miércoles, 4 de febrero de 2015

En busca de la Generación Perdida

 En ese libro memorioso e íntimo de Ernest Hemingway donde recuerda sus días como cachorro de escritor en París: A Moveable Feast, hay un capítulo intitulado Un Generation Perdue. 
Allí escribe como fue que Gertrude Stein usó por primera vez la expresión que habría de identificar a una generación de escritores norteamericanos que, por diversas circunstancias, se encontraron en París.
Según el libro, Hemingway y la señora Stein iban a recoger el auto de ella en el taller, cuando llegaron el auto no estaba listo. La señora Stein le reclamó al dueño del garaje y éste a su vez amonestó al joven mecánico reclamándole su falta de responsabilidad y diciéndole que pertenecía a una generación perdida.
Entonces la señora Stein, quien no andaba muy contenta con Hemingway le dijo:
- Eso es lo que son ustedes. Todos son así- dijo Miss Stein- todos los jóvenes que sirvieron en la guerra, son una generación perdida.
- ¿De veras?- le dije.
- Lo son- insistió- no le tienen respeto a nada. Se emborrachan hasta matarse...
Miss Stein nunca se imaginó que aquel juicio llegaría a calar tan profundamente en la identidad de unos escritores que surgieron bajo la sombra de la Primera Guerra Mundial.
Todavía hoy existen diferencia de criterios sobre quienes, que escritores conformaron aquella generación perdida.
Se cuestiona la validez del calificativo “perdida” e incluso, algunos estudiosos prefieren prescindir del todo de esa expresión aduciendo la poca presición de la misma.
Y la verdad sea dicha, en algunos textos de literatura norteamericana incluyen dentro de éste grupo a escritores que jamás salieron de USA, como tampoco es extraño el que se afirme que Inglaterra y Francia también tuvieron sus generaciones perdidas.
El mismo Rómulo Betancourt dijo en una ocación que Venezuela tenía su generación perdida, refiriéndose a todos los jóvenes que vivieron bajo la dictadura gomecista, amordazados, inmóviles, sin posibilidad de acción y desarrollo.
Toda esta discusión surge a raíz de una época tormentosa y a la aparición simultánea y en convivencia, de escritores de diversas nacionalidades, edades e interéses en la ciudad de París, en Francia.
El concepto de generación correponde más a una referencia temporal que espacial, a un conjunto de ideas y sentimientos compartidos por un grupo de hombres y mujeres, la nacionalidad sería apenas un vínculo.
Cada generación tiene su voz, individuos que como chamanes de una tribu, cuentan la historia del mundo en que viven, visten o desnudan sus almas y comulgan con los acontecimientos de manera colectiva.
Para los Estados Unidos, aquellos años de post-guerra significaron cambios drásticos. A pesar de no haber intervenido directamente en la conflagración, su sociedad experimentó la violencia, el crecimiento, ajustes económicos, las ideologías totalitarias que crecían como tormentas en el horizonte y las grandes fiestas.
En el recuento que nos hace Frederick Lewis Allen en su libro Only Yesterday sobre los locos años 20, nos pinta un fresco donde se conjugan La Prohibición (ley Seca) en los EEUU, la fiebre anticomunista que desembocó en terribles persecuciones, principalmente de intelectuales, el violento parto de los recien fundados sindicatos, la estrepitosa caída de la Bolsa de New York, la pujante y mecanizada industria para la que no había límites en cuanto a producción y crecimiento, el jazz y la cruda descriminación racial.
Eran apenas algunos de los acontecimientos que marcaron para siempre la forma de ser del hombre común norteamericano, dislocando definitivamente sus valores tradicionales y el sentimiento de seguridad que venía disfrutando hasta ese momento.
Fue precisamente en esos años que se reunieron, casualmente en París, un puñado de escritores que salieron del asfixiante provincialismo puritano de norteamérica, opuesto tenazmente a los cambios que el progreso dictaba.
Aquel grupo de jovenes idealista que en su mayoría fueron a ayudar causas perdidas, se enfrentaron a un escenario mayor, cosmopolita, rico en movimientos culturales que les proporcionó una compleja visión del mundo quizás irrepetible en la literatura norteamericana.
Fueron años claves, de esas raras ocaciones en la historia en que la “Intelligentsia” de Occidente coincide en una ciudad, fue en París, como posteriormente lo sería en Viena.
En la ciudad Luz, convivían o estaban de paso personalidades del calibre de James Joyce, Jean Paul Sartre, Aldous Huxley, Marcel Proust, D´Anuncio, André Maurois, Virginia Woolf, André Glide, Pablo Picasso, Miguel de Unamuno, George Orwell, para mencionar a unos pocos.
París era un lugar de encuentros, de exilio o de trabajo, de cafés, de hipódromos... un lugar para buscar libros en Shakespeare & Co., pasear a las orillas del Sena, para deleitar el paladar en buenos bistrós y, sobre todo, para intercambiar ideas.
Así vivieron: enfrentando culturas y valores.
Fue esta una oportunidad de universalización que la literatura norteamericana supo aprovechar.
“He aquí una  nueva generación... que creció para encontrar muertos a todos los dioses, terminadas todas las guerras, conmovidas todas las crencias en el hombre”. Así se expresaba F. Scott Fitzgerald en su novela This Side of Paradise, y no era para menos.
Los jóvenes de la post-guerra, se enfrentaron a un mundo cuestionado y cada vez más relativo; Albert Eistein, Bertrand Russell y Ludwig Wittgestein sembraban sus semillas en los claustros academicos, las teorías de Sigmund Freud hacían añicos el virginal espejo del sexo, se levantaba una cortina que descubría un universo sórdido.
Los jóvenes que de alguna manera vivieron la guerra fueron marcados por la amargura y el cinismo, las corrientes del pensamiento estaban fuertemente influenciadas por el marxismo y el positivismo científico.
En los Estados Unidos se vivía la prosperidad económica bajo el gobierno del presidente Coolidge, los sueños y las esperanzas de un mundo mejor eran celebradas, pero la realidad se imponía y las fiestas terminaban en juerga de excesos.
Se criticó con severidad aquella ola migratoria de jóvenes norteamericanos a Europa. Decían que eran unos irresponsables, que se marchaban sólo para hacer en otras tierras lo que les era prohibido en USA y, efectivamente, muchos de ellos se “destaparon” en el viejo continente y tuvieron un comportamiento que dejó mucho que desear para la prensa conservadora.
Sin embargo, ya en París había una pequeña colonia de escritores norteaméricanos radicados desde principios de siglo, cuando los muchachos llegaron se encontraron con: Ezra Pound, Sherwood Anderson y la gran mecenas de las artes, Gertrude Stein, entre otros, dedicados a sus trabajos literarios y respetados por sus contribuciones a la cultura.
Ezra Pound y Sherwood Anderson pertenecieron a un grupo de intelectuales que conformaron la llamada “Escuela de Chicago”, como movimiento literario marcó un estilo realista-materialista; abundaban las descripciones de la vida urbana, la lucha entre los valores tradicionales, de origen rural en contra del materialismo encarnado en la industria avasallante, la ambición de enriquecerse a costa de lo que fuere.
Fue la época de los “Robber Barons”; auténticos pillos de frac y quevedos que con sus manipulaciones financieras amazaron fortunas, a costa de no menos grandes injusticias.
Theodore Dreiser describió ese mundo de violencia  en Chicago en sus novelas, y Carl Sandburg inmortalizó la ciudad en su poesía.
Fue un movimiento que usó al periodismo como estilo válido en la literatura “seria”. Ezra Pound estaba en Europa como corresponsal de uno de los diarios más importantes de Chicago.
Toda esta manera de ver el arte, de escribir, influenció directamente a los nuevos escritores y encontraron en ellos guías en el momento y lugar adecuado.
Hemingway, Fitzgerald, Dos Pasos, Elliot, E.E. Cummings apenas llegados a Europa retomaron el hilo de esa otra generación, conocieron de primera mano las obras de sus homólogos ingleses y franceses principalmente, se embarcaron en las ideas del psicoanálisis para la elaboración de sus trabajos, originaron formas y estilos propios de lenguaje, cuestionaron el sentido de la vida.
Paralelamente, una rica cosecha de escritores se levantaba del suelo norteamericano, mientras unos estaban en Europa otros se quedaron: Katherin Ann Porter, Eugene O´Neil, Sinclair Lewis, Jhon Steimbeck, William Faulkner. 
Todos estos jóvenes, en ambos lados del Atlántico, enfrentaron en sus obras el mismo mundo desolador, trataron de llegar a terminos con una “justicia social” llegando a propiciar ideas izquierdistas, criticaron duramente a su propia sociedad en decadencia, fueron implacables cuestionadores de la religión y exploraron sendas en el nihilismo más oscuro.
Fue por medio del periodismo que el continente americano estaba unido con Europa, leyendo los artículos que fluían entre ambos mundos y funcionando como vasos comunicantes se puede entender las abundantes similitudes que resultaron.
A pesar de la desesperanza presente en algunas de estas obras;  la dignidad de los héroes, la pulcritud de la víctima, los deseos ocultos del alma se transparenta entre la atmosfera de crisis. 
La mayoría de los personajes principales resultan ser individuos anarquistas, solitarios y sacrificados, por otro lado, tambien fue exaltado el ente colectivo, la masa organizada siempre en lucha encarnizada contra la explotación y la injusticia.
Aparte del anterior aspecto, reconocemos en esas páginas fundamentalmente al otro personaje; al perdedor, el fatalista, el que lo arriesga todo en una jugada, un amor o una ilusión..
Los jóvenes europeos que experimentaron la guerra en carne propia, vivían en un continente en renacimiento, las ideas que circulaban en el ambiente venían cargadas de surrealismo, de perspectivas cubistas, de igualdad social, de comunismo, tambien surgió un interés enorme por las filosofías orientales, todo esto en medio de un militarismo creciente, de una alocada carrera armamentista.
La utopía de una mejor sociedad se levantaba entre la recostrucción de Europa, se entreveía un nuevo orden mundial con la formación de la Sociedad de las Naciones, el credo de los capitalista era acabar con la pobresa en el mundo a través del industrialismo.
Pocas veces en la historia se vieron a tantos escritores protagonizar eventos claves de una manera tan directa; desde barricadas, con fusiles en el hombro, en lejanas y exóticas tierras, en las fábricas, en los tribunales de justicia, en las corridas de toros, entre la alta burguesía europea.
Dice el crítico norteamericano Nathan Glick:
“Nadie capturó mejor que Fitzgerald el dolor lacerante de la vida desperdiciada, en parte porque su estilo era a la véz espléndido y conmovedor, y en parte porque sus héroes y heroínas eran tan jóvenes, atractivos y negligentes”.
Quizás sea éste el aspecto por el cual más se conoce a la generación perdida, juventudes sin rumbos, generaciones sacrificadas, recursos humanos perdidos.
Malcon Cowley, vivió aquella época, éste afamado historiador de la literatura norteamericana, participó en la Primera Guerra Mundial y como muchos otros compatriotas manejó ambulancias en Francia, estudió en Monpellier y publicó revistas en París.
Cowley hizo una acuciosa investigación de aquellos escritores muchos de los cuales llegó a conocer y a publicar.  En su obra After the Gentle Tradicion (1937), nos hace ver a un grupo de magníficos intelectuales que no solo trabajaron con las palabras sino que lucharon sin tregua por sacar a la luz un siglo joven
Pero querer pretender que la generación perdida fueron sólo unos jóvenes rebeldes en París, gustosos de aventuras y fiestas, buenos muchachos americanos demasiados indulgentes con el alcohol y el jazz, marcados por las tragedias de sus vidas personales, irreverentes críticos de un época, iniciadores de nuevos estilos literarios, sería contentarnos con la mitad de la historia.
Más que una generación se trata de una época, de varias generaciones reunidas en un vórtice de creatividad. Un momento estelar en las letras occidentales. – saulgodoy@gmail.com









 


    

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