La
música clásica se mudó para el cine, donde está el dinero que puede pagar el
talento de los mejores músicos académicos del orbe; es en Hollywood donde hacen
vida los mejores arreglistas, conductores, productores, músicos, compositores, vocalistas
e instrumentistas, la nueva música clásica se hace ahora en los estudios de
sonido más avanzados, con la mejor tecnología de punta, también se genera en
estudios de sonido como Pinewood y Abbey Road en Inglaterra, Sonny, Disney y Skywalker
en California, Ghibli en Japón, con los más avanzados programas de edición
digital, en manos de técnicos cibernéticos que parecen salidos de la NASA; estudios
para orquestas llenos de los más finos, extraños y costosos instrumentos musicales
del mundo, con enormes pantallas para sincronizar imagen y sonido a la milésima
de segundo.
La
música clásica esta “vivita y coleando”, con una vitalidad como nunca antes la
hemos experimentado en los estudios de películas y series de televisión en USA,
Europa, Rusia y algunos de los países con mayor producción audiovisual,
incluyendo a la India. Como dice mi hermano Hilario, un reputado ingeniero de
sonido en estos lares- el sonido es la mitad de la película.
Y
lo que estoy escuchando es, sencillamente, maravilloso y sublime; la música de
películas, o soundtracks, recogió ese
mundo disperso de grandes genios de la música clásica y los congregó en
Hollywood, y quiero que se entienda bien, el negocio del entretenimiento tiene
en la industria cinematográfica el sumun
de todas las artes visuales de la humanidad, y la música, el score, es vital para estas costosas
obras, por lo que los productores no se miden en el gasto por una buena música
incidental cuya partitura termine siendo parte del repertorio de los conciertos
dominicales de las orquestas sinfónicas en el mundo, o por un tema central que
llegue a las listas de los éxitos más vendidos, para reforzar las taquillas, o
que haga de ese compact disk de la serie televisiva un “tengo que tenerlo”,
para escucharlo en el auto; el soundtrack de la película Titanic o de la serie de
T.V., Dr. House, son claros ejemplos de lo que digo (aunque se trate
de música más popular que clásica).
Y
es que el negocio de las películas empezó a tomar en serio a sus subsidiarias
en música luego que, en los años cincuenta, Elvis Presley moviera millones de
dólares con los discos que salían de sus films; pero fue en 1966, con el éxito
arrollador del disco de la película A Hard Day’s Night, de los Beatles, cuando
se vendió cuatro veces el costo del rodaje, que el negocio de los sountracks
fue definitivamente consolidado.
El
paso del músico clásico al cine empezó a darse en la Europa de antes de la
Segunda Guerra Mundial, y con el conflicto en pleno apogeo, se produjo la
migración hacia USA de compositores europeos que produjeron los grandes
clásicos, como Miklós Rózsa, Bernard Herrmann, Nino Rota o Ennio Morricone para
mencionar sólo algunos.
El
historiador de la música para películas, el profesor de la Universidad de
Michigan James Weirzbicky, opina que fue a raíz de la primera versión sonora de
King
Kong, en 1933, cuando Max Steiner, trabajando para los estudios RKO,
introdujo la música de corte clásico en las películas.
Pero
el trabajo de la música para películas es una especialidad, restringida a las
necesidades de directores y productores, atenidos a una línea argumental
preestablecida; ellos, constreñidos por el arnés del tiempo de las escenas, o bien
buscan la construcción de ambientes, exploran las emociones de los personajes,
apoyan las transiciones, exaltan los ritmos de la acción, o manipulan los
sentimientos de la audiencia. Así, la música y la imagen se hacen uno solo,
conformando una expresión artística de extraordinario poder y alcance,
logrando, en algunos casos, verdaderas obras maestras.
Dos
variantes se desprenden de la música para películas: o se usa una música (o
canción) por lo general del género popular o clásico, que ya existe, o se crea una
especialmente para la escena.
Millones
son las personas que escuchan este tipo de música, buena parte de ellos ni
siquiera se dan cuenta que existe el score;
cuando está bien hecho, la perciben como un todo en la oscuridad de las salas
de cine o en la comodidad de sus cuartos de televisión en el hogar, pero está
allí y si la vuelven a escuchar, reviven la experiencia del espectáculo
presenciado; su poder de penetración es inmenso y, en opinión de algunos
estudiosos, educan al gran público en las complejas estructuras de la música
clásica, que ha sido una de las razones por las que el género se ha
revitalizado.
Jack
Sullivan, en un excelente artículo para la revista Symphony, alega que la música de películas está creando un puente
entre los estudios y las salas de conciertos de todo el mundo, y ya no es
extraño encontrar el tema de La Guerra de las Galaxias, de John
Williams, en los programas de música clásica o que se realicen extractos de música
para películas, ejecutados por las orquestas para el beneplácito de la
audiencia.
Pero
aquí tenemos un problema y es que las orquestas sinfónicas, en su afán por
conseguir público y recursos, abusan de la “variedad”, descuidando su verdadera
naturaleza y convirtiendo los conciertos más en espectáculos circenses y
presentación de “fenómenos” que en el trabajo orquestal clásico, han producido
una deserción de su público formal, disminuyendo su imagen como entidad
cultural.
La
música para películas, en su formato clásico, no es música clásica, pero se le
parece mucho, y en algunas luminosas ocasiones hasta pasa por música clásica. El
formato para películas tiene unos objetivos específicos, unas técnicas y unas
limitaciones propias de su ambiente, y como la música de la ópera, en algún
momento será considerada como parte del repertorio clásico o de música
académica.
Los
nuevos compositores de Hollywood como Hans Zimmerman (Batman), James Howard Newton (The
Village), el argentino Gustavo Santaolalla (Babel), Vangelis (Blade
Runner), Howard Shore (The Lords of
the Rings), figuran entre los nuevos clásicos, que algunos padres utilizan para
ir acostumbrando el oído de sus hijos, antes de introducirlos a Mahler o
Jannisek, logrando la conexión sin mucho esfuerzo.
Para toda una generación
de mi edad, fue gracias a Stanley Kubrick, en su película La
Naranja Mecánica, que Beethoven significó algo más que un exaltado
disco, o por la generosa introducción de Francis Ford Coppola, con su film Apocalisis
Now, que La Cabalgata de las
Valquirias, de Richard Wagner, entró en nuestra cultura desde un helicóptero
artillado en Vietnam. Por cierto, como nota curiosa, el padre de Coppola (abuelo
de Sofía), fue primer flautista de la orquesta de Toscanini.
De ese gran movimiento de música para películas nacen
diversas tecnologías que terminarían por incidir de manera importante en la manera
como escuchamos música hoy; las marcas Dolby, TXH Sensorround, son parte de ese
desarrollo que ha impactado, incluso, nuestros hogares; las necesidades de
profundidad, de realismo en los efectos especiales, de “sentir” la música en su
clímax, hicieron posible, por decisiones de directores como George Lucas y
Steven Spielberg, la incorporación de nuevas líneas de desarrollo exclusivas
para el cine al mundo de la música clásica.
Grandes compositores contemporáneos, de la talla de
Phillip Glass (The Hours), Michael
Nyman (The Piano), Tan Dum (Crouching Tiger, Hidden Dragon), John
Corigliano (The Red Violin), Rachel
Portman (Emma) están trabajando en
una nueva forma musical, tratando de capturar, en muy poco tiempo (la escencia de una película), memorias
colectivas que se harán inmortales, y no dudamos que en el futuro, serán
consideradas como la nueva música clásica - saulgodoy@gmail.com
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