miércoles, 7 de mayo de 2014

De furias y tempestades




“Es allí, entonces, en esa violencia estructural, muchas veces legalizada y amparada en la fuerza y en la arbitrariedad, adonde hay que mirar, mucho más allá del fusil que un hombre pueda agarrar una medianoche desesperado buscando caminos, buscando salidas al drama terrible de un pueblo”.

XXX Conferencia General de la Unesco. París, Francia, 26/10/1999.

“No hay miedo posible cuando se trata de la vida de millones. No puede haber miedo cuando detrás de nosotros están nuestros hijos, nuestros nietos y los que no han nacido amenazados por la muerte y por la violencia estructural de la injusticia”.

Inauguración de la II Cumbre Iberoamericana de Presidentes de Cortes y Tribunales Supremos de Justicia. Caracas, Corte Suprema de Justicia, 24/3/1999.

Hugo Rafael Chávez Frías


Hay un grupo de políticos de la oposición que se han montado en una campaña para rechazar la violencia como forma de hacer política en el medio más tóxico posible como es el totalitarismo, no sólo eso, están tratando de calificar ese pacifismo a ultranza como  “políticamente correcto”; expresiones como “me deslindo totalmente con esa manera de proceder”,  “que no me cuenten entre los que la practican”, que he escuchado últimamente, para referirse a las acciones de calle, barricadas y enfrentamientos de los estudiantes con las fuerzas de seguridad del régimen comunista y opresor, no sólo han dividido a la oposición, sino que han fortalecido al gobierno tiránico de Maduro.
Creo que quienes propugnan esa visión son inmensamente hipócritas y cobardes; si bien la violencia es un último recurso, que debe ser usado sólo en caso de emergencia, cuando se han agotado todos los medios de negociación y sin descontar la posibilidad de una retirada estratégica, si con eso se lograra el fin propuesto, tampoco es razonable abandonar la violencia como salida o defensa a un ataque y, mucho menos, no contemplarla como método de resolución política en un período de inopia social.
La violencia y su producto, la agresión, son comportamientos tan humanos como el amor y el perdón, aunque no estén situadas en el mismo rango moral o de civilización o legal, pero existe y es de uso común, la gente recurre a ella, la sociedad la sufre, los gobiernos la practican para su sobrevivencia, la política se beneficia de ella, principalmente, porque la política es violencia.
Permítanme explayarme en esta última afirmación: consentir la violencia del otro es tan violento como ejercitar la propia, cuando alguno de los políticos de la MUD prefieren aceptar los gases, los palos, el arresto y el abuso del gobierno para con sus conciudadanos por protestar pacíficamente, en vez de responder con la misma moneda, tal decisión política, así venga envuelta en ropajes de no violencia implica igualmente violencia, porque va a haber víctimas, porque habrá violaciones de derechos humanos, porque la sociedad, de alguna manera, va a ser violentada, a pesar de las normativas, de los derechos y deberes, de si es inmoral o no.
Decidir recibir disparos que darlos, es una elección de carácter personalísima; entiendo que hay personas que son incapaces de utilizar un arma en contra de un semejante, aún en legítima defensa, y prefieren ellos morir que matar, afortunadamente no son la gran mayoría (en Venezuela), aunque Spinoza, que se encontraba entre ese grupo de hombres puros y condenaba el hacer daño a un semejante, también admitía que el ánimo de conservar la vida era la fuerza vital de la naturaleza y que hacer lo posible por mantenerla era un deber; en ese precario balance se encontraba el hombre en sociedad.
El Estado como creación humana, como constructo cultural, implica violencia, entendida como la columna vertebral para sostener su predominio sobre los hombres; en el fondo del asunto es la fuerza y la capacidad de usarla (el monopolio de las armas) la que sostiene la soberanía de los estados, aunque lo ideal es que sea el respeto, el consenso, el sometimiento a un estado de derecho lo que verdaderamente cohesione una sociedad organizada.
Pero la violencia está allí, siempre presente, haciendo sentir su peso en toda transacción entre los gobiernos y los ciudadanos, “o cumples o te castigo”. Pero cuando los fines del Estado se pervierten, cuando los grupos de interés transforman a los gobiernos en hegemonías y totalitarismos, este poder del Estado, dirigido contra los ciudadanos, puede hacer mucho daño.
El dictador Maduro y su entorno creen que cuando aparecen en cadena nacional insultando, amenazando, montando “ollas podridas” para involucrar a demócratas en crímenes en contra de estado, predicando en contra de los supuestos llamados de la oposición a la violencia, utilizando a los jueces y fiscales como perros de presa, ellos, el gobierno, cree que no están haciendo violencia, pero es que no solo la practican en sus discursos, sino que la mantienen en las calles con sus grupos paramilitares, con sus asesinos que sueltan de las cárceles para que exterminen a nuestros jóvenes en las protestas, esa es la verdadera violencia que no quieren reconocer ni hacer suya, la violencia que mata, que incapacita, que desfigura el cuerpo y el alma de la gente, que aterroriza.
Y en esos estados de excepción, cuando no hay estado de derecho y se regresa al estado natural, de violencia primaria, lo extraño, lo aberrante, lo inusual sería ese pacifismo a ultranza que sólo significa la entrega al enemigo para que haga con nosotros lo que quiera, una especie de suicidio o llamado a la inmolación frente a un adversario incapaz de sentir misericordia, lástima, y menos aún, tener remordimientos de exterminar al contrario.
Ser un imbécil no enaltece a nadie, cuando alguien nos quiere robar nuestra propiedad, cuando quiere hacerle daño a nuestras familias y quitarnos la vida, la violencia se convierte en el factor decisorio; el más efectivo y rápido en su uso gana, el otro muere.
Pero los políticos pacifistas viven de la violencia indirecta que muchas veces es la peor, cuando ante la brutalidad policíaca y militar del estado en contra de la población se hace evidente, el político pacifista, negándose a responder en legítima defensa en contra de la agresión injustificada e inconstitucional, lo que hace es multiplicar las víctimas y el daño a las personas, su actitud de entrega y sacrificio absurda lo que resulta es en personas que le hacen caso y se quedan inermes ante la paliza.
Memes, frases hechas, lugares comunes que no siempre son verdad como “la violencia lo que genera es más violencia”, “La violencia es el arma de los que no tienen la razón” y otros slogans pacifistas lo que hacen es prolongar el sufrimiento de la oposición y escalar en el horror de la represión, la realidad siempre ha sido otra, la historia humana es un triste pero efectivo recordatorio de que, la violencia aplicada en el momento preciso y en la magnitud precisa sí resuelve los problemas, de manera que cuando el dialogo es imposible, hay que reconocerlo y abrir las compuertas de la furia social.
Repito, para que no se me mal entienda, la violencia es el último recurso, la violencia existe, es una herramienta probada en la historia de los pueblos y funciona, solo imaginen si nuestros libertadores se hubieran conformado en ser reprimidos por el gobierno colonial español por pruritos contra la violencia, estuviéramos todavía rindiéndole cuentas al Rey de España.
Estas son las reglas que ninguno de nosotros inventó o impuso, pero son los políticos, precisamente, quienes más se benefician de ellas, pues se convierten en gestores de la violencia; son ellos quienes pretenden decidir quién, cuándo y con cuánta violencia se amenaza, o si se recibe, se evita, o se perdona.
Cuando un político se declara pacifista en un estado de excepción como el que vivimos, una de dos, o es un loco suicida o es un vendido al enemigo. Volvamos a Spinoza: en cualquiera de los casos, el primer deber de un ser humano es permanecer con vida, a toda costa (repito, Spinoza prefería morir que hacerle daño a los demás, pero Spinoza era un hombre excepcional, así como lo son todos esos estudiantes corajudos que se han inmolado ante el gobierno asesino).
Las luchas sociales, que generalmente son contra el Estado, revisten una serie de formas y modalidades, entre las que destacan la no violencia y la acción militante (esencialmente violenta) y entre esos extremos se sitúa una serie de estrategias con las cuales se pretende modificar las relaciones de poder en una sociedad; las estrategias para las luchas sociales en el mundo siempre han contado con un menú de opciones de acuerdo a los tiempos, lugar, reclamo y condiciones, y entre esas opciones unas son mejores que otras.
El chavismo y todos los movimientos subversivos del orbe son esencialmente violentos, creen en la insurgencia armada, de allí que sean los movimientos de guerrilla y el terrorismo sus armas preferidas; en los EEUU, durante las luchas por los derechos civiles a finales de los 50 y principio de los 60, grupos como La Nación del Islam o Las Panteras Negras, combinaban la agresividad de la guerrilla urbana y los atentados con la de tácticas no violentas desarrolladas en el centro del poder político, utilizando prensa, lobbies, recurriendo a referéndums y grandes movilizaciones de masas, pero fue el movimiento pacifista de Martin Luther King quien cosechó los éxitos políticos.
La independencia de la India del coloniaje inglés no sólo fue el resultado de la desobediencia civil liderada por Gandhi y sus seguidores, muchas veces se obvian los esfuerzos de los grupos radicales, que pusieron el acento en la violencia discriminada, que producían pérdidas reales de fuerzas y recursos en el gobierno opresor, principalmente atentados, secuestros, sabotajes, asesinatos, grupos ultranacionalistas con líderes como Chandrasekhar Azad y Bhagat Singh, ambos ejecutados por sus ataques al Imperio, tuvieron por mucho tiempo a los servicios de inteligencia y al ejercito colonial en ascuas, lo que sucedió fue que los británicos, para lograr un gobierno de transición, prefirieron negociar con los pacifistas que con los violentos, y toda la publicidad se la llevó el movimiento de Mahatma Gandhi.
En ningún lado del mundo una lucha social se ha ganado sólo por la no violencia; el que haya sido la cara más civilizada, mas apetecida por los medios de comunicación y la que logra los éxitos mediáticos y políticos no le confiere el derecho de ser la única estrategia para luchar por reivindicaciones sociales, menos, obrando en contra del totalitarismo; en una lucha independentista contra una invasión extranjera, la no violencia tiende a conformarse con las exigencias autoritarias, porque se ajusta más fácilmente a los objetivos gubernamentales que a los populares y, por lo general, lleva a callejones sin salida, que enfrían y retrasan la acción.
El gobierno de Maduro ha desarrollado una estrategia de doble cara, usa la violencia a granel, en contra de quien sea, pero se muestra herido y sorprendido cuando es acusado de violento o cuando se le muestra las evidencia de su criminal actuación en contra de los DDHH.
Si hay algo que debemos aprender de los chavistas, es que nunca hay que tener escrúpulos al momento de utilizar la violencia; si en la acera del frente sólo hay palomas y “come flores”, el éxito de la opresión está garantizado. – saulgodoy@gmail.com







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