La
historia de la capacidad del hombre para la lectura tiene una trayectoria larga
y fructífera, no mucha gente cae en cuenta que por mucho tiempo la lectura se
hacía en voz alta, de acuerdo al historiador y sociólogo Ivan Ilich en el año
1141, los actos orales predominaban en la lectura, no había la diferencia entre
lectores y analfabetas, cuando alguien leía en el templo, en la plaza, en la
taberna o en la academia quienes escuchaban y no leían, igual se enteraban del
conocimiento, habían estilos de lecturas que interpretaban lo escrito en base a
gestos, sonidos e inflexiones, toda una retórica de la lectura.
Los
edictos imperiales se leían en el foro, las cartas pastorales se leían en las
iglesias, los avisos se apostaban en las puertas de los edificios públicos para
ser leídos en alta voz y comentados por el pueblo, los rapsodas cantaban sus
poemas en los anfiteatros para que todos escucharan de las historias de hombres
y dioses.
Pero
a lo largo del siglo XIII la oralidad de las lecturas se fue perdiendo, el
lector se hizo más y más silencioso, hasta que llegó un momento que “el lector
de oídas” desapareció en la historia de occidente.
Cuando
me enteré del trabajo de la Dra Maryanne Wolf, profesora del desarrollo del
niño en el Centro de Investigaciones de Lectura y Lenguaje de Tufts University,
sobre los últimos avances en el área me sorprendió su afirmación de que el ser
humano no nació con la capacidad de leer, no tenemos genes de la lectura, todo
lo contrario, ha sido un increíble proceso de aprendizaje y adaptación de muy
reciente data lo que nos ha dado la facultad de abrir un libro, leer,
comprender y en el proceso, alterar nuestra percepción del mundo, al punto que,
se podría afirmar que parte fundamental de la persona, es lo que ha leído.
Leer,
dice Wolf: “En parte, es un viaje
intelectual. Tal y como lo observó el novelista francés Marcel Proust hace un
siglo, leer es una especie de santuario donde los humanos tienen acceso a miles
de diferentes realidades que de otra manera sería imposible encontrar o
entender. Cada una de estas nuevas realidades pueden transformar su vida…”
Ahora
imaginemos lo que sucede en nuestro cerebro en el acto de la lectura, mientras
leemos prácticamente estamos dejando nuestra conciencia y trasladarnos a la
conciencia de otra persona, de otra edad, de otra cultura, podemos situarnos en
una perspectiva totalmente diferente a nuestra realidad, y cuando regresamos,
traemos con nosotros algo: sentimientos, conocimientos, experiencias,
inspiraciones que hacen más ricas nuestras vidas, nos hacen diferentes.
Cuando
leemos, las fronteras de nuestro ser son puestas a prueba, son engañadas,
complementadas, excitadas, llevadas un poco más allá de donde estaban, esa
sensación del “otro” nos reta, y en el caso de los niños, los catapulta a
imaginar lo que pueden ser.
Para
que esta “magia” ocurra, una serie de procesos cognitivos se activan casi
simultáneamente, funciones de atención, memoria, visuales, auditivas y de
procesamiento lingüístico. Los niños nacen con la capacidad de aprender por el
oído, pero hacerlo por medio de la letra impresa, toma un gran trabajo de
enseñanza y aprendizaje para que el cerebro haga las conexiones neurales
adecuadas..
Leer
con cierta velocidad y comprender lo que se lee, implica que el sistema visual
tiene que reconocer la letras, las frases, se aplican reglas de asociación
entre letras y sonidos hasta llegar a patrones reconocibles, a un nivel
superior se activa el proceso de comprensión, el sistema semántico de la
persona busca en el banco de memoria el significado más apropiado para las
palabras dado el contexto, un proceso harto complejo que funciona paralelamente
con el sistema gramático que diferencia comas de puntos, tiempos verbales y
acentuaciones correctas, además interviene la memoria recordando lo que se leyó
hace 70 palabras atrás y relacionándolo con lo que sucede en ese momento, y si en
algún instante no se comprende lo que se lee, se vuelve atrás hasta que todo
encaja de nuevo y se pueda proseguir, todo esto en escasos minutos en un niño,
en segundos en una persona adulta.
Son
habilidades relacionales que tomaron cientos de años en producirse, nuestro
sistema neural ha tenido que producir en el cerebro nuevas áreas de
especialización y conexiones con estructuras primitivas, la capacidad de darle
visualización a lo que se lee solo ha sido posible luego de miles de exposiciones
a la palabra escrita. Mientras los niños
necesitan usar ambos hemisferios del cerebro para lograr la comprensión de lo
que leen, en el adulto se ha especializado la función en el hemisferio
izquierdo y el proceso entre el acto de la lectura y la imagen mental llega a
ser casi simultáneo, sin ningún esfuerzo consciente.
Pero
no todo es color rosa, lamentablemente parece que vamos perdiendo la facultad
de leer, desde hace unas décadas las nuevas generaciones han descuidado el
hábito de la lectura, hay nuevas maneras de accesar a la información, múltiples
distracciones que impiden la concentración para la lectura profunda, pareciera
que no hay tiempo, y con la lectura, pareciera estar perdiéndose una importante
fuente no solo de cultura sino de humanidad.
A
los niños pequeños hay que leerles mucho y hacerles notar el lenguaje escrito a
su alrededor, en avisos, señales, cajas de cereales, en las letras de sus
propios nombres, Wolf insiste en la
importancia de los libros para niños, de la presencia de libros en la casa, de
leerles cuentos, del desarrollo de la fantasía, de cómo los gustos por la
lectura cambian con la edad. Para quienes
quieran profundizar en estos asuntos recomiendo su obra, lamentablemente aún no
traducida al castellano, Proust and the
Squid: The Story and Science of the Reading Brain, HarperCollins, 2007. –saulgodoy@gmail.com
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