Luego
que leí el artículo de Robert Lanza, Una
nueva teoría del universo, publicado en el Chronicle Review, lo único que podía pensar era que si Lanza tenía
razón, sólo lo que veo y experimento por mis sentidos, existe. Que el universo que conozco es una
construcción de mi cerebro, que el tiempo-espacio en que vivimos es una recreación
de nuestro sistema nervioso, que el universo se empieza y acaba conmigo… mi
universo. Fue tan extraña la sensación
que no pude sino pensar en la película The
Matrix.
El
universo, la vida, sólo tiene sentido gracias a como está conformada la materia
en mi cuerpo que hace posible la conciencia, una conciencia que se vale de
trucos, de ilusiones para presentarnos un punto de vista, el nuestro, de lo que
sucede allá afuera, lo que sucede dentro de nuestras cabezas.
Bajo
estas premisas debe ser que una de nuestras más inefables mujeres públicas dijo
que la inseguridad en Venezuela era una sensación, una cuestión de percepción,
no de realidad.
Lo
que percibimos está tan condicionado por nuestras capacidades (nuestro
“cableado”, como dice Lanza) y una buena parte del universo a nuestro alrededor
no lo podemos procesar; lo cual es bueno, pues nos sirve para poder sobrevivir
sin desquiciarnos. Nuestros cuerpos y
mentes nos engañan, al hacernos creer que el tiempo pasa, que el espacio está
allí para que lo recorramos, eso es lo que sentimos, pero tiempo y espacio son
vislumbrados por la física como algo muy diferente.
Todo
lo que vemos, escuchamos y sentimos es una puesta en escena de nuestra propia
percepción que, en el fondo, es el mismo universo tratando de reconocerse a sí
mismo a través de nuestros ojos, de ver y asombrarse de su (nuestra) capacidad
de creación.
El
universo tiene sentido en el momento que nosotros le damos sentido, en el
instante que lo experimentamos; de resto, no tenemos la menor idea de cómo es,
ni lo sabremos jamás; para todos los efectos, nuestra vida transcurre
simultánea y paralelamente a otras muchas manifestaciones de la energía y la
materia, pero sólo podemos captar la nuestra y, al interrelacionarnos con otros
igual que nosotros, con un sistema de percepción parecido al nuestro,
compartimos esa experiencia de un universo común; entre otros epifenómenos resultantes
de esa interacción, nos damos “vida” como seres individuales y autónomos.
Cuando
veo a mi novia, existe, cuando ella me ve, existo, de resto, somos para los
otros y nosotros, simples posibilidades estadísticas, como ellos lo son para mí
cuando nos los percibo.
Emerson,
el gran filósofo Norteamericano, se preguntó en algún momento si nuestros ojos
no podrían estar creando todo lo que veíamos, que “allá afuera” no había nada.
Todas
esas complejas teorías que nuestros grandes científicos adelantan sobre el
mundo objetivo, sobre el universo exterior, no pasan de ser creaciones humanas,
es el humano el que observa y echa el cuento, es lo que percibe y cómo lo percibe
lo que lo hace decir esta madera está dura y existe; tal vez por ello el Talmud
nos indica: “Las cosas no se ven como son… se ven como somos”.
¿Tiene
el mundo físico algún sentido si no es percibido? La respuesta para Lanza es “no”.
El
mundo es mucho más bizarro de lo que nos atrevemos suponer, y parece ser que
Einstein, entre otros muchos, se dio cuenta de ello. Cuando su mejor amigo, Besso, muere, dijo: “Ahora, se ha ido de este mundo extraño un
poco antes que yo. Eso no significa
mucho para gente como nosotros que sabemos que el pasado, el presente y el
futuro son una persistente ilusión”.
Lanza
nos explica que, para Einstein, la vida de cada uno de nosotros, desde que
fuimos concebidos hasta nuestra desintegración, ya existía, siempre ha
existido, siempre existirá; experimentamos nuestra vida por partes, como la
aguja de un tocadiscos reproduce una canción de un disco de vinil, nuestro
cuerpo es esa aguja, sólo que no podemos levantarla para echar para atrás y escuchar
lo que ya oímos o lo que vendrá, estamos obligados a escuchar la canción en un
continuo espacio-tiempo, es la naturaleza de la aguja, no la del disco, ni la
de las canciones contenidas en el disco.
Los
físicos saben que el tiempo es una dimensión algo más complicada que los
simples ritmos de nuestros relojes para medir eventos, en sus fórmulas
matemáticas se vislumbra algo que nada tiene que ver con lo que nosotros
llamamos “tiempo”, una condición que únicamente existe en los animales, en
nosotros. Y si la realidad depende del observador, pues parece ser que, al
igual que en el mundo cuántico, el solo hecho de observar cambia la naturaleza
de las cosas y los eventos; todo lo que acaece y nos sucede tiene mucho de
nosotros, por ello es posible, y de hecho sucede, que nuestra actitud hacia lo
observado lo cambie, lo modifique.
Nuestro
genoma tiene base en el carbono, y todos los que compartimos este genoma (todos
los animales que existimos en el planeta Tierra) estamos atrapados en esa
geometría de la existencia que genera ese modo de percibir, que es lo que le da
forma y consistencia a nuestra realidad. Lo que nos plantea Lanza es importante, el
universo “revienta” a la existencia gracias a la vida, no al revés, como nos
han enseñado.
Cada
uno de nosotros genera una burbuja de existencia donde existe un universo
personal y compartir esos universos es, quizás, lo más importante que le pueda
suceder a un ser humano durante su existencia. – saulgodoy@gmail.com
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