viernes, 2 de mayo de 2014

Música de películas



La música clásica se mudó para el cine, donde está el dinero que puede pagar el talento de los mejores músicos académicos del orbe; es en Hollywood donde hacen vida los mejores arreglistas, conductores, productores, músicos, compositores, vocalistas e instrumentistas, la nueva música clásica se hace ahora en los estudios de sonido más avanzados, con la mejor tecnología de punta, también se genera en estudios de sonido como Pinewood y Abbey Road en Inglaterra, Sonny, Disney y Skywalker en California, Ghibli en Japón, con los más avanzados programas de edición digital, en manos de técnicos cibernéticos que parecen salidos de la NASA; estudios para orquestas llenos de los más finos, extraños y costosos instrumentos musicales del mundo, con enormes pantallas para sincronizar imagen y sonido a la milésima de segundo. 
La música clásica esta “vivita y coleando”, con una vitalidad como nunca antes la hemos experimentado en los estudios de películas y series de televisión en USA, Europa, Rusia y algunos de los países con mayor producción audiovisual, incluyendo a la India. Como dice mi hermano Hilario, un reputado ingeniero de sonido en estos lares- el sonido es la mitad de la película.
Y lo que estoy escuchando es, sencillamente, maravilloso y sublime; la música de películas, o soundtracks, recogió ese mundo disperso de grandes genios de la música clásica y los congregó en Hollywood, y quiero que se entienda bien, el negocio del entretenimiento tiene en  la industria cinematográfica el sumun de todas las artes visuales de la humanidad, y la música, el score, es vital para estas costosas obras, por lo que los productores no se miden en el gasto por una buena música incidental cuya partitura termine siendo parte del repertorio de los conciertos dominicales de las orquestas sinfónicas en el mundo, o por un tema central que llegue a las listas de los éxitos más vendidos, para reforzar las taquillas, o que haga de ese compact disk de la serie televisiva un “tengo que tenerlo”, para escucharlo en el auto; el soundtrack de la película Titanic o de la serie de T.V., Dr. House, son claros ejemplos de lo que digo (aunque se trate de música más popular que clásica).
Y es que el negocio de las películas empezó a tomar en serio a sus subsidiarias en música luego que, en los años cincuenta, Elvis Presley moviera millones de dólares con los discos que salían de sus films; pero fue en 1966, con el éxito arrollador del disco de la película A Hard Day’s Night, de los Beatles, cuando se vendió cuatro veces el costo del rodaje, que el negocio de los sountracks fue definitivamente consolidado.
El paso del músico clásico al cine empezó a darse en la Europa de antes de la Segunda Guerra Mundial, y con el conflicto en pleno apogeo, se produjo la migración hacia USA de compositores europeos que produjeron los grandes clásicos, como Miklós Rózsa, Bernard Herrmann, Nino Rota o Ennio Morricone para mencionar sólo algunos.
El historiador de la música para películas, el profesor de la Universidad de Michigan James Weirzbicky, opina que fue a raíz de la primera versión sonora de King Kong, en 1933, cuando Max Steiner, trabajando para los estudios RKO, introdujo la música de corte clásico en las películas.
Pero el trabajo de la música para películas es una especialidad, restringida a las necesidades de directores y productores, atenidos a una línea argumental preestablecida; ellos, constreñidos por el arnés del tiempo de las escenas, o bien buscan la construcción de ambientes, exploran las emociones de los personajes, apoyan las transiciones, exaltan los ritmos de la acción, o manipulan los sentimientos de la audiencia. Así, la música y la imagen se hacen uno solo, conformando una expresión artística de extraordinario poder y alcance, logrando, en algunos casos, verdaderas obras maestras.
Dos variantes se desprenden de la música para películas: o se usa una música (o canción) por lo general del género popular o clásico, que ya existe, o se crea una especialmente para la escena.
Millones son las personas que escuchan este tipo de música, buena parte de ellos ni siquiera se dan cuenta que existe el score; cuando está bien hecho, la perciben como un todo en la oscuridad de las salas de cine o en la comodidad de sus cuartos de televisión en el hogar, pero está allí y si la vuelven a escuchar, reviven la experiencia del espectáculo presenciado; su poder de penetración es inmenso y, en opinión de algunos estudiosos, educan al gran público en las complejas estructuras de la música clásica, que ha sido una de las razones por las que el género se ha revitalizado.
Jack Sullivan, en un excelente artículo para la revista Symphony, alega que la música de películas está creando un puente entre los estudios y las salas de conciertos de todo el mundo, y ya no es extraño encontrar el tema de La Guerra de las Galaxias, de John Williams, en los programas de música clásica o que se realicen extractos de música para películas, ejecutados por las orquestas para el beneplácito de la audiencia.
Pero aquí tenemos un problema y es que las orquestas sinfónicas, en su afán por conseguir público y recursos, abusan de la “variedad”, descuidando su verdadera naturaleza y convirtiendo los conciertos más en espectáculos circenses y presentación de “fenómenos” que en el trabajo orquestal clásico, han producido una deserción de su público formal, disminuyendo su imagen como entidad cultural.
La música para películas, en su formato clásico, no es música clásica, pero se le parece mucho, y en algunas luminosas ocasiones hasta pasa por música clásica. El formato para películas tiene unos objetivos específicos, unas técnicas y unas limitaciones propias de su ambiente, y como la música de la ópera, en algún momento será considerada como parte del repertorio clásico o de música académica.
Los nuevos compositores de Hollywood como Hans Zimmerman (Batman), James Howard Newton (The Village), el argentino Gustavo Santaolalla (Babel), Vangelis (Blade Runner), Howard Shore (The Lords of the Rings), figuran entre los nuevos clásicos, que algunos padres utilizan para ir acostumbrando el oído de sus hijos, antes de introducirlos a Mahler o Jannisek, logrando la conexión sin mucho esfuerzo.
Para toda una generación  de mi edad, fue gracias a Stanley Kubrick, en su película La Naranja Mecánica, que Beethoven significó algo más que un exaltado disco, o por la generosa introducción de Francis Ford Coppola, con su film Apocalisis Now, que La Cabalgata de las Valquirias, de Richard Wagner, entró en nuestra cultura desde un helicóptero artillado en Vietnam. Por cierto, como nota curiosa, el padre de Coppola (abuelo de Sofía), fue primer flautista de la orquesta de Toscanini.
De ese gran movimiento de música para películas nacen diversas tecnologías que terminarían por incidir de manera importante en la manera como escuchamos música hoy; las marcas Dolby, TXH Sensorround, son parte de ese desarrollo que ha impactado, incluso, nuestros hogares; las necesidades de profundidad, de realismo en los efectos especiales, de “sentir” la música en su clímax, hicieron posible, por decisiones de directores como George Lucas y Steven Spielberg, la incorporación de nuevas líneas de desarrollo exclusivas para el cine al mundo de la música clásica.
Grandes compositores contemporáneos, de la talla de Phillip Glass (The Hours), Michael Nyman (The Piano), Tan Dum (Crouching Tiger, Hidden Dragon), John Corigliano (The Red Violin), Rachel Portman (Emma) están trabajando en una nueva forma musical, tratando de capturar, en muy poco tiempo  (la escencia de una película), memorias colectivas que se harán inmortales, y no dudamos que en el futuro, serán consideradas como la nueva música clásica - saulgodoy@gmail.com






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