La
literatura es un universo harto complejo; dependiendo del ángulo en que se le
enfoque, aparecen sin proponérselo, millares de libros y autores, cada uno con
una opinión diferente sobre la naturaleza y propósito del arte de las letras;
esto si se trata de crítica literaria de la cual se dispone de un enorme
panteón de obras y autores… el mundo de la literatura que se mira a si misma se
hace infinito.
Lo
primero que hago, luego de descubrir una obra que me gusta, es investigar la
literatura que a su escritor le gusta o le gustaba leer; el abordar el binomio
escritor-lector, nunca me ha fallado, todo buen escritor es, ante todo, un
magnífico lector, saber de sus lecturas me da luces para una mejor comprensión
de su obra y resuelve muchas preguntas sobre sus puntos de vista.
Tomemos
el caso de Sartre, el filósofo existencialista francés, cuya obra crítica sobre
los novelistas norteamericanos Faulkner y Dos Pasos, sobre la narrativa de
Nabokov y Camus, sobre Nizan y Mauriac, por mencionar algunos de sus favoritos,
está plena de verdaderos estudios del alma de esos narradores que lo han
influenciado, lo que me ha llevado a comprender mejor a Sartre como dramaturgo,
y a soportar con mejor talante su pesada obra filosófica.
Sartre
sostenía que la literatura es la única de las artes que, por el uso de la
palabra como materia prima, nace de la subjetividad del individuo, es un
material para las artes tan exclusivo que no pertenece al mundo, sino al alma;
reitera que es la única de las artes con el poder de expresión e
intencionalidad, capaz de convertir la obra de arte en reflejo del mundo, no de
sugerirla, como lo haría la pintura, la música o la escultura, sino de
mostrarla, lo cual, para Sartre, siempre compromete al artista.
Al
otro extremo tenemos al novelista mexicano Jorge Volpi, el autor de la
extraordinaria novela Klingsor; en
su obra ensayística Mentiras Contagiosas
dice sarcásticamente: “La ficción
siempre tuvo una vida artificial: concebida como un engaño similar a la magia o
la hechicería, sólo podía haber prosperado en sociedades con un precario
desarrollo intelectual. De otro modo, ¿Cómo entender que adultos racionales se
consagrasen a tramar estos divertimentos, que seres inteligentes disfrutasen
con sus engaños, que lectores sensatos se conmoviesen con sus mentiras? Durante
siglos las novelas sirvieron para confundir a las mentes menos preparadas: su
público estaba conformado por
mujeres crédulas, adolescentes infatuados, viejos prematuros, solteros
insatisfechos: gente ociosa”.
Volpi, con una agudeza inusual, ve el
vínculo entre narrador y lector como una relación entre cazador y presa, el
novelista se debe anticipase al lector para volverlo a engañar y que no
abandone el libro, la novela para este joven escritor, es un parásito que se
aloja en la mente del lector y se multiplica en su pensamiento.
Los estudiosos rusos son los que han
disecado y clasificado las novelas como verdaderos especímenes culturales, con
un rigor de laboratorio forense; tengo varios volúmenes de estos trabajos, que
leo sólo cuando sufro de insomnio, y efectivamente el sueño acude presto
persuadido por tanta taxonomía. Entre
mis favoritos está Teoría y Estética de
la Novela de Mihail Bakhtin, en el que, con rigor positivista, escudriña
cada parte de la novela, como si se tratara de un mecanismo relojero; en uno de
sus apartados más inquietantes, titulado La
estética material no es capaz de fundamentar la forma artística, afirma que
la forma material de la novela sólo puede ser aprendida de manera matemática o
lingüística y que cualquier relación emocional o sentimental que produzca, “estado del organismo psicofísico”, lo
llama, y agrega: “tiene un carácter
demasiado tenso y demasiado activo para que tal relación pueda interpretarse
como actitud frente a la materia”.
Leer la teoría rusa de la literatura es
como leer un manual para operar una máquina de imágenes por resonancia
magnética, y somos muchos quienes nos sentimos desamparados ante tanta
especificidad.
Por otro lado, tenemos a un Ítalo
Calvino, uno de los referentes literarios más importantes de Europa, como autor
y como lector; en su perfecto discurso sobre la obra del novelista austriaco Hermann Broch y la novela (una
trilogía) Los Sonámbulos, hace reflexiones
sobre uno de los temas más importantes para los novelistas: la muerte, que
Broch trata en su narrativa con entereza de filósofo, cuando dice: “La muerte es el hecho primero y más antiguo, y
casi me atrevería a decir: el único hecho. Tiene una edad monstruosa y es
sempiternamente nueva. Su grado de dureza es diez, y corta también como un
diamante. Tiene la gelidez absoluta del espacio cósmico: doscientos setenta y
tres grados bajo cero. Tiene la fuerza del huracán, la máxima. Es el
superlativo absoluto de todo. Infinita sí que no es, pues cualquier camino
lleva a ella. Mientras exista la muerte, toda opinión será una protesta contra
ella. Mientras exista la muerte, toda luz será un fuego fatuo, pues a ella nos
conduce. Mientras exista la muerte, nada hermoso será hermoso y nada bueno,
bueno”.
El
maestro Mario Vargas Llosa en su obra La
verdad de las mentiras apunta hacia uno de los problemas más mortificantes
de la modernidad (o postmodernidad, escoja usted) certeramente diagnostica un
mal que en mi país Venezuela nos ha llevado por derroteros salvajes que le
deseo a nadie, y parte de la razón de nuestro sino es, tal como nos lo dice Don
Mario: “… estoy convencido de que una
sociedad sin literatura, o en la que la literatura ha sido relegada, como
ciertos vicios inconfesables, a los márgenes de la vida social y convertida
poco menos que en un culto sectario, está condenada a barbarizarse
espiritualmente y a comprometer su libertad.”
No
quiero terminar este breve comentario sin referirme a dos autores que admiro,
el primero es Walter Benjamin, quien en su pequeña joya intitulada El Narrador, nos deja el recuento de
las raíces de la literatura: “Cuando
alguien realiza un viaje, puede contar algo, reza el dicho popular, imaginando
al narrador como alguien que viene de lejos. Pero con no menos placer se
escucha al que, honestamente, se ganó su sustento, sin abandonar la tierra de
origen y conoce sus tradiciones e historias. Si queremos que estos grupos se
nos hagan presentes a través de sus representantes arcaicos, diríase que uno
está encarnado por el marino mercante y el otro por el campesino sedentario.” He
allí la fuente de donde manan todas nuestras historias.
Y
uno de sus grandes viajeros fue, sin duda, el escritor norteamericano Henry
Miller, que en su bellísima obra Los
Libros, expresa una opinión verdaderamente original, cuando dice: “Los
libros son una de las pocas cosas que los hombres
atesoran profundamente. Y cuanto mejor sea el hombre, con mayor facilidad
será capaz de desprenderse de los bienes que más atesora. El libro que yace
inane en un anaquel es munición desperdiciada. Los libros deben mantenerse en
constante circulación como el dinero. ¡Prestad y tomad prestado ambas cosas:
libros y dinero! Pero especialmente libros, porque los libros representan
infinitamente más que el dinero. El libro no sólo es un amigo sino que sirve
para hacernos conquistar
amigos. El libro enriquece al que se
apodera de él con toda el alma, pero enriquece tres veces más al que lo
analiza. Me asalta aquí el irresistible impulso de ofrecer un gratuito consejo.
Es el siguiente: ¡leed lo menos posible, no todo lo posible! Oh, he envidiado, sin duda, a los que se ahogan en los libros. Yo
también en secreto habría querido navegar por todos los libros que acariciara
en mi mente durante tanto tiempo. Pero sé que no es importante. Sé ahora que ni siquiera me hacía falta leer
la décima parte de lo que he leído. Nada hay más difícil en la vida que aprender a no hacer otra cosa que lo estrictamente
ventajoso para el propio bienestar, lo estrictamente vital. Existe un excelente
método para poner a prueba este valioso consejo que no he dado
precipitadamente. Cuando encontramos un libro que nos agradaría leer o que
creemos que nos convendría leer, dejémoslo sin tocarlo por unos días, pero
pensemos en él con la máxima intensidad posible. Dejemos que el título y el
nombre del autor nos den vueltas en la mente. Pensemos en lo que nosotros
mismos habríamos escrito si hubiéramos tenido la oportunidad de hacerlo. Preguntémonos
sinceramente si habría sido absolutamente necesario agregar esta obra a nuestro
cúmulo de conocimientos o a nuestra capacidad de entretenimiento. Tratemos de
imaginar lo que significaría anticipar este placer o instrucción adicionales. Entonces, si
hallamos que debemos leer el libro, observemos con qué extraordinaria
penetración emprendemos su lectura. Observemos también que, por estimulante que
pueda ser, muy poco hay en el libro que sea realmente nuevo para nosotros. Si
somos honestos con nosotros mismos, descubriremos que nuestra estatura ha aumentado por
el mero esfuerzo de haber resistido nuestros impulsos.”
Con este breve paneo por opiniones que respeto, quiero animarlos a
leer, a acercarse a la literatura, para que podamos vivir cien vidas en esta
única que tenemos. – saulgodoy@gmail.com
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