La literatura Rusa es rica en referencias a la cacería y a los cazadores. Los relatos cinegéticos, como los conocen los entendidos, se remontan a la tradición oral de la Rusia Blanca cuando el hombre se exponía a la naturaleza inhóspita y salvaje, a una variedad de animales de gran talla como osos, venados, tigres, y de mediana alzada como jabalíes, lobos, zorros y faisanes.
La cacería era parte de la vida del
pueblo y también lo era de la nobleza quienes disfrutaban de las Dashas en el campo como sitio de reunión
para partidas con jauería.
Tolstoy, Dostoievski, Krilov y
Turgueniev entre otros muchos dedicaron páginas memoriosas a ese hombre natural
ruso enfrentado a las estepas, a los bosques, a los ríos y a su papel en el
mosaico natural de las cosas y las especies.
Nicolás Baikov con su libro Cacerías en la Taiga de Manchuria es quizás el tardío explorador-escritor que
resumió la tradición de una cultura de acción y naturalismo.
La Manchuria es una región entre
Corea, China y Rusia lo suficientemente al sur como para que desarrollara una extensa
selva tupida entre altas montañas y profundo valles, fue ocupado originalmente
por uno de los pueblos mongoles, los tungús, quienes dominaron China entre el
siglo XVII y finales del XIX.
Situada
en la Provincia de Kirin “...guarda
todavía intacto en sus profundidades misteriosas todo un mundo ascentral, que
evoca tiempos inmemoriables en que una lucha mortal por la existencia, el
hombre defendía su vida y su lugar bajo el sol.”
La Taiga, como es conocida la selva
oriental de Manchuria, acoge en su ecosistema a uno de los depredadores más
temible del planeta, el tigre, y en una precisa serranía, en Chu-hai, en lo más
profundo de esta enorme selva, moraban en manadas los más temibles tigres de
Asia.
Felinos que superaban los 350
kilogramos de peso, cuyos rugidos en la noche helaban la sangre del más
valiente.
Baikov describe magistralmente un
ambiente primegenio donde conviven los cazadores Chinos y Rusos, gente ruda que
se ganaba la vida en el negocio de las pieles, personajes que huían de sus
culpas y penas, desesperados y aventureros que se internaban por meses en aquel
infierno verde no desprovisto de belleza, donde se enfrentaban a sus destinos
con brutal violencia.
Era la selva de la peste, de los
bandidos, de la justicia sumaria, de los tigres devoradores de hombres, de las
fiebres de pantano, de los caudalosos rios y de las lluvias del monzón.
Nicolas Baikov regresa a la Taiga
todos los años, como recuentos de un vicio, nos devela de sus peripecias
alrrededor de una fogata o detrás de la mira de su rifle.
En no pocas ocaciones tiene que
recoger cadáveres de sus amigos o enterrar los restos de desconocidos a medio
devorar, siempre con el temor de que él pudiera ser el próximo.
Su pluma está cargada de una poesía
ambientalista contundente, lo feo y lo grotesco tiene una razón en las leyes
naturales de la Manchuria, la muerte se descubre como parte necesaria de la
vida efervecente y exótica en los rios de Chu-hai; en varios pasajes del libro
los sonido de la selva juegan un papel importante, sobre todo el de los rugidos
impresionantes de los tigres en la noche demarcando sus territorios o buscando
una hembra para aparearse, sus pisadas sobre las hojas del bambú secas o el
ruido impresionante, como de un tren de carga que se abalanza sobre los
cazadores, cuando el depredador persigue
las piaras de jabalíes en medio de la espesura..
Es esta la región nativa de la famosa
raíz de Gin-Seng, que es descrita por Baikov con el ánimo científico del
auténtico naturalista, nos dice: “ Es una
planta herbácea con un tallo largo y delgado, al final del cual se encuentran
tres o cuatro hojas esbeltas y altas, muy recortadas, semejantes a los dedos
separados de una mano... En la base del tallo se encuentra una escama
característica que no se desprende nunca y que va aumentando de volumen al
pasar de los años. Esta escama es
particularmente apreciada y se le preserva con el mayor cuidado contra el
deterioro cuando se prepara la raíz. Los
peritos ditinguen las raíces machos de las hembras, si su forma recuerda de una
manera vaga, la silueta de un hombre o de la mujer.”
Esta raíz de Gin-Seng que nos llega de
tiempos inmemoriables como un potente afrodisíaco, resulta ser una de las
plantas medicinales más completas de oriente, su poder radica en devolver la
salud perdida, aumentar los años de vida y en hacer a los hombres más
vigorosos.
Es una planta que no tolera el sol por
lo que su habitat preferido son las umbrosas colonias de altos cedros, entre el
humus y los helechos.
Baikov hace una clara distinción entre
la raíz salvaje y el Gin-Seng cultivado, este último se produce intensivamente
para los grandes laboratorios de Corea y América, es barato y la medicina
oriental no le reconoce efectos curativos.
El Dr. Andrew Weil, reconocido
investigador de la medicina alternativa, en su manual Salud total en 8 semanas considera al Ging-Seng como un tónico y
dice de él: “...casi todo el ginsén que
se comercializa, se elabora a partir de dos especies: el Panax ginseng, propio
del este de Asia y denominado ginsén asiático, y el Panax quinquefolius, propio
del este de Norteamérica, conocido como gisén americano. Por cierto, el género
Panax toma su nombre de panacea, una
diosa menor griega de la curación, suyo nombre significa “cuaralotodo”, el
mismo que los doctores chinos le dieron a la planta, ya que creían que su raíz
era beneficiosa para todo.”
Weil describe al ginsén americano como
un “adaptógeno” o sustancia que confiere resistencia al estrés, sus elementos
activos (ginsenósidos) actúan sobre el eje pituitaria-adrenales produciendo
efectos positivos sobre el sistema inmunológico, aportando más energía y
contribuyendo a los distintos metabolismos del cuerpo, Weil hace la diferencia
con el ginsén asiático atribuyédole a éste último más potencia, al punto que en
algunas personas se contraindica si sufren de presión arterial alta.
Los rusos tienen una variedad de
ginsén conocida como “ginsén siberiano” que se extrae del arbusto Eleutherococcus senticosus, con efectos
similares al Panax e igualmente comercializado ampliamente en el mundo.
Por una raíz salvaje los conocedores
pagan mucho dinero y como cada vez son más escasos los cedrales en la
Manchuria, más dificil es encontrarlas.
El buscador de Gin-Seng es un
personaje muy especial, casi un sacerdote de la selva. Debe llegar hasta parajes recónditos y
peligrosos, al territorio de los grandes tigres comedores de hombres, leer en
la espesura las señales que ellos sólo conocen para rastrear la raíz, y una ves
que la encuentran hacen ciertos ritos antes y despues de excavarlas, manipulan
la raíz con respeto, la guardan entre paños de seda en cajas de madera
confeccionadas especialmente.
Pero dejemos que sea el propio Nicolás
Baiking quien describa a estos singulares personajes: “... Su apariencia exterior es tan típica y original como su
caracter. Las peculiaridades de estos
vagabundos de la selva son: un delantal untado de aceite para proteger sus
vestiduras contra el rocío, un largo bastón para separar las hierbas y las
hojas muertas, un saquito de cuero, un brazalete de madera sobre el brazo
izquierdo y una piel atada a la cintura para sentarse sobre la tierra
húmeda. Generalmente lleva un sombrero
cónico hecho de cortezas de bambú y calzan sus pies con una especie de zapato
de piel de jabalí sin curtir. Puede
reconocerse incluso en medio de la muchedumbre de chinos al buscador de
Gin-Seng por estos indicios, de una parte y de otra, por la mirada fluctuante
de sus ojos casi siempre bajos.”
Baiking narra en su bella prosa sus
aventuras con un buscador de Gin-Seng y como, luego de marchas y contramarchas,
dan por fin con una de estas casi mitológicas raíces, por la que darán mucho
dinero de vuelta en la civilización. Una
escena inolvidable de una cultura y un tiempo que hoy, están sólo en el
recuerdo de unas páginas recogidas por un cazador-escritor.-
saulgodoy@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario