Recientemente
sufrí un siniestro con mis equipos de comunicación y aparatos de computación,
de modo que mientras reponía equipos, software, sistemas de respaldo , hacia
las nuevas instalaciones y volvía a conectarme en línea, aproveché para
adelantar varias lecturas que tenia atrasadas, entre ellas uno de los artículos
del filosofo inglés Jud Evans antes de que su pagina web saliera del aire, Carne que piensa, uno de los alegatos
mas crudos y realistas sobre la condición humana que he leído en mucho tiempo.
Y
no por entera casualidad, coincidió con mi lectura de otros dos libro que había
dejado en cola para leer con tiempo y cuidado dado los complicados temas que
tratan, por un lado ese excepcional y estimulante libro, La Conciencia explicada, de Daniel Dennett y un libro del sociólogo
francés Jaques Ellul, que ya es un clásico y que releí por lo importante de su
visión, La Sociedad Tecnológica.
Fueron
tres lecturas super pesadas e importantes por sus implicaciones y que me
plantearon una nueva realidad existencial… perdón, si estos autores tienen
razón, la realidad que ellos alegan es la que siempre ha estado allí, con
nosotros, solo que nuestros sentidos, el lenguaje y la sociedad en la que nos
desenvolvemos, nos la han cambiado de tal manera que vivimos como si
estuviéramos en la película Matrix, inmersos en una realidad virtual, pero no
producto de la tecnología, como en la película de los hermanos Wachowski,
sino resultado de trucos que nos juega nuestro propio sistema nervioso, del
mundo ilusorio de palabras que nos construye el lenguaje, y de la manera como
nuestra sociedad nos conduce para satisfacer sus propios intereses, que muchas
veces ni siquiera se acerca a los nuestros.
Voy
a empezar con Jud Evans, un reconocido filósofo nominalista y semiólogo ingles
quien se ha distinguido por contradecir algunos puntos fundamentales en la
filosofía del filósofo alemán Martin Heidegger a quien toma por un pésimo
gramático y propagandista de conceptos y fantasías del folklore nazi.
En
su escrito, nos presenta al cerebro como generador de ese estado que llamamos
de “consciencia” desde un punto de vista estrictamente materialista.
Lo
ve como un órgano especialmente desarrollado para producir una serie de
complejas expresiones (sensaciones, impresiones, símbolos, lógica, imágenes,
etc.) que el cuerpo humano interpreta como “realidad” a partir de un gran
cumulo de sensaciones, que recogen nuestros sentidos.
Según
esta forma de ver al ser humano, no hay “mente”, ni “espíritu”, ni “persona” ni
siquiera un “yo” responsable de lo que percibimos como “pensamiento”, no hay
“ser”.
El
cerebro, nos dice Evans, por medio de convergencias electro-químicas, que
caracterizan una red altamente interconectada de sistemas neurales y que operan
en su masa gelatinosa, producen una sumatoria holística de impresiones, con una
estructura de unidad que responde a la información enviada de los terminales
biológicos de nuestros sentidos, y de esta manera, el cuerpo controla su mundo somático. Lo que experimentamos como conciencia es un
flujo continuo y cambiante de información que nos llega del mundo exterior e
interior, junto a una serie de consideraciones y análisis a la que llamamos pensamiento.
El
cerebro que describe Evans va cambiando cada nanosegundo en su red estructural,
esa actividad electro-química es constante y producto de la información
sensorial que nuestro cuerpo recoge en cada momento de nuestras vidas, el
cerebro esta remodelándose a cada instante, es carne que se adapta mientras
esté en la modalidad existencial, es decir, influenciada por factores
ambientales externos y de su propia constitución.
Todo
lo que hace el cerebro para funcionar lo hace sin necesidad del “tiempo” tal
como lo hemos inventado (segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años, etc.)
el órgano trabaja en un proceso de formación, madurez y decadencia, finalmente
muere y se descompone como cualquier otro material biológico, que
posteriormente son reprocesados por la naturaleza.
En
términos más filosóficos se trataría de un órgano que se transforma a si mismo
ontogenéticamente, metamorfoseando su substancia biológica siempre en niveles
superiores de complejidad, al punto de poder reconstituirse a si mismo en un
modo de auto referencia, y en un ambiente espacio-temporal donde actúa con
otras entidades y fenómenos con los que comparte el mundo.
Para
Evans, este procesador hecho de carne es un mecanismo bioquímico que esta
capacitado para producir y manejar el pensamiento, principalmente utilizando
una herramienta accesoria que es el lenguaje, lo cual ha sido un problema, pues
un lenguaje corrupto e inconsistente puede producir “fantasmas” en el mundo y a
lo interno, es decir, el lenguaje mal entendido y expresado, crean fenómenos
metafísicos que no existen.
Uno
de estos fantasmas es “la mente”, para Evans no tenemos mentes, solo estos procesadores
de carne en estado de pensamiento, la mente es una creación arcaica al igual
que “el espíritu” traída al mundo del lenguaje por personas que desconocían
como trabajaba el cerebro.
Para
estos pensadores primitivos, la mayoría de nosotros venimos de la dualidad
cartesiana espíritu-cuerpo, la mente, dicen estos antepasados, es algo
diferente al hombre biologico, no es el cerebro trabajando y reacomodándose
para poder sobrevivir en cada segundo, como describe Evans, sino que es algo
inmaterial que se asienta en nuestro cerebro y lo dirige, es algo así como las
miasmas y gases que aparecen sobre los pantanos en fermentación, pero no es gas
metano lo que exuda de nuestra gelatinosa masa cerebral.
Las
religiones más primitivas nos hablan de una entidad espíritu-transcendental que
se aloja en nuestro cuerpo y lo domina, somos como una especie de taxi bípedo,
unos contenedores de carne en los que viajan cómodamente unos espíritus o almas
(homúnculos, para Descartes), quienes resultan ser los que verdaderamente
importan, ya que son ellos los que manejan y deciden lo que nuestro cuerpo hace
o deja de hacer, con esta tesis, imperios han sido dominados y aun hoy hay
corporaciones y profesionales que hacen mucho dinero a costa de esta ficción.
Tanto
el mito de la caverna de Platón como la tesis dualista de Descartes, separando
la mente del cuerpo, son para Evans episodios que han corrompido nuestra
verdadera naturaleza y que han creado la separación entre un “nosotros” y el
mundo “allá afuera” y han creado fantasías tan persistentes como la memoria y
la realidad.
La
realidad no existe como decía Platón, como reflejo de un mundo ideal, lo que
existe es lo actual, lo real, pero la realidad esta afectada por múltiple
factores, entre ellos la misma capacidad de nuestro sentidos, nuestra cultura e
interpretaciones de esa información, nuestras prioridades del momento, nuestras
pasadas experiencias y un largo etcétera; lo que existe recordando es la carne
que recuerda, el cerebro procesando información procesada por nuestros
terminales sensorios y almacenada de alguna manera, estas memorias que
rápidamente se degradan y contaminan con el tiempo, son nuestro único registro
del pasado y con los que contrastamos la experiencia del presente.
Lo
terrible de las ideas de Jud Evans es que nos pone frente a una realidad que
tiene muy poco de poesía y sentimiento, nos hemos acostumbrado a un mundo
descrito con palabras falsas, con trucos e ilusiones que nos hacen ver mejor
que un pedazo de carne pensante, que un cumulo de sinapsis y relaciones
electroquímicas a los que aludimos como “yo”; cuando alguien me llama por mi
nombre prefiero pensar en esa energía pura y eterna que responde y no a esos
casi tres kilos de grasa, proteína y líquidos en forma de salchichas que están
encerrados dentro de mi cráneo.
Y
como si fuera poco, desde hace ya algunas décadas los avances en neurobiología
y en las ciencias cognitivas le están dando la razón a Evans, nuestro aparato
neural-cognitivo nos juega algunos trucos que nos hacen creer que hay alguien
en control dentro de nosotros, alguien con una personalidad y una vida que nada
tiene que ver con esa masa cerebral que es el verdadero protagonista de
nuestras vidas.
Mucha
gente cree que debe haber algo mas que pura neurobiología en el caso de
nosotros los humanos, hay personas que están desesperadas por creer que nuestra
organización nerviosa ha llegado a un grado de desarrollo tal, que ha podido
generar un elemento espiritual y transcendental que vive en un mundo diferente
al de la carne y de los objetos materiales… pero la ciencia no come cuentos,
estamos descubriendo lo altamente sofisticado de nuestro cerebro y para cada
sensación, para cada experiencia somática que parece escaparse de las ataduras
de nuestro cuerpo, siempre descubrimos alguna combinación electroquímica,
incluso a nivel quántico, que nos hablan de epifenómenos que nos hace creer en
la chispa divina, en que hay otros mundo en este mundo.
Si
se analiza bien esta idea no es tan negativa como mucha gente pretende, retomar
la verdadera idea de ser humano es una experiencia liberadora y ofrece una
vastísima gama de posibilidades, lo importante es asumirla por encima de toda
esa metafísica que nos ha marcado hasta el momento.
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