Luego del horror y la carnicería que el mundo, y en especial
Europa, presenció y vivió en la Primera Guerra Mundial, muchos filósofos y
pensadores trataron de encontrar soluciones efectivas para evitar se repitiera
lo que ya muchos llamaban “la Guerra Total”, una tecnología bélica cuyo
resultado no era otro que la destrucción de la civilización tal y como la
conocemos.
Del campo socialista surgieron una serie de propuestas de
avanzadas, sobre todo en Inglaterra y Francia, una gran parte de ellas basadas
en la idea del cosmopolitismo, de un aldea o ciudad global, regida por una
élite de expertos científicos que harían del “hombre masa”, de ese colectivo
que podía ser reducido a una fórmula (hoy algoritmo), y gobernado por sabios,
al mejor estilo de la República de Platón, para poder tener un futuro de
progreso y felicidad lo más alejado posible del conflicto.
Y aparecieron muchas propuestas, algunas de ellas llevadas a
la práctica alrededor del mundo como fueron el experimento comunitario de New
Harmony de Owen, en Indiana, USA, o las colonias de Icaria de Etienne Cabel en
Francia, o las comunas de Fourier, la Ciudad de la Salud de Benjamin Ward en
Inglaterra y muchas otras con distintos grados de éxito, eran ideas inspiradas
en las nuevas utopías de carácter científico, impulsadas por ideas poderosas
como la del Punto Omega de Teilhard de Chardin y otras utopías de carácter
cristiano, o que devenían de la crítica marxista, o de la fe en el desarrollo tecnológico
de H.G. Wells, o las nuevas ideas de desarrollo urbano expresadas por Le
Corbusier.
Una de las más importantes de estas utopías socialistas fue
la del pensador belga Paul Otlet (1868- 1944), quien publicó en 1935 su
impresionante y monumental trabajo, Monde, donde exponía las líneas
gruesas de su proyecto que no era otro sino la creación de una gran megalópolis
mundial basada en el conocimiento del mundo y de la sociedad humana, una
especie de gran cerebro colectivo alimentado y al servicio de los técnicos
expertos que, por medio de un progama político, construirían el verdadero nuevo
orden mundial.
Paul Otlet fue un abogado, de formación tradicional
cristiana, heredero de una de las más grandes fortunas de Bélgica, producían
tranvías para los sistemas de transporte masivo de la época, pero su verdadera
pasión estaba en la investigación documental sobre la cual fue elaborando
valiosos tratados e investigaciones, este interés lo colocó entre los expertos
mundiales en la sistematización de la información que logró internacionalizar
por medio de diversas instituciones, su idea era estandarizar los modos de
registro para que todo el mundo tuviera el mismo acceso a la información, a
cualquier tipo de información.
De esta manera se involucró en la creación del Instituto
Internacional de Bibliografía (IIB), el Repertorio Bibliográfico Universal
(RBU), y la adaptación de la Clasificación Decimal Universal (CDU) creada por
Melvin Dewey, todas estas organizaciones fueron precursoras de un sistema
universal de información que culminarían con la World Wide Web, que hoy en día, nos permite navegar en cualquier
tipo de buscadores y páginas especializadas en el ciberespacio.
Otlet era un hombre de su tiempo y estaba fuertemente
influenciado por las ideas socialistas que eran tenidas como la salida
humanista para tanto militarismo y fascismo que atosigaron a la Europa de su
tiempo. Pero por otro lado era un visionario, es simplemente impresionante la
proyección de futuro que este hombre poseía, llegó a escribir lo siguiente:
Necesitamos
poner juntas una colección de máquinas que simultáneamente o secuencialmente
puedan ejecutar las siguientes operaciones: (1) La transformación de sonido en
escritura; (2) La reproducción de estos escritos en tantas copias como sea útiles;
(3) La creación de documentos de manera que cada pieza de información tenga su
propia identidad y, en su relación con otros que conformen cualquier colección,
pueda ser retirado como sea necesario; (4) Que se le asigne un número a cada
pieza de información; quedando perforado el documento en correlación con éste
número; (5) Que su clasificación y archivo sea automático; (6) Que el documento
sea retirado para su consulta y presentado o bien directamente al solicitante o
vía una máquina que permita hacerle anotaciones; (7) Que se pueda hacer una
manipulación mecánica a voluntad en todos los apartados de información para
obtener nuevas combinaciones de información, nuevas relaciones de ideas, y
nuevas operaciones auxiliados con la ayuda de números. La tecnología para
desarrollar estos siete requerimientos va a necesitar un cerebro colectivo y
mecánico.
Paul Otlet, Traite de documentation: le livre sur le
livre. Theorie et pratique. Editiones Mundaneum, [liB Publication No.
197;] Bruxelles: Palais Mondial, 1934.
Ingenieros y programadores de
los principales buscadores de internet a nivel mundial y que conocen del
trabajo precursor de Otlet, se refieren a su persona con gran respeto y
admiración, en sus escritos están prefigurados conceptos como hipervínculos, redes
sociales, bases de datos, y hasta el concepto de una Wikipedia, una enciclopedia
mecánica capaz de aceptar modificaciones, mejoras y un continuo enriquecimiento
de contenido.
Lamentablemente para Paul Otlet
sobrevino la Segunda Guerra Mundial, y se encontraba en el bando contrario
cuando Hitler invadió su país, destruyendo el museo que él conservaba de sus
trabajos y logros en estas incipientes ciencias de la información, la perdida
fue casi total y es la razón por la que su nombre no aparezca en muchos de los
textos que estudian los orígenes de la informática
Paul Ghils, profesor
de la Universidad Libre de Brusellas y editor de la afamada publicación Consmopolis, nos comenta de este
impresionante esfuerzo de Otlet:
La adquisición y procesamiento de la información
producida por varias herramientas analíticas y matemáticas en manos de
investigadores hacen posible la creación de un sistema de documentación que
puede soportar predicciones sociológicas: “haciendo
esto, podremos encontrar recursos naturales para ser usados como análisis
predictivos. Para este fin, la precondición es poseer toda la data en el área
sociológica que será registrada de la manera más completa, detallada y rápida.”…
Estas operaciones mecánicas y sistematizadas ya anuncian el desarrollo de la
robótica y que le permitirían pensar y preguntarse “¿si sería prohibitivo pensar que la sociedad podría contar con
instituciones adaptativas capaces de funciones de equilibrio similar a pilotos
automáticos en las aeronaves?”
Estas ideas tienen un trasfondo
reductivo de la complejidad humana y un fuerte contenido totalitario, pero en
aquellos primeros años de principio del siglo XX las promesas de las ciencias
exactas eran impresionantes y apuntaban a que este tipo de tecnologías de
control eran posibles.
Y es justamente en la
configuración de los archivos donde se requiere una metodología y un sistema
que funcione con rigor, para poder convertir toda esa valiosa información acumulada,
en algo útil y al servicio de la humanidad. Esos archivos, distintos en sus
especialidades y propósitos debería poder accederse de manera universal y
confiable, sin importar de qué disciplina se trate, si hay una necesidad de
referencia cruzada, de relación paralela entre disciplinas, la documentación
debería estar a disposición del investigador de la manera más inmediata
posible.
Según el estudioso australiano
W. Boyd Rayward esa urgencia ya la sentía Otlet en su entorno, los avances de
la ciencia moderna pedían a gritos una organización eficiente y segura de cada
descubrimiento, avance o hipótesis que se desarrollaban en los centros de
investigación y universidades, la ciencia era vista como un monstruo enorme que
consumía ingentes volúmenes de data que necesitaba estuviera organizada y a la
mano, y fueron los avances bibliográficos la punta del cordel de Ariadna que
Otlet decidió desovillar para iniciar su ruta por el laberinto de las ciencias
de la informática, que sin tener plena consciencia de ello, estaba inaugurando.
Pero al mismo tiempo que se
investigaban estos importantes temas, el mundo civilizado estaba tratando de
poner orden en casa, después de la Primera Guerra Mundial los pueblos y
naciones de Europa y Eurasia entraban en un doloroso parto por sus propias
identidades y manera de organizarse social y políticamente. Todos estos
movimientos utopistas socialistas como los expresados por Saint-Simon o la
Sociedad Fabiana tenían fuertes contenidos racionalistas y normativos, creían
que de las ruinas producidas por la devastadora Gran Guerra podía reconstruirse
un mundo pacífico e igualitario para todos, garantizado por instituciones de
carácter global como la Liga de Las Naciones y bajo el mando de un gobierno
genuinamente internacional.
Había una idea que contagiaba a
los intelectuales de la época y que era propugnada por los trabajos de
fisiócratas como el matemático Adolphe Quételet, con quien Otlet tenía
contacto, quien creía en el concepto de un “hombre medio” representativo del
grueso de la humanidad y que creía, podía ser reconstruido de manera
estadística, de la misma manera que pudiera ser descrito un ciclo económico, e
incorporado a ecuaciones sociológicas, que por supuesto daría al traste con
ciertas libertades pero que tendría el beneficio de construir futuros posibles
para la gran mayoría.
Esta es una tendencia que
todavía hoy se hace palpable en cientos “productos” o paquetes del burocratismo
socialistas como seguros médicos, bonos, bolsas de comida u ofertas de trabajo
para la administración pública, diseñados a la carta para precisamente ese
constructo estadístico humano, que se nos impone como “justo y solidario”, pero
termina siendo una grotesca caricatura de un ciudadano en democracia.
El socialismo en general tiende
a simplificar la complejidad de la naturaleza humana en sus conceptos para
hacerlo más manejable, recortando los bordes que hacen al individuo como ser
autónomo y responsable, y dejando en su centro al hombre-masa, al colectivo
innominado y genérico, tendencia esta que lo que hace, es deshumanizar y
restarle dignidad al hombre.
Paul Otlet concibió una
sociedad para el futuro basada en el conocimiento, introduciendo un orden
informático que afectaba de manera profunda todas las instituciones humanas, y
si bien es cierto hacía que las ciencias y el progreso fueran mucho más rápido,
ese mismo orden generó rutas hacia el control de la sociedad por el poder
político, y el hombre se convirtió en apenas un número, sujeto a los vaivenes y
manipulaciones que estaban más allá de su control.
La figura y el pensamiento de Paul Otlet no es muy conocida entre los latinoamericanos, excepto para los estudiosos y especialistas de las ciencias de la información, aunque se trata de uno de los más importantes teóricos de los utopistas socialistas de la primera mitad del siglo XX, recomiendo su lectura bien a manera introductoria como el excelente artículo del profesor Paul Ghils o de otros estudiosos, o hincándole el diente directamente a la obra de Otlet, en todo caso para quienes gustan de las utopías, es una buena lectura y explica mucho de eso que llaman el Nuevo Orden Mundial.
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