"Generalmente, el hombre
busca sólo felicidad y alegría. ¡Nada le hará desear la desdicha y el dolor!
Considera a la felicidad y a la alegría como sus más allegadas amigas, y a la
desdicha y al dolor como sus enemigos declarados. Esto es un grave error.
Cuando uno está feliz, el riesgo de sufrir dolor es grande; el temor de perder
la felicidad lo obsesiona. La aflicción conduce a la indagación, al
discernimiento, al autoexamen y al temor de cosas peores que es de suponer
podrían ocurrir y despierta a uno de la pereza y de la fatuidad. La felicidad,
en cambio, hace a uno olvidar las obligaciones para consigo mismo como ser
humano y arrastra al hombre hacia el egoísmo y hacia los pecados que este
egoísmo hace cometer. El pesar vuelve al hombre alerta y vigilante.
"Así, el sufrimiento es un
amigo de verdad, no así la felicidad, que agota la existencia del mérito que se
había acumulado y despierta las pasiones más bajas. Por eso es en realidad un enemigo.
En cambio, el sufrimiento en verdad abre los ojos e incita a pensar y a
dedicarse a la tarea del propio mejoramiento. También proporciona a uno nuevas
y valiosas experiencias. La felicidad, por el contrario, corre un velo sobre
las experiencias que fortalecen la personalidad y le dan entereza. Por eso, las
dificultades y las fatigas deben ser tratadas como amigas; o, por lo menos, no
como enemigas y lo que es mejor, considerar ambas, felicidad y desdicha, como
dones de Dios”.
Sai Baba Gita, Cap. IV
Lo
primero que habría que resaltar es la insistencia que tienen las personas que
comparten esta ideología chavista de demostrar que son felices; no sólo eso,
sino que quieren imponer a los demás su felicidad, en el entendido de que los
otros no lo son.
“Dime
de lo que presumes y te diré de lo que careces”, dice la conseja popular.
¿En
qué se basan los chavistas para decir que ellos son felices? En esta primera
cuestión las opiniones difieren radicalmente, no hay un solo concepto que
aglutine tantas razones esgrimidas, aunque surge una, de carácter ideológico
(como debe ser para los buenos comunistas) que pareciera dominar el ámbito de
los sentimientos y pasiones chavistas, ellos son felices porque aman.
Lo
cual nos lleva a otro problema conceptual ¿Qué es el amor para un chavista? En
este punto se vuelve laberíntico el asunto. Los chavistas tienen una extraña
manera de amar, pueden caerte a palos, negarte tu condición de ser humano, de
venezolano, pueden torturarte, insultarte, asesinarte y todavía son capaces de
decir que te aman.
Cuando
se les pregunta sobre el amor, algunos te hablan de su entrega a los demás, al
prójimo, que todo lo hacen en función del colectivo, de la comunidad; en su
ideario, desprecian al que se ocupe de sí mismo, piensan que es un equivocado,
un egoísta, o peor, un burgués, pero igual lo aman, ese amor que siente un
patriota ante un apátrida.
Ese
amor se manifiesta de variadas formas, pero hay algunas en las que queda
exaltado, el amor a la patria, a la revolución, al líder… y es aquí donde surge
el arrebato, el amor hacia el Comandante Supremo y Eterno está en la cúspide de
ese sentimiento, que los encumbra sobre el común de los mortales; los chavistas
son felices, entre otras cosas, porque aman a Chávez como si fuera su padre
querido, el hombre que dotó de significado sus vidas, el más sabio y santo de
los que han existido, al punto que es casi un Dios, como Cristo… y Maduro es su
hijo, ¿Qué más se puede pedir?
Y
para demostrarlo ilustran miles y miles de libros editados en Cuba donde lo
pintan aún más grande que Bolívar, como el padre de todos los niños del país y
demiurgo de la patria buena, esos libros los usan para indoctrinar a los
venezolanos más jóvenes, a los más vulnerables a la manipulación, y lo hacen
con un gusto que impresiona.
Un
chavista no puede entender como alguien, y menos un venezolano, puede no amar a
Chávez, que tanto hizo por el país y el mundo: con su sola voluntad elevó el
precio del barril de petróleo de 10 a 100 dólares, inventó la multipolaridad,
puso de rodillas al Imperio más grande del mundo, le dio voz a los pueblos que
no tenían voz, descubrió que Bolívar era como él, un zambo, y que además fue
envenenado, igual que le sucedería a él; Chávez fue el hombre más culto de su
tiempo, hijo del padre Fidel Castro, creador de las tesis científicas del
Socialismo del Siglo XXI, el nieto de Rosa Inés era cantante y declamador de méritos,
amigo de los hombres más poderosos del planeta…
Tener
a Chávez como objeto de culto es ya una buena razón para ser felices, pero es
que, además, el socialismo bolivariano, ese que dice que Bolívar murió pobre y
con camisas prestadas, es una doctrina estoica, que rechaza de plano los bienes
terrenales, que desprecia el dinero, los emprendimientos, el querer superarse
individualmente (o nos superamos todos juntos, o no se supera nadie)… y porque,
para el socialista, un acto de corrupción es un imposible, pueden pasar en
medio de los altos salones del poder y jamás ser contaminados por la debilidad
de aceptar una comisión… y con esa estatura moral ¿Quién no es feliz?
Ser
socialista no sólo te convierte inmediatamente en un revolucionario, en un ser
ético, sino que automáticamente te hace acreedor de la felicidad; hazte miembro
de un colectivo armado o saca tu carnet del PSUV para que sientas la felicidad
de inmediato, viene con la 9mm, la moto y la chapa de funcionario de
inteligencia, que te otorgan ese derecho y sagrado deber de hacer a los “otros”
felices, así no lo quieran. Esa es tu cruzada.
¿Quién
puede decir que los chavistas no son felices? Sólo hay que verlos en la
televisión, en esas concentraciones del pueblo rojo rojito, en las plazas
engalanadas con las banderas de Venezuela y Cuba, a todos esos niños y ancianos
bailando joropo “tierrúo”, ante los aplausos y los gritos de los líderes de la
revolución, todos resueltos a alegrase, cueste lo que sea. No somos como otras culturas, donde el
existencialismo, la angustia y la contemplación de la nada entristecen al
pueblo; en muy poco nos parecemos a esas civilizaciones, como las europeas, en
las que cuando alguien le dijo a Lutero que los hombres tenían derecho a la
felicidad, él declaró: “¿La felicidad? No. Leiden!
Leiden! Kreuz! Kreuz! (¡Sufrir, sufrir, la cruz, la cruz!)”. Nada que ver,
lo de nosotros es pura pachanga y trencitos, los amargados que se vayan bien
lejos.
¿O
es que no han visto los rostros de felicidad que tienen todos esos oficiales de
nuestras Fuerzas Armadas ante los desfiles de sus camaradas en armas, llenos de
condecoraciones, con esos fusiles último modelo, con los tanques rusos y los
misiles chinos, armas que sólo usarían contra la gente si se negasen a la
felicidad chavista?
Dice
la historia que, en el apogeo de la miseria y del terror en Rusia, Stalin
acostumbraba a intercalar en sus discursos al pueblo el estribillo: “La vida se ha hecho mejor, compañeros. La
vida se ha hecho más feliz” y, emulando al gran Stalin, nuestro Alcalde del
Municipio Libertador, el psiquiatra Jorge Rodríguez, dice que su municipio es
zona de felicidad; el que lo contradiga sale apaleado.
Y
es que el mundo no ha conocido la verdadera felicidad, la mayor parte de la
gente se entretiene en las formulas fáciles de la felicidad que ven en las películas
hechas en Hollywood, esa falsa felicidad del imperio, que tiene que ver con el
cochino capitalismo, chapoteando los hombres y mujeres de ese horripilante
primer mundo en los excesos del materialismo, del lujo, de las delicadeces
culinarias y del sexo.
El
mundo no ha conocido la verdadera felicidad que vivimos aquí en Venezuela, la
felicidad que resulta de no tener con qué limpiarse el rabo y exclamar con
orgullo “pero tenemos patria”, o la de trabajar como un esclavo, de sol a sol, en
una empresa del estado, y no recibir remuneración porque el presupuesto lo
gastaron en otra cosa, con lo que debemos conformarnos con la satisfacción de
hacerlo por el prójimo, o realizar una maratónica cola, con un número marcado
en el antebrazo, para comprar un paquete de harina y un pote de margarina, en
una demostración práctica de abastecimiento seguro, pero aún así, con ese
desabastecimiento que el Presidente Obrero nos diga que tenemos que consumir
menos.
Dígame
usted ¿En qué país del mundo se es tan osado como para pensar en un Ministerio
de la Felicidad? Las estadísticas mundiales lo confirman, los venezolanos somos
los más felices del mundo, nos sobran razones, empezando porque no nos
enteramos de otra cosa que no sea noticias felices, porque “todo está
extremadamente normal en nuestro país”. ¿Y en el mundo? Los países capitalistas
pasando trabajo, entregados a la dependencia de las cosas materiales, haciendo
sus injustas guerras y masacres para robarle a los pueblos su felicidad.
Pero
en los países socialistas… hasta los niños sonríen cuando los pellizcas.
Felicidad
es la seguridad que da tener un bolívar fuerte, que algún día superará en valor
al euro y hasta pudiera convertirse en referencia monetaria mundial. Felicidad
es que la industria petrolera le siga brindando beneficios a nuestros hermanos
cubanos, construyendo infraestructura para su porvenir. Felicidad es confiar
que los servicios de electricidad y agua algún día no nos perturbarán con
interrupciones ni cortes programados, ya que no usaremos luz, y nuestros
hogares carecerán de tuberías.
Felicidad
es salir a la calle y no saber quien le pondrá fin a tu vida terrenal, si es el
hampa común, o los colectivos armados, o la PNB, o la GNB, o el SEBIN con
quienes debemos estar agradecidos de acercarnos al empíreo junto a nuestro
Comandante Supremo.
Pero
a pesar de todas estas razones para ser felices, los chavistas no lo están
completamente. Se sienten infelices, debido a que algunos venezolanos
apátridas, terroristas y violentos no quieren ser felices ni que ellos sean
felices; afortunadamente, no hay un argumento más poderoso que un certero
disparo a la cabeza, para dejar el asunto resuelto y poder seguir bailando y
cantando en una plaza. El país entero, finalmente, caerá rendido ante el amor
chavista y sólo entonces podremos todos ser felices de verdad… los que queden,
cuando menos. – saulgodoy@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario