un artículo sobre esa importante obra).
La manera de hacer y entender la política en la
Grecia empezó a cambiar a partir del siglo V antes de Cristo, en los palacios
de los Tiranos de Sicilia y Cartago, a quienes no sólo les gustaba de que los
casos se argumentaran en su presencia utilizando las nuevas formas retóricas,
con oradores que exponían sus argumentos usando profusamente las analogías y
con diálogos que desgranaban casos criminales, mercantiles, así como argumentos
bélicos para iniciar acciones militares, lo más importante, se utilizaba para
las discusiones de gobierno en las ciudades, sino que se trataba de argumentos
preñados de racionalismo y construidos con mucha pericia.
Este estilo llegaba del oeste al Ática, vía la
ciudad de Thurii, con Protágoras, un profesor de leyes, oriundo de esa ciudad,
que enseñaba en Atenas una disciplina conocida como “argumentos sicilianos”, que
atesoraban en su centro una gran novedad… pero permitamos, que sea el Dr. Tomas
Enrique quien nos lo explique:
Es
el estilo de la antítesis, de las contradicciones entre dos términos… la
dicotomía entre palabras y hechos los pone de manifiesto Tucídides en su método
de investigación, cuando afirma tener que cernir las distintas opiniones que le
den los diferentes testigos de un mismo hecho, por cuanto muchas veces esas
opiniones no coinciden, y aún en el caso de que él hubiera tomado parte en el
acontecimiento, lo indicado era llegar cuidadosamente a la verdad, poniendo de
manifiesto las diferencias entre palabras y hechos. Lo que él buscaba eran los
hechos que expresaran la verdad…
Más
adelante, Carrillo Batalla nos precisa que este método de discernimiento era ya
usado en los grandes textos trágicos de la época de Tucídides, el punto de
vista de los actores principales, expresado en sus diálogos, era contradicho u
opuesto por los integrantes del coro, creándose una tensión propia del mejor
teatro clásico, contradicción que usualmente terminaba en grandes derrotas o
crímenes, mostrando la desnudez del alma humana; en pocas palabras, se trataba
de la primera dialéctica, que se desarrollaba simultáneamente en el teatro y la
historia de los griegos.
Por
esto es tan importante el empujón que le dio Tucídides a la manera de hacer
historia, sentando las bases de una expresión y un estilo que han cambiado poco
desde que escribió su obra, tal como lo dice Arnaldo Momigliano:
Tucídides
transcribió algunos testimonios (cartas, inscripciones, tratados) que casaban
con su concepto de lo fiable, aunque es de notar que no se apartó de la norma
herodotea de preferir el testimonio oral al escrito. Y dejó claramente a sus
sucesores la impresión total de que la observación directa y los informes
orales de testigos eran preferibles a los testimonios escritos. En tanto
suprimía lo que no estimaba digno de crédito había un peligroso imponderable en
su rigor. Pero introdujo un talante de seriedad que se convirtió en rasgo
distintivo del historiador, o, si se quiere, de su actividad como tal.
Tucídides
es uno de los autores clásicos más citados en discursos y arengas, fue
utilizado por los neoconservadores norteamericanos para justificar el Proyecto
Para Una Nueva Centuria Americana que promocionaba las intervenciones en Irak,
Irán y más allá, su espíritu imperialista y su gesta de ejércitos
conquistadores inspiran muchas de estas aventuras, como también es una
inagotable mina de frases e ideas sobre la democracia en tiempos de la Atenas
de Pericles.
Me
imagino al gran economista venezolano resguardado en su biblioteca, rodeado de
aquellas preciosas obras escritas por eruditos que, como él, desentrañaban para
sus invisibles lectores el porqué de las cosas… tomando notas, descubriendo
patrones y dibujando escenarios, en una franca conversación con Tucídides, en
una asoleada tarde caraqueña, mientras las guacamayas sobrevolaban un cálido y lujurioso
valle de los trópicos y, si embargo, no tan lejos de la pedregosa Atenas. -
saulgodoy@gmail.com
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