“Toda la teoría está en contra del libre albedrío, pero toda la práctica la respalda”.
Samuel Johnson.
El título de mi artículo apunta a diferencias epocales del concepto de libertad humana en el transcurso de la historia, si esto es así en asuntos tan mundanos como la forma de la Tierra o su relación con el Sol, o porqué ocurren los cambios de las estaciones, al momento de precisar el concepto humano nos vamos a encontrar con una variedad de visiones, descripciones y cualidades que han afectado nuestra naturaleza a través del tiempo, y esto ocurre principalmente, por el grado de conocimiento que cada época ha dispuesto para desarrollar su propia valoración.
Por ejemplo, hace apenas veinte años no existía lo que conoce hoy como Network Neuroscience, algo tan nuevo que ni siquiera me atrevo a traducirlo, pero trata del avance de nuestro entendimiento de la organización y función de nuestro cerebro entendido como una red configurado a distintas escalas, desde neuronas u moléculas hasta los circuitos y sistemas que lo integran. Es una especialidad que se ubica entre las ciencias que estudian el sistema nervioso, por supuesto, al cerebro, y las ciencias de los sistemas en los estudios de computación, lo que da como resultado la construcción de modelos relacionales de la información que manejan los sistemas neurobiológicos, incluyendo señalización y flujo en los distintos circuitos, patrones de conectividad funcional registrados por tecnología de avanzada en el campo electrofisiológico o de imágenes, estudios de las conexiones anatómicas entre neuronas y regiones cerebrales, e interacciones entre biomoléculas o genes.
En la época de la antigua Grecia, Sócrates, Platón u Aristóteles que eran pensadores de altos quilates y que se ocupaban de desentrañar aquello que nos hace humanos, no disponía de tan sofisticadas herramientas, pero sí estaban claros que existían unas creencias, sobre todo expectativas (felicidad, vida eterna, sabiduría, poder, etc.) que aunados a nuestras experiencias subjetivas de la vida, a lo irracional de nuestras emociones, hacían que aquellos pueblos tuvieran un concepto robusto de lo que era ser humano en sus tiempos.
El determinismo era una idea muy popular entre los estoicos y tuvo su punto más alto con la teoría atomística elaborada por Demócrito, Platón creía que la voluntad podía disciplinarse de modo de salvar los obstáculos de las pasiones y los vicios para poder ser libre y actuar en base a principios superiores (ideales) tales como el bien común, el amor, la justicia… pero esta manera de pensar, de actuar bajo control, tenía sus consecuencias y paradojas, para ser verdaderamente libre había que limitarse en muchos aspectos, lo que traía una inclinación natural hacia regímenes autoritarios.
Para la profesora Claudia Hauer del St John College y la Academia de la fuerza Aérea en los EEUU, la Revolución Cartesiana del siglo XVI cambió ese concepto haciendo una partición entre mente y materia, por ejemplo Francis Bacon (1561-1626) esperaba del hombre que perfeccionara su poder y dominio sobre el universo, y el resultado de tal propuesta fue el dominio tecnológico sobre nuestro entorno pero también consistió en mecanizar nuestras vidas, convertimos al humano en una pieza de relojería, de modo que el control que tenemos sobre la materia nos transformó en unos idiotas espirituales, podemos dividir el átomo pero no estamos claros si debemos hacerlo.
No es nuestra intensión realizar un recuento de los diversos conceptos de naturaleza humana para resaltar el aspecto de la libertad en ellos, pero algo que el siglo XXI ha demostrado fehacientemente y sin lugar a dudas es que todo pensamiento y conducta humana residen en el funcionamiento del cerebro y que este funcionamiento se debe a códigos que el cerebro ha ido adquiriendo a lo largo de su historia evolutiva y genética. De ello se deduce que el conocimiento de estos códigos debe influir en cómo interpretamos el mundo y todo lo que hay en él.
Semir Zeki, en su obra Artistic Creativity and the Brain (1999), nos dice lo siguiente:
Estoy convencido de que no puede haber una teoría satisfactoria del arte y la belleza que no tenga una base neurobiológica. Toda actividad humana es en último término un producto de la organización de nuestros cerebros y sujetos a sus leyes. Por eso espero que la neuroestética, el neuroarte, se amplíe y pueda aplicarse a otros temas, tales como las bases neurales de las creencias religiosas, la moralidad y jurisprudencia, todo ello de fundamental importancia en la búsqueda del hombre para entenderse a sí mismo. Todas ellas juegan un papel crítico en nuestras vidas y están en el corazón de nuestra civilización. Me quedaría muy sorprendido si tal comprensión del mundo no modifica radicalmente nuestra visión de nosotros mismos y de nuestras sociedades.
Y si efectivamente todo nuestro mundo se reduce a las capacidades de nuestro cerebro, por más complejo que sea su funcionamiento, estamos relevando de nuestro concepto una serie de fórmulas y creencias que hasta hace muy poco conformaban el centro de nuestras convicciones, lo que ha llevado a ciertas personas y una parte importante de la sociedad a confrontar un mundo nuevo, un horizonte de posibilidades que hasta el momento no ha sido bien digerido, entre otras cosas por la novedad del mismo, por la falta de referencias al vernos lanzados en ese paradigma y traerá consecuencias en los ajustes necesarios que habrá que hacer para acoplarnos.
Por supuesto, esto trae problemas, desfases y principalmente modificaciones en nuestro marco de referencia, si el libre albedrío ya no existe, si todas nuestras acciones tienen condicionantes, si ya todas nuestras respuestas vienen determinadas por otras causas que no es nuestra voluntad de poder escoger entre varias alternativas, Sam Harris, uno de los grandes filósofos y polemistas de nuestra era nos regala esta perla: “El libre albedrío es una ilusión… pensamientos e intenciones emergen de causas que están muy en el fondo de las que no nos damos cuenta y sobre las que no tenemos dominio consciente. No tenemos la libertad que creemos tener… puedes hacer lo que decidiste hacer, pero no puedes decidir lo que vas a hacer.”
Hay una buena parte del mundo científico que cree que todo lo que sucede en el universo tiene causas, a este grupo lo clasificamos como “deterministas”, cuando un evento es causado el evento no es libre; en la acera del frente se encuentra los “indeterministas” que creen que existen las decisiones libres, que hay decisiones que están exentas de condicionamientos, que quien las hace “un agente causal” las hace sin que intervenga en absoluto ninguna causa en la historia del agente.
Los que opinan que las decisiones libres existen sin ningún tipo de condicionamiento, creen que la férrea cadena causal, que afecta a todo lo existente, se rompe con el libre albedrío por medio o de un milagro o de una ruptura causal tal y como se pudiera dar en el mundo cuántico.
Los indeterministas creen que sus decisiones no están afectadas por una cadena de eventos que vienen del pasado, sino que se originan en un punto originario sin más, y que por ello somos absolutamente responsables de las consecuencias de nuestros actos, en los dos últimos milenios este ha sido el pensamiento, la creencia que han marcado nuestra moral y ética, incluso, sobre esta suposición se ha construido una buena parte de nuestro sistema legal y político.
Michael Gazzaniga es uno de los científicos más reputados en el área de la neurobiología en el mundo, de hecho es considerado el padre de un campo conocido como el de neurociencias cognitivas, Gazzaniga cree que el concepto de libre albedrío está desfasado y que necesita un urgente remozamiento, y en cuanto a la responsabilidad de las acciones humanas estas continúan siendo exigibles, y que una posible variación del concepto de libre albedrío en nada afectaría la exigibilidad de la responsabilidad personal, ya que esta se define a otro nivel, en un escalón fenomenológico superior, el de los sistemas sociales.
Gazzaniga parte aceptando tres principios que afectan la actividad cerebral y mental, el primero, la indeterminación y la impredictibilidad, que son parte esencial del mundo y de la cognición del mismo, segundo, el recurrir a múltiples niveles de organización es fundamental para entender lo que sucede en las neurociencias, cada una de nuestras decisiones y acciones tienen un sistema de rizoma que las alimentan, tercero, nuevos poderes causales son inherentes en los sistemas altamente organizados, incluyendo al cerebro.
Además debemos agregar otros elementos que complejizan ese momento de sentirse “libre” al momento de decidir sobre cursos de acción, el profesor Terry Hyland , profesor emérito de la Universidad de Bolton en el Reino Unido señala en su artículo, The Illusion of Free Will: Education, Mindfulness and Metaphysics (2012):
Dado lo que conocemos sobre ADN, sobre psicología evolucionaria y la conexión entre los estados del cerebro y las emociones, deseos e intenciones, es difícil hacernos una idea de la gente actuando “libremente”, particularmente si agregamos el contexto social, los antecedentes familiares y las experiencias de vida. ¿Por qué, entonces, hay problemas con el libre albedrío habiendo tan poca evidencia a su favor?... A pesar de toda la contra evidencia objetiva nosotros todavía nos apoyamos en el sensación que nos produce escoger libremente, decidir y actuar de una manera particular, y que mirando hacia atrás, pareciera que hemos actuado y decidido con libertad. Sin embargo, esta sensación puede ser explicada debido al desarrollo de los sistemas sociales, legales, morales, religiosos y políticos en que vivimos.
De cómo fue posible el despegue y desarrollo de la neurobiología en el mundo.
El espectacular desarrollo de la neurobiología no fue un hecho casual, fue producto de decisiones políticas claves, principalmente de los gobiernos de los EEUU, quienes gracias a su músculo tecnológico y financiero pudieron darle el empujón necesario a estas importantes investigaciones.
En 1990 el presidente George Bush decide por una iniciativa presidencial declarar la “Década del Cerebro” en un intento por entender y atender los desórdenes de las adicciones, los problemas mentales, la violencia y las enfermedades genéticas que sufría la sociedad norteamericana, en el año 2000 se hizo una evaluación que resultó muy positiva sobre los adelantos logrados, al punto que su sucesor, el presidente Obama, de nuevo, bajo una iniciativa presidencial, decide en el 2013 inaugurar su proyecto “Brain” (Brain Research through Advancing Innovative Neurotechnologies) que concentra los esfuerzos en el desarrollo de nuevas tecnologías; billones de dólares fueron canalizados en el desarrollo de la neurobiología bajo el entendido, que era igual de importante el conocimiento de la naturaleza humana como la de desentrañar los secretos del universo.
Se sumó luego a este esfuerzo la Comisión Europea para Nuevas Tecnologías y el Futuro con su “Proyecto Cerebro Humano”, para el desarrollo de tecnologías de computación e inteligencia artificial para las investigaciones sobre neurociencia, igual en el Japón, pero ya dirigido con más precisión hacia la educación de las nuevas generaciones, la Sociedad Japonesa de Neurociencia en el año 2005, bajo el título de «Neuroética y desarrollo del cerebro”, inició una serie de iniciativas encaminadas a descubrir la mejor manera de educar a los cerebros en formación, entre sus proyectos se encuentra uno de gran aliento, escogieron a 10.000 niños de todo el país, de diferente extracto social y regiones y los están estudiando para investigar la influencia de las nuevas tecnologías en los procesos educativos, las motivaciones y peligros que encuentran estos niños en el camino de su formación, teniendo en cuenta los graves problemas que enfrenta Japón en la actualidad con sus jóvenes, en una sociedad que vive en el post industrialismo.
Cuando me entero de estos proyectos me entra una profunda preocupación con nuestra Latinoamérica embarcada en un retroceso histórico, en una huida hacia el pasado, esto, a pesar de que muchos científicos latinoamericanos están brillando con luz propia en medio de estas iniciativas, igual con científicos españoles que han destacado en estos avances, contamos con científicos de origen hispanoamericano de primera línea, jefes de grupo, planificadores, teóricos y científicos experimentales que son protagonistas de estos avances.
Creo que debería existir una iniciativa regional, quizás promocionada por la OEA y el Banco Interamericano de Desarrollo, para crear un programa piloto que nos permita al menos ir aprovechando estos adelantos para nuestros propios países y no quedar rezagados, conozco de esfuerzo que se están haciendo en Chile, Brasil, México en este sentido, pero son minúsculos en comparación con los de los países desarrollados.
En apenas treinta años hemos podido avanzar de manera importante en una de las áreas más complejas del conocimiento, entendernos como humanos que somos, comprender nuestra naturaleza, y lo que hemos descubierto no está moviendo el piso, hay una necesidad de recomponer nuestra cultura para adaptarla a estos avances sin crear problemas más graves e incomprensiones fatales para nuestro modo de vida.
Mal entender estos avances implicaría muchas veces contemplar una vida sin sentido ni trascendencia, quienes creen que la neurobiología nos convierte en simples organismos que responden a estímulos y condicionantes genéticos, no están entendiendo la relevancia de los hallazgos, pues no es nihilismo hacia donde nos conducen, todo lo contrario, nos elevan de nivel sobre el resto de las criaturas pues estamos trabajando en mundos de una alta complejidad, donde prácticamente, todo es posible.
No podemos dejarnos vencer por la inercia y la fatalidad, debemos enfrentar esta avalancha de nuevos conocimientos que están cambiando aceleradamente nuestra comprensión del ser humano, es demasiado importante para dejarlo a la saga del devenir, igual que nuestros pares en el mundo desarrollado, debemos tomar la iniciativa, en ello se nos va la vida. - saulgodoy@gmail.com
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