sábado, 3 de mayo de 2014

El socialismo criminal



Cuando me reúno con mis amigos socialistas, por lo general, tratamos de no tocar el tema ideológico; ellos conocen mi opinión sobre aquellas personas que, sin pensarlo, se han dejado atrapar por la mortal telaraña de esa ideología criminal que, aunque hace creer a muchos que están del lado de los buenos - insisto, porque no piensan – por las evidencias de la historia sabemos que comparten los ideales utopistas de unos genocidas y matones.
El socialismo, desde su misma existencia, sólo apunta a eso, al dominio absoluto de la sociedad, a la imposición por la fuerza de sus fines, a la eliminación moral y física de los hombres y las ideas que le son contrarios, al desprecio absoluto por la libertad, propiciando la muerte del individuo en manos de una sociedad colectivizada, obediente y ciega.
Y no se trata de hacer inventario de cuanta destrucción y muerte han generado las políticas de derecha o de izquierda en el mundo - la idiotez de los humanos es infinita al momento de resolver sus conflictos de manera violenta – de lo que se trata es de determinar si existe una ideología cuyo fin sea la destrucción y la muerte; aquí donde el socialismo se lleva todas las banderas.
Los crímenes socialistas abruman la historia de la humanidad, por su crueldad, sus números, su magnitud industrial, en nombre de la igualdad y la felicidad, lo que sucede es que la propaganda comunista ha sido muy efectiva en minimizar esos crímenes contra la humanidad, en desviar la atención y echarle tierra a las matanzas que sólo en este último lustro, están viendo la luz.
El socialismo ha hecho lo imposible por que no le achaquen los crímenes de Lenin, Stalin, de Hitler, de Mao, de Polt Pot, de Ho Chi Min, de Milosevic, de Fidel Castro, de la dinastía asesina que encabezó Kim Il –sung de Corea del norte y de tantos otros tiranos; todas esas expresiones del horror son rechazadas por los mismos comunistas, como deviaciones del autentico marxismo, obviando que Marx y Engels proponían una discriminación brutal contra las minorías (hay que leerse el panfleto de Marx Sobre la cuestión judía, 1843, para caer en cuenta de su antisemitismo), favorecía la exterminación de etnias que no tenían porvenir histórico (húngaros, eslavos, vascos, bretones, escoceses, bohemios, dálmatas, etc.) y acabar, de manera definitiva, los adversarios políticos que se oponían a la instauración del comunismo.
El marxismo desde sus orígenes viene con el programa de la violencia y la muerte inscrita en su genética ideológica, si la sociedad permite que un gobierno socialista avance en sus ideales más de la cuenta, se enfrentará con una disposición al autoritarismo policial para hacerle tragar a los ciudadanos su receta de progreso y buena voluntad. Pero cuando el socialismo se transforma en dictadura del proletariado, en revolución o gobierno popular, entonces no hay límites.
Lenin decía: “La dictadura es un poder que se apoya directamente en la violencia y que no está sujeto a ninguna ley. La dictadura revolucionaria del proletariado es un poder conquistado y mantenido por la violencia, que el proletariado ejerce sobre la burguesía, un poder que no está sujeto a ninguna ley”. 
Por ello es que regímenes, como el chavista y el del dictador Maduro, utilizan los más altos tribunales de la nación para desconocer la Constitución Nacional, a fuerza de interpretaciones que sólo favorecen la voluntad del dictador, desmontando un estado de derecho para tejer la telaraña del totalitarismo, negando los derechos más fundamentales y esclavizando poco a poco a los ciudadanos.
El Tribunal Supremo ha interpretado que el derecho a la protesta no es un derecho absoluto; para el chavismo no hay derechos absolutos, todos pueden ser violados por el Estado, utilizando el sistema judicial, al cual desprecian en principio, como instrumento de hegemonía de la burguesía, pero manejándolo a su conveniencia para disfrazar de “legales” sus avances de dominio sobre el país.  En la exposición de motivos de la Constitución de 1999 los asambleístas constituyentes expresaron que, las manifestaciones pacíficas y sin armas son un derecho político para expresar su descontento con el ejercicio de las funciones de gobierno, y habla de las pasadas experiencias, trágicas y dramáticas vividas por los ciudadanos ejerciendo este derecho y se incluyen prohibiciones expresas para que las fuerzas públicas las repriman con sustancias tóxicas y armas de fuego.  Aún así se descuidan en su doble lenguaje: si no hay derechos absolutos tampoco hay jurisdicciones absolutas; el TSJ se endosa derechos que no tiene, principalmente, el de modificar la Carta Magna, le ponen cortapisas y requisitos para enfriar la calle, haciéndose de la vista gorda ante los cuerpos de seguridad utilizando gases tóxicos, armas de guerra, torturas, secuestro, ejecuciones sumariales en la calle, censura mediática, y ahora, exigiéndoles a los ciudadanos autorizaciones para las protestas pacíficas y hasta obligar a los alcaldes a reprimirlas en su nombre, para así desarticular a la oposición.
El socialismo tiene un gen fascista que, si se deja desarrollar, acaba en lo que los venezolanos estamos experimentando con el régimen de Maduro, viene incorporado en esa visión utópica de un mundo igualitario, bajo la dictadura del proletariado, y que pasa inadvertido para los socialistas que no piensan, que creen ser “parte de los buenos”, que se dejan llevar por las emociones del altruismo, del bien general, del colectivismo, de la justicia social… hasta que empiezan los ajusticiamientos, los arrestos masivos, la represión, la censura.
El socialismo criminal al verse desnudo ante la evidencia de sus procederes ante la comunidad internacional trata de racionalizar su posición, primero alude a una supuesta conspiración internacional para acusarlo de violador de los derechos humanos y otros delitos aberrantes, sus enemigos- alegan los socialistas- construyen un expediente en su contra para castigarlos o someterlos al escarnio, ocultan sus crímenes tras una pared de retórica y legalismos, desestiman tanto a las víctimas como sus acusadores como parte del plan para llevarlos a la justicia, de victimarios tratan de pasar como víctimas de gobiernos enemigos de sus revoluciones, parecen no darse cuenta que el rastro de sangre, fortunas mal habidas, acusaciones y el dolor causados por sus actuaciones no existen, tratan de esconder todo debajo de la alfombra sin importarles el olor a podrido que los rodea.
Yo estoy seguro que gente que se dice socialista, entre ellos muchos de nuestras figuras políticas de la oposición, que vienen de escuelas socialcristianas y socialdemócratas, en la oportunidad del ejercicio del poder, no lo dudo, lo harían en la modalidad democrática, pero bajo esa latente amenaza autoritaria que sufre la ideología, que no transigen con otra visión que la utópica socialista, y que es la misma que alimentó a Chávez, e impulsa a Maduro.
Todo socialismo es un peligro, porque a quienes lo practican, al creerse dueños de la verdad, se creen puros de corazón y ese sentimiento los hace ciegos a la verdad de los “otros” y los impulsa a dominarlos sometiéndolos a seguir el camino socialista así no quieran; un repaso de nuestra historia democrática establecería como lugar común entre los jefes de gobierno que todo lo que hacían, lo hacían por amor al pueblo, al colectivo, sobre todo excusando actos de corrupción y grandes desfalcos, porque uno de los distintivos del socialismo criminal es su asociación con las organizaciones delincuenciales.
La propaganda comunista ha alimentado el mito socialista, haciéndole creer a la gente que, gracias a ellos, han tenido lugar todos los grandes cambios sociales que favorecen la civilización, desde la mejora de las condiciones laborales, las libertades de género, las educativas, electorales y otras, pero tal afirmación y acaparamiento de buenas obras no soportan un examen a fondo en ninguna de las materias; el socialismo no sólo se apropia indebidamente del trabajo de los otros, sino que muchas veces ha impedido el desarrollo humano, pues está demostrado que uno de los efectos del socialismo en el poder, es el atraso general de las sociedades donde son gobierno.
Jean-François Ravel, en su libro La Gran Mascarada, nos dice: En toda sociedad, incluidas las sociedades democráticas, hay una proporción importante de hombres y mujeres que odian la libertad —y, por tanto, la verdad—. La aspiración a vivir en un sistema tiránico, ya sea para ser partícipe del ejercicio de dicha tiranía, ya sea, lo que es más curioso, para sufrirla, es algo sin lo cual no se explica el surgimiento y la duración de los regímenes totalitarios en el seno de los países más civilizados, como Alemania, Italia, China o la Rusia de comienzos del siglo XX…  La genialidad del comunismo ha residido en autorizar la destrucción de la libertad en nombre de la libertad… en nombre de una argumentación progresista”.
La propaganda comunista endilga a quienes combatimos la ideología comunista el apelativo de “fascistas” - o peor, como decía Sartre “perros fascistas” - querían hacer ver el anticomunismo como una pestilencia y sus practicantes como unos enfermos; pero para personas como este servidor, que sabe lo que significan fascismo y comunismo, que ya no lo engaña la charada del socialismo, tal insulto es un reconocimiento a quien les ha descubierto el truco de hacerse pasar por buenos cuando, en realidad, son unos criminales en potencia. – saulgodoy@gmail.com



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