domingo, 18 de mayo de 2014

El universo de los animales



Luego que leí el artículo de Robert Lanza, Una nueva teoría del universo, publicado en el Chronicle Review, lo único que podía pensar era que si Lanza tenía razón, sólo lo que veo y experimento por mis sentidos, existe.  Que el universo que conozco es una construcción de mi cerebro, que el tiempo-espacio en que vivimos es una recreación de nuestro sistema nervioso, que el universo se empieza y acaba conmigo… mi universo.  Fue tan extraña la sensación que no pude sino pensar en la película The Matrix.  
El universo, la vida, sólo tiene sentido gracias a como está conformada la materia en mi cuerpo que hace posible la conciencia, una conciencia que se vale de trucos, de ilusiones para presentarnos un punto de vista, el nuestro, de lo que sucede allá afuera, lo que sucede dentro de nuestras cabezas.
Bajo estas premisas debe ser que una de nuestras más inefables mujeres públicas dijo que la inseguridad en Venezuela era una sensación, una cuestión de percepción, no de realidad.
Lo que percibimos está tan condicionado por nuestras capacidades (nuestro “cableado”, como dice Lanza) y una buena parte del universo a nuestro alrededor no lo podemos procesar; lo cual es bueno, pues nos sirve para poder sobrevivir sin desquiciarnos.  Nuestros cuerpos y mentes nos engañan, al hacernos creer que el tiempo pasa, que el espacio está allí para que lo recorramos, eso es lo que sentimos, pero tiempo y espacio son vislumbrados por la física como algo muy diferente.
Todo lo que vemos, escuchamos y sentimos es una puesta en escena de nuestra propia percepción que, en el fondo, es el mismo universo tratando de reconocerse a sí mismo a través de nuestros ojos, de ver y asombrarse de su (nuestra) capacidad de creación.
El universo tiene sentido en el momento que nosotros le damos sentido, en el instante que lo experimentamos; de resto, no tenemos la menor idea de cómo es, ni lo sabremos jamás; para todos los efectos, nuestra vida transcurre simultánea y paralelamente a otras muchas manifestaciones de la energía y la materia, pero sólo podemos captar la nuestra y, al interrelacionarnos con otros igual que nosotros, con un sistema de percepción parecido al nuestro, compartimos esa experiencia de un universo común; entre otros epifenómenos resultantes de esa interacción, nos damos “vida” como seres individuales y autónomos.  
Cuando veo a mi novia, existe, cuando ella me ve, existo, de resto, somos para los otros y nosotros, simples posibilidades estadísticas, como ellos lo son para mí cuando nos los percibo.
Emerson, el gran filósofo Norteamericano, se preguntó en algún momento si nuestros ojos no podrían estar creando todo lo que veíamos, que “allá afuera” no había nada.
Todas esas complejas teorías que nuestros grandes científicos adelantan sobre el mundo objetivo, sobre el universo exterior, no pasan de ser creaciones humanas, es el humano el que observa y echa el cuento, es lo que percibe y cómo lo percibe lo que lo hace decir esta madera está dura y existe; tal vez por ello el Talmud nos indica: “Las cosas no se ven como son… se ven como somos”.
¿Tiene el mundo físico algún sentido si no es percibido? La respuesta para Lanza es “no”.
El mundo es mucho más bizarro de lo que nos atrevemos suponer, y parece ser que Einstein, entre otros muchos, se dio cuenta de ello.  Cuando su mejor amigo, Besso, muere, dijo: “Ahora, se ha ido de este mundo extraño un poco antes que yo.  Eso no significa mucho para gente como nosotros que sabemos que el pasado, el presente y el futuro son una persistente ilusión”.
Lanza nos explica que, para Einstein, la vida de cada uno de nosotros, desde que fuimos concebidos hasta nuestra desintegración, ya existía, siempre ha existido, siempre existirá; experimentamos nuestra vida por partes, como la aguja de un tocadiscos reproduce una canción de un disco de vinil, nuestro cuerpo es esa aguja, sólo que no podemos levantarla para echar para atrás y escuchar lo que ya oímos o lo que vendrá, estamos obligados a escuchar la canción en un continuo espacio-tiempo, es la naturaleza de la aguja, no la del disco, ni la de las canciones contenidas en el disco.
Los físicos saben que el tiempo es una dimensión algo más complicada que los simples ritmos de nuestros relojes para medir eventos, en sus fórmulas matemáticas se vislumbra algo que nada tiene que ver con lo que nosotros llamamos “tiempo”, una condición que únicamente existe en los animales, en nosotros. Y si la realidad depende del observador, pues parece ser que, al igual que en el mundo cuántico, el solo hecho de observar cambia la naturaleza de las cosas y los eventos; todo lo que acaece y nos sucede tiene mucho de nosotros, por ello es posible, y de hecho sucede, que nuestra actitud hacia lo observado lo cambie, lo modifique.
Nuestro genoma tiene base en el carbono, y todos los que compartimos este genoma (todos los animales que existimos en el planeta Tierra) estamos atrapados en esa geometría de la existencia que genera ese modo de percibir, que es lo que le da forma y consistencia a nuestra realidad.  Lo que nos plantea Lanza es importante, el universo “revienta” a la existencia gracias a la vida, no al revés, como nos han enseñado. 
Cada uno de nosotros genera una burbuja de existencia donde existe un universo personal y compartir esos universos es, quizás, lo más importante que le pueda suceder a un ser humano durante su existencia. – saulgodoy@gmail.com



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