Stanislaw
era un tipazo, prolífico y con una imaginación desbordada, pero fue principalmente
un estilista de la palabra; medico de formación, este autor polaco escribió
casi toda su obra en su país natal bajo el comunismo, aunque su primera novela
tuvo que esperar ocho largos años para que viera luz (tuvo que morir Stalin
para que el Ministerio de la Cultura, dispensara a la ciencia ficción de la
estricta censura, considerándola finalmente un genero “inofensivo”).
Y
a pesar de esa supuesta gracia - Lem se cuidó mucho de que su crítica mordaz a
la sociedad totalitaria estuviera disfrazada de personajes y situaciones “pantallas”
- leer hoy a Lem es descubrir un mundo soterrado, críptico, de alegatos contra una
ciencia y unos científicos que le hacían carantoñas al régimen y doblegados al
partido.
Aunque
no he leído toda su obra, sí tuve el gusto de hincarle el diente a su novela Solaris (1961), una obra maestra que inspiró
sendas películas: una versión Rusa, a cargo del director y productor Andrei Tarkovsky,
rodada en 1971, y que se convirtió en un clásico de la cinematografía mundial, y
una versión Norteamericana dirigida por Steven Soderbergh en 2002, en la que
actuaron George Clooney y Natascha McElhone, con la extraordinaria música de
Cliff Martínez; me enteré igualmente que hay una opera del compositor Alemán
Michael Obst con el mismo nombre, basada en la obra de Lem, pero todavía no he
tenido la oportunidad de escucharla.
Lem
fue un escritor muy serio y entendía la ciencia ficción como cualquier Arte
Mayor; como escritor, su obra sólo era comparable con lo mejor del mundo, los
Norteamericanos le tenían un gran respeto, al punto de que estaba inscrito como
miembro honorario de la Asociación de Escritores Americanos de Ciencia Ficción
(SFWA, en ingles), pero un día se le ocurrió hacer un articulo criticando la
ciencia ficción norteamericana, tachándola de pueril y plagada de aventuras sin
ninguna significación ulterior, haciendo la honrosa excepción de Philip K.
Dick, a quien había dedicado un extenso estudio y lo tenía como uno de los
grandes del genero.
Pero
dejemos que sea Ángel Moreno, primer doctorado en España con una tesis sobre
Literatura de Ciencia Ficción, quien nos relate lo que sucedió; lo tomamos de
su artículo Entre engaños y realidades,
la ciencia ficción de Stalinaw Lem: “El
artículo fue leído por ciertos autores estadounidenses como una traición y como
fruto de cierta ceguera intelectual por parte de Lem, a quien se consideró poco
menos que un pedante pretencioso. Sin
embargo, la propia realidad "enloqueció" un tiempo después, como si
se tratara del argumento de un relato de cualquiera de ellos. El 2 de
septiembre de 1974, el mismísimo Philip K. Dick escribió al FBI una carta
denunciando al escritor polaco. Afirmaba haber descubierto una conspiración
comunista dirigida por Lem desde Polonia. Los "agentes" de esta
conspiración eran algunos críticos y teóricos que comenzaban a despuntar
entonces en Science Fiction Studies
Según Dick, intentaban introducirse en las universidades e influir en la
población americana a través de obras de ciencia ficción que transmitieran
pensamientos izquierdistas. Además denunciaba en varios escritos que Lem se
había apropiado ilícitamente dinero gracias a la edición polaca de Ubik (1969),
una de las novelas más célebres de Dick”.
Para
ese momento Dick estaba en plena crisis paranoica, como consecuencia de su
equizofrenia y el abuso de las drogas, pero el escándalo fue de marca mayor;
finalmente Lem no fue expulsado de la SFWA, pero este episodio marco un
alejamiento de sus pares americanos.
Lem
fue un gran lector de autores Latinoamericanos, en especial de García Márquez y
sobre todo de Borges, a quien comentó en varios artículos; de hecho, la obra
por la que empezamos este escrito, Congreso
de Futurología (1970), pareciera se el producto de una sobre dosis de
Macondo.
El
mentado Congreso se celebra en un país suramericano, Costarricania, y cuando
estaban todos esos sabios reunidos en el Hilton de la capital para dar inicio a
las actividades, unos extremistas atacan la ciudad, secuestrando a varios
importantes funcionarios y atacando con sus armas, entre otros objetivos, la
sede del Congreso.
Allí
empieza una muy extraña narrativa de lo que sucede con el personaje principal,
el cosmonauta Ijon Tichy (este aventurero repite en varias obras de Lem como
personaje principal) quien, por medio de unas alucinaciones, termina siendo
congelado y despertado en el año 2039, para encontrarse en un mundo muy pero
muy loco, donde la gente se droga y es drogada por el gobierno para que vivan
la “realidad”: una puesta en escena de lujo y placer absoluto fabricada para
ocultar el deplorable estado del planeta y la helada que se les viene encima.
La
obra está en clave de comedia negra y cada situación es más inverosímil que la
anterior, al punto de que uno termina por preguntarse si la comida no nos cayó
mal y estamos leyendo incoherencias.
La
película El Congreso, que mencioné
inicialmente, es una producción europea, que aprovecha el estado de arte de la
industria de dibujos animados francesa (la película es una mezcla interesante
de actores humanos y animés) a la vanguardia junto con Japón y USA.
La
historia de la película es muy diferente al libro: en la cinta la actriz Robin
Wright hace el papel de si misma, como una estrella venida a menos pero que fue
muy famosa; el estudio quiere que firme un contrato que la compromete a ceder
los derechos de uso de su imagen digitalizada, para que el estudio haga las
películas que quiera, quitándole algunos años, por supuesto.
En
ese momento, la tecnología se encuentra en un punto en el que se puede usar
imágenes digitales de estos actores y ponerlos a interactuar con otros actores
contemporáneos sin que el público note la diferencia, algo un poco más avanzado
de lo que hizo Natalie Cole en un video cantando con su fallecido padre Nat
King Cole.
Veinte
años después Robin Wright es invitada a participar en un Congreso y es aquí
donde la película entronca con una versión del libro. Igual, es una locura. Recomiendo
ambas, el libro y la película, y sí, efectivamente, el libro me gusto más en
esa segunda lectura, después de ver la película.
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