miércoles, 12 de noviembre de 2014

El Congreso de futurología








La primera vez que leí esta novela corta de Stanislaw Lem (1921-2005), uno de los autores más reverenciados de la ciencia ficción, no me gustó; pero recientemente vi la película El Congreso (2014), dirigida por Ari Folman y protagonizada por Robin Wright (la fabulosa actriz de la serie House of Cards) y Harvey Keitel, que se basa, en parte, en esa historia de Lem, y la volví a leer.
Stanislaw era un tipazo, prolífico y con una imaginación desbordada, pero fue principalmente un estilista de la palabra; medico de formación, este autor polaco escribió casi toda su obra en su país natal bajo el comunismo, aunque su primera novela tuvo que esperar ocho largos años para que viera luz (tuvo que morir Stalin para que el Ministerio de la Cultura, dispensara a la ciencia ficción de la estricta censura, considerándola finalmente un genero “inofensivo”).
Y a pesar de esa supuesta gracia - Lem se cuidó mucho de que su crítica mordaz a la sociedad totalitaria estuviera disfrazada de personajes y situaciones “pantallas” - leer hoy a Lem es descubrir un mundo soterrado, críptico, de alegatos contra una ciencia y unos científicos que le hacían carantoñas al régimen y doblegados al partido.
Aunque no he leído toda su obra, sí tuve el gusto de hincarle el diente a su novela Solaris (1961), una obra maestra que inspiró sendas películas: una versión Rusa, a cargo del director y productor Andrei Tarkovsky, rodada en 1971, y que se convirtió en un clásico de la cinematografía mundial, y una versión Norteamericana dirigida por Steven Soderbergh en 2002, en la que actuaron George Clooney y Natascha McElhone, con la extraordinaria música de Cliff Martínez; me enteré igualmente que hay una opera del compositor Alemán Michael Obst con el mismo nombre, basada en la obra de Lem, pero todavía no he tenido la oportunidad de escucharla.
Lem fue un escritor muy serio y entendía la ciencia ficción como cualquier Arte Mayor; como escritor, su obra sólo era comparable con lo mejor del mundo, los Norteamericanos le tenían un gran respeto, al punto de que estaba inscrito como miembro honorario de la Asociación de Escritores Americanos de Ciencia Ficción (SFWA, en ingles), pero un día se le ocurrió hacer un articulo criticando la ciencia ficción norteamericana, tachándola de pueril y plagada de aventuras sin ninguna significación ulterior, haciendo la honrosa excepción de Philip K. Dick, a quien había dedicado un extenso estudio y lo tenía como uno de los grandes del genero.
Pero dejemos que sea Ángel Moreno, primer doctorado en España con una tesis sobre Literatura de Ciencia Ficción, quien nos relate lo que sucedió; lo tomamos de su artículo Entre engaños y realidades, la ciencia ficción de Stalinaw Lem: “El artículo fue leído por ciertos autores estadounidenses como una traición y como fruto de cierta ceguera intelectual por parte de Lem, a quien se consideró poco menos que un pedante pretencioso.  Sin embargo, la propia realidad "enloqueció" un tiempo después, como si se tratara del argumento de un relato de cualquiera de ellos. El 2 de septiembre de 1974, el mismísimo Philip K. Dick escribió al FBI una carta denunciando al escritor polaco. Afirmaba haber descubierto una conspiración comunista dirigida por Lem desde Polonia. Los "agentes" de esta conspiración eran algunos críticos y teóricos que comenzaban a despuntar entonces en Science Fiction Studies  Según Dick, intentaban introducirse en las universidades e influir en la población americana a través de obras de ciencia ficción que transmitieran pensamientos izquierdistas. Además denunciaba en varios escritos que Lem se había apropiado ilícitamente dinero gracias a la edición polaca de Ubik (1969), una de las novelas más célebres de Dick”.
Para ese momento Dick estaba en plena crisis paranoica, como consecuencia de su equizofrenia y el abuso de las drogas, pero el escándalo fue de marca mayor; finalmente Lem no fue expulsado de la SFWA, pero este episodio marco un alejamiento de sus pares americanos.
Lem fue un gran lector de autores Latinoamericanos, en especial de García Márquez y sobre todo de Borges, a quien comentó en varios artículos; de hecho, la obra por la que empezamos este escrito, Congreso de Futurología (1970), pareciera se el producto de una sobre dosis de Macondo.
El mentado Congreso se celebra en un país suramericano, Costarricania, y cuando estaban todos esos sabios reunidos en el Hilton de la capital para dar inicio a las actividades, unos extremistas atacan la ciudad, secuestrando a varios importantes funcionarios y atacando con sus armas, entre otros objetivos, la sede del Congreso.
Allí empieza una muy extraña narrativa de lo que sucede con el personaje principal, el cosmonauta Ijon Tichy (este aventurero repite en varias obras de Lem como personaje principal) quien, por medio de unas alucinaciones, termina siendo congelado y despertado en el año 2039, para encontrarse en un mundo muy pero muy loco, donde la gente se droga y es drogada por el gobierno para que vivan la “realidad”: una puesta en escena de lujo y placer absoluto fabricada para ocultar el deplorable estado del planeta y la helada que se les viene encima.
La obra está en clave de comedia negra y cada situación es más inverosímil que la anterior, al punto de que uno termina por preguntarse si la comida no nos cayó mal y estamos leyendo incoherencias.
La película El Congreso, que mencioné inicialmente, es una producción europea, que aprovecha el estado de arte de la industria de dibujos animados francesa (la película es una mezcla interesante de actores humanos y animés) a la vanguardia junto con Japón y USA.
La historia de la película es muy diferente al libro: en la cinta la actriz Robin Wright hace el papel de si misma, como una estrella venida a menos pero que fue muy famosa; el estudio quiere que firme un contrato que la compromete a ceder los derechos de uso de su imagen digitalizada, para que el estudio haga las películas que quiera, quitándole algunos años, por supuesto.
En ese momento, la tecnología se encuentra en un punto en el que se puede usar imágenes digitales de estos actores y ponerlos a interactuar con otros actores contemporáneos sin que el público note la diferencia, algo un poco más avanzado de lo que hizo Natalie Cole en un video cantando con su fallecido padre Nat King Cole.
Veinte años después Robin Wright es invitada a participar en un Congreso y es aquí donde la película entronca con una versión del libro. Igual, es una locura. Recomiendo ambas, el libro y la película, y sí, efectivamente, el libro me gusto más en esa segunda lectura, después de ver la película.















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