Si
hay una característica que identificará al chavismo, como movimiento
sociopolítico en la historia, es la crueldad, entendida ésta como:
“Indiferencia al sufrimiento y placer en infringirlo”; esta crueldad se caracteriza
por el innecesario sufrimiento que le propinan a sus víctimas, muy
especialmente al momento de castigar, cuando se solazan en penas excesivas y
particularmente dolorosas, no sólo para el agraviado sino para sus familiares.
El
chavismo se siente a gusto imponiendo penas, medidas coercitivas,
restricciones, multas, castigos, medidas ejemplarizantes, torturas, esperas
agónicas, procesos kafkianos particularmente injustos, les gusta humillar,
insultar, tienen una especial afición por la amenaza y la degradación de la
víctima o del contrario, y lo hace con arrogancia, asumiendo una autoridad
punitiva que raya en el sadismo. Sin duda, se trata de un comportamiento
inusual y salvaje que apunta hacia una grave y profunda patología.
Lo
peor de este comportamiento es que tratan de ocultarlo, más bien disimularlo,
bajo pretensiones humanitarias, razones históricas, de revancha y hasta de amor
cristiano.
Se
trata de una crueldad que domina su visión del mundo, no pueden hablar de
política o de cultura sin que esté presente, de manera protagónica o solapada,
el tema de la violencia institucional, la coerción estatista o esa visión
personal del revolucionario “pacífico pero armado”.
La
guerra, el conflicto, la confrontación permanente tienen una presencia perenne en
sus discursos, pareciera que se trata de funcionarios en un estado permanente
de inseguridad personal, rodeados de guardaespaldas, de anillos de seguridad,
se intuye en sus maneras y comportamientos que esperan el desconocimiento de su
autoridad, en cualquier momento y por quien fuera, aún en su entorno de
confianza se manejan con el temor de que alguien está conspirando contra ellos
y necesitan de afianzar su sentido de autoridad castigando a alguien,
insultándolo o manejándose de manera agresiva.
Siendo
la mayoría de sus adeptos militares, no es extraño encontrar ese elemento de
resentimiento propio de los hombres-victima, sometidos a procesos
disciplinarios y sujetos a jerarquías de mando, acostumbrados a mandar y que se
les obedezca, a imponer su voluntad sobre subordinados a quienes pueden
castigar a voluntad.
Pero
es sobre todo la ideología a la que sirven, la causante principal del
desbordamiento de crueldad, la doctrina comunista tiene un espíritu
absolutamente revanchista y clasista, que promete a los revolucionarios la
oportunidad de destruir a sus verdaderos enemigos: los burgueses y sus
colaboradores; según ese catecismo del odio, sus opresores, el sistema
capitalista, que han hecho de ellos unos alienados y esclavos por mucho tiempo,
no sólo son los culpables de todas sus penurias, injusticias y oportunidades
perdidas, sino los causantes de ese odio inmemorial e histórico que ahora,
convertido en poder, va a juzgarlos, condenarlos y ejecutarlos.
La
violencia que justifica el comunismo contra quien piensa diferente es, en su
criterio, la justicia necesaria sobre la que se fundará el nuevo orden y donde
vivirá el nuevo hombre. Para llegar a
ese punto sagrado de pureza y bondad, hay que exterminar todo vestigio del
pasado explotador, al que no se le reconoce atisbo de humanidad, construir
sobre las ruinas del viejo mundo el paraíso en la tierra, un paraíso sin
clases, sin estado, basado en la solidaridad, donde cada uno reciba de acuerdo
a sus necesidades en perfecta armonía.
Esa
ilusa utopía se sostiene en un mar de sangre, odio y sufrimiento; para los
revolucionarios comunistas la venganza es el primer paso, por lo que la espada
debe llenarse de sangre. En este sentido, no hay crimen si la víctima es un
anticomunista, todo aquel que impida el avance de la revolución debe
desaparecer.
Esta
manera de pensar es la que ha justificado la operación demoledora de los campos
de concentración y de exterminio industrial, los grandes pogromos y limpiezas
étnicas, las fosas comunes para los fascistas, los paredones y calabozos de
tortura para los extremistas de la derecha, las hambrunas, los gulags para los
pueblos colaboracionistas de los enemigos de la revolución…
Los
hombres o mujeres ignorantes, pobres y sin posibilidades de ascenso de la
miseria en que viven, ya de por sí tienen un resentimiento contra la sociedad
que, creen, los condenó a tal situación, cómo se podrá prever “el proceso” lo
que hace es multiplicar ese odio que utiliza como argumento y combustible para llegar
al poder, un poder absoluto donde la venganza campea sin temor a la
retaliación, donde se puede cometer el crimen mas abyecto con total impunidad y
hasta lograr felicitaciones y honores por ello… en ese contexto el hombre
embrutecido se convierte en un animal sanguinario y cruel.
Sin
educación y formación moral, que soporten la eventualidad de llegar al poder
político, acicateado por ese credo inhumano del socialismo, el hombre se sumerge
no sólo en la corrupción, sino que es llevado al abuso del poder, estas
personas enfermas del alma tratan de contaminar al resto de la sociedad con esa
visión torcida de la vida, pero lo que es imperdonable es que traten de
adoctrinar a nuestros niños en las escuelas, manipular a estas criaturas
indefensas, al futuro del país con esa basura socialista.
Varias
teorías de la psiquiatría precisan al sadismo por esa necesidad, propia de
personalidades fragmentadas, que buscan la aceptación de los demás (se ataca al
otro con saña al no ser reconocido); para el psiquiatra inglés Christopher
Bollas, detrás de la rabia y el odio hay un gran vacío que se trata de llenar
con sadismo; Ruth Stein, doctora en New York, afirma que el sadismo en las
actuaciones de los terroristas son reflejo del odio hacia ellos mismos… sea cual sea la razón, la crueldad siempre
nace de un sufrimiento mental, de unas condiciones sociopatológicas que llevan
a los individuos a comportarse de manera seductora y cordial hasta alcanzar una
posición de poder, al lograrla sucede el cambio y aflora el temperamento
violento, a esa falta de empatía que los sádicos tienen con sus víctimas.
Estos
comportamientos perversos, sobre todo el hacer sufrir con encono a un
semejante, son conductas que sólo se muestran en el hombre y no en el resto de
los animales; pero es en las dictaduras cuando esos procederes se desatan de las
restricciones morales y legales y se manifiestan en acciones criminales al por
mayor, haciendo daño a los que odian y también a los que dicen que aman, a
extraños y a conocidos.
¿Cómo
explicar, por ejemplo, que funcionarios de un gobierno puedan enviar a jóvenes,
que protestan en las calles y que no son criminales, a cárceles como Tocorón, condenándolos
a convivir con delincuentes de alta peligrosidad y poniendo en riesgo su
integridad física y mental sin que exista sentencia previa? Son hombres y
mujeres que probablemente tienen familia, hijos o hermanos de esa edad… ¿y que
no les tiemple el pulso para hacer algo tan cruel? ¿Qué tipo de vida interna y
familiar pueden tener personas así? O aquellos funcionarios que prohíben enviar
medicinas por correo a familiares, aún teniendo ellos mismos familiares
enfermos, sabiendo lo difícil que es encontrar medicinas en nuestro país; o
aquellos que son capaces de separar a una madre recién dada a luz de su bebé
lactante para enviarla a una cárcel bajo falsos cargos para complacer una
campaña de propaganda institucional… ¿Dónde quedó la humanidad de estas
personas? ¿Qué tipo de ser le dispara a quemarropa en una manifestación a una
muchacha que sabe desarmada y que no le va hacer daño?
Lo
mismo sucede con toda esa gente que siente un placer perverso al levantar su
mano para violar la voluntad popular y despojar a una representante de su
investidura como diputada, agavillados del poder, entre risas, para después felicitarse
entre ellos por esa acción cobarde de abuso… ¿Y qué decir de esas personas que
se jactan de tener a un hombre inocente en la cárcel, por años, enfermo, sin la
menor oportunidad de ser tratado como ser humano, y que además digan que están
haciendo justicia?
Cosas
tan sencillas como prohibir a una familia visitar a un familiar preso el día de
su cumpleaños es un gesto tan cargado de maldad y inquina que quienes lo
promueven parecen carecer de algo humano.
Mi
país se encuentra en manos de una pandilla de sádicos, de corruptos y mentirosos,
que se deleitan en causarle sufrimientos a la población, que nos hacen vivir en
el terror y la inseguridad, en la violación continuada de nuestros derechos
humanos, y con sádicos no se dialoga… a todas esas personas les llegará el
momento en que tendrán que enfrentar las consecuencias de sus actos… algún día,
estoy seguro, sus colaboradores - cómplices
- se sentirán asqueados por haber coadyuvado a montar estos procesos en contra
la dignidad humana. Ese día de la
justicia, seré incapaz de sentir placer o satisfacción; aún cuando recurran a
las lágrimas, pidiendo perdón, sólo me inspirarán el más profundo desprecio.-
saulgodoy@gmail.com
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