Cuando
desde nuestra realidad y momento tratamos de comprender a “los modernos”, a
aquellos pioneros del arte que en Europa irrumpieron con arriesgadas
propuestas, con planteamientos y filosofías que rompían con la tradición de su
tiempo, en los albores del siglo XX, probablemente no caemos en cuenta de su
originalidad y revolucionarias posturas, porque los estamos mirando desde una
época donde “ser moderno” es lo normal y hasta lo tradicional. Todas esas maneras
de ver el arte, esas obras esplendorosas ya no tienen ese filo cortante de la
experimentación y que son esencia de nuestra cultura y del paisaje, más aún si
admitimos que formamos parte de una postmodernidad, que critica de manera
rotunda las bases de la modernidad y la deconstruye.
Estar
en la punta de la innovación, ser parte del avant-garde,
descubrir nuevos lenguajes, códigos, perspectivas, formas, visiones, medios y
mensajes fue un acto heroico de transgresión en los tempranos años veinte, fue un
trabajo prometeico tratar de superar el academicismo, el arte de salón, el
canon que subyugaba y pesaba; tomó no sólo valor, sino hacerse impermeable al
ridículo y a las acusaciones de decadencia.
El
futurismo, el cubismo, el surrealismo, el expresionismo fueron algunas de esas sorprendentes
fascetas que marcaron el presente de manera definitiva, aunque no nos demos
cuenta de ello por ser parte de nuestra cotidianidad, pero volver la vista atrás
y ver esos artistas en su lucha con sus demonios es una experiencia épica y
gratificante, por decir lo menos.
Ese
fue el caso del escritor de origen suizo Frederic Louis Sauser, vástago de una familia de
relojeros, quien luego se hizo ciudadano francés (su obra está toda escrita en
francés) y se puso como seudónimo Blaises Cendrars (“brazas y cenizas”, si nos
atenemos a una traducción libre), con el cual se inmortalizó.
Tratemos de imaginar este episodio: Cendrars se escapó de
su casa en su juventud y se fue a Rusia, donde trabajó como joyero en San
Petesburgo, vivió la revolución como pocos occidentales pudieron, fue amigo de
importantes anarquistas y se codeó con intelectuales y artistas.
Su impacto
en la escena parisina
En 1912 estaba de vuelta en París y publicaba sus poemas
de New York, Pâkes à New York, ciudad
en la que estuvo viviendo en la extrema pobreza y componiendo sus poemas
tempranos, una pasantía de pocos meses que abarcó la Semana Santa de ese año (Eastern) y que, según sus palabras, fue
muy productiva, la mayor parte del tiempo encerrado en la biblioteca pública
central, leyendo, o escuchando oratorios en las iglesias en Manhattan, o
haciendo cola para disfrutar de una comida caliente en un hospicio para
vagabundos, pero principalmente escribiendo entre las tormentas de nieve y los
desvaríos producidos por el hambre. Eran tiempos en que un pasaje en un barco
forrajero, entre Francia y USA, costaba 25 francos y algunos centavos.
Entre esos poemas, que venía puliendo y perfeccionando,
se encontraba uno de los más ambiciosos, el largo escrito La prose du Transibérien et de la petite Jeanne de
France,
donde
narra, con un lenguaje novedoso y fantástico, la crónica de un viaje al corazón
de Rusia, de Moscú a la Manchuria, acompañado de una joven francesa, una
prostituta de Montmatre; es a su vez un canto al vasto escenario natural que
recorría y un lamento, durante la Revolución de 1905 y la guerra Ruso-Japonesa
que asoló la ruta por donde viajaba, con escenas de la guerra y las penurias de
la gente común que observaba, con sus vidas trastocadas por eventos que no
estaban bajo su control.
Aproximándonos
a Mongolia
Que
bramaba como un incendio.
El
tren había aminorado su marcha
Y yo
percibía en el chirrido perpetuo de las ruedas
Los
acentos histéricos y los llantos de una eterna liturgia
He
visto
He
visto los trenes silenciosos los trenes negros que volvían
/del
Extremo Oriente y pasaban fantasmales
Y mi
ojo, como el fanal de cola,
Corre
todavía en pos de esos trenes
En
Talga 100.000 heridos agonizaban por falta de asistencias
He
visitado los hospitales de Krasnoiarsk
Y en
Khilok nos hemos cruzado con un largo convoy de soldados locos
He
visto en los lazaretos úlceras abiertas heridas que sangraban a borbotones
Y
los miembros amputados bailaban alrededor o echaban a volar
/por
el aire ronco
El
incendio estaba en todas las caras y en todos los corazones
Dedos
idiotas tamborileaban sobre todos los cristales
Y
bajo la presión del miedo las miradas reventaban como abscesos
En
todas las estaciones prendían fuego a todos los coches del tren
Lo he visto
Cendrars,
con la ayuda de la pintora abstracta, de origen ruso, Sonia Delaunay-Terk,
imprimió en un pliego de dos metros de largo el poema, estampado en tipos
diversos y en líneas irregulares, acompañado de los dibujos y colores básicos
de Delaunay a un lado del texto, que seguía la ruta detallada del tren
transiberiano, hasta terminar con un dibujo infantil de la Torre Eiffel; el
pliego se doblaba por la mitad y luego se plisaba, como si se tratara de un
acordeón.
Este
experimento de múltiples focos y medios, al mismo tiempo que impresiones
simultáneas de escenas y aplicando otros conceptos modernistas, enloqueció la
escena parisina, su lectura resultaba un evento y era escuchado por un público
ávido de experiencias nuevas, tal como sucedió en la exposición de Montjoie, el
24 de Febrero de 1914 en Paris, cuando Madame Lucy Wilhelm se puso de pie sobre
una escalera para empezar a leer desde el techo, luego se hincó de rodillas,
cercana al piso, para terminar sentada ante el fascinado público.
La cacofonía surrealista y el apoyo
en lo visual
Jeanne
Jeannette Ninette La De Los Dos Limones niní ninón
Cariño
miamor minovia mipotosí
Dodó
dondón
Chupa
mi bombón
Corazoncito
querido
Gallinita
Cabrita
adorada
Mi
pecadito
Cuclillo
Coñito
Ya duerme
Era
la primera obra literaria reconocida como surrealista, de una particular
cacofonía, elaborada en un lenguaje cuasi cinematográfico, de montajes de
escenas rápidas con gran fuerza emocional, muy cercanas a la descripción de las
alucinaciones. Algunos expertos afirman que fue Valery Larbaud el primer gran
poeta del modernismo, otros apuntan a Mallarmé como el primer gran escritor
modernista, otros le dan el honor al futurista italiano Marinetti… yo, en cambio,
comparto la opinión de quienes le otorgan el laurel a Blaises.
De
ese poema se imprimió un tiraje de 150 ejemplares, numerados y firmados, y se le
promocionó diciendo que, si todos los ejemplares se extendieran uno tras otros,
alcanzarían la altura de la Torre Eiffel; lamentablemente, la gran mayoría de
estas preciosas publicaciones se perdieron, las pocas que quedan alcanzan hoy valores
astronómicos en las subastas o son expuestas en los más reconocidos museos del
mundo, como paradigma del arte de la época.
La amistad con Gustave Le Rouge
Uno
de los autores favoritos de Cendrars fue Gustave Le Rouge, un escritor de poca
monta que hacía libros para los kioskos de revistas populares, un hombre
versado, como Cerdras, en cultos esotéricos y cuyas novelas tenían títulos como
El prisionero del planeta Marte y La Guerra de los Vampiros; también
publicaba libros de autoayuda con nombres sugestivos, Como expresar sus sentimientos con estampillas o 100 maneras de preparar recetas con restos
de comidas… el asunto es que el investigador Christian Kupchik, en su
fabuloso ensayo Blaise Cendrars, el hombre que fue cenizas, narra cómo conoció a Le Rouge, lo que transcribo
tal cual: “En L´Homme
Foudroyé, una peculiar obra en prosa de 1945, Cendrars relata su primer
encuentro con Gustave Le Rouge. Fue en 1907, cuando el poeta trabajaba en
Meldois como apicultor. El tiempo libre que le dejaban las abejas, lo dedicaba
a cortejar a Antoinette, una bella jovencita hija de un buzo del lugar. Como el
cortejo se complicaba cada vez que el celoso padre emergía del agua, Cendrars
le ofrecía a la muchacha dar un paseo en auto junto a un viejo chatarrero de la
zona, el padre François.
En una
ocasión, el auto se descompuso y François intentó arreglarlo con ayuda de un
látigo, improperios y escupiendo tabaco. La escena fue presenciada por Le
Rouge, quien de inmediato invitó a esas extrañas figuras a su casa. Allí
pudieron encontrar a Marthe, la primera esposa de Le Rouge, una mujer de rostro
deforme a decir de Cendrars, “como si hubiese sido partido al medio por una
tralla”. No hizo falta demasiado para que Le Rouge y Cendrars se hicieran muy
buenos amigos, y también sus mujeres congeniaron de inmediato. Sólo que fueron
demasiado lejos. Marthe sedujo a Antoinette y ambas huyeron con destino
incierto. Además de la desilusión de los
dos hombres, otras catástrofes sucumbieron en la casa: el tucán de Le Rouge
también se fugó, los peces dorados aparecieron muertos en el estanque y el
jardín, en un par de días, se convirtió en un páramo.
Por pura
casualidad, en 1910, Cendrars volvió a encontrar a las dos mujeres. Fue en un
cabaret de Londres donde actuaba un cómico pequeñito y algo grotesco que tenía
capturada a la concurrencia: Charles Chaplin. Se dice incluso que llegó a
compartir con él un barato cuarto de pensión. Las chicas, en tanto, estaban a
cargo de un número sadomasoquista que ejecutaban con un látigo de siete colas.
Analizar qué hay de cierto o no en esta anécdota autobiográfica de Cendrars
resultaría una tarea inútil. Casi todos los episodios de su vida resultan tan
inverosímiles, que realidad y ficción acaban por pertenecer a un mismo reino.”
Un hombre cosmopolita
En
1914 se inicia la guerra en contra de Alemania y Cendrars se enrola en la
Legión Francesa como voluntario, es enviado al frente y al poco tiempo pierde
su brazo derecho en la acción. Lo que
hubiera podido ser un freno a la vida de un artista (Cendrars era diestro) y
sobre todo para un escritor, se convierte en un estímulo que transforma su vida
en una aventura que dejaría sin aliento a muchos personajes de ficción.
Antes
de su herida de guerra, el joven Cendrars era un artista reconocido en el mundo
literario de Europa, había vivido en Italia, Rusia, en los Estados Unidos, viajado
a China y Persia (se ganaba el viaje de diversas maneras, entre ellas, paleando
carbón en los trenes) , hablaba con fluidez seis lenguas, era un buen pianista
(tocaba para animar las películas mudas en los teatros) y un nada despreciable
Chef; fue amigo y maestro, dicen algunos críticos, de Apollinaire, quien quedó
muy impresionado por Pâkes
à New York, era compañero de farra de Chagal y
Piccaso por los bares y cafés de París, publicó artículos de crítica de arte en
la prestigiosa revista berlinesa editada por Herwath Walden, Der Sturm, quien fue el organizador del
último gran salón de pintura antes de la Primera Guerra Mundial, la famosa
exposición Herbst, una impresionante
colectiva donde participaron, entre otros, Marc Chagall, Umberto Boccioni,
Natalya Goncharova, Oskar Kokoschka, Piet Mondrian, Paul Klee y Wassily Kandinsky.
Blaises Cendrars escribiría de su experiencia de la guerra:
“La guerra me ha salvado la vida. Esto
suena paradójico, pero cien veces me he dicho que si hubiera continuado
viviendo entre esa gente (los artistas bohemios y radicales de
Montparnnase) me hubiera reventado”.
La atracción de la pantalla grande
Fascinado
por el cine, Cendrars reaprende a escribir con la mano izquierda, haciendo
guiones; participa, con el director Abel Gance, en la producción del film J’accuse, para luego ser nombrado su
asistente de dirección en La Rue
(1920); publica en esa época su libro L’ABC
du Cinéma, para quien el joven realizador Jean Epstein tendrá palabras de
elogio.
Viaja
a Italia para tratar de llevar a la pantalla su guión La Virgen Negra, pero por más de un año lo que encuentra son
tropiezos, con el financiamiento, con la producción, con el vestuario, se le
muere de pronto su estrella principal, tiene problemas con el estudio y, para
colmo, con la llegada de Mussolini al poder, por lo que decide regresar a
París.
El interés por las culturas
primitivas
Ya
para ese momento ha descubierto la poesía africana y se ha convertido en un
extraordinario investigador y traductor de cuentos, leyendas y poesía del
continente negro; dedica su tiempo libre a explorar bibliotecas especializadas
en el tema, tanto privadas como en universidades, sus fichas bibliográficas reflejan
un trabajo exhaustivo y detallado; como nota curiosa, el único libro del autor,
traducido del francés al español, que pude encontrar en Venezuela, es
justamente una antología suya de cuentos africanos, publicada por una editorial
del estado venezolano.
Ese
interés en las culturas primitivas tiene que ver con una de las inquietudes de
los modernistas, que persigue encontrar formas de expresión más directas y
menos mediatizadas por la civilización, ese lenguaje concreto que, basado en cosmovisiones
mágicas, le permite a la poesía y al arte pictórico fluir con más naturalidad, es
un esfuerzo que Picasso también exploró por largo tiempo.
Con Brasil, el gigante seductor, a
sus pies
Los
años veinte habían convertido a París en un fuerte polo de atracción, no sólo
de artistas sino también de millonarios, empresarios y políticos que, buscando
la vida glamorosa y de lujos que ésta ofrecía, se instalaban a las orillas del
Sena; no había familia de medios en América que no tuviera planes de viajar por
vacaciones, estudios o negocios a la Ciudad Luz, donde alquilaban suntuosas
villas o vistosos palacios, entre ellos Paulo Prado, el Rey del café brasileño,
quien conoce a Cendrars por intermedio de los artistas Oswald de Andrade y su
esposa, la pintora Tarsila de Amaral; con ellos comienza su periplo por América
del Sur (1923).
Cerdrars
fue parte del dinámico e interesante movimiento modernista brasileño, que
arrancó muy temprano, en 1917 con la exposición en Sao Paulo de la artista
cubista Anita Malfatti , y que explotó prácticamente con la exhibición de
Tarsila de Amaral, que tuvo lugar en el Hotel Palace de Río de Janeiro. Fue el
modernismo un movimiento de tal fuerza e importancia que estremeció los
cimientos de la intelectualidad brasileña, que llegó a preguntarse sobre la
naturaleza de su nacionalidad, y alentó inquietudes
sobre el mestizaje, la presencia del negro y del indio en la cultura; las
principales revistas y periódicos de Brasil le dieron cancha a esas discusiones,
que contraponían el pasado y el futuro de la nación.
Figuras
como la de los hermanos Andrade, Graça Aranha, Sergio Buarque de Hollanda,
Olavo Bilac se enfrascaron en profundos altercados sobre lengua, cultura y
tradición, de estos manifiestos y congresos nacieron nuevas formas de música,
de arquitectura, de escultura… Brasil vivía un efervescente momento creativo,
que fue una de las razones por la que Cendrars fue recibido como una deidad
para el movimiento modernista.
Una
anécdota, la primera vez que desembarca en el Brasil las autoridades aduanales
no querían permitirle la entrada, pues las leyes expresamente prohibían la
entrada al país de hombres con un solo brazo, por lo que sus amigos tuvieron
que moverse para conseguirle el visado y el episodio fue considerado como de
buen augurio para el movimiento modernista.
Venezuela en su mundo
Durante
los próximos seis años Cendrars entraría y saldría de América del Sur en varios
momentos, haría documentales para el cine, exploraría el Amazonas, se haría
hacendado, ganaría y perdería fortunas con sus inversiones, su Alfa Romeo, un
carro de velocidades que había aprendido a manejar muy velozmente, con solo la
mano izquierda, y cuya carrocería había sido diseñada por George Braque le
acompanaría a su regreso; fue conferencista, hizo investigaciones
musicológicas, expresadas en notables crónicas con músicos y poetas negros en
Pernambuco y Bahía… pero, sobre todo, escribiría, como un poseso; su obra
biográfica (casi todas sus novelas parecen ser biográficas, en alguna medida) Moravagine, así como la novela Rhum, habla de su interés en nuestro
país, recogiendo como escenarios el río Orinoco y la región de Guayana. Mención
especial merece el prologo que escribió para el libro del autor mexicano Martín
Luis Guzmán, El águila y la serpiente
(1930), en el que se explaya en uno de los episodios de nuestra historia, que
él consideraba de lo más surrealista, como fue el desembarco del Falke, en la
costa de Cumaná; igualmente quedó fascinado con la figura del dictador, el
General Juan Vicente Gómez.
En Norteamérica
Ya
para ese momento Blaise era conocido en los Estados Unidos, gracias a la
traducción que había hecho su amigo John Dos Pasos de uno de sus poemas largos,
Panamá o las aventuras de mis siete tíos,
el “hijo de Homero” lo llamaba Dos Pasos; pero emergió en la farándula cuando,
en 1936, es invitado a Hollywood para el estreno de la película Sutter’s gold, del realizador James
Cruze, que se basaba en su novela L’or,
cuyo teme era la historia de la fiebre del oro en California contada por uno de
sus iniciadores, un expatriado suizo que, como él, conoció la cima de la
fortuna y la caída en la bancarrota; la película fue un fracaso en la taquilla.
Se
quedó un tiempo en California, escribiendo picantes crónicas de la vida hollywoodense
para revistas en París, con un estilo tan novedoso, que muchos estudiosos lo
considerarían el verdadero padre del Gonzo
Journalism, ese periodismo ácido y lleno de humor negro que haría famosos a
Tom Wolfe y a Hunter S. Thompson décadas después.
En el lugar preciso y con quien
cuenta…
Conoció
a Hemingway cuando era chofer de ambulancias militares en París; a Sinclair
Lewis lo salvó de morir ahogado en su baño por una borrachera en Roma, antes de
ir a recibir el premio Nobel de literatura en Estocolmo; fue el primero en
reconocer el genio de Henry Miller, de quien fue amigo; fue uno de los primeros
críticos que consideró a la fotografía como un arte, de hecho, debe ser uno de
los escritores más retratados por fotógrafos profesionales de la historia, amaba
posar para las cámaras… Su relación con la música lo llevó al ballet, escribió
libretos para su amigo el compositor Erik Satie, fue amigo y defensor de la
obra de Stravinsky, diseñó los
escenarios y escribió el libreto para un ballet negro, La crèation du monde, con música de Dario Milhaud, que estrenó el
Ballet Sueco de Rolf de Maré.
La
Segunda Guerra Mundial lo encuentra sirviendo como periodista para los ingleses;
durante la ocupación alemana en Francia, la Gestapo lo persigue, confisca y
destruye parte de su obra y Cendrars tiene que ocultarse en Aix-en-Provence, donde vivió cultivando y vendiendo vegetales, hierbas y
miel.
En 1961, poco antes de morir debido a un
Accidente Cerebro-Vascular, recibe el Grand Prix Littéraire de la Ville de
París.
El placer de beber de
su voz y de sus letras
Se le conocen no menos de treinta obras; en una entrevista que
hizo para radio, con Michel Manoll, en 1950, dijo que en muchos de sus viajes
por el mundo iba a los bancos y dejaba en cajas de seguridad algunas obras
terminadas, para que fueran descubiertas posteriormente.
Henry Miller escribió de su amigo: “Cendrars
es hombre de acción, aventurero y explorador, un hombre que sabe cómo
“desperdiciar” su tiempo como un rey. En cierto sentido es el Julio César de la
literatura… Me quedaban contados minutos para alcanzar el tren para Rocamadour
y bebía una última copa en
la terraza de mi hotel, cerca de la Puerta de Orleans, cuando apareció
Cendrars. Nada habría podido alegrarme más que este inesperado encuentro de última
hora. En pocas palabras le referí mi intención de visitar Grecia. Después volví
a tomar asiento y bebí escuchando la música de su voz sonora, que para mí siempre
pareció provenir de algún órgano oculto en el mar. En esos últimos minutos
Cendrars consiguió transmitirme un mundo de información con la misma calidez y
ternura que rezuman sus libros. Como la tierra misma bajo nuestros pies, sus pensamientos
llegaban acribillados por toda suerte de pasajes subterráneos. Lo dejé sentado
allí en mangas de camisa, sin soñar jamás que transcurrirían años hasta volver
a tener noticias suyas, sin soñar jamás que quizá sería la última vez que vería
París.”
Ese
tipo de impresión abunda entre los autores y artistas, que conocieron y
compartieron con ese hombre casi mítico de la literatura universal;
lamentablemente, muy poco de su obra está traducida al castellano y en Venezuela
es casi un desconocido. Espero que esta situación cambie, para beneficio de
todos. –
saulgodoy@gmail.com
Sigo tu blog a diario y continúa a sorprenderme, interesarme y a enseñarme cosas nuevas. Un abrazo NAP
ResponderEliminarNives Aurora, querida amiga, me reconforta saber que estas alli y me lees, saludos a los tuyos, gracias por tu comentario. Un beso, Saul.
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