Un hombre separado
de sus dioses, es como un niño que le quitan a su madre, tiene que aprender del
mundo con miedo y temblando.
Me sucedió recientemente con Julian Jaynes (1920- 1997),
un psicólogo norteamericano, estudiante en Harvard, doctor de la Universidad de
Yale, investigador del comportamiento animal en la Universidad de Princeton y
uno de los más eminentes teóricos sobre el espinoso tema de la consciencia; Jaynes
escribió un libro publicado en 1976 titulado, “El origen de la consciencia en el desmontaje de la mente bicameral”,
un título por demás poco llamativo, mas bien soso, y que contenía una de las
ideas más revolucionarias sobre la naturaleza de la mente humana.
Cuando salió el trabajo tuvo su revuelo, y Jaynes gozó de
sus cinco minutos de fama, principalmente dentro del mundo académico, sus
colegas leyeron con asombro el resultado de sus investigaciones y respiraron
aliviados pues su teoría, con la tecnología existente en aquel momento, no se
podía probar; la neurobiología estaba en pañales y los estudios a profundidad
sobre el cerebro humano apenas estaban iniciándose, no estaban disponibles las
herramientas computacionales necesarias ni las tecnologías de imágenes,
sensores, nanotecnología, resonancia magnética y toda una serie de instrumentos
que podían medir a nivel cuántico, los campos débiles de energía
electromagnética que operan, a escala molecular en nuestras neuronas.
Pero el salto que dio la tecnología en estos últimos
cuarenta años, permitió comprobar que Jaynes era un genio, y todo apunta que
sus teorías sobre la naturaleza de la consciencia, estaban jugando y ganando sobre
la mesa, incluyendo las favoritas, las tesis evolucionistas y que ligaba la
aparición de la consciencia al desarrollo del sistema nervioso por medio de
cambios genéticos.
Pero, ¿Qué era lo que decía Jaynes? Bueno, síganme y
exploremos poco a poco este intrincado camino. Según nuestro estimado Julian
Jaynes, algo sucedió hace unos tres mil años, algo muy importante, que le
permitió al hombre tener una vida interna, un pensamiento propio, una zona
privada donde podía conversar consigo mismo, separándose del tumulto y
sabiéndose distinto y aparte del mundo; fue la creación de un espacio y de un
interlocutor propio.
De acuerdo a su visión, el hombre primitivo operaba con
una mente bicameral, con un cerebro escindido en el hemisferio derecho, que
desarrolla las funciones analíticas, escanea el mundo y lo reporta al hemisferio
izquierdo, que es la sede del lenguaje,
esta operación entre ambos hemisferios, resultaban en voces y alucinaciones, en
apariciones e inspiraciones que supuestamente venían de los dioses.
El hombre primitivo actuaba en situaciones de crisis (que
eran comunes) porque los espíritus estaban en constante comunicación y le
decían que hacer, pero no era otra cosa que el cerebro derecho, que es mudo,
sin capacidad de verbalizar, diciéndole al izquierdo lo que tenía que hacer, y el
cerebro izquierdo, que sí tiene la capacidad del habla, verbalizaba estos
mensajes creando estos entes fantásticos, alucinaciones auditivas, visuales, en
la forma de entes etéreos, apariciones del más allá, que lo rodeaban y estaban
constantemente aconsejándole.
Esta confusión de funciones del cerebro en sus dos
hemisferios, lo han venido estudiando los etólogos en otras especies animales,
la llaman laterización, que no es otra cosa que la especialización de tareas de
ambos hemisferios.
Pero ya para el siglo primero después de la muerte de
Cristo, la vida en el mundo, había cambiado de manera radical, de una vida
rural, sencilla pero brutal, altamente jerarquizada y normada, con una muy
fuerte sujeción de la tribu a la figura autoritaria del jefe o patriarca, el
hombre primitivo pudo sobrevivir en medio de las adversidades.
Pero la sociedad humana se había complejizado, era mucho
más urbana, especializada, y el número de personas había aumentado, lo que
según Jaynes, incrementó su capacidad verbal, la interrelación social y la
densidad de los intercambios simbólicos escalaron significativamente, lo que
hizo innecesario la intermediación del hemisferio derecho sobre el izquierdo, y
a medida que se iba apagando esa separación entre las dos cámaras del cerebro,
el hombre se hizo menos crédulo, las religiones empezaron a decaer, los dioses
a enmudecer, y empezaron las personas a ser más asertivas, seguras de sí
mismas, con una vida interior que antes no tenían, y empezaron los problemas
graves de desconocimiento de las figuras de autoridad.
¿Cómo sabía Jaynes estas cosas? Pues tuvo que estudiar
los únicos testimonios que tenía a mano de la vida en la antigüedad, por medio
de sus textos, obras literarias y demás documentos que ilustraban la
cotidianidad del hombre primitivo; hizo una inmersión en las civilizaciones
antiguas, Mesopotamia, Egipto, Grecia, China… estudió los textos con el
propósito de descubrir si aquella gente tenía algún tipo de vida interior, si
eran autónomas en sus decisiones, si había algún vestigio de vida subjetiva, y
no encontró nada.
Todo lo que el hombre antiguo hacía era porque los dioses
o sus antepasados se le aparecían y les guiaban en sus acciones, de allí la
gran cantidad de profetas, magos, oráculos, sacerdotisas, chamanes, pitonisas,
que pululaban en aquel mundo caracterizado como “realismo mágico”, según E.
Havelock la consciencia moderna fue precedida por “un estado poético de la
mente”.
En sus conclusiones sobre la obra homérica, La Ilíada y
la Odisea, Jaynes descubre una importante diferencia, entre ambas obras hay un
espacio de tiempo importante, donde se da este cambio profundo en la estructura
mental del hombre; en La Ilíada, desde que el ejército invasor de los griegos
se baja de sus barcos en la playa frente a la orgullosa Troya, los dioses no
paran de hablarles y decirles que hacer, si los dioses se hubieran callado, ni
Aquiles ni Héctor se hubieran movido de sus habitaciones; pero en La Odisea, escrita
muchos años después, se producen unos cambios notorios, los protagonistas ya
tienen cierta independencia y discurso propio, ya son conscientes de algunos de
sus actos.
Esta misma situación se dan en casi los textos sagrados
de la antigüedad, en los textos babilónicos, en los pergaminos chinos, la Biblia
no escapa de este cambio, en el Antiguo Testamento estas voces que aparecen de
pronto de la nada con las decisiones claves, estas inspiraciones repentinas que
resuelven un dilema y que tienen forma de ángeles susurrando las soluciones a
sus protegidos, o zarzas ardiendo en la montaña, que eran manifestaciones
comunes, van a ir despareciendo.
La psiquiatría clínica actual comprende las
alucinaciones, el escuchar voces, ver apariciones divinas y algunas posesiones
de la persona por algún ente extraño, como aspectos de una esquizofrenia
actuante, o ataques epilépticos, o estados bajo hipnosis, que según Jaynes y
otros especialistas, era normal en las sociedades primitivas; cuando existía el
cerebro bicameral todos estaban un poco locos en términos modernos, pero era
una manera de ser que servía para sobrevivir.
La psicología anómala, aquella que se aparta de los
causes racionales y formales, está llena de fenómenos que pudieron ser comunes
en la vida cotidiana del hombre primitivo, estados hipnóticos individuales y
colectivos, posesiones espirituales, escritura automática, estados frenéticos
de éxtasis o de pánico colectivos, hablar en lenguas desconocidas, eran
comportamientos que se ajustaban a una forma de vida ruda y violenta, muchas de
las situaciones que confrontaba el hombre primitivo no tenían explicación pues
no existía la comprensión necesaria del mundo, y estos comportamientos eran
maneras de lidiar con situaciones extremas.
Es oportuno hacer notar que según esta teoría de Jaynes,
no necesita de órganos evolucionados o de sistemas biológicos especializados
por la genética, requiere simplemente del contínuo desarrollo del lenguaje, de
la capacidad humana de describir el mundo, principalmente por medio de metáforas,
Jaynes le otorga una gran importancia a esta capacidad de construir parecidos,
de utilizar ejemplos de otros campos y temas para ilustrar una circunstancia
particular, sobre todo el uso de metáforas visuales para explicar procesos
mentales (“Puedo ver claramente la solución al problema”).
A medida que el mundo social se hizo más complejo, el ser
humano tuvo que perfeccionar su capacidad de comunicación para ser más efectivo,
y el recurso del cerebro bicameral dejó de ser útil, ahora el cerebro izquierdo,
locuaz y figurativo, le prestaba su voz al cerebro derecho, mudo y calculador,
sin necesidad de intermediarios, y en ese proceso nació la consciencia.
Pero aquí debemos ser igualmente cuidadosos ya que Jaynes
conceptualiza la consciencia en términos muy específicos, y mucha gente se
confunde creyendo que personifica al hombre primitivo prácticamente como si
fuera un zombi, un ser embrutecido sin voluntad ni iniciativa propia; de
acuerdo a Jaynes antes del desarrollo de la consciencia el hombre podía
comunicarse, aprender, organizarse, resolver problemas, pero lo hacía sin
introspección.
Los neurólogos tienen a la conciencia como un estado
despierto y alerta, estar consciente no es estar anestesiado, comatoso o sin
sentido, todo lo contrario, es estar atento a sí mismo, algunos psicólogos del
comportamiento resolvieron el problema simplemente ignorándolo. Quien está
consciente puede mantener un dialogo interno consigo mismo, está igualmente
facultado en experimentar el transcurso del tiempo de manera linear, se
reconoce como protagonista y responsable de sus actos.
La consciencia es como el rayo de luz de una linterna en
un cuarto oscuro, donde esa linterna se enfoque las formas de los objetos parecerán
con cierta claridad para el observador, pero no porque exista esa linterna
significa que todo el cuarto estará iluminado y en foco, la luz solo aparecerá
sobre lo que queramos detallar y llame nuestra atención.
El hombre no puede estar consciente de todo, todo el
tiempo, de hecho, el estado consciente es esporádico y solo para ciertos momentos
que requieren la atención, bien sea por una crisis, un hecho inesperado, o algo
que requiera nuestro reconocimiento, la mayoría del tiempo andamos en “piloto
automático”, lo que hacemos lo hacemos bajo una rutina, actividades diarias que
hemos aprendido a manejar y que ya están programadas, como manejar a nuestra
oficina, hacer ejercicio, preparar una
comida en la cocina, lo hacemos prestándoles la mínima atención, y lo hacemos
bien, incluso tocar una pieza musical en el piano lo hacemos sin mucha
consciencia, no fue lo mismo cuando tuvimos que aprenderla, que sí teníamos los
cinco sentidos en lo que hacíamos, pero una vez dominada, la tocamos de memoria
y sin mucho esfuerzo.
Los más destacados filósofos de la mente, los grandes
neurobiólogos como son Daniel Dennett, Patricia S. Churchland, o Antonio
Damasio, por nombrar a tres de ellos, consideran la hipótesis de Jaynes como
arriesgada, aunque no dejan de considerar ciertas posibilidades en la
concreción de algunas de sus propuestas.
No deja de asombrar el enorme esfuerzo intelectual que
tuvo que hacer Jaynes en su tiempo, para desarrollar una hipótesis que apenas
hoy está siendo probada en los laboratorios y centros de investigación
especializados, recurriendo a un número de disciplinas tan disímiles como son
la neurociencia, la lingüística, la arqueología, la historia, la religión, el
comportamiento animal y los textos de literatura antigua, Jaynes logró
ensamblar una espectacular teoría sobre la consciencia; sus ideas, una vez que
sean probadas, van a implicar profundas revisiones en la historia y en muchas
de las convicciones que hoy parecieran tener una vigencia incuestionable. -
saulgodoy@gmail.com
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