viernes, 21 de diciembre de 2018

La tragedia venezolana



Quiero empezar por definir el término tragedia que para el común significa algo azaroso y malo que se abate sobre un grupo de personas y las hace sufrir; la tragedia que tengo en mente se parece mucho más al concepto que elaboraron los griegos del siglo VI Ac, en Atenas, con la consecución de sus dramas para el teatro, y que un puñado de autores, entre los que se cuentan a Esquilo, Eurípides, Sófocles y otros, conformaron un nuevo género al que llamaron “tragedia”.
La tragedia griega tiene sus raíces profundamente insertas en la mitología.
Como sucede en el caso venezolano, también nuestra tragedia tiene su sustento en creencias, leyendas y supersticiones ancladas en el pasado: la mitología del buen salvaje, la leyenda dorada de nuestros aborígenes, del Libertador Simón Bolívar y las luchas independentistas, de las Guerras Federales y su afán por la igualdad, la de los caudillos mesiánicos y la del gendarme necesario… tenemos muchísima tela que cortar cuando se trata de nuestro imaginario social-histórico que en algunos círculos es tan reverenciado como una religión, tan rico como los dioses que poblaban los innumerables templos que poblaban el paisaje para los helenos, con gestas como la de libertar a un continente y derrotar al más poderoso ejército de su época, que fue una hazaña tan importante como la guerra de Troya.
El primer elemento de nuestra tragedia se encuentra en nuestra historia y sus héroes, y la primera diferencia de nuestro pueblo con los griegos, es que los griegos desarrollaron conjuntamente la filosofía y la ciencia, no se quedaron en los episodios épicos, en el culto a sus generales ni en pasado glorioso, los griegos trabajaron la mente y la naturaleza, encontrando esos múltiples caminos sobre los que otros imperios dominaron el mundo y la humanidad toda se levantó sobre sus hombros.
Los venezolanos nos quedamos en el discurso heroico y de las leyendas, en el pensamiento arcaico de la magia y el del solipsismo, nuestro avance como sociedad se quedó estancada y no hubo manera de moverla más allá de confusos sentimientos de solidaridad y pertenencia a la tribu, por supuesto, hubo avances, con la bendita fórmula de un pasito pa’lante y dos pa’tras, producto de nuestra inconsistencia y falta de compromiso con nuestro futuro.
Conocimos del desarrollo económico y de la modernidad, impulsados por la riqueza petrolera nos abrimos al mundo, conocimos la democracia de manera imperfecta, pero era democracia, hubo avances en las ciencias, que nos libró de espantosas pestes endógenas como la malaria, la lepra y estuvimos a punto de convertirnos en una sociedad medianamente abierta y próspera.
Nos dice el historiador Victor Durbuy y lo tomamos de su obra Historia de Grecia (1945) lo siguiente:

La primera es la época en la fe de los fenómenos, el tiempo de las leyendas que pueblan de divinidades el Olimpo y el Walhalla, que colman de aventuras la historia de los héroes, lo mismo la de Aquiles que la de Rolando, igual la de Teseo que la de Arthur. La segunda es la época de la duda para todo cuanto parece salirse de las leyes naturales; el tiempo de la investigación científica de las causas y de sus efectos: la época, en una palabra, que mata a los dioses y a los héroes, dejando ver detrás de éstos la sociedad que constituía la mitad de su fuerza; y detrás de aquellos una solo inteligencia suprema, de igual suerte que no se encuentra más que en una causa primera a todos los fenómenos que tiene por teatro al universo.

Los venezolanos nunca alcanzamos esta segunda época, nos quedamos en el discurso de los héroes y sus gestas, y por si no lo creen, vean la producción de nuestros intelectuales e historiadores, ninguno parece querer despegarse de la ubre del mito, que está bien, si se quiere conservar la memoria de quienes fuimos, pero que resulta patético cuando necesitamos versiones e interpretaciones de nuestra realidad, de ver como resolvemos nuestros problemas que no sea apelando a la providencia, al destino, o a los avatares de la historia (historicismo).
Nuestros historiadores, en su gran mayoría, se niegan a incursionar en el pasado reciente, en la crítica a la democracia, en poner ese cúmulo de conocimiento sobre nuestro pasado en función de una nueva visión de país, de tratar de señalarnos el camino hacia la duda, al cuestionamiento de lo que hemos sido hasta el momento y lo que tenemos que hacer para cambiar, en hacerle una autopsia a esa mal hadada revolución bolivariana, a la historia de nuestros partidos políticos que hoy nos torturan con igual crueldad como los cubanos, iraníes y rusos que prestan sus servicios en el SEBIN, humillando y enloqueciendo a nuestros presos políticos en sus tumbas y en sus cárceles blancas y de perenne luz artificial.
Porque nuestros partidos políticos se han convertido en colaboradores infaustos del régimen chavista, en socios y aduladores del poder, que solo velan por sus intereses clientelares, los líderes que han surgido de tales organizaciones son parte importante de nuestra tragedia, son como los oráculos que le indican al pueblo el camino, los que interpretan el destino pero al mismo tiempo son débiles de carácter, se dejan llevar por sus propias pasiones y errores, traicionando al pueblo, confundiéndolos con mentiras, y al mismo tiempo, negociando con el tirano puestos, gobernaciones y alcaldías, presupuestos, contratos, reconocimientos del CNE para poder competir electoralmente… lo que llaman eufemísticamente, espacios conquistados.
Parte fundamental de nuestra tragedia es llamar política a lo que no lo es, política no es mandar y ser obedecido, ni tener las armas para obligar al pueblo a cumplir con los designios del tirano, ni tampoco es decidir quién come y quien se muere de hambre, la política como bien dijo Aristóteles es más que comportarse como un animal en una manada, porque el hombre es capaz de comunicarse por el lenguaje, y esto nos diferencia del resto de los animales, porque podemos hacerle saber al otro lo que nos parece justo y lo que no, lo que nos produce felicidad, lo que es malo o bueno… el hombre solo, no pasa de ser como una bestia salvaje, pero en sociedad, el hombre satisface sus necesidades por medio de la cooperación, de los intercambios, de la innovación, del comercio, crea una cultura donde es posible estas relaciones harmoniosas, productivas y ventajosas para todos, ese es el centro de la vida en la polis, en la ciudad, y esa relación se sustenta en la justicia.
Un político que sólo sirve al tirano no hace política, aún cuando diga que lo hace por el interés del oprimido, para hacerle su esclavitud más llevadera o que actúa por principios superiores de autoridad o legalidad.
Una buena parte de los venezolanos todavía estamos en la etapa de la manada que necesita ser conducida por un perro pastor y un amo, a pesar de que nos comunicamos no nos entendemos porque el lenguaje que utilizamos está corrupto, las palabras significan cosas diferentes para cada uno, no nos escuchamos y todos queremos hablar al mismo tiempo, y el tirano se vale de ello para aumentar el desorden, para seguir destruyendo el lenguaje y que sea imposible comunicarnos, para introducir la mentira, los falsos positivos y seguir viviendo del mito en el que nos revolcamos los venezolanos, felices como el cerdo en su chiquero.
Una de las palabras que el tirano se complace en desvirtuar es la de “oposición”, no hay manera en ponernos de acuerdo en lo que significa o quienes pertenecen a ella, o como se hace cuando nos oponemos a una tiranía, de hecho el tirano ya es dueño de una parte importante de la oposición, personas que se han degradado al servilismo más abyecto y que pretenden continuar hablando en nuestro nombre, de hecho conforman una asamblea nacional y pretenden negociar con el tirano su legitimación como representante democrático de todos los venezolanos, hasta ese punto llega nuestra tragedia.
Si los venezolanos somos incapaces de ponernos de acuerdo en algo tan básico como quienes son nuestros enemigos, no podremos jamás contener y menos aún sacar del poder al tirano que nos oprime, en este momento histórico el enemigo somos nosotros mismos, nuestra debilidad es creer que vivimos de los mitos, que la solución a nuestros problemas vendrá de un líder providencial, de una situación deux ex machina, venida del cielo, y sigamos enterrando nuestras cabezas en la tierra a la espera de que todo pase como en un mal sueño, el tirano nunca había estado tan débil e inseguro, nuestros aliados están prestos a la ayuda que necesitemos, pero se nos hace cuesta arriba quitarnos las telarañas de nuestra tragedia y romper con el fatalismo de nuestra impotencia, nuestro primer paso es entender lo que nos sucede, el segundo, es actuar.  
saulgodoy@gmail.com









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