El desastre de gobierno que tenemos, bajo el chavismo-madurismo, me mueve a la reflexión para explorar algunas nociones sobre política, tan básicas que deberían estar claras; una de ellas es el poder, la piedra fundamental de toda política.
Para el chavismo-madurista, el poder es un hecho,
descarnado, sublime, en el sentido de algo casi mágico, que les ha caído en las
manos y lo blanden como si fuera un machete para abrirse camino en una selva de
opositores; para ellos, el poder es factual en el sentido de que empieza y
termina en la mano de quien lo maneja, no necesita de otra justificación y, una
vez que se obtiene, sólo se suelta si te lo quitan a la fuerza, no es algo que
se entrega porque te lo pidan, o porque lo pierdas o porque hay gente que crea
que les corresponde a ellos tenerlo.
La única razón para el poder, es hacer lo que le dé la gana
a quien lo maneja; se trata de algo plenamente voluntarista, lo que se puede o
no se pueda hacer depende exclusivamente de quien lo porta. Para quienes
piensan de esta manera, un sistema político como la democracia no es más que
una etiqueta, un discurso vacío que habla de las masas, del país nacional, un
meme que tiene que ver con el colectivismo, con un rebaño que sólo obedece y
que es tomado en cuenta como resultado de las virtudes humanísticas de los
líderes revolucionarios.
La raíz de esta idea del poder se hunde en el pasado lejano
de las tiranías absolutas, de las cortes orientales y mandarines, de los
emperadores conquistadores, de los líderes ungidos por la ira divina contra el
resto del mundo.
Pero el mundo no es tan simple, mucha agua ha corrido por el
cauce de la historia y ha demostrado que el poder es clave y necesario para las
sociedades, que una de las principales facultades del poder es normar,
organizar, desarrollar, hacia fines mucho más amplios y ambiciosos que,
simplemente, satisfacer la lujuria y la sed de riquezas de un pequeño grupo de
personas, entre los que se pueden contar los comandos revolucionarios, los
partidos políticos, las iglesias, el estado mayor de un ejército, el club de
empresarios, los sindicatos y los dueños de estos grupos.
La gran lección de la historia de las civilizaciones es que
el poder, para lograr que los países sean prósperos e independientes y que
penetre profundo en el tejido social de las naciones, debe ser normado, para que
nos dé a todos los integrantes la posibilidad de poder avanzar, en un primer
lugar, en nuestros proyectos personales, en los emprendimientos familiares, en
los programas de desarrollo regionales, en los grandes planes de la nación e
integrándonos a las empresas y avances tecnológicos mundiales, sólo de esta
manera el poder político puede ser verdaderamente útil y efectivo.
Estas ideas han sido estudiadas por el pensamiento crítico
de la izquierda más avanzada de Europa, en universidades e institutos de
investigaciones, con autores como Rainer Frost, Mathias Fritsch, Axel Honneth,
Jürgen
Habermas, Hartmut Rosa y muchos otros, en estudios que han denominado Análisis de la Justificación del Orden
Social o Estudios de Normatividad y
Poder, todos de muy reciente data.
Cuando veo a nuestros socialistas revolucionarios endógenos,
todavía golpeándose el pecho como los grandes simios en el Congo, orinando para
marcar territorio y correteando a los machos jóvenes para que no se acerquen a
los cofres del tesoro chavista, cuando veo a un Nicolás Maduro tratando de
revivir por medio de ritos paganos su authoritas
como el Gran Sacerdote de la Revolución Bolivariana en el Palacio de
Miraflores, o apoyando a los bandos desacertados en las guerras de Ucrania y en
Gaza, no puedo dejar de pensar en que lo que vamos a ver el próximo 28 de julio,
cuando se cumpla en las mesas de votación la confirmación de que la voluntad
popular ya no acompaña al chavismo-madurismo, y la ilusión de un tercer mandato
para el Super-Bigote se haga añicos en el suelo.
El interés principal de todo gobierno que se tenga como
responsable debería consistir en emancipar a cada uno de los integrantes de la
sociedad, pero no sólo emanciparlo de las ataduras de los gobiernos coloniales,
como Cuba, Rusia o China, sino principalmente crear y ofrecerle al pueblo
condiciones razonables de vida, medios y luces para elevarlo de su condición
miserable, de la dependencia que produce alimentarlo por medio de limosnas,
tenerlo en la oscuridad por la propaganda e ideología comunistas que lo aturden
tenazmente.
El poder político debería ofrecerle la posibilidad de contar
con lo necesario para que cada quien pueda realizar su vida con trabajo y
dignidad, es decir que él mismo pueda proveerse de lo necesario para su
bienestar y el de los suyos; pero si el poder político es usado para
aprovecharse de las necesidades humanas, para crear y sostener empresas que
negocian con alimentos en mal estado, con medicinas vencidas o de dudosa procedencia
que no alivian las enfermedades del pueblo, con destrucción de nuestra reservas
naturales para actuar como un garimpeiro, y todo con ganancias obscenas para
los intermediarios, ese poder está muy mal usado.
Resumiendo hasta el momento, el poder político en Venezuela
ha venido utilizándose para beneficiar a unos pocos y que la mayoría sufra los
rigores de las carencias, justificando la situación con grandes programas
sociales, que implican regalar bolsas de comida y otorgar bonos, que terminan
siendo negocio para el gobierno, en una economía de dádivas. Como bien decía el
fallecido educador Allan Bloom cuando hablaba de las políticas obsequiosas que
observaba de padres a hijos- “No dárselo
o regalárselo, sino prepararlos para que ellos mismos consigan lo que
consideran se merecen o deseen, sin importar lo grande y complicado de sus
proyectos.”
Este nuevo pensamiento sobre el poder remite a su base, que
es un orden social racional. Todos sabemos que en Venezuela el orden social ha
sido imperfecto y muchas veces injusto, pero es una condición que se puede
revertir justificando y normando los nuevos usos del poder, llevarlo a lugares
donde nunca lo han tenido; eso sería como alumbrar una habitación que era
oscura, para lo que debemos hacer unas instalaciones, principalmente cableado y
bombillos, para que la gente vea lo que hace y como vive y poder cambiar,
mejorar lo que tiene.
No es con las comunas, ni con “protectores” de los estados,
ni con misiones que nunca funcionan, ni con motores para el desarrollo que
nunca encienden… no es con el estado y su burocracia como se desarrolla un país,
es con la participación de la misma gente, acompañada por las instituciones,
con normas útiles que la libere para que actúe.
El éxito, que es el ´producto del esfuerzo, la disciplina,
la constancia, la adecuada toma de decisiones… es para los chavistas tener dinero,
mal habido por cierto, acumulado durante su paso por los altos cargos del
gobierno, o haber logrado en un sorteo una alcabala, o un tribunal, o un
registro... han utilizado el poder solo para complacer sus metas, el chavista
se siente realizado solo con millones de dólares en sus cuentas personales, eso,
es triunfar en la vida, lo demás son
tonterías, para ellos el poder es un trampolín y lo quieren seguir utilizando
para consolidar sus posiciones personales, olvidando al país.
Pero de nuevo, la historia nos ha enseñado que si el poder
se distribuye entre los diversos sectores de la sociedad, justificarlo en una
normatividad que esté basada en legitimidad, democracia y justicia, con la
creación de instituciones, públicas y privadas, con objetivos y reglas claras
que permitan que muchos tengan la oportunidad de coronar con éxito sus planes y
proyectos, esa sociedad se hará cada vez más próspera, rica y poderosa.
Cuando a un chavista se le habla de un orden normativo,
piensan inmediatamente en un cónclave secreto, reunido a puerta cerrada,
cocinando un negocio entre compinches y finalmente produciendo una ley o un
reglamento que los demás deben acatar o sufrir los rigores de la penalización.
Un orden normativo clama por legitimidad, que esté a
derecho, y esto se reconoce a lo interno, en la sociedad, como a lo externo, en
las relaciones internacionales. El poder político necesita formas, procedimientos claros y de ley que le
den vida, pues de él se desprenderán otras normas, reglas y leyes que necesitan
de ese antecedente general del cual se originan y que les otorgan esa conexión
obligante. Es por ello que las consultas periódicas de la voluntad popular, que
indiquen de manera clara y transparente a quien se elige para ser gobierno, son
importantes y deben respetarse.
En este sentido, el factor democrático se convierte en el
principal indicador de la legitimidad, esto por su contenido moral, porque la
decisión final recae, no en la forma política de la democracia, sino en su
componente ciudadano, de personas libres e iguales que escogen la forma en que
se van a organizar y quiénes serán sus representantes; por ello los fraudes
electorales están considerados crímenes contra el poder político, y cuando son
descubiertos anulan cualquier intento de usurpación.
Cuando se carece de legitimidad las normas no pueden ser
aplicadas, ya que los ciudadanos no estarían en la obligación de cumplirlas
pues esas normas carecen de justificación. Kant creía y privilegió la autonomía
de las personas al momento de obedecer las leyes si éstas no estaban sujetas a
la expresión democrática, es decir, las leyes deben ser expresión de la auto
determinación de los pueblos; de cualquier otra forma, se trataría de un acto
de dominio y por lo tanto arbitrario de quienes creen tener la autoridad.
Cualquier gobierno que se empeñe en cambiar las normas
democráticas para asegurarse su continuidad en el poder, caerá inevitablemente
en la ilegitimidad ya que estaría violando el imperativo de justicia, que es el
último ingrediente de la fórmula normativa.
La justicia es el ingrediente fundamental de todo orden
político, es materia de la justicia evitar la arbitrariedad política, o sea, la
dominación por la fuerza; es de sentido común pensar que ninguna organización
política que sea antidemocrática pueda alcanzar la justicia social. Un gobierno
puede que sea paternalista, que otorgue algunos beneficios a ciertos grupos
sociales para aminorar su sufrimiento o carencias, pero la injusticia es
siempre estructural, la pobreza, por ejemplo, está enquistada en las
instituciones, las normas, las relaciones económicas y la cultura, no es algo
que se resuelve con operativos sino se cambia la estructura social.
Los actos proselitistas, de una supuesta “generosidad” por
parte del estado al dar ayudas a los más necesitados, alivia pero no resuelve,
y no resuelve porque prefiere tener a esos grupos siempre en la pobreza, en
carestía, para aprovechar políticamente las dádivas de bonos, becas y obsequios
que compran lealtades y, muchas veces, votos.
El chavismo tiene una concepción del poder sumamente
primitiva, lo considera de su propiedad, lo utiliza en las sombras para que
nadie se dé cuenta ni se entere de sus designios; el propósito de su ejercicio
del poder es beneficiar a los más cercanos al poder, no al país. Sería un
pésimo negocio para los intereses de Venezuela que estos socialistas, que ya
han demostrado que el país les queda grande, vuelvan a repetir la fórmula del
fracaso.
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