El ambiente no es
la ecología, sino la complejidad del mundo; es un saber sobre las formas de
apropiación del mundo y de la naturaleza a través de las relaciones de poder
que se han inscrito en las formas dominantes de conocimiento… La crisis
ambiental es una crisis de civilización producida por el desconocimiento del
conocimiento. El conocimiento ya no representa la realidad; por el contrario,
construye una hiperrealidad en la que se ve reflejado…Este desorden y desmesura
del orden simbólico se instala y se expresa en la perversión de la naturaleza
humana, y se instaura en el discurso simulatorio y en las estrategias fatales
de la geopolítica del desarrollo sostenible.
En el siglo III a.C. existió un historiador griego, de nombre Megástenes, que fue nombrado embajador por Seleuco Nicátor, uno de los generales de Alejandro Magno a quien le correspondió gobernar sobre extensos territorios del Imperio Seléucida, en pleno corazón del Asia Central; su tarea era representar a los griegos ante la corte del rey Sandrácoto, que pasaría a la historia de la India como Chandragupta Maurya, uno de los gobernantes más importantes de aquellos tiempos.
Su embajada estaba en la capital, en Pataliputra, que se
levantaba en las llanuras del delta del río Ganges, y desde allí nos dejó unas
interesantes notas sobre aquella impresionante y lujosa sede de gobierno,
murallas inmensas, palacios rutilantes, jardines bien cuidados y llenos de
animales, para la satisfacción del rey, a quien le gustaba pasear por sus
dominios seguido de bandadas de loros de distintos colores o cazar tigres en
sus bosques.
Pero Pataliputra tenía un problema, y grave, las murallas
de la ciudad estaban rodeadas de un profundo foso a donde eran conducidas las
aguas residuales que utilizaba la población, y allí, sin posibilidad de
movimiento, estas aguas y los desperdicios se fermentaban con el calor del
verano, produciendo un espantoso olor que todo lo impregnaba; Megástenes lo
comenta en sus memorias y cuenta como la corte no escatimaba en quemar incienso
y utilizar grandes cantidades de perfumes para tapar el hedor que atraía una
gran cantidad de moscas y no pocas enfermedades.
Éste fue un problema que los ingenieros romanos pudieron
solucionar a las orillas del río Tiber, la construcción de la Cloaca Máxima y su enorme red de
alcantarillados, así como más de once acueductos que alimentaban Roma, entre
ellos los construidos por el Emperador Claudio, el Aqua Claudia y el Agnus Novo,
que resolvieron por mucho tiempo el problema sanitario de la capital imperial.
Sus gobernantes estaban tan orgullosos de estos logros, que publicitaban sin
rubor alguno la superioridad de la cultura romana, destacando la limpieza de
sus ciudades y la higiene de sus habitantes como aspecto fundamental.
Para el siglo I, Roma contaba con cerca de 750 millones
de litros de agua limpia por día, traida de manantiales en las montañas,
algunos hasta a más de 60 km. de distancia, y recogida en tres grandes
depósitos, uno para los espacios públicos, plazas, jardines, fuentes, otro para
los baños públicos y los grandes desarrollos urbanos de la plebe, y otro para
el Emperador y los ricos patricios, que pagaban por el servicio a sus lujosas
villas. Tenían tanta agua disponible que se dieron el lujo, en tiempos de Vespasiano,
de escenificar batallas navales dentro del Coliseo, llenando y vaciando el coso
para los espectáculos.
Luego vino la Edad Media y en este sentido hubo un
tremendo retroceso, muchas de las grandes ciudades europeas no tenían la
infraestructura sanitaria necesaria, y ésa fue una de las razones por las que
fueron víctimas de plagas y de no pocas hambrunas.
Y aquí quiero destacar el vínculo entre las costumbres
higiénicas del individuo y el ambiente que lo rodea, incluyendo los usos
higiénicos que predominan en la sociedad de la que son parte, porque es muy
fácil pensar que la responsabilidad del individuo se detiene en su piel, cuando
la realidad nos indica que, si vivimos en un entorno sucio y descuidado, es
porque la persona también es sucia y descuidad, para quienes estudiamos la
historia no es difícil descubrir que la longevidad del ser humano dependen en
buena medida de su capacidad higiénica.
No es un secreto para nadie que la multitud, el
colectivo, simplemente en su función de existencia, genera una inmensa cantidad
de desperdicios y miasmas que hay que recoger, limpiar y atender, so pena de
que se acumule y genere condiciones de peligro para la higiene pública y
privada; esta función del gobierno, la de ser el garante de la limpieza
pública, no se menciona ni se le da la importancia que realmente tiene, pero,
desde tiempos inmemoriales, es una de las funciones claves de la administración
de lo público, una tarea principal del estado.
La gente se puede acostumbrar a andar mugrienta y en harapos,
pasar semanas y hasta meses sin tomar un baño, comer mal, convivir con alimañas,
ser un desaseado… el hombre primitivo, mientras se movía con las manadas de
animales, que eran su comida, pasaba tiempo sin la oportunidad de dedicarse
tiempo y limpiarse, el grupo se acostumbraba al olor y a las inconveniencias de
una vida en trashumancia.
Pero, a medida que fueron asentándose en los territorios,
que la agricultura y las aldeas, que empezaron a construirse los asentamientos
humanos, buscaban los mejores lugares para echar sus bases, era común que
buscaran los ríos, el agua corriente era una necesidad de mucho valor, el
entorno era cuidado con esmero, los bosques protegidos, los animales
controlados, el paisaje conservado, atribuyéndole valores sagrados.
Esta relación ambiente-ciudad era fundamental para que
las urbes pudieran prosperar; no era por causalidad que los principales centros
urbanos del mundo estuvieran cerca o al lado de ríos y montañas, lo que
implicaba tener responsabilidades en la conservación y protección de estos
espacios de los que dependía su calidad de vida.
Pero en este sentido es muy fácil confundirse, puede una
persona sentirse que es limpia e higiénica únicamente preocupándose de su
persona o vivienda, como los chavistas, que se jactan muchos de ser personas
que cuidan su aspecto personal, se bañan todos los días, andan arreglados con
sus ropas de marca y accesorios de alta gama, muy perfumados y les gusta estar
en lugares apropiadamente mantenidos, pero no les gusta lo feo, la basura ni
las moscas… aún así, salen de sus casas y se encuentran en entornos deprimidos
y descuidados, viviendo en ciudades que se caen a pedazos, sin servicios
públicos eficientes, en eriales desolados y contaminados… y no es que los
chavistas quieran vivir en esa Venezuela horrible que ellos mismos han
destruido y llevado a la inopia, es que no les queda otro lugar donde ir,
porque nadie los quiere en otros países, muchos son buscados o hay recompensas por
sus cabezas, porque son tomados como unos criminales.
Al chavista es fácil distinguirlo, cuando sale de su país
y con el dinero que han robado, trata de comprar el estándar de vida más alto
que puedan conseguir, buenas residencias y, si son apartamentos de lujo,
mansiones o villas, mejor, adquieren inmejorables vehículos y medios de
transporte, se dejan ver en los lugares de moda, comen como sibaritas y beben
lo mejor de las cavas del mundo, no reparan en gastos en como lucen, y gastan
fortunas en productos de tocado, quien los ve y los huele y no los conoce, dirá
que se trata de personas civilizadas y muy limpias…
Pero el hedor los persigue, “la mona, aunque se vista de
seda, mona se queda”- dice el adagio popular, y no hay manera de ocultar el
rancho que llevan en la cabeza y las ruinas que dejaron en su patria por
hacerse con esas abultadas cuentas bancarias de dinero mal habido.
Son unos destructores natos de sus entornos naturales en
los lugares de donde vienen, no tienen la menor idea de lo que es vivir bien,
que no es vestirse en Saville Road
con trajes a la medida o con costosos relojes Cartier en sus muñecas, no basta con parecer un embajador de un
país desarrollado chupando un Cohiba
en alguna terraza en París, creyéndose los amos del universo pero con los
interiores sucios del estrés que produce ser reconocido, y que le hagan “escrache”
sin aviso y sin protesto.
Cada vez que pasan una aduana, les tiemblan las piernas,
no vayan a estar sus nombres en listados de personas buscadas por la ley, o sus
fotos en los matutinos, mientras ordenan un Pato Frío en el restaurant del
hotel. El chavista aunque no es un ser desaseado por naturaleza, sus maneras
torvas, su lenguaje crudo y sus ideas muy cortas, lo convierten en una presa
fácil del mal vivir, de los excesos y las malas costumbres, razón por la cual,
basta con que abran la boca para darse cuenta de su verdadera naturaleza, que
es la de un garimpeiro, que arrasa con lo que encuentra, sin importar las
consecuencias, no tiene medida en la complacencia de sus egos, y no siente
arrepentimiento alguno por su voracidad desmedida que muchas veces tiene como resultado
hacerle daño al prójimo.
Pero dejemos la caracterización del chavista para entrar
en consideraciones un poco más profundas ¿Qué es lo que un chavista intenta
cuando se hace pasar por una persona limpia, aseada, y hasta elegante? No me
estaría equivocando si digo que la mayoría de ellos vienen de extracciones
populares, de barrios, del interior del país, su cultura es la que recibieron
de las instituciones de la nación, de la escuela pública, de las universidades
nacionales, de los cursos y grados que pudieron haber recibido en las Fuerzas
Armadas, y su concepción del entorno, del ambiente es muy limitada, pues para
ellos, el mundo se reduce a su entorno más inmediato, sus familias, sus casas, sus oficinas, cuarteles o lugares
de trabajo.
El mundo empieza y termina muy cercano a sus narices,
todo lo demás, que no esté en el rango de acción de sus necesidades inmediatas,
son cosas puestas allí para su beneficio, a menos que le aparezca un dueño y
les reclame la propiedad; pero en el socialismo pragmático y tumultuario del
cual vienen, la propiedad es un robo, y todo lo que existe pertenece a la
colectividad, de modo que, si no sienten resistencia u oposición, se apropian
de las cosas que se encuentran, porque en la lógica torcida de sus mentes
tribales, y envenenados por la ideología socialista, las cosas del mundo le
pertenecen al más fuerte, al más “vivo”, por eso invaden propiedades, se
apropian de bienes del estado, o simplemente piden rescate o pago por la
protección, y lo hacen en nombre del pueblo y del amor.
El chavista tiende a colectivizar el mundo, excepto
aquello que le pertenece, y que ha logrado “con el sudor de su frente” en
alguna alcabala, siendo parte de algún órgano público de fiscalización, como
representante del pueblo, que le da la oportunidad de extorsionar y explotar a
la gente haciendo uso de su autoridad y que, con el tiempo, ha logrado amasar
un capital para convertirlo en semilla de un proyecto mucho más ambicioso,
probablemente de carácter ilícito.
El chavismo tiene en sus ciudades comunales, su “Santo
Grial”, que no es sino una proyección de su falta de higiene y su gusto por la
convivencia tumultuosa, es la antigua versión de la cueva en la edad de piedra,
sublimada y construida con elementos postmodernistas, porque no quieren aceptar
o no se dan cuenta de que la suma de cada uno de esos rituales de limpieza
personal se suma en un inmenso caudal de desperdicios que deben ser manejados
de manera adecuada para que no se conviertan en un problema de salud pública.
Las ciudades comunales vienen en dos versiones: la
popular o “tapa amarilla”, que es la que le ofrecen a sus seguidores o con las
que premian a sus hinchas, unas colmenas humanas construidas sin ton ni son, en
medio de sitios neurálgicos de las grandes ciudades venezolana; y la otra
modalidad, la de lujo, que los líderes revolucionarios se reservan para sí,
algunas calles trancadas en urbanizaciones exclusivas, con enormes casas y
vialidad privada, seguridad garantizada, lejos de los curiosos y
contrarrevolucionarios, rodeados de guardaespaldas, o en exclusivos desarrollos
vacacionales, en islas paradisíacas, parques nacionales de esplendorosa belleza,
áreas naturales protegidas y de uso exclusivo para los revolucionarios de
origen, lejos del mundanal ruido y, exclusivamente, sólo para sus ojos… pero
sus desperdicios productos de sus higienes personales, al no tener la
infraestructura adecuada, terminan contaminando el ambiente y degradando
nuestras bellezas naturales, es por ello que bellísimas casas de veraneo construidas
ilegalmente entre manglares, son fuentes de contaminación ambiental
El concepto es muy “a lo cubano”, lo mejor del paisaje
para los revolucionarios. Pero tienen un problema, ambas opciones carecen de
criterios tanto de permanencia como de calidad en sus construcciones, son “soluciones
habitacionales” instantáneas, sin planificación, sin permisos, sin expectativa
de futuro, excepto por la oportunidad política del momento, y que sólo pueden
sobrevivir con la atención del estado para su funcionamiento y mantenimiento.
Las ciudades comunales que existen en el país son
construcciones precarias, hechas sin técnica y con los materiales más baratos,
que los contratistas cobran como “de primera”; al no tener una planificación
adecuada, parasitan los servicios públicos que ya existen por lo que colapsan
el sistema urbano en muy poco tiempo, es lo más cercano a un barrio (favela)
instantánea, el lugar perfecto para el mal vivir.
No hay en el país una ciudad comunal que no llame la
atención por su fealdad y el lamentable estado de abandono y ruina; los
edificios se parten, las vías colapsan, las tinieblas y la ausencia del agua,
del gas doméstico, del transporte y de la seguridad son sus principales
características, sin contar con las montañas de basura que las rodean; su
régimen de ocupación es de tipo socialista, sus moradores no son propietarios
sino “invitados” del régimen y los tienen bajo vigilancia política permanentemente,
de modo que, si no obedecen, deben abandonar sus viviendas.
Con su anuncio de que el gobierno de Maduro va a
construir una ciudad comunal en el Parque Nacional El Ávila, una de las áreas
naturales más importantes y estratégicas de la ciudad de Caracas, se
encendieron las alarmas. Todo aquel que tuviera en su alma un pedacito de
venezolano captó el anuncio de inmediato: la revolución bolivariana quiere
destruir nuestra montaña con estos malhadados proyectos, está haciendo
propaganda de guerra comunista y amenazando a la sociedad venezolana con volver
un basurero nuestra más preciada joya natural, violando la Constitución y las
leyes ambientales del país.
En lo que mucha gente no ha caído en cuenta es que, desde
que el chavismo llegó al poder, se ha incrementado el riesgo de epidemias y ha
aumentado la morbilidad de los venezolanos, hay más enfermedades y muertes,
esto es un hecho comprobable. Maduro, quien está más cerca de Sandrácoto, el
indio, que de Claudio, el romano, quiere que el olor a pobreza y miseria que tiene
su revolución se extienda sobre todo el valle de la capital venezolana, e
impregnarla de ese hedor a socialismo, pobreza y muerte, la gran pregunta es: ¿Se lo vamos a seguir
permitiendo? - saulgodoy@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario