Gracias a quienes expresaron sus parabienes el día de
ayer en mi cumpleaños y con quienes quisiera compartir algunas reflexiones sobre
esta particular costumbre y momento; he leído en varios lugares que esto, de
celebrar onomásticos, se trata de una manera de segmentar nuestra vida en
toletes de un año, para llevar una contabilidad de nuestro gasto en un tanque
de combustible (o acumulador de energía) que no tiene reposición, y que es el
ciclo vital que cada uno de nosotros tenemos, y de darle cierto sentido de
orden, continuidad y dirección a nuestras vidas, que de otra manera se hubiera
presentado como un borroso manchón de actividades, recuerdos y experiencias.
Y aquí empiezan los misterios, no solo no sabemos de cuántos
años disponemos de vida, lo cual para muchos es una ventaja, sino que “el viaje
de la vida” es gasto y consumo permanente, para poder continuarlo (me gusta el símil
de un viaje para la vida, por la idea del movimiento, con su comienzo, trayectoria
y final) pero, además, no sabemos dónde y cómo terminará nuestra historia, que
es tan importante como empezarla, quizás más, ya que nuestro inicio fue
involuntario, nadie nos preguntó si queríamos vivir, simplemente nos
despertaron con una nalgada, o flotamos hacia la superficie y empezamos a
respirar por nuestra cuenta, con unos pulmones 0 Kms.
Nuestras vidas se miden por revoluciones y órbitas,
trayectorias de planetas y estrellas, que tienen una duración, la nuestra se
mide por días y años; una persona “normal”, en nuestros tiempos, debería poder
llegar a los 70 años sin ningún problema, pero una gran parte de nosotros,
quizás, no lo lograremos por múltiples razones, naturales algunas, accidentes
otras, pero son las enfermedades y el deterioro físico las causas principales;
ese paquete con el que nacemos, que se llama “entropía”, una condición que
podría resumir diciendo que nacimos para morir, eso es lo único seguro de la
vida.
Los cumpleaños no sólo nos ayudan a administrar ese
recurso, que es la vida, todos nuestros planes y objetivos se basan en una
planificación que hacemos del tiempo que, suponemos, tenemos a nuestra
disposición, lo cual es bueno, pues nos quita de encima el tener que estar
pendiente de nuestro final; la muerte, para la gran mayoría de nosotros, no es
un asunto agradable de contemplar, de hecho, tal como Spinoza aconsejaba, no
pensemos mucho en ella, pues nos entristece, aunque siempre es bueno estar
preparado para ella.
Como dicen los grandes filósofos, vivir es también saber
cómo morir; todos nosotros quisiéramos tener una buena muerte, sin mucho
sufrimiento, con el mínimo de dolor, sin pasar por el desagradable proceso de
perdida y deterioro de facultades, siempre conscientes de que nuestro miedo no
es a la muerte, que simplemente sería desconectarnos de la vida para volver a
lo que siempre hemos sido, un componente del universo listo para ser reusado,
materia prima para la continua creación; el verdadero miedo a nuestro final es
dejar de vivir, tener que desprendernos de lo que hemos vivido, no es la muerte
en sí.
En lo personal, le tengo terror a acabar mis días en la
cama de un hospital, me gustaría morir haciendo algo que me gusta, luchando por
lo que creo, me gustaría que fuera una muerte hermosa, que es posible, decir
como lo hacían los guerreros siux de las praderas de Norteamérica hace ya mucho
tiempo, “hoy es un buen día para morir” y entregarme a la causa que me mueve
hasta el último aliento.
Pero bueno, demasiado tánatos
para un texto tan corto, hablemos de eros,
de la vida, de nuestras pulsiones fundamentales, las que nos hacen sentir vivos…
Las personas celebran su cumpleaños, con alegría y
acompañados de gente querida, se sienten afortunadas de haber llegado a ese día
en las mejores condiciones posibles; es un momento de hacer repaso a lo vivido
y de planificar lo que viene, se hace un recuento de lo que falta por hacer, se
reconocen los errores y se atesoran las enseñanzas, algunos tratamos de olvidar
los agravios y deslastrarnos de odios, malos recuerdos y deseos de venganzas, porque
ocupan demasiado tiempo y espacio de nuestras cortas vidas.
Una vida bien vivida significa dejar cosas bellas en el
camino, familia, arte, buenas acciones, amigos, prosperidad, avances
científicos, obras materiales y humanas; es importante que nos recuerden, que
nuestra memoria sea compartida cuando no estemos, que nuestro paso haya
significado algo para alguien, que nuestras obras puedan ser visitadas y
degustadas una y otra vez, pues algo de nosotros queda con nuestra tribu.
La vida, en principio, trata de hacer cosas que nos
gustan, de estar con personas que nos hacen felices, de vivir en lugares que
signifiquen algo para nosotros, de rodearnos de objetos bellos y cómodos que
relejen nuestra cultura, de comer, bailar, disfrutar de espectáculos que colmen
nuestra alma, de relaciones con otras personas que tejan ese gran tapiz que son
nuestros recuerdos, y por sobre todo, de mucho trabajo, porque es parte
esencial de la vida ser productivo, poder mantenernos, a nosotros y a los
nuestros, en los estilos de vida que más nos satisfacen, no importa si es una
vida de asceta en un monasterio, o entregado al auxilio de los que menos
tienen, o si es el lujo y la alta tecnología lo que nos complace.
Cualquier estilo de vida que se escoja tiene sus costos y
para tenerla hay que trabajar, es de nuevo esa ley de la entropía actuando, muchas
veces por largos años, dedicados a un oficio o profesión, creando riqueza con
nuestras manos o con nuestra capacidad innovadora, poniendo los alimentos en
nuestras mesas, pagando los recibos y los gastos del hogar que nos cobija; lo
más inteligente, afortunado y efectivo fuera, que eso que hacemos para vivir
nos gustara, que nos sintiéramos bien con nuestro trabajo, pero no todos tienen
esa suerte, y hay una gran parte de nosotros que atrapados en esta debacle
económica que vive el país, apenas nos alcanza lo que ganamos para vivir, en
medio de esta terrible hiperinflación.
Por circunstancias de la vida, unos dirían “del destino”,
aunque yo pienso que el país se “ensartó” solito en esta situación existencial,
nos ha tocado vivir el peor escenario posible para una sociedad, permitir que
la dirigieran unos incapaces y ladrones, que sin ninguna vergüenza se han
dedicado a desmontar nuestro país y hacernos daño; los errores se pagan y los
grandes errores tienen inmensos costos, lo que no podemos ni debemos hacer es
volverlos a cometer si tenemos la oportunidad de redimirnos, y eso pareciera
ser la voluntad de una parte de nuestra gente, que no ha aprendido la lección
de ésta ordalía que aún no acaba.
Pero algo les digo y no me cansaré de repetirlo, no
cambiaría por nada mi vida en este lugar y momento, el aprendizaje, las
experiencias y las luchas que hemos dado hasta el día de hoy han sido enormes,
en mi caso ha sido como vivir diez vidas en una, esta crisis, con todo su dolor
y tragedia es la lección de vida más intensa que un pueblo puede tener, mi
generación ha vivido en una sola vida, el auge y caída de nuestro mundo, y
estoy seguro, que veremos y seremos parte del inicio de una Venezuela mucho
mejor de la que dejamos, nuestros hijos y nietos la verán, y nos recordarán con
orgullo, pues las fuerzas del mal trataron de reducirnos y vencernos y no
pudieron, trataron de esclavizarnos y extinguirnos y no nos dejamos, y lo digo
con todo orgullo, pertenecemos a una casta de luchadores insignes, de sobrevivientes,
de verdaderos combatientes por la libertad.
Los años pasan y con ellos nuestra vida, es un
intercambio que no es malo, todo lo contrario, es una oportunidad de rehacernos
con cada cumpleaños; si no nos gusta como hemos actuado o no nos complace la
vida que hemos llevado, siempre es la oportunidad de un nuevo comienzo, podemos
intentar reparar lo que hemos dañado, pagar lo que debemos, devolver lo que no
nos pertenece, pero sobre todo, es el momento para construir, reparar
injusticias y tratar de hacer (dejar) un mundo mejor del que encontramos.
Gracias de nuevo a quienes me recordaron en este
cumpleaños; son 66 años, creo que bien vividos, he sido afortunado de recibir y
dar amor, mucho amor, porque es algo que nunca he medido ni mezquinado, me
enfrento a una vejez que ya no es la misma que antes, hoy contamos con mayor
información y recursos para llevar una mejor calidad de vida, aunque en las
actuales circunstancias del país esto sea una quimera, pero aun así me siento
bien, dispongo de una mejor calidad de vida que un hombre de 66 años hace dos
décadas, todavía me quedan unos años productivos y plenos, que pienso
aprovechar al máximo, y la madurez, que llega con el paso de los años, eso que
llaman “experiencia”, es real, está allí, y es una herramienta poderosa, sobre
todo para gente que, como yo, aspiramos a un estadio superior en la vida, lo que
no es para todo el mundo, porque implica un enorme trabajo, y se llama
“sabiduría”, y quiero llegar a ser un hombre sabio como lo fue Sócrates, o
Andrés Bello, o Jorge Luis Borges o Jacinto Convit.
A pesar de mis circunstancias, de vivir el peor momento
histórico para mi país, seguimos en la lucha, con la vista puesta en nuestro
futuro, no me siento solo ni abandonado a mi suerte, todo lo contrario, cuento
con una familia que me quiere, con un grupo formidable de amigos, entre ellos
mi propia “comunidad del anillo” que son mis compañeros del colegio San Ignacio,
con toda ese grupo de personas que me leen en las redes sociales y comparten
mis visiones y opiniones, aun mucho más allá de nuestras fronteras, gracias a
la tecnología de las comunicaciones, gente que no conozco, como el senador
Marco Rubio en la Florida, el Sr. Almagro de la OEA y el mismo presidente
Trump, son parte de este enorme flujo y reflujo de actividad en que estamos
envueltos en esta importante batalla por la dignidad y la libertad del ser
humano.
Por último, aunque el cumpleaños es un día, cada hora
cuenta, cada minuto es un milagro, cada segundo es un regalo que nos da la
vida. Aprovechémoslo, hagamos que cuente.
- saulgodoy@gmail.com
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