lunes, 16 de septiembre de 2019

Mis 66




Gracias a quienes expresaron sus parabienes el día de ayer en mi cumpleaños y con quienes quisiera compartir algunas reflexiones sobre esta particular costumbre y momento; he leído en varios lugares que esto, de celebrar onomásticos, se trata de una manera de segmentar nuestra vida en toletes de un año, para llevar una contabilidad de nuestro gasto en un tanque de combustible (o acumulador de energía) que no tiene reposición, y que es el ciclo vital que cada uno de nosotros tenemos, y de darle cierto sentido de orden, continuidad y dirección a nuestras vidas, que de otra manera se hubiera presentado como un borroso manchón de actividades, recuerdos y experiencias.
Y aquí empiezan los misterios, no solo no sabemos de cuántos años disponemos de vida, lo cual para muchos es una ventaja, sino que “el viaje de la vida” es gasto y consumo permanente, para poder continuarlo (me gusta el símil de un viaje para la vida, por la idea del movimiento, con su comienzo, trayectoria y final) pero, además, no sabemos dónde y cómo terminará nuestra historia, que es tan importante como empezarla, quizás más, ya que nuestro inicio fue involuntario, nadie nos preguntó si queríamos vivir, simplemente nos despertaron con una nalgada, o flotamos hacia la superficie y empezamos a respirar por nuestra cuenta, con unos pulmones 0 Kms.
Nuestras vidas se miden por revoluciones y órbitas, trayectorias de planetas y estrellas, que tienen una duración, la nuestra se mide por días y años; una persona “normal”, en nuestros tiempos, debería poder llegar a los 70 años sin ningún problema, pero una gran parte de nosotros, quizás, no lo lograremos por múltiples razones, naturales algunas, accidentes otras, pero son las enfermedades y el deterioro físico las causas principales; ese paquete con el que nacemos, que se llama “entropía”, una condición que podría resumir diciendo que nacimos para morir, eso es lo único seguro de la vida.
Los cumpleaños no sólo nos ayudan a administrar ese recurso, que es la vida, todos nuestros planes y objetivos se basan en una planificación que hacemos del tiempo que, suponemos, tenemos a nuestra disposición, lo cual es bueno, pues nos quita de encima el tener que estar pendiente de nuestro final; la muerte, para la gran mayoría de nosotros, no es un asunto agradable de contemplar, de hecho, tal como Spinoza aconsejaba, no pensemos mucho en ella, pues nos entristece, aunque siempre es bueno estar preparado para ella.
Como dicen los grandes filósofos, vivir es también saber cómo morir; todos nosotros quisiéramos tener una buena muerte, sin mucho sufrimiento, con el mínimo de dolor, sin pasar por el desagradable proceso de perdida y deterioro de facultades, siempre conscientes de que nuestro miedo no es a la muerte, que simplemente sería desconectarnos de la vida para volver a lo que siempre hemos sido, un componente del universo listo para ser reusado, materia prima para la continua creación; el verdadero miedo a nuestro final es dejar de vivir, tener que desprendernos de lo que hemos vivido, no es la muerte en sí.
En lo personal, le tengo terror a acabar mis días en la cama de un hospital, me gustaría morir haciendo algo que me gusta, luchando por lo que creo, me gustaría que fuera una muerte hermosa, que es posible, decir como lo hacían los guerreros siux de las praderas de Norteamérica hace ya mucho tiempo, “hoy es un buen día para morir” y entregarme a la causa que me mueve hasta el último aliento.
Pero bueno, demasiado tánatos para un texto tan corto, hablemos de eros, de la vida, de nuestras pulsiones fundamentales, las que nos hacen sentir vivos…
Las personas celebran su cumpleaños, con alegría y acompañados de gente querida, se sienten afortunadas de haber llegado a ese día en las mejores condiciones posibles; es un momento de hacer repaso a lo vivido y de planificar lo que viene, se hace un recuento de lo que falta por hacer, se reconocen los errores y se atesoran las enseñanzas, algunos tratamos de olvidar los agravios y deslastrarnos de odios, malos recuerdos y deseos de venganzas, porque ocupan demasiado tiempo y espacio de nuestras cortas vidas.
Una vida bien vivida significa dejar cosas bellas en el camino, familia, arte, buenas acciones, amigos, prosperidad, avances científicos, obras materiales y humanas; es importante que nos recuerden, que nuestra memoria sea compartida cuando no estemos, que nuestro paso haya significado algo para alguien, que nuestras obras puedan ser visitadas y degustadas una y otra vez, pues algo de nosotros queda con nuestra tribu.
La vida, en principio, trata de hacer cosas que nos gustan, de estar con personas que nos hacen felices, de vivir en lugares que signifiquen algo para nosotros, de rodearnos de objetos bellos y cómodos que relejen nuestra cultura, de comer, bailar, disfrutar de espectáculos que colmen nuestra alma, de relaciones con otras personas que tejan ese gran tapiz que son nuestros recuerdos, y por sobre todo, de mucho trabajo, porque es parte esencial de la vida ser productivo, poder mantenernos, a nosotros y a los nuestros, en los estilos de vida que más nos satisfacen, no importa si es una vida de asceta en un monasterio, o entregado al auxilio de los que menos tienen, o si es el lujo y la alta tecnología lo que nos complace.
Cualquier estilo de vida que se escoja tiene sus costos y para tenerla hay que trabajar, es de nuevo esa ley de la entropía actuando, muchas veces por largos años, dedicados a un oficio o profesión, creando riqueza con nuestras manos o con nuestra capacidad innovadora, poniendo los alimentos en nuestras mesas, pagando los recibos y los gastos del hogar que nos cobija; lo más inteligente, afortunado y efectivo fuera, que eso que hacemos para vivir nos gustara, que nos sintiéramos bien con nuestro trabajo, pero no todos tienen esa suerte, y hay una gran parte de nosotros que atrapados en esta debacle económica que vive el país, apenas nos alcanza lo que ganamos para vivir, en medio de esta terrible hiperinflación.
Por circunstancias de la vida, unos dirían “del destino”, aunque yo pienso que el país se “ensartó” solito en esta situación existencial, nos ha tocado vivir el peor escenario posible para una sociedad, permitir que la dirigieran unos incapaces y ladrones, que sin ninguna vergüenza se han dedicado a desmontar nuestro país y hacernos daño; los errores se pagan y los grandes errores tienen inmensos costos, lo que no podemos ni debemos hacer es volverlos a cometer si tenemos la oportunidad de redimirnos, y eso pareciera ser la voluntad de una parte de nuestra gente, que no ha aprendido la lección de ésta ordalía que aún no acaba.
Pero algo les digo y no me cansaré de repetirlo, no cambiaría por nada mi vida en este lugar y momento, el aprendizaje, las experiencias y las luchas que hemos dado hasta el día de hoy han sido enormes, en mi caso ha sido como vivir diez vidas en una, esta crisis, con todo su dolor y tragedia es la lección de vida más intensa que un pueblo puede tener, mi generación ha vivido en una sola vida, el auge y caída de nuestro mundo, y estoy seguro, que veremos y seremos parte del inicio de una Venezuela mucho mejor de la que dejamos, nuestros hijos y nietos la verán, y nos recordarán con orgullo, pues las fuerzas del mal trataron de reducirnos y vencernos y no pudieron, trataron de esclavizarnos y extinguirnos y no nos dejamos, y lo digo con todo orgullo, pertenecemos a una casta de luchadores insignes, de sobrevivientes, de verdaderos combatientes por la libertad.
Los años pasan y con ellos nuestra vida, es un intercambio que no es malo, todo lo contrario, es una oportunidad de rehacernos con cada cumpleaños; si no nos gusta como hemos actuado o no nos complace la vida que hemos llevado, siempre es la oportunidad de un nuevo comienzo, podemos intentar reparar lo que hemos dañado, pagar lo que debemos, devolver lo que no nos pertenece, pero sobre todo, es el momento para construir, reparar injusticias y tratar de hacer (dejar) un mundo mejor del que encontramos.
Gracias de nuevo a quienes me recordaron en este cumpleaños; son 66 años, creo que bien vividos, he sido afortunado de recibir y dar amor, mucho amor, porque es algo que nunca he medido ni mezquinado, me enfrento a una vejez que ya no es la misma que antes, hoy contamos con mayor información y recursos para llevar una mejor calidad de vida, aunque en las actuales circunstancias del país esto sea una quimera, pero aun así me siento bien, dispongo de una mejor calidad de vida que un hombre de 66 años hace dos décadas, todavía me quedan unos años productivos y plenos, que pienso aprovechar al máximo, y la madurez, que llega con el paso de los años, eso que llaman “experiencia”, es real, está allí, y es una herramienta poderosa, sobre todo para gente que, como yo, aspiramos a un estadio superior en la vida, lo que no es para todo el mundo, porque implica un enorme trabajo, y se llama “sabiduría”, y quiero llegar a ser un hombre sabio como lo fue Sócrates, o Andrés Bello, o Jorge Luis Borges o Jacinto Convit.
A pesar de mis circunstancias, de vivir el peor momento histórico para mi país, seguimos en la lucha, con la vista puesta en nuestro futuro, no me siento solo ni abandonado a mi suerte, todo lo contrario, cuento con una familia que me quiere, con un grupo formidable de amigos, entre ellos mi propia “comunidad del anillo” que son mis compañeros del colegio San Ignacio, con toda ese grupo de personas que me leen en las redes sociales y comparten mis visiones y opiniones, aun mucho más allá de nuestras fronteras, gracias a la tecnología de las comunicaciones, gente que no conozco, como el senador Marco Rubio en la Florida, el Sr. Almagro de la OEA y el mismo presidente Trump, son parte de este enorme flujo y reflujo de actividad en que estamos envueltos en esta importante batalla por la dignidad y la libertad del ser humano.
Por último, aunque el cumpleaños es un día, cada hora cuenta, cada minuto es un milagro, cada segundo es un regalo que nos da la vida. Aprovechémoslo, hagamos que cuente.   -   saulgodoy@gmail.com



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