sábado, 30 de octubre de 2021

El chavismo y la higiene

 


 


El ambiente no es la ecología, sino la complejidad del mundo; es un saber sobre las formas de apropiación del mundo y de la naturaleza a través de las relaciones de poder que se han inscrito en las formas dominantes de conocimiento… La crisis ambiental es una crisis de civilización producida por el desconocimiento del conocimiento. El conocimiento ya no representa la realidad; por el contrario, construye una hiperrealidad en la que se ve reflejado…Este desorden y desmesura del orden simbólico se instala y se expresa en la perversión de la naturaleza humana, y se instaura en el discurso simulatorio y en las estrategias fatales de la geopolítica del desarrollo sostenible.

 Enrique Leff, Aventuras de la Epistemología Ambiental: de la articulación de ciencias al diálogo de saberes (2006).


En el siglo III a.C. existió un historiador griego, de nombre Megástenes, que fue nombrado embajador por Seleuco Nicátor, uno de los generales de Alejandro Magno a quien le correspondió gobernar sobre extensos territorios del Imperio Seléucida, en pleno corazón del Asia Central; su tarea era representar a los griegos ante la corte del rey Sandrácoto, que pasaría a la historia de la India como Chandragupta Maurya, uno de los gobernantes más importantes de aquellos tiempos.

Su embajada estaba en la capital, en Pataliputra, que se levantaba en las llanuras del delta del río Ganges, y desde allí nos dejó unas interesantes notas sobre aquella impresionante y lujosa sede de gobierno, murallas inmensas, palacios rutilantes, jardines bien cuidados y llenos de animales, para la satisfacción del rey, a quien le gustaba pasear por sus dominios seguido de bandadas de loros de distintos colores o cazar tigres en sus bosques.

Pero Pataliputra tenía un problema, y grave, las murallas de la ciudad estaban rodeadas de un profundo foso a donde eran conducidas las aguas residuales que utilizaba la población, y allí, sin posibilidad de movimiento, estas aguas y los desperdicios se fermentaban con el calor del verano, produciendo un espantoso olor que todo lo impregnaba; Megástenes lo comenta en sus memorias y cuenta como la corte no escatimaba en quemar incienso y utilizar grandes cantidades de perfumes para tapar el hedor que atraía una gran cantidad de moscas y no pocas enfermedades.

Éste fue un problema que los ingenieros romanos pudieron solucionar a las orillas del río Tiber, la construcción de la Cloaca Máxima y su enorme red de alcantarillados, así como más de once acueductos que alimentaban Roma, entre ellos los construidos por el Emperador Claudio, el Aqua Claudia y el Agnus Novo, que resolvieron por mucho tiempo el problema sanitario de la capital imperial. Sus gobernantes estaban tan orgullosos de estos logros, que publicitaban sin rubor alguno la superioridad de la cultura romana, destacando la limpieza de sus ciudades y la higiene de sus habitantes como aspecto fundamental.

Para el siglo I, Roma contaba con cerca de 750 millones de litros de agua limpia por día, traida de manantiales en las montañas, algunos hasta a más de 60 km. de distancia, y recogida en tres grandes depósitos, uno para los espacios públicos, plazas, jardines, fuentes, otro para los baños públicos y los grandes desarrollos urbanos de la plebe, y otro para el Emperador y los ricos patricios, que pagaban por el servicio a sus lujosas villas. Tenían tanta agua disponible que se dieron el lujo, en tiempos de Vespasiano, de escenificar batallas navales dentro del Coliseo, llenando y vaciando el coso para los espectáculos.

Luego vino la Edad Media y en este sentido hubo un tremendo retroceso, muchas de las grandes ciudades europeas no tenían la infraestructura sanitaria necesaria, y ésa fue una de las razones por las que fueron víctimas de plagas y de no pocas hambrunas.

Y aquí quiero destacar el vínculo entre las costumbres higiénicas del individuo y el ambiente que lo rodea, incluyendo los usos higiénicos que predominan en la sociedad de la que son parte, porque es muy fácil pensar que la responsabilidad del individuo se detiene en su piel, cuando la realidad nos indica que, si vivimos en un entorno sucio y descuidado, es porque la persona también es sucia y descuidad, para quienes estudiamos la historia no es difícil descubrir que la longevidad del ser humano dependen en buena medida de su capacidad higiénica.

No es un secreto para nadie que la multitud, el colectivo, simplemente en su función de existencia, genera una inmensa cantidad de desperdicios y miasmas que hay que recoger, limpiar y atender, so pena de que se acumule y genere condiciones de peligro para la higiene pública y privada; esta función del gobierno, la de ser el garante de la limpieza pública, no se menciona ni se le da la importancia que realmente tiene, pero, desde tiempos inmemoriales, es una de las funciones claves de la administración de lo público, una tarea principal del estado.

La gente se puede acostumbrar a andar mugrienta y en harapos, pasar semanas y hasta meses sin tomar un baño, comer mal, convivir con alimañas, ser un desaseado… el hombre primitivo, mientras se movía con las manadas de animales, que eran su comida, pasaba tiempo sin la oportunidad de dedicarse tiempo y limpiarse, el grupo se acostumbraba al olor y a las inconveniencias de una vida en trashumancia.

Pero, a medida que fueron asentándose en los territorios, que la agricultura y las aldeas, que empezaron a construirse los asentamientos humanos, buscaban los mejores lugares para echar sus bases, era común que buscaran los ríos, el agua corriente era una necesidad de mucho valor, el entorno era cuidado con esmero, los bosques protegidos, los animales controlados, el paisaje conservado, atribuyéndole valores sagrados.

Esta relación ambiente-ciudad era fundamental para que las urbes pudieran prosperar; no era por causalidad que los principales centros urbanos del mundo estuvieran cerca o al lado de ríos y montañas, lo que implicaba tener responsabilidades en la conservación y protección de estos espacios de los que dependía su calidad de vida.

Pero en este sentido es muy fácil confundirse, puede una persona sentirse que es limpia e higiénica únicamente preocupándose de su persona o vivienda, como los chavistas, que se jactan muchos de ser personas que cuidan su aspecto personal, se bañan todos los días, andan arreglados con sus ropas de marca y accesorios de alta gama, muy perfumados y les gusta estar en lugares apropiadamente mantenidos, pero no les gusta lo feo, la basura ni las moscas… aún así, salen de sus casas y se encuentran en entornos deprimidos y descuidados, viviendo en ciudades que se caen a pedazos, sin servicios públicos eficientes, en eriales desolados y contaminados… y no es que los chavistas quieran vivir en esa Venezuela horrible que ellos mismos han destruido y llevado a la inopia, es que no les queda otro lugar donde ir, porque nadie los quiere en otros países, muchos son buscados o hay recompensas por sus cabezas, porque son tomados como unos criminales.

Al chavista es fácil distinguirlo, cuando sale de su país y con el dinero que han robado, trata de comprar el estándar de vida más alto que puedan conseguir, buenas residencias y, si son apartamentos de lujo, mansiones o villas, mejor, adquieren inmejorables vehículos y medios de transporte, se dejan ver en los lugares de moda, comen como sibaritas y beben lo mejor de las cavas del mundo, no reparan en gastos en como lucen, y gastan fortunas en productos de tocado, quien los ve y los huele y no los conoce, dirá que se trata de personas civilizadas y muy limpias…

Pero el hedor los persigue, “la mona, aunque se vista de seda, mona se queda”- dice el adagio popular, y no hay manera de ocultar el rancho que llevan en la cabeza y las ruinas que dejaron en su patria por hacerse con esas abultadas cuentas bancarias de dinero mal habido.

Son unos destructores natos de sus entornos naturales en los lugares de donde vienen, no tienen la menor idea de lo que es vivir bien, que no es vestirse en Saville Road con trajes a la medida o con costosos relojes Cartier en sus muñecas, no basta con parecer un embajador de un país desarrollado chupando un Cohiba en alguna terraza en París, creyéndose los amos del universo pero con los interiores sucios del estrés que produce ser reconocido, y que le hagan “escrache” sin aviso y sin protesto.

Cada vez que pasan una aduana, les tiemblan las piernas, no vayan a estar sus nombres en listados de personas buscadas por la ley, o sus fotos en los matutinos, mientras ordenan un Pato Frío en el restaurant del hotel. El chavista aunque no es un ser desaseado por naturaleza, sus maneras torvas, su lenguaje crudo y sus ideas muy cortas, lo convierten en una presa fácil del mal vivir, de los excesos y las malas costumbres, razón por la cual, basta con que abran la boca para darse cuenta de su verdadera naturaleza, que es la de un garimpeiro, que arrasa con lo que encuentra, sin importar las consecuencias, no tiene medida en la complacencia de sus egos, y no siente arrepentimiento alguno por su voracidad desmedida que muchas veces tiene como resultado hacerle daño al prójimo.

Pero dejemos la caracterización del chavista para entrar en consideraciones un poco más profundas ¿Qué es lo que un chavista intenta cuando se hace pasar por una persona limpia, aseada, y hasta elegante? No me estaría equivocando si digo que la mayoría de ellos vienen de extracciones populares, de barrios, del interior del país, su cultura es la que recibieron de las instituciones de la nación, de la escuela pública, de las universidades nacionales, de los cursos y grados que pudieron haber recibido en las Fuerzas Armadas, y su concepción del entorno, del ambiente es muy limitada, pues para ellos, el mundo se reduce a su entorno más inmediato, sus familias,  sus casas, sus oficinas, cuarteles o lugares de trabajo.

El mundo empieza y termina muy cercano a sus narices, todo lo demás, que no esté en el rango de acción de sus necesidades inmediatas, son cosas puestas allí para su beneficio, a menos que le aparezca un dueño y les reclame la propiedad; pero en el socialismo pragmático y tumultuario del cual vienen, la propiedad es un robo, y todo lo que existe pertenece a la colectividad, de modo que, si no sienten resistencia u oposición, se apropian de las cosas que se encuentran, porque en la lógica torcida de sus mentes tribales, y envenenados por la ideología socialista, las cosas del mundo le pertenecen al más fuerte, al más “vivo”, por eso invaden propiedades, se apropian de bienes del estado, o simplemente piden rescate o pago por la protección, y lo hacen en nombre del pueblo y del amor.

El chavista tiende a colectivizar el mundo, excepto aquello que le pertenece, y que ha logrado “con el sudor de su frente” en alguna alcabala, siendo parte de algún órgano público de fiscalización, como representante del pueblo, que le da la oportunidad de extorsionar y explotar a la gente haciendo uso de su autoridad y que, con el tiempo, ha logrado amasar un capital para convertirlo en semilla de un proyecto mucho más ambicioso, probablemente de carácter ilícito.

El chavismo tiene en sus ciudades comunales, su “Santo Grial”, que no es sino una proyección de su falta de higiene y su gusto por la convivencia tumultuosa, es la antigua versión de la cueva en la edad de piedra, sublimada y construida con elementos postmodernistas, porque no quieren aceptar o no se dan cuenta de que la suma de cada uno de esos rituales de limpieza personal se suma en un inmenso caudal de desperdicios que deben ser manejados de manera adecuada para que no se conviertan en un problema de salud pública.

Las ciudades comunales vienen en dos versiones: la popular o “tapa amarilla”, que es la que le ofrecen a sus seguidores o con las que premian a sus hinchas, unas colmenas humanas construidas sin ton ni son, en medio de sitios neurálgicos de las grandes ciudades venezolana; y la otra modalidad, la de lujo, que los líderes revolucionarios se reservan para sí, algunas calles trancadas en urbanizaciones exclusivas, con enormes casas y vialidad privada, seguridad garantizada, lejos de los curiosos y contrarrevolucionarios, rodeados de guardaespaldas, o en exclusivos desarrollos vacacionales, en islas paradisíacas, parques nacionales de esplendorosa belleza, áreas naturales protegidas y de uso exclusivo para los revolucionarios de origen, lejos del mundanal ruido y, exclusivamente, sólo para sus ojos… pero sus desperdicios productos de sus higienes personales, al no tener la infraestructura adecuada, terminan contaminando el ambiente y degradando nuestras bellezas naturales, es por ello que bellísimas casas de veraneo construidas ilegalmente entre manglares, son fuentes de contaminación ambiental

El concepto es muy “a lo cubano”, lo mejor del paisaje para los revolucionarios. Pero tienen un problema, ambas opciones carecen de criterios tanto de permanencia como de calidad en sus construcciones, son “soluciones habitacionales” instantáneas, sin planificación, sin permisos, sin expectativa de futuro, excepto por la oportunidad política del momento, y que sólo pueden sobrevivir con la atención del estado para su funcionamiento y mantenimiento.

Las ciudades comunales que existen en el país son construcciones precarias, hechas sin técnica y con los materiales más baratos, que los contratistas cobran como “de primera”; al no tener una planificación adecuada, parasitan los servicios públicos que ya existen por lo que colapsan el sistema urbano en muy poco tiempo, es lo más cercano a un barrio (favela) instantánea, el lugar perfecto para el mal vivir.

No hay en el país una ciudad comunal que no llame la atención por su fealdad y el lamentable estado de abandono y ruina; los edificios se parten, las vías colapsan, las tinieblas y la ausencia del agua, del gas doméstico, del transporte y de la seguridad son sus principales características, sin contar con las montañas de basura que las rodean; su régimen de ocupación es de tipo socialista, sus moradores no son propietarios sino “invitados” del régimen y los tienen bajo vigilancia política permanentemente, de modo que, si no obedecen, deben abandonar sus viviendas.

Con su anuncio de que el gobierno de Maduro va a construir una ciudad comunal en el Parque Nacional El Ávila, una de las áreas naturales más importantes y estratégicas de la ciudad de Caracas, se encendieron las alarmas. Todo aquel que tuviera en su alma un pedacito de venezolano captó el anuncio de inmediato: la revolución bolivariana quiere destruir nuestra montaña con estos malhadados proyectos, está haciendo propaganda de guerra comunista y amenazando a la sociedad venezolana con volver un basurero nuestra más preciada joya natural, violando la Constitución y las leyes ambientales del país.

En lo que mucha gente no ha caído en cuenta es que, desde que el chavismo llegó al poder, se ha incrementado el riesgo de epidemias y ha aumentado la morbilidad de los venezolanos, hay más enfermedades y muertes, esto es un hecho comprobable. Maduro, quien está más cerca de Sandrácoto, el indio, que de Claudio, el romano, quiere que el olor a pobreza y miseria que tiene su revolución se extienda sobre todo el valle de la capital venezolana, e impregnarla de ese hedor a socialismo, pobreza  y muerte, la gran pregunta es: ¿Se lo vamos a seguir permitiendo?    -    saulgodoy@gmail.com

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