Es
uno de los calificativos que más me endilgan, debido a la naturaleza de mis
escritos políticos; principalmente, porque levanto tienda en el terreno del
liberalismo clásico, lo estudio, lo describo, lo defiendo, es decir, tomo
posición, y desde allí miro al mundo, con lo cual no quiero decir que no
entienda el resto del orbe y sus manifestaciones. He estudiado con igual
denuedo el comunismo, el socialismo, el anarquismo, el nacionalismo y otros
muchos “ismos”, y en muchos de mis escritos los explico, a mi humilde entender.
Desde
su acepción, la palabra radical describe a quien toma las cosas desde la raíz,
que tiene arraigo en algún lugar o pensamiento, en esa dimensión de la economía
política, el liberalismo clásico me da razones y herramientas para entender mi
entorno y darme cuenta de las cosas que funcionan y las que no, de los
principios que se privilegia y los valores que se tiene o con los que se
comulga.
En
la Venezuela postmodernista, esa que se inclina peligrosamente hacia el
socialismo del siglo XXI, el relativismo es la norma; por lo tanto, tener una
posición, estar “comprometido” con algo, es demodé, y hasta absurdo, de allí el
incesante flirteo con todo tipo de tendencias, ideologías y maneras de ver el
mundo.
Hay
gente que no entiende de dónde viene ese sentimiento de desarraigo, esa falta
de creencia “en algo”, lo que conlleva a una especie de nihilismo, de
inconformidad que, muchas veces, se traduce en estados depresivos, de confusión
y, en el campo moral, de predisposición al crimen y a la violencia.
No
tener anclajes en el mundo de las ideas, no tener un pensamiento definido sino
un inmenso pastiche informe, sólo conduce a una enloquecida y superficial
carrera a diversas posiciones, que la persona cambia diariamente, como si
fueran camisas; de acuerdo al sitio, al ambiente y al grupo, las personas se
hacen camaleónicas y adoptan sombreros, como si estuvieran en una película, “hoy
soy un vaquero, mañana seré un pirata y pasado mañana, un misionero…” pregúntele
a un actor profesional y les explicará que tal intercambio de roles tiene un
costo físico y psíquico que, en algún momento, lo llevarán a una crisis, si no
lo toma con calma y conservando su centro, su personalidad, su sustancia.
El
relativismo y la duda sistemática nos lleva a estar caminando sobre un piso de
vidrio muy delgado, que en cualquier momento se rompe y nos hunde en el vacío;
pero muchas veces puede más el temor al compromiso que el miedo a perder
sustento, porque el compromiso significa sostener la posición contra los ataques,
que te vienen de todos lados, de críticas y señalamientos; si insistes, te
acusan de radical, de extremista y fundamentalista.
Para
los que estudiamos el problema del lenguaje, como objeto de la filosofía, nos
damos cuenta de que el grueso del relativismo postmoderno proviene, justamente,
de la fragilidad del verbo frente al mundo; las interpretaciones, los
significados, los discursos son una galería de espejos que, fácilmente,
confunden y le dan a la razón una consistencia de humo, de engaño.
De
allí mi esfuerzo por tratar de ser lo más claro y preciso posible, lo que
obligatoriamente me lleva a colidir de frente con personas que creen que soy un
radical, un extremista.
Si
algo nos distingue a los venezolanos es que tendemos a ser elusivos en el
lenguaje, no nos gusta comprometernos, damos grandes rodeos para expresar
nuestras opiniones, con el cuidado de no pisar callos, o herir
susceptibilidades, tememos hasta fijar una hora exacta para nuestras citas,
calificamos en lugar de describir; somos más empáticos que asertivos, queremos
caerle bien a todo el mundo, evitamos la confrontación. Por ello, cuando nos encontramos con alguien
“claro”, que tiene una opinión, que no se amolda al común relativista,
congenial y que lo acepta todo, sin distinciones, sin análisis, sin compromiso,
entonces, surge la idea de que nos encontramos frente a un radical.
Y
ante un radical se encienden todas las alarmas; pero sucede que dentro de esta
subespecie humana llamada radical, hay toda una taxonomía y clasificación pues
hay radicales de radicales.
El
común del radical venezolano es, simplemente, un dogmático, alguien que repite
como un mantra lo que aprendió en clases de adoctrinamiento, que se leyó algún
manual sobre comunismo o capitalismo, o alguno de esos abecedarios para Dummies, donde le explicaron lo más básico de una teoría, se la aprenden y
la sueltan sin pensarlo, esa es la gran mayoría de nuestros radicales, unos
idiotas (savans), que recuerdan
listados; pero presione un poco sobre esas letanías y se dará cuenta,
inmediatamente, que no tienen nada en el cerebro, que no entienden lo que dicen,
ni pueden hacer relaciones más complejas, como afirmar que el socialismo (o el
capitalismo) salvará el mundo, sin entender porqué.
Están
los que estudian una parcela de conocimiento, una doctrina y, porque se han
leído los principales libros, porque han asistido a cursos sobre el tema y
ocupan algún cargo que los involucra en la práctica de sus ideales, creen que
pueden predicar; esos son los más fastidiosos, los que se encierran en sus
argumentos aprendidos y no salen de un ritornelo, siempre caen en las mismas
conclusiones.
También
están los maestros, lo estudiosos, los que se han dedicado, como misión en la
vida, a ser un “experto”, a no sólo acumular conocimiento, sino a ensanchar los
límites de las doctrinas, justificarlas ante el fracaso, llevarlas a un nivel
más elevado de comprensión, pensar esas ideas, metabolizarlas y crear nuevas
relaciones; esos son los radicales que me interesan y que, lamentablemente, son
casi inexistentes en nuestro país.
¿En
qué grupo me ubico? Bien, para aquellos que me han llamado radical, sí, desde
que se inició este diabólico proceso del socialismo del siglo XXI, me puse como
meta hacer el contraste, construir el fuerte al otro lado de la ribera de quienes
no estamos de acuerdo con esa ideología basura, y defender esta muralla; porque
si ellos querían asumir el Alfa de la verdad, yo estaría con el Omega, en lado
opuesto, pues entiendo, y no estoy equivocado, que sólo en la contradicción más
áspera y en la confrontación más dura de las ideas puede el común de la gente
comprender la naturaleza de ambas posiciones.
Luego
de esta inmersión en el socialismo extremo que nos hemos dado y salir
escaldados y con quemaduras de segundo grado, espero que nuestro espíritu
crítico se haya despertado y que nunca más callemos ante los cantos de sirena
del populismo, porque lo que Venezuela necesita de ahora en adelante es de un
poco de escepticismo y desconfianza ante quienes quieren vendernos felicidad
sin costo alguno, pero principalmente no quedarnos callados, ni que nos callen
y peor aún, autocensurarnos por no aparecer como radicales.
Quienes
vienen señalándome como extremista se equivocaron en otro sentido mucho mas
profundo, no soy simplemente un radical, soy un ultraradical, de acuerdo a
Heidegger, porque no sólo me asiento en las raíces, sino en la tierra, el agua
y el sol que nutren a esas raíces. – saulgodoy@gmail.com
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