jueves, 12 de marzo de 2020

Discúlpeme si no me levanto




La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados.

Groucho Marx

Fue quizás uno de los cómicos más geniales de la historia del espectáculo, probablemente desconocido hoy en día por el público, lo normal es que se le conozca por sus películas, la mayor parte en blanco y negro, y que para el humor de hoy, aquellas poses y rutinas parecieran fuera de lugar, pero fue uno de los humoristas norteamericanos que marcó el oficio de una manera tan definitiva, que todavía es estudiado por las nuevas generaciones del stand up comic, que son las presentaciones  en solitario, de los humoristas haciendo un monólogo frente al público.
Una buena parte de la obra de Groucho Marx (1890- 1977) consistía en presentaciones de teatro que hacía con sus hermanos Harpo, Chico, Zeppo y Gummo, hizo mucha radio y tuvo un éxito arrollador en los comienzos de la televisión; fue muy famoso, hizo mucho dinero, y vivió una vida larga y complicada, dejando tras de sí a una verdadera leyenda.
Su marca personal eran el mostacho falso, sus lentes y el eterno tabaco en la boca, su estilo de caminar, a paso de ganso, era también muy particular, pero su magia le venía de una brillante inteligencia y una habilidad con las palabras, y ese humor corrosivo que desarmaba toda lógica y destornillaba la risa.
Afortunadamente, al final de su vida la Biblioteca del Congreso le pidió que les donara sus cartas personales, y Groucho terminó accediendo, pues no solo se había convertido en un fino escritor, sino que su vida social se revolvía alrededor de escritores, con quienes gustaba departir largas veladas y donde el humor era rey, arrancando carcajadas en los restaurantes, clubs o en cualquiera de sus casas bien fuera en California o New York, donde reunía a los mejores guionistas, libretistas, literatos, que vivían del espectáculo en Hollywood o en Broadway.
Hubo un episodio que les quiero relatar hoy, que tiene que ver con sus cartas, más que con sus actuaciones, pero que retratan a cuerpo completo a uno de los más grandes “jodedores” que haya existido, se trata del impase que tuvo con los estudios de la Warner Brothers, los productores de películas más poderosos de su época, y que quienes se enteraron contuvieron el aliento ante un desenlace fatal, entre lo que parecía unja pulga en contra de un elefante.
En una ocasión, corría el año de 1946, los Hermanos Marx se disponían a rodar la película Una noche en Casablanca, cuando recibieron una carta del Departamento Jurídico de la Warner Brothers, hacía cinco años la productora había realizado Casablanca y los amenazaba con demandarlos si usaban el nombre en su trabajo, Groucho se encargó de responderles:

Queridos Warner Brothers:
Al parecer hay más de una forma de conquistar una ciudad y de mantenerla bajo el dominio propio. Por ejemplo, hasta el momento en que pensamos en hacer esta película, no tenía la menor idea de que la ciudad de Casablanca perteneciera exclusivamente a los Warner Brothers. Sin embargo, pocos días después de anunciar nuestra película recibimos su largo y ominoso documento legal en el que se nos conminaba a no utilizar el nombre de Casablanca. Parece ser que en 1471, Ferdinand Balboa Warner, su tatarabuelo, al buscar un atajo hacia la ciudad de Burbank, se tropezó con las costas de África y, levantando su bastón (que más tarde cambió por un centenar de acciones en la bolsa), las denominó Casablanca. Sencillamente, no comprendo su actitud. Aun cuando pensaran en la reposición de su película, estoy seguro de que el aficionado medio al cine aprendería oportunamente a distinguir entre Ingrid Bergman y Harpo. No sé si yo podría, pero desde luego me gustaría intentarlo. Ustedes reivindican su Casablanca y pretenden que nadie más pueda utilizar este nombre sin su permiso. ¿Qué me dicen de «Warner Brothers»? ¿Es de su propiedad, también? Probablemente tengan ustedes el derecho de utilizar el nombre de Warner, pero ¿y el de Brothers? Profesionalmente, nosotros éramos «brothers» mucho antes que ustedes… e incluso antes de nosotros ha habido otros hermanos: los Smith Brothers; los Karamazov Brothers; Dan Brothers, un centrocampista del Detroit… Y ahora, Jack, hablemos de usted. ¿Diría usted que es el suyo un nombre original? Pues no lo es. Se utilizaba mucho antes de nacer usted. Sobre la marcha, recuerdo a dos Jacks: había el Jack de Jack and the Beanstalk y Jack el Destripador, que se hizo un bonito renombre en su día… Todo eso parece acabar en una diatriba más bien amarga, pero les aseguro que no es ésta mi intención. Me gustan los Warner. Algunos de mis mejores amigos están en Warner Brothers. Es posible incluso que cometa una injusticia y que ustedes mismos no sepan nada en absoluto sobre la actitud de ese seudo Wanger que nos escribe. No me sorprendería nada descubrir que los jefes de departamento jurídico desconocen esta absurda contienda, puesto que conozco a muchos de ellos y son unos tipos estupendos de pelo negro y rizado, traje cruzado y un amor hacia el prójimo que requetesaroyanea al propio Saroyan. Tengo la sospecha de que ese intento de impedirnos la utilización del título es la brillante idea de algún picapleitos con hocico de hurón que esté haciendo un breve aprendizaje en su departamento jurídico. Conozco bien al tipo: recién salido de la facultad de derecho, sediento de éxito y demasiado ambicioso para seguir las leyes de la promoción natural. Probablemente ese siniestro abogaducho habrá aguijoneado a sus representantes legales, muchos de los cuales son unos tipos estupendos de pelo negro y rizado, traje cruzado, etc., para que trataran de impedírnoslo. ¡Pues no se saldrá con la suya! ¡Contenderemos con él hasta el tribunal supremo! Ningún aventurero legal con la cara tiznada va a llevar la animosidad entre los Warner y los Marx. Todos somos hermanos debajo de nuestro pellejo y seguiremos amigos hasta que el último rollo de A Night in Casablanca esté metido en su bobina.

La carta es más larga pero el asunto es, que la misma desconcertó a los abogados de la Warner Brothers, quienes respondieron pidiéndoles que les resumieran la historia con el fin de llegar a un acuerdo, de nuevo Groucho les responde:

Queridos Warner:
No puedo contarles gran cosa sobre el argumento de la película. En ella interpreto a un doctor en teología que asiste a los nativos y, como pasatiempo, vende como charlatán abrelatas y chaquetones de marinero a los salvajes de la Costa de Oro africana. Cuando encuentro por primera vez a Chico, éste trabaja en una taberna y vende esponjas a los clientes habituales, incapaces de soportar su dosis de alcohol. Harpo es un cadí árabe que vive en una pequeña urna griega en los arrabales de la ciudad. Cuando empieza la película, Potaje, una tímida nativa, está afilando flechas para una cacería. Paul Resaca, nuestro héroe, enciende continuamente dos cigarrillos a la vez. Evidentemente, ignora los racionamientos de tabaco. Hay muchas escenas esplendorosas y de violentas rivalidades, y Color, un joven mensajero abisinio, dirige el Tumulto. El Tumulto, por si nunca han estado allí, es un pequeño night club de las afueras de la ciudad. Podría contarles mucho más, pero no quiero estropearles el placer. Todo ello ha recibido el visto bueno de la Oficina Hays, «Good Housekeeping» y los supervivientes de los Tumultos del Haymarket; y si la ocasión es propicia, esta película puede ser el cañonazo inicial de un nuevo desastre universal.
Cordialmente, Groucho Marx
Pero los abogados insisten en obtener más detalles del argumento, Groucho les vuelve a escribir:

Queridos Brothers:
Siento comunicarles que, desde la última vez que les escribí, ha habido algunos cambios en la trama de nuestra nueva película A Night in Casablanca. En la nueva versión hago el papel de Burdel, la novia de Humphrey Bogart. Harpo y Chico son vendedores ambulantes de alfombras que están hartos de desenrollar alfombras y entran en un monasterio en busca de picos pardos. Pero se llevan un buen chasco, puesto que no ha habido picos pardos en el lugar durante los últimos quince años. Enfrente de ese monasterio, junto al muelle, hay un hotel que mira al mar, atestado de damiselas de fresca tez, la mayoría de las cuales han sido vetadas por la Oficina Hays por busconas. En el quinto rollo, Gladstone hace un discurso que conmociona la Cámara de los Comunes e inmediatamente el Rey pide su dimisión. Harpo se casa con un detective de hotel; Chico dirige una granja de avestruces. La amiga de Humphrey Bogart, Burdel, se convierte en una Bacall-girl. Como pueden ver, se trata de un argumento muy chapucero. Lo único que puede salvarnos de la extinción es que siga el racionamiento de películas.
                                                                                                                                                                                                                                 Afectuosamente, Groucho Marx

Ese fue el final de aquel famosísimo careo, que terminó con el silencio de Warner Brothers y la realización de la exitosa película de los Hermanos Marx.
Groucho Marx representa para muchos norteamericanos el sueño americano personificado, un muchacho judío que vino de una de las familias de emigrantes más pobres de toda New York, que escaló a pulso el estrellato en una de las carreras más difíciles y competidas de su tiempo, todo a fuerza de su genio y una voluntad de hierro, la pobreza de su infancia lo marcó para toda la vida “Teníamos un baño para diez personas, afortunadamente, supimos bastante tarde que aquello era ser pobre”, y aunque renunció a una educación formal temprano en su vida, fue un lector voraz.
Trabajó desde muy joven con sus hermanos en una especie de troupe montando shows en la calle, luego su madre los organizó para que se iniciaran en los vaudevilles como intérpretes de relleno, Groucho cantaba y tocaba la guitarra, aunque fue su sentido del humor lo que arrastraba al grupo familiar, bailaban, cantaban, hacían chistes, montaban escenas cómicas.
Y gracias a que eran hermanos y existía la confianza, empezaron a desarrollar una forma de comportamiento fuera del escenario, entre ellos, lleno de bromas y comentarios sarcásticos que hacía de lo más natural sus comentarios absurdos, que hacían reír a la gente dándoles oportunidad no sólo de estar trabajando siempre en material nuevo para sus shows, sino en obtener un dominio sobre su público bajo diversas circunstancias.
Tuvieron que viajar mucho y atravesar por situaciones bastantes particulares cumpliendo con sus contratos, pero aquel rose con variados públicos, temperamentos y situaciones les fueron dando el conocimiento de que gustaba y que funcionaba, hasta que pudieron encontrar obras que los mantuvieron a flote por un buen tiempo, algunas durante años.
La palabra, el chiste, el comentario ocurrente, eran sus herramientas de trabajo pudieron elaborar espectáculos que encajaban en el gusto popular, ya tenían suficiente dinero para contratar libretistas y pulir sus actos, y estaban en pleno ascenso cuando vino el crack financiero de 1929, Groucho era quien manejaba las finanzas y había invertido el dinero en la bolsa, se fueron inmediatamente a la ruina, pero afortunadamente tenían shows en cartelera que podían mantenerlos mientras amainaba el desastre.
Groucho acostumbraba a decir: “Hijo mío, la felicidad está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna…” y con eso en mente le apostó al cine sonoro, que en ese momento hacía su debut en el mundo del espectáculo, y con tenacidad e inteligencia fueron haciéndose un nombre entre las marquesinas de las salas de cine.
Para hacerles la historia corta, la debilidad de Groucho por las mujeres lo llevaron a reincidir en tres matrimonios con mujeres gentiles, los tres matrimonios terminaron en desastres tantos personales como financieros, una cuarta mujer lo enloqueció en sus últimos años, e igual terminó en tragedia, “El matrimonio es la principal causa del divorcio”, pero nunca siguió su propia conseja.
A Groucho le gustaba la jardinería, en una ocasión estaba haciendo el jardín frente a su casa mientras su esposa estaba ocupada adentro, atendiendo a sus hijos, y pasó una señora quien lo tomó por un jardinero cualquiera, y le preguntó cuánto cobraba por su día de trabajo, y le respondió inmediatamente “Nada de dinero, la señora de la casa me permite meterme en la cama con ella”.
Murió a los 87 años, rico, con varios juicios pendientes, con un premio Oscar por toda una vida en el cine, con millones de admiradores que lamentamos su partida y unas historias que son para morirse de la risa.
Por cierto, el título de éste artículo, es el epitafio que está escrito sobre su tumba.  -   saulgodoy@gmail.com
                                        















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