Ayer (23-03-2020) falleció Hilario Godoy Peña, mi padre,
a la edad de 98 años; murió de pronto, rápido, sin sufrir y en plena capacidad
de sus facultades; no fue afectado por el coronavirus, tenía otras dolencias,
las típicas de una edad tan avanzada… yo no pude estar a su lado, pero en
nuestros últimos encuentros me despedía de él como si fuera la última vez que
nos viéramos, y así fue la semana pasada, le dije adiós para siempre.
Voy a extrañarlo, siempre me hará falta, pero no estoy
triste… creo que mi padre vivió una vida plena y de muchas realizaciones, entre
ellas el de ser la cabeza de una enorme y bella familia; fue de esos hombres
que pudo ver, en vida, como su descendencia se multiplicaba “como arena en el desierto y estrellas en el
firmamento”, hoy desperdigada por Venezuela, Latinoamérica, Norteamérica,
Europa, con una gran cantidad de nietos y bisnietos, algunos de los cuales no tuvo
oportunidad de conocer.
Fue un constructor del país, empresario y comerciante, un
hombre que trabajó dignamente y vivió de los frutos de su esfuerzo, que tuvo
sus éxitos y derrotas, que jamás perdió la fe en la vida y en Dios, era un
creyente, un buen esposo y padre, fiel amigo, un ciudadano consciente, un
venezolano a carta cabal.
Nació en los Andes, en Carache, estado Trujillo y
transcurrió su infancia y adolescencia en la cercana población de Santa Ana
(donde Bolívar y Morillo se dieron el abrazo). De origen muy humilde, no pudo
hacerse de una educación formal, pero era ingenioso, altamente inteligente y
muy trabajador, cualidades que otros vieron y quisieron ayudarlo, sacándolo de
aquellos páramos llenos de haciendas de café, para llevarlo a Caracas bajo el
ala protectora de otros importantes andinos, que trabajaban en altos cargos del
gobierno, tuvo el muchacho una oportunidad de formarse en la recién fundada
Cartografía Nacional adscrita al Ministerio de Obras Públicas.
Allí empezó, trabajando en los laboratorios, revelando
películas; rápidamente pasó a aprendiz de fotografía aérea, finalmente a
navegante, teniendo la distinción de ser el primer navegante venezolano
especializado para la fotografía aérea, entrenado por los norteamericanos, que
en ese momento se encargaban de levantar los primeros mapas modernos del país
para la industria petrolera; ese contacto con los norteamericanos, que le venía
por la necesidad de trabajar con aviones y la alta tecnología de la época,
sería un vínculo para toda la vida, llegando incluso a asociarse con algunos de
ellos.
Uno de sus momentos culminantes, lo recordaba con agrado,
fue cuando ya tenía su propia empresa, Aeromapas
Seravenca, y en los años sesenta fue invitado al Pentágono, en Washington;
fue acompañado por el gerente técnico, el ingeniero cartográfico de origen
alemán Sigfrid Streit, uno de los científicos
más capacitados en el área y muy hábil en los asuntos de micromecánica y
óptica de unas enormes y complejas máquinas que se usaban para el proceso de
“la restitución”, o sea, dibujar los mapas a partir de las fotografías aéreas
que se veían en tres dimensiones.
Cuando estaban haciendo el “tour” por las instalaciones,
se percataron de una urgencia que tuvieron los técnicos norteamericanos con una
de estas máquinas, que eran alemanas; el ingeniero Streit se ofreció para
revisarla y dos horas después estaba reparada y funcionando… y, como cortesía,
les extendieron la invitación en el Pentágono por un día más, y en esta
ocasión, les mostraron la sala donde estaban analizando, con miles de
fotografías satelitales sobre grandes mesas, el sitio exacto del próximo
alunizaje de la Misión Apollo.
Mi padre fue socio en un conglomerado de empresas que
incluía actividades en la topografía, oceanografía, catastro, fundamentales en
brindar información básica de los territorios a las empresas petroleras y de
desarrollo regional, como la CVG; fueron pioneros en captar con sensores
remotos los registros geomagnéticos de la tierra (el descubridor de las minas
de Los Pijigüaos,
las minas de bauxita más grandes del país, lo hizo bajo un contrato de Seravenca);
fueron los primeros en traer la tecnología de imágenes de radar al país.
Pero todo esto acabó de repente, con un decreto de Chávez
en el año 2000, donde nacionalizaba y militarizaba toda la actividad
cartográfica del país, llevando a la quiebra a todas las empresas privadas del
área.
Mi padre era un hombre esencialmente bueno, optimista y
sereno; acostumbraba a decirme “No hay
gente mala, lo que existen son malos momentos, y estos van y vienen”;
quienes lo conocieron se admiraban por su placidez y su actitud positiva, aún
en los peores momentos; siempre dispuesto a concertar, era un estupendo
negociante y su honestidad era su carta de presentación.
A sus treinta años contrajo nupcias con mi madre, una
maestra de párvulos que trabajaba en una escuela en Macuto, cercana a la
residencia que el General Gómez tenía en la playa; Dulce María fue su compañera
por largas décadas y juntos nos educaron en los valores de la integridad y el amor
por la verdad, cada vez que puedo lo repito, tuve una niñez y una adolescencia
que deben ser de las mejores del mundo, son recuerdos en los que me refugio
cuando truena, es oscuro y caen los rayos durante las tormentas.
Mis padres pertenecen a una generación privilegiada de
venezolanos, fueron tiempos en los que hubo una movilidad social tremenda en el
país, llegaron a construir una de las economías más fuertes del mundo,
Venezuela se abrió como una flor llena de néctar en aquellos años, creo que fue
la época de oro del país, cuando lo que había en el horizonte eran
oportunidades, sueños por cumplir, proyectos para una gran aventura, fue el
momento en que nuestro territorio develaba sus enormes riquezas y
potencialidades; esos venezolanos modernizaron a Venezuela, le dieron la
bienvenida a tantos extranjeros que vinieron a construir una patria y ver
crecer a sus familias… todos, sin excepción, aportaron con su esfuerzo las
bases de una idea bella, y nos dieron la oportunidad a los de mi generación de
vivir y ser educados en la ilusión de que aquello era la forma correcta de
vida.
Con la muerte de mi padre, y con la desaparición de esa
generación de venezolanos, hay un simbolismo que viene siendo reiteradamente señalado
por otros escritores y pensadores contemporáneos,
es el fin de una época, el cumplimiento de una etapa y el comienzo de otra
nueva, en circunstancias que nada tienen que ver con aquella Venezuela que ya
no existe, que fue sepultada por el socialismo salvaje y que nos deja un país
en ruinas.
Mis padres me dieron un regalo invalorable, me dieron un
mundo en el que creo y por el cual debo y tengo que luchar, no para repetirlo
ni para copiarlo, sino para construir, en nuestro caso, reconstruir y sacarlo
adelante, nos tome el tiempo y el esfuerzo que sea necesario… de eso se trata
la civilización humana, jamás rendirnos, jamás renunciar al sueño de un mundo
mejor.
Descansa en paz, papá.
- saulgodoy@gmail.com
Apreciado Saul.
ResponderEliminarSin duda, te dejo una maravillosa herencia, que grato saber que tu padre fue un venezolano de esos que SI hizo Patria y que además dejo buenas semillas a su paso. Interesante y sentido escrito, lleno de afecto y profundo respeto por la formación que te dio en verdaderos VALORES, que es lo que se necesita para reconstruir nuestro país como tu bien lo dices. Este escrito merece estar en el Diccionario de Historia de Venezuela de la Fundación Polar, por lo valioso de los aportes a la Cartografía Nacional
Estimado amigo,
ResponderEliminarApenas conocí al señor Hilario en una oportunidad, hace ya mucho tiempo, parece casi una eternidad, pero su nombre, su empresa y sus logros eran familiares para mi desde joven.
Nadie nos puede preparar para lo que todos sabemos que nos viene, que llega repentinamente como una ráfaga escalofriante. Consolémosnos sabiendo que ahora descansa en paz, libre de los grilletes de nuestra trabajosa existencia actual.
Por favor recibe un gran abrazo y nuestras más sentidas condolencias en esta hora menguada.