En un
escrito que publiqué sobre la ciencia ficción en Japón, hace ya algún tiempo,
di mi concepto sobre el subgénero conocido como cyberpunk, refiriéndome
principalmente a William Gibson y tangencialmente a Michael Chrichton. Recibí
algunos e-mails diciendo que Chrichton no era un escritor de ciencia ficción,
cosa que insisto en refutar, y menos todavía un escritor de cyberpunk, un punto
discutible, pero entiendo que sus personajes no llenen el molde al que nos ha
acostumbrado el movimiento punk, de gente contestataria y rebelde; los
personajes de Chrichton son más corporativos y profesionales, más de la clase
alta, que de los desarrapados punketos del Soho newyorkino.
Insisten
mis contertulios en que debí desarrollar más las perspectivas de autores como
John Shirley, Rudy Rucker, K. W. Jeter, el mismo Bruce Sterling y,
definitivamente, de Neal Stephenson y Greg Egan. Allí sí comparto su crítica;
por múltiples razones que no vale la pena comentar, dejé en el tintero mucho
material que posteriormente complementé con interesantes lecturas sobre la
subcultura que se ha venido desarrollando alrededor de los planteamientos del
cyberpunk, al punto que ya algunos estudiosos, entre ellos los pertenecientes a
la Asociación de Estudios Anglo-Sajones en España, sobre todo en Barcelona,
hablan de una etapa post ciberpunk.
Pesimismo
y paranoia son los dos elementos claves para entender el ciberpunk, esa mezcla
salvaje de high tech y low life, que caracterizó a los hakers
de los ochenta y que tuvieron en Neo, el personaje de la película The
Matrix, su más conspicuo exponente.
Hubo
en los ochenta toda una generación con una visión pesimista sobre la viabilidad
de los viajes espaciales; los terribles accidentes de la NASA, los errores y retardos
rusos y europeos en la consecución de sus cohetes de carga, el retraso enorme
en la construcción de la estación espacial y el plan del viaje a Marte, recusaron
mayores avances en la conquista del espacio, de modo que esas camadas de
jóvenes escritores de ciencia ficción se concentraron en las oportunidades que
ofrecían los desarrollos de la Inteligencia Artificial, los robots, las
interfaces biológicas con las computadoras, el mundo virtual de las graficas de
alta definición, el fenómeno de la Singularidad.
Esos
escritores, embebidos en la cultura rebelde de la música punk, de su moda
contestataria y provocadora, las sumaron a toda la problemática que surgió
sobre lo que es real, la duplicación de la conciencia en algoritmos, los nuevos
frankesteins construidos de metal, silicón y fibras ópticas, y surgieron los
cyborgs, con las posibilidades que traía la biónica, las nuevas sustancias
químicas que prodigaban, ya no paraísos artificiales, sino posibilidades reales
de desarrollos cognitivos y estimulaciones neurales; se desarrolló, igualmente,
el pensamiento transhumano que justificaba la posibilidad de vencer a la
muerte, de replicar nuestro “yo” en un software para transferirlo (download) a una máquina mucho más
eficiente y duradera que nuestro cuerpo.
Por
supuesto, seguía la eterna lucha entre las corporaciones y el hombre común, de
la calle, que sólo tenía una oportunidad pirateando las redes y asaltando las
bases de datos de los laboratorios más sofisticados, para robar el santo grial,
mientras los dueños de las empresas y fortunas del mundo se aprovechaban y beneficiaban
primero de los grandes adelantos tecnológicos.
Las
distopías estaban servidas en la mesa de los jóvenes escritores de los años 80,
ya visualizadas por Riddle Scott en su película sobre la obra de Phillip K.
Dick, Blade Runner, y por una serie
de antecedentes como la serie de los robots de Asimov, “criaturas fronterizas”
como les dice Haraway (simios, cyborgs, mujeres) que componen ese repertorio
fabulado de las posibilidades por venir.
El
cyberpunk en un genero para híbridos mas allá de lo humano, pero despojado del
terror y trastocado por una fascinación en la figura de una nueva humanidad en
un futuro próximo, que sobrelleva su existencia en medio de un planeta con
serios problemas ambientales, de superpoblación, de escasez de recursos y
guerras.
John
Shirley otro de los padres del cyberpunk (tuvo su propia banda punk y escribió
letras para grupos como Blue Öyster Cult) no deja de resaltar la psicosis que
produce en el humano el depender de tanta tecnología, y nos pinta sociedades
cada vez menos empáticas y mucho más violentas, nos habla de regímenes
fascistas como única respuesta para un orden planetario… su trilogía Una canción llamada juventud es un
claro ejemplo de esa abrumada visión.
Mucha
gente no cae en cuenta de la relación tan estrecha que existe hoy en día entre
lo virtual y lo real; un ejemplo claro es lo que sucede en el mundo de las altas
finanzas, donde el dinero se ha transformado en símbolos en una pantalla, que
se mueven a velocidades cada vez mayores entre varios husos horarios y
metrópolis, y lo que sucede en esas pantallas afecta la economía real del
mundo, se pierden y crean fortunas. Las
bolsas financieras se han convertido en un gran ruedo que discurre frente a una
pantalla, porque es la única manera de seguirle el ritmo a las innumerables
transacciones que se realizan.
Igual
sucede con los servicios fundamentales de nuestra sociedad, redes de
informáticas que mantienen en operación a millones de personas, servicios como
los de la policía, que pueden ser “hakeados” y trocar, en las computadoras
policiales, una respetable casa de retiro para ancianos en una guarida de peligrosos
narcotraficantes, activando a unidades tácticas para asaltar con vehículos
blindados y equipos SWAT el sitio, como ya sucedió en la ciudad de Los Ángeles.
Leyendo
literatura cyberpunk se tiene la sensación de que el futuro está sucediendo,
que de alguna manera, entre los pliegues del presente, el futuro ha echado
raíces y que nosotros somos sus protagonistas.
Hay
dos filósofos contemporáneos que son referencia obligada en las discusiones
sobre la cultura cyberpunk, son Daniel Dennet y John Searle, ambos con enormes
contribuciones sobre la naturaleza de la conciencia y del lenguaje, ambos
interesados en los escenarios futuristas que plantea la ciencia ficción, en
especial en las posibilidades de la Inteligencia Artificial y su impacto en la
ontología humana.
Igualmente,
urbanistas y sociólogos toman muy en serio las especulaciones de los autores
del cyberpunk sobre el futuro de las ciudades y sus interacciones con la
población; de alguna manera esa arquitectura cibernética, que se encuentra en
los programas más avanzados de captura y manejo de lo que llaman Big Data
(información masiva), se parece en mucho a los modelos que los especialistas proponen
de las ciudades interconectadas, de esas apretadas áreas urbanas que
constituyen los centros de las urbes, donde la verticalidad y espacio adquieren
mucho valor y donde interactúan pobres y ricos, corporaciones y familias,
night-clubs y estaciones de policía, edificios inteligentes, callejones donde
viven “los sin techo” y estaciones abandonadas del metro.
Lo
importante del movimiento post cyberpunk es el interés que ha surgido en la
exploración, no ya de las atmosferas lúgubres y distópicas de esos ambientes,
del cyber terrorismo y los inquietantes escenarios de una humanidad cada vez
menos humana, sino en las posibilidades del desarrollo de las relaciones y
potencialidades que hombres, mujeres y otros géneros obtienen de sus ideales y
capacidades, elevados gracias a la tecnología, y que nos ilustran en las
ventajas de una vida más longeva y sana, con un mayor y mas rápido acceso al
conocimiento, con abundancia de recursos… un mundo post capitalista donde los
valores son otros y donde todos tenemos la oportunidad de ser como los dioses:
poderosos, felices y útiles. – saulgodoy@gmail.com
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