sábado, 31 de enero de 2015

Los buscadores de Ging-Seng


La literatura Rusa es rica en referencias a la cacería y a los cazadores.  Los relatos cinegéticos, como los conocen los entendidos, se remontan a la tradición oral de la Rusia Blanca cuando el hombre se exponía a la naturaleza inhóspita y salvaje, a una variedad de animales de gran talla como osos, venados, tigres, y de mediana alzada como jabalíes, lobos, zorros y faisanes.
La cacería era parte de la vida del pueblo y también lo era de la nobleza quienes disfrutaban de las Dashas en el campo como sitio de reunión para partidas con jauería.
Tolstoy, Dostoievski, Krilov y Turgueniev entre otros muchos dedicaron páginas memoriosas a ese hombre natural ruso enfrentado a las estepas, a los bosques, a los ríos y a su papel en el mosaico natural de las cosas y las especies.
Nicolás Baikov con su libro Cacerías en la Taiga de Manchuria  es quizás el tardío explorador-escritor que resumió la tradición de una cultura de acción y naturalismo.
La Manchuria es una región entre Corea, China y Rusia lo suficientemente al sur como para que desarrollara una extensa selva tupida entre altas montañas y profundo valles, fue ocupado originalmente por uno de los pueblos mongoles, los tungús, quienes dominaron China entre el siglo XVII y finales del XIX.
Situada en la Provincia de  Kirin “...guarda todavía intacto en sus profundidades misteriosas todo un mundo ascentral, que evoca tiempos inmemoriables en que una lucha mortal por la existencia, el hombre defendía su vida y su lugar bajo el sol.”
La Taiga, como es conocida la selva oriental de Manchuria, acoge en su ecosistema a uno de los depredadores más temible del planeta, el tigre, y en una precisa serranía, en Chu-hai, en lo más profundo de esta enorme selva, moraban en manadas los más temibles tigres de Asia.
Felinos que superaban los 350 kilogramos de peso, cuyos rugidos en la noche helaban la sangre del más valiente.
Baikov describe magistralmente un ambiente primegenio donde conviven los cazadores Chinos y Rusos, gente ruda que se ganaba la vida en el negocio de las pieles, personajes que huían de sus culpas y penas, desesperados y aventureros que se internaban por meses en aquel infierno verde no desprovisto de belleza, donde se enfrentaban a sus destinos con brutal violencia.
Era la selva de la peste, de los bandidos, de la justicia sumaria, de los tigres devoradores de hombres, de las fiebres de pantano, de los caudalosos rios y de las lluvias del monzón.
Nicolas Baikov regresa a la Taiga todos los años, como recuentos de un vicio, nos devela de sus peripecias alrrededor de una fogata o detrás de la mira de su rifle.
En no pocas ocaciones tiene que recoger cadáveres de sus amigos o enterrar los restos de desconocidos a medio devorar, siempre con el temor de que él pudiera ser el próximo.
Su pluma está cargada de una poesía ambientalista contundente, lo feo y lo grotesco tiene una razón en las leyes naturales de la Manchuria, la muerte se descubre como parte necesaria de la vida efervecente y exótica en los rios de Chu-hai; en varios pasajes del libro los sonido de la selva juegan un papel importante, sobre todo el de los rugidos impresionantes de los tigres en la noche demarcando sus territorios o buscando una hembra para aparearse, sus pisadas sobre las hojas del bambú secas o el ruido impresionante, como de un tren de carga que se abalanza sobre los cazadores, cuando el depredador  persigue las piaras de jabalíes en medio de la espesura..
Es esta la región nativa de la famosa raíz de Gin-Seng, que es descrita por Baikov con el ánimo científico del auténtico naturalista, nos dice: “ Es una planta herbácea con un tallo largo y delgado, al final del cual se encuentran tres o cuatro hojas esbeltas y altas, muy recortadas, semejantes a los dedos separados de una mano... En la base del tallo se encuentra una escama característica que no se desprende nunca y que va aumentando de volumen al pasar de los años.  Esta escama es particularmente apreciada y se le preserva con el mayor cuidado contra el deterioro cuando se prepara la raíz.  Los peritos ditinguen las raíces machos de las hembras, si su forma recuerda de una manera vaga, la silueta de un hombre o de la mujer.”
Esta raíz de Gin-Seng que nos llega de tiempos inmemoriables como un potente afrodisíaco, resulta ser una de las plantas medicinales más completas de oriente, su poder radica en devolver la salud perdida, aumentar los años de vida y en hacer a los hombres más vigorosos.
Es una planta que no tolera el sol por lo que su habitat preferido son las umbrosas colonias de altos cedros, entre el humus y los helechos.
Baikov hace una clara distinción entre la raíz salvaje y el Gin-Seng cultivado, este último se produce intensivamente para los grandes laboratorios de Corea y América, es barato y la medicina oriental no le reconoce efectos curativos.
El Dr. Andrew Weil, reconocido investigador de la medicina alternativa, en su manual Salud total en 8 semanas considera al Ging-Seng como un tónico y dice de él: “...casi todo el ginsén que se comercializa, se elabora a partir de dos especies: el Panax ginseng, propio del este de Asia y denominado ginsén asiático, y el Panax quinquefolius, propio del este de Norteamérica, conocido como gisén americano. Por cierto, el género Panax  toma su nombre de panacea, una diosa menor griega de la curación, suyo nombre significa “cuaralotodo”, el mismo que los doctores chinos le dieron a la planta, ya que creían que su raíz era beneficiosa para todo.”
Weil describe al ginsén americano como un “adaptógeno” o sustancia que confiere resistencia al estrés, sus elementos activos (ginsenósidos) actúan sobre el eje pituitaria-adrenales produciendo efectos positivos sobre el sistema inmunológico, aportando más energía y contribuyendo a los distintos metabolismos del cuerpo, Weil hace la diferencia con el ginsén asiático atribuyédole a éste último más potencia, al punto que en algunas personas se contraindica si sufren de presión arterial alta.
Los rusos tienen una variedad de ginsén conocida como “ginsén siberiano” que se extrae del arbusto Eleutherococcus senticosus, con efectos similares al Panax e igualmente comercializado ampliamente en el mundo.
Por una raíz salvaje los conocedores pagan mucho dinero y como cada vez son más escasos los cedrales en la Manchuria, más dificil es encontrarlas.
El buscador de Gin-Seng es un personaje muy especial, casi un sacerdote de la selva.  Debe llegar hasta parajes recónditos y peligrosos, al territorio de los grandes tigres comedores de hombres, leer en la espesura las señales que ellos sólo conocen para rastrear la raíz, y una ves que la encuentran hacen ciertos ritos antes y despues de excavarlas, manipulan la raíz con respeto, la guardan entre paños de seda en cajas de madera confeccionadas especialmente.
Pero dejemos que sea el propio Nicolás Baiking quien describa a estos singulares personajes: “... Su apariencia exterior es tan típica y original como su caracter.  Las peculiaridades de estos vagabundos de la selva son: un delantal untado de aceite para proteger sus vestiduras contra el rocío, un largo bastón para separar las hierbas y las hojas muertas, un saquito de cuero, un brazalete de madera sobre el brazo izquierdo y una piel atada a la cintura para sentarse sobre la tierra húmeda.  Generalmente lleva un sombrero cónico hecho de cortezas de bambú y calzan sus pies con una especie de zapato de piel de jabalí sin curtir.  Puede reconocerse incluso en medio de la muchedumbre de chinos al buscador de Gin-Seng por estos indicios, de una parte y de otra, por la mirada fluctuante de sus ojos casi siempre bajos.”
Baiking narra en su bella prosa sus aventuras con un buscador de Gin-Seng y como, luego de marchas y contramarchas, dan por fin con una de estas casi mitológicas raíces, por la que darán mucho dinero de vuelta en la civilización.  Una escena inolvidable de una cultura y un tiempo que hoy, están sólo en el recuerdo de unas páginas recogidas por un cazador-escritor.- saulgodoy@gmail.com



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