El tema
me ha interesado por años y había llegado a la conclusión que el aburrimiento
era una disfunción de la atención, esto, hasta que leí el artículo de Antonio
de la Cruz Valles, Tiempo técnico y
estados afectivos, publicado en la revista de filosofía Astrolabio (2007,
No. 4) que es un extraordinario análisis sobre esa monumental obra, Ser y Tiempo, de Heidegger. La
existencia del aburrimiento era inconcebible para mí, entre otras cosas por la
brevedad de ese espacio vital que llamamos vida, pero es real, existe, y de
hecho lo padecía de cuando en vez y eso me mortificaba. Obviando partes
sustanciales del artículo de la Cruz voy a centrarme en la idea del “ahora
cotidiano”, la vida de las personas transcurre resolviendo el ahora, “ahora
esto y luego lo otro y antes lo de más allá” pero esa percepción del ahora
depende en mucho de nuestra atención al reloj, y como se divide el tiempo, los
días, los meses, las temporadas.
La vida
urbana, en contraposición al campo y lo rural, deviene en un “ahora” muchos más
breve y encadenado a muchos otros ahora, nuestras agendas personales y de
trabajo son ejemplo de ello. En estos días le decía a un amigo lo rápido que
pasaba el tiempo, que incluso los años prácticamente volaban y resulta que la
razón detrás de este rápido flujo temporal tiene que ver con la intervención de
la tecnología, con esa cantidad de aparatos y máquinas que en apariencia hacen
más fácil nuestro trabajo pero en realidad, nos van encadenando a sus “tiempos”
de ejecución, de programación.
Aburrimiento
en alemán se dice “Langeweile” que se
traduce como “rato largo” y para combatirlo buscamos “pasatiempos”, Heidegger
nos habla de varios tipos de aburrimiento siendo el más profundo un asunto muy
serio, en donde incluso se da la contemplación de nuestra misma existencia, es
en ese aburrimiento, transformado en angustia donde enfrentamos la nada, y en
definitiva nuestra vocación para la muerte.
Giorgio
Agamben en su ensayo Sobre la potencia,
entendiendo potencia como la posibilidad de la privación, nos explica: “¿Qué es, por ejemplo, el aburrimiento, si
no la experiencia de la potencialidad-de-no-actuar? Por ello es que constituye una experiencia
terrible, que bordea entre el bien y el mal”.
Nuestro
momento histórico nos tiene diseñado un ahora carente de contemplación y
pensamiento, se trata de un ahora que hace que sintamos cosas sin detenernos en
considerar esas sensaciones. Que miremos sin ver, que oigamos sin escuchar, que
comamos sin probar, continuamente estamos buscando la novedad, siempre
vinculando el placer a la novedad misma, para saltar de inmediato a la próxima,
en una constante e insaciable búsqueda por lo nuevo.
Como
bien decía J.D. García Bacca: “Como todas
las formas de novedad, espontaneidad y originalidad no duran sino casi
instantáneamente, en golpes, su modo de aparición se asemeja a chispazos, no a
iluminación continua.”
Esa
curiosidad que es incapaz de quedarse en un solo evento, de analizarlo, de
aprehenderlo, es la misma curiosidad que antes (en el pasado reciente), podíamos detenernos en lo contemplativo, con
tiempo para comprender lo que se estábamos viendo o sintiendo. Pero ahora es
diferente, aunque es la misma curiosidad la que nos obliga a saltar de un canal
a otro en una parrilla de programación de más de doscientos canales de
televisión en los servicios de TV por satélite o cable, y con todo y eso,
podamos decir “…es que no hay nada que ver”.
Es la
misma curiosidad que nos hace navegar en internet por decenas de portales,
correos, sitios de video y de encuentro social, de noticias al instante y
siempre estemos listos para el próximo salto, es esa “inquietud” que no se
satisface con la posibilidad de disponer de miles de archivos de música en
nuestros Ipod y siempre estemos detrás de ese extra-giga, de celulares con cada
vez más funciones interactivas para mantener nuestra atención en más cosas al
mismo tiempo.
La poderosa
industria del entretenimiento, nunca para en su intento por evitar que tengamos
un instante para pensar, siempre está allí para provocarnos con nuevas
películas, juegos, programas, agendas para el entretenimiento, modas, danzas,
comidas rápidas… Y no digamos nada de nuestras vidas ajustadas a horarios y
calendarios, todo rigurosamente planificado, cada minuto, cada cita, cada
llamada, por ello, es que el día en que nos cancelan una cita, o perdemos un
avión y nos encontramos con un poco de tiempo que no estaba en el programa, nos
aburrimos como ostras y desesperadamente buscamos la manera de “matar el
tiempo”, surge la pregunta, ¿Cómo es posible aburrirnos justamente cuando
estamos liberados de nuestras obligaciones?
Heidegger
hablaba de la caída del hombre, de ese gran vacío al reconocer al mundo como
mundo y tener claro su horizonte de posibilidades, considera un signo de
nuestro tiempo que las cosas vengan determinadas por su funcionalidad y estas
por el tiempo correcto para cada una de ellas.
Los
estados de aburrimiento profundo pueden provocar experiencias límites con el
mundo, sentirnos totalmente extraños e inadecuados a él, incapaces de hacer
nada, indiferentes a la vida como totalidad.
La
técnica y los horarios, son nuestros nuevos amos, su trabajo es impedir que nos
enteremos que vivimos colgando sobre el abismo.
El
aburrimiento antes de ser un fenómeno del estado afectivo (un sentimiento), es
primeramente una afección de la atención, entendiendo la atención como un
estado de alerta de la voluntad, despierta para la acción, y esto lo digo
basado en la configuración de nuestro sistema nervioso, creado evolutivamente
en la necesidad de captar de nuestro entorno las señales que pudieran afectar
nuestra sobrevivencia.
Concurro
con el investigador y psicólogo clínico de la Universidad de York en Toronto el
Dr. John Eastwood que se trata de un estado mental, al mismo tiempo de
inquietud y letargo, que afecta el proceso de atención que es lo que nos
conecta al mundo.
El
ser humano no está configurado para soportar por mucho tiempo la falta de
estimulo nervioso, por ello es que el aislamiento, el encerrarse en sí mismo,
la privación de sensaciones, son condiciones anti natura que sacan nuestro
aparato perceptivo de su normal funcionamiento, a veces, con consecuencias
impredecibles.
La
experiencia en los tanques de aislamiento, donde el sujeto es sumergido en un
medio líquido a la temperatura corporal y encerrado en total oscuridad y
silencio, lo que desata en primer lugar es una serie de impresiones y
sensaciones fantasmas que el mismo sistema nervioso crea, para llenar el vacío
al que se le está sometiendo. Igualmente los registros de las prisiones sobre
las celdas de aislamiento como máximo castigo para los que se portan mal,
comprueban un deterioro mental de quienes sufren esta separación total y
continua de la comunidad carcelaria.
Se
requiere de un entrenamiento arduo para lograr los estados de meditación en las
practicas orientales de yoga, el poner la mente en blanco es un ejercicio
imposible para personas que no están acostumbradas a esas disciplinas, y muchas
veces lo que se gana son alucinaciones, excitaciones sensoriales y epifenómenos
del sistema nervioso asociados a estados límites de nuestro “hardware”
sensorial.
La
experiencia de los conventos y monasterios donde las personas se aíslan
voluntariamente algunas con regímenes de silencio, buscando esa aproximación a
Dios por medio de la oración y la contemplación, nos hablan de fenómenos de
difícil explicación dentro de los que encontramos apariciones, estigmatas, histeria colectiva,
posesiones y un sin número de comportamientos ligados, algunos, con
enfermedades mentales, otros, con verdaderos estados de elevación mística.
Desde
hace varios siglos la medicina ha emparentado los estados de aburrimiento y
ocio con la melancolía y la depresión, modernamente aún no se sabe si algunas
formas de aburrimiento son productos o precursores de los estados depresivos.
Y
es que el estado de atención no es fácil de dominar, su inclinación natural es
que desvaríe en foco, que busque constantemente excitación, lo vemos en los
niños, es raro encontrar párvulos que posean el don de la concentración,
debemos estarle llamando la “atención” constantemente para que se fijen en
algo, por ello es que uno de los principales valores de la educación es entrenar
a los jóvenes a concentrase en lo que hacen, a disciplinar la atención, a
entrar en foco y que se queden allí, absorbiendo conocimiento o haciendo una
actividad física.
El
gran problema de los juegos de videos y de realidad virtual para los niños es
que los lleva a niveles de actividad y emociones que no encuentran en la vida
real, las gratificación de volar en pedazos alienígenas, de tomar por asalto
edificios con armas de alto poder, de saltar en patinetas desde alturas
increíbles es continua, el premio es inmediato, la aventura es segura y sin
mayores riesgos, por ello es que los jóvenes se aburren si no están conectados
a sus juegos, han acostumbrado sus sistemas nerviosos a estímulos que se elevan
por niveles de la normal complejidad, siempre buscando las nuevas sensaciones.
Hay
actividades que no requieren tanta concentración, uno puede estar cocinando y
conversando sobre otros temas con un amigo, pero esperamos de quien desarma una
bomba, que sus “cinco sentidos” estén ocupados en lo que está haciendo, ya que cortar
el cable equivocado sería un desastre, de igual manera conocemos de actividades
sumamente aburridas, que son en su mayor parte repetitivas, sin valor
cognoscitivo alguno.
Psicólogos
industriales que ha estudiado obreros en las líneas de ensamblaje, o las
costureras en una fábrica pegando botones a las camisas, o los empacadores en
los supermercados, concluyen que todo lo que signifique rutina afecta el grado
de atención de las personas que las realizan, y no poner atención, hacer las
cosas de manera automática para los humanos, siempre trae su secuelas de
errores, entre las consecuencias previsibles a estos trabajos se encuentra el
uso de drogas y del alcohol.
Las
actividades rutinarias o repetitivas las dejamos que las hagan las máquinas, es
mucho más seguro y eficiente, pero algunas, como las de dirigir el tráfico
aéreo o la de los corredores de bolsa que tienen todos los días que mirar
pantallas con listados de valores y posicionamientos, son tareas muy bien
pagadas y sus errores demasiados costosos para que su atención decaiga mientras
las realizan.
¿Pero
qué pasa cuando cualquiera de nosotros mortales nos quedamos atascados en algún
aeropuerto por la suspensión de nuestro vuelo, y debemos esperar por horas
nuestra próxima conexión? Cuando de pronto nos vemos en una situación
inesperada, que nos saca de nuestra rutina, de la planificación de nuestras
actividades y posiblemente en un término temporal donde no tenemos programada
ninguna tarea, quien tenga consigo una laptop podrá aprovechar el tiempo para
adelantar trabajos, comunicarse, investigar, ordenar ideas, habrá quien lea la
prensa o se compre una novela de misterio, otros buscarán un entretenimiento o
compañía, visitarán el bar o las tiendas, entablarán una conversación con un
extraño… la mayor parte de la gente lo que hace es “matar el tiempo”, ocupar
esos minutos, horas o días en actividades que lo alejen del tedio, del
aburrimiento, pues según Sartre, al hombre común se le hace insoportable estar
consigo mismo, solo, enfrentando el abismo existencial de la nada y al
sinsentido de la vida para la muerte.
A
la mente hay que tenerla siempre ocupada para que el ocio no nos atenace, pues
el ocio lo que produce son malos pensamientos y hábitos, vicios y enfermedades-
esa es la conseja que por siglos nos han machacado, estar siempre ocupados es
una virtud, no tener nada que hacer es una mala señal… pues para la critico
Manhola Dargis el aburrimiento representa una oportunidad para divagar lo que
trae como consecuencia ideas originales, nuevas perspectivas, creatividad.
Para
el profesor Peter Toohey, se trata de un mecanismo de defensa que nos ayuda a
mantenernos alejados de situaciones incómodas y desagradables, el aburrimiento
ha despertado un intenso interés en el público en general, en Inglaterra se
dictan conferencias especialmente para provocar el aburrimiento, en los EEUU se
hacen ciclos de cine de películas aburridas y salones de arte con muestras que
provocan bostezos… y la gente asiste.
¿Se
puede morir del aburrimiento? Aparentemente sí, y si no pregunten entre la
comunidad de personas de la tercera edad que se retiran de sus trabajos, el no
tener nada que hacer los enferma y sus vidas se acortan de manera pronta, la
rutina parece ser necesaria para algunos, tiene significados profundos en lo
que va envuelto la autoestima y razones vitales para salir de la cama cada día.
Cuando
alguien toma vacaciones “para no hacer nada” lo que en realidad pretenden es
cambiar de rutina, de escenario, de aires, pero siempre están haciendo algo,
así sea cortando el césped de su casa, el techo, haciendo parrillas o llevando
los nietos al zoológico, echarse en un hamaca o balancearse en una mecedora en
el porche de la casa no son opciones.
El
gran secreto detrás de los hobbies y colecciones es estar en actividad, en
ocupar el tiempo libre con algo que hacer, justamente para evitar la
inactividad y el silencio que obligatoriamente nos confronta cuando no sabemos qué
hacer con nuestras personas en soledad.
Una
buena parte de las personas no tienen el entrenamiento para discurrir, de
plantearse problemas en la mente y resolverlos, de disciplinadamente tener un
curso de ideas en desarrollo, de análisis, de capacidad de observación,
entonces ante este vacío empiezan los problemas de hipocondría, las inquietudes
que acaban con nuestros nervios, las depresiones que se hacen cada vez más
profundas, las tristezas que nos atrapan, los cambios de humor y de personalidad
que nos hacen insociables y nos aíslan.
Pero
ahondemos un poco en este problema del retiro laboral ya que se trata de uno de
los problemas fundamentales de las personas de la Tercera Edad, el retiro en su
expresión más cruda significaría, para una gran mayoría, cercenarnos el cable
que nos ata a un propósito de vida, nuestra trabajo, lo que hemos estado
haciendo por las últimas décadas y en una actividad sobre la cual hemos
acumulado “una vida entera de experiencia”.
Una
gran parte de las depresiones en la etapa del retiro vienen dadas por la cárcel
del lenguaje que se ha construido en nuestro entorno, por la ideología de la
producción como fin fundamental en la vida, por el concepto de utilidad tan
arraigado en nuestra sociedad, el valor del individuo construido a partir de su
capacidad productiva (una ética del trabajo y de valor en una sociedad capitalista).
Para
ello nos preparan un entorno, una empresa, unos valores, unas instalaciones,
unos compañeros de trabajo y por sobre todo, una rutina que nos hacen funcionar
sobre bases de predictibilidad, de siempre tener un lugar a donde volver luego
de largas campañas e itinerarios, de la seguridad de tener cada cierto tiempo
nuestro cheque y bonificaciones por salario, el seguro de la empresa...
Cuando
todo eso llega a su fin, es como un salto al vacío.
Pero
es el lenguaje lo que más nos afecta, el “no hacer nada” (que es imposible,
para no hacer nada habría que estar muerto, y aún así, ocurren cosas), la misma
palabra “retiro”, o “pensionado”, “veterano”, todas llevan implícitas una carga
de objeto usado, dependiente, inservible…
Pero
como bien dice Jenny Diski en su artículo, Aprender
a vivir, sociedades como la nuestra, en las que acumular sin medida es la
norma, y trabajar hasta la muerte, un ideal, muchas veces olvidan que el ritmo natural de
la vida es el de trabajar para obtener lo suficiente para vivir, descansar,
gozar de la vida para luego trabajar un poco más. Hasta el hombre del
paleolítico sabía que hay mucho mas en la vida que vivir para trabajar, que ser
alguien es más importante que hacer algo.
Para
el filósofo alemán Arthur Schopenhauer el aburrimiento era un tormento, era el
más claro ejemplo de la insensatez de la vida, el reflejo real del desconsuelo
gris de la existencia humana.
El
aburrimiento es imaginarnos lo bien que lo deben estar pasando los otros,
mientras nosotros no tenemos nada que hacer, otras veces es la falta de
estímulos, de situaciones que nos comprometan en cuerpo y mente, de nuevas
experiencias, es la atención indisciplinada reclamando actividad y foco.
Los
antropólogos que estudian las culturas primitivas se han encontrado que algunas
tribus tienen tiempo de sobra una vez que han satisfecho sus necesidades del
día, algunos de estos individuos pasan por “flojos” a los ojos de un
occidental, ya que los ven por largo tiempo sin moverse en una sola posición, o
errabundos sin oficio conocido, pero adentrándose en la cultura de estos
pueblos surgen razones interesantes para la inactividad, empezando por el
ahorro energético de sus cuerpos, sometidos a dietas de bajo contenido calórico
o en presencia de climas extremos, sus metabolismos se han adaptado
perfectamente a la inmovilidad, luego están los procesos de observación, estos
individuos ven al mundo de diferente manera, muchos de ellos con un alto
contenido animista donde se encuentran con objetos que tienen vida propia y en
relación activa con el entorno, “ven” señales en la naturaleza que les indican
sucesos en un marco de tiempo muy diferente al de las 24 horas de un reloj,
saben cuando moverse, cómo y porqué, lo que indica una muy rica vida interna
que no necesariamente significa desplazarse físicamente, para estos aborígenes,
el no hacer nada tiene un valor inmenso.
Para
la escritora inglesa Colin Bisset, en su exquisito ensayo La Vie D´ennui, mantiene que el aburrimiento es una prerrogativa
muy apreciada por la más sofisticada cultura occidental, esa que tiene que ver
con la opulencia y mucho dinero, con el derroche de cultura y arte, con la
comodidad y el confort de sentirse absolutamente protegido y en paz. Pone como
ejemplo el derroche de aburrimiento que prodigan algunos de los personajes de
la novela El Gran Gatsby, gente
bella, en lujosas mansiones, entre tragos y fiestas de jardín, deliciosamente
obstinada por el ocio.
Algo
que se tiene en demasía, aburre, entre ellas, el dinero.
Bisset
dice que el aburrimiento en dosis pequeñas hacen maravillas para el espíritu,
son esos momentos en que el entorno, bien sea nuestro hogar o un hotel, es
reconocido en su totalidad al punto que nos es familiar hasta el último
detalle, y nos hace pensar en lo hermoso y agradable que es tenerlo y poder
retornar a él antes de lanzarnos a la acción, a reuniones y compromisos en
nuestra vida.
Para
Bisset no hacer nada es fundamental para llegar a algún lado, como escritora y
artista considera que el aburrimiento es clave para su creatividad, no así el
aburrimiento en el puesto de trabajo, ese es el aburrimiento que se chupa la
vida de las personas, pero es al mismo tiempo lo que impulsa a la gente a
cambiar de vida, a veces, de manera radical.
Bertrand
Russell escribió en 1932: “La técnica moderna ha
hecho posible que
el ocio, dentro
de ciertos límites,
no sea la prerrogativa de
clases privilegiadas poco
numerosas, sino un
derecho
equitativamente repartido en
toda la comunidad. La moral del
trabajo es la moral de los
esclavos, y el mundo moderno no tiene necesidad de esclavitud”.
El
aburrimiento apenas ha abierto sus puertas para nosotros, es cuestión de
explorarlo, entenderlo y ver cómo nos va.
"El hombre del paleolítico sabía que hay mucho mas en la vida que vivir para trabajar, que ser alguien es más importante que hacer algo".
ResponderEliminarMuy de acuerdo con Manhola Dargis y el hombre del paleolítico (que sabios eran). Interesante la lectura, bien disfrutada en mi tiempo de ocio, ese que de cuando en vez me ayuda en la creatividad.