De acuerdo a las teorías desarrolladas por el físico matemático Stephen Hawkings, tanto el tiempo como el espacio nacieron de una Singularidad, al momento del Big Bang. Pero debemos entender que el tiempo del que Hawkings habla es el tiempo cósmico, el tiempo que conforma la Teoría de la Relatividad de Einstein y que rige, en la formación y despliegue del universo, no es el tiempo que conocemos los humanos ordinarios.
Me
maravilla el fenómeno de la luz de la estrellas, que la luz de los astros que
vemos titilando en la noche fue emitida hace miles de millones de años, que
apenas es hoy que la estamos viendo y quizás esa estrella ya no exista, lo que
quiere decir que vemos el pasado en el presente.
De
este tiempo cósmico escribiremos en otro momento, lo que si quiero que tomen en
cuenta es que ese enorme manantial de tiempo existe y que el tiempo humano se
nutre de él, depende de él, pero no es el mismo.
Heidegger
creía que el basamento del tiempo era la eternidad, otro concepto problemático
para el humano, y que era el teólogo el más competente para abordar los
diferentes aspectos del tiempo, sobre todo aquellos que tenían que ver con el
tiempo humano y Dios.
El
tiempo humano está fuertemente signado por la muerte, desde que el primer
hombre se dio cuenta que tenia una vida finita y que iba a morir, como todo el
resto de los seres vivos que lo rodeaban, desde ese momento, nació el tiempo
humano.
El
tiempo humano está constreñido por otro imperativo natural, la manera como esta
conformado nuestro cerebro y cómo percibe el mundo, siempre en presente, que es
el momento en que nuestros sentidos captan y elaboran nuestra propia versión de
la realidad.
Estas
dos importantes variables hicieron que por medio de nuestra capacidad de abstracción
pudiéramos diseñar maneras de medir el tiempo, de cómo transcurre la vida de un
ser humano desde que nace hasta que muere, lo cual era muy importante para
darle valor a nuestros actos, para hacer significativo nuestro paso por el
mundo y crear cultura.
Y
fueron los ritmos naturales los que nos impusieron las primeras medidas, el día
y la noche, las mareas, los cambios de la luna, las estaciones, los movimientos
de las estrellas que aparecían en la noche, las pautas de migración de los
animales y otros fenómenos que nos indicaba que habían ciclos, unos mas largos
otros cortos, que se repetían y con ellos podíamos marcar el paso del tiempo,
saber en que momento de nuestra vida nos encontrábamos.
Todos
nacemos a un mundo ya designado por segundos, minutos, horas, días, semanas,
meses, años… nos parece natural existir en ese aparente y eterno presente,
hasta que nos damos cuenta que envejecemos y que vamos a morir, somos los
únicos animales que lo saben, los animales lo presienten cuando la muerte los acecha,
pero nosotros conocemos de antemano que es así.
El
desarrollo de nuestras habilidades y conocimientos mecánicos nos permitieron
llegar a grados de muy alta precisión en la medición del tiempo, inventamos el
reloj y a partir de ese momento, nuestras vidas se hicieron eficientes y
previsibles, lo que nos creaba cierta ilusión de seguridad y nos permitía la planificación
de nuestras tareas.
Experimentamos
los hechos ya ocurridos en nuestra memoria como pasado, y lo que aún no ocurre
como futuro, esta expectativa de futuro, aunque no existe (todavía), es nuestro
único material de trabajo en el presente, hacemos cosas para lograr objetivos y
metas que están en ese incierto futuro; el pasado depende en buena medida de
nuestra poco confiable memoria, hasta que encontramos maneras de registrarlo y
creamos el tiempo histórico.
Nuestro
lenguaje contribuye con mucho a que tengamos una concepción lineal del tiempo,
“es”, “fue” y “será” configura una flecha del tiempo, con una dirección
definida que produce la impresión de que el tiempo fluye.
Los
que creen que el presente es el mas importante estadio temporal es porque le
asignan algunas características relevantes, psicológicamente sentimos que todos
nuestros sentimiento, acciones y pensamientos ocurren en el presente.
El
futuro se nos viene encima hasta llegar al ahora, y pasa convirtiéndose en
pasado, aunque no hay punto de referencia para decir que el tiempo fluye como
lo hace el flujo de agua de un río, nuestros sentidos ordenan el tiempo en base
a los cambios que detectamos en nuestro entorno, ya que esencialmente tiempo,
es cambio, y estamos acostumbrados a asignarles a los eventos esa cualidad de
cambio, cuando en realidad los que cambian son las cosas medianamente perennes,
una cosa o persona tiene en un momento una particularidad A, en el siguiente ya
no la tiene o tiene una B, le asignamos ese cambio al paso del tiempo y no a
las personas que son quienes verdaderamente cambian.
Nacemos
en esa trampa-jaula del tiempo y nos parece de lo mas natural vivir contando
los minutos o los días sin darnos cuenta que se trata de un artificio inventado
por el hombre, un truco muy útil para ciertas cosas, pero que nada tiene que
ver con la verdadera naturaleza del tiempo.
Deleuze
nos habla de un tiempo múltiple, de personas, objetos, eventos, sentimientos y
otros estados mentales, físicos, ecológicos, cada uno con su propia escala de
tiempo, coexistiendo simultáneamente y todos conjugados en un solo flujo del
tiempo-espacio continuo.
El
tiempo humano tiene u propia historia, nace del tiempo profundo, del tiempo
geológico que tiene que ver con la edad de las rocas y, ultimadamente, con la
edad de nuestro planeta, que es nuestra casa, solo para descubrir con asombro
que apenas somos un suspiro, unos recién llegados.
Un
ser humano es un organismo complejo, que está determinado por la evolución, y
que es lanzado a la vida para que se reproduzca, desde que nace, el cuerpo esta
constantemente consumiendo energía y transformándola, produciendo regularmente
nuevas células y reemplazando las que mueren, esta actividad la llevamos a cabo
sin descanso, hasta que el cuerpo empieza a deteriorarse, el desorden triunfa
sobre el orden y nuestro cuerpo colapsa, muriendo.
Ese
tiempo molecular ni siquiera lo sentimos y muchas veces no lo tomamos en
cuenta, excepto cuando ya no podemos reponer tejido con la misma facilidad que
cuando éramos jóvenes y notamos los signos del envejecimiento, nos fallan los
músculos, se quiebran los huesos, la piel se arruga y perdemos capacidades y vigor.
El
hombre ha inventado el tiempo humano para medir los cambios en su evolución y
tener un mejor control en sus resultados, resultados que tienen que ver con
eficiencia en el trabajo, con la utilidad de la vida humana para la economía
productiva, para medir la adquisición de conocimiento, para saber de sus
desplazamientos y ocupaciones, para tener un mejor dominio del mundo que le
rodea.
Y si
a esto agregamos el contenido de modernidad que se le asigna al tiempo bajo el
imperativo histórico-cultural del progreso, de esa urgencia por acelerar
nuestro encuentro con el futuro porque allí se encuentra nuestra realización como
sociedad, bajo el dominio de la técnica, con una valoración económica del
tiempo, incluso para el marxismo, que plantó su bandera en el valor del trabajo.
Toda
relación con el tiempo mítico-religioso, toda noción de los biorritmos del
cuerpo, toda presunción de un tiempo cósmico es inmediatamente descartada como
inútil, no hay otra interpretación del tiempo que no sea la de ser efectivo, la
del tiempo como un recurso administrable y en aras del rendimiento o de los
fines políticos de alguien, el hombre deja de ser hombre para convertirse en un
envase contentivo de tiempo y administrado, cuando no por nuestra familia, los
grupos sociales a los que pertenecemos, una empresa, entonces por el Estado.
Nos
maravilla estar en presencia de las ruinas de civilizaciones que hace siglos
florecieron, de hombres como nosotros que existieron en otros tiempos y
transcurrieron sus vidas con otros ritmos y necesidades, igualmente nos llena
de curiosidad la vida que tendrán las generaciones del futuro, los hijos de
nuestros hijos, hacemos conjeturas sobre sus mundos y lo que ellos vivirán que
nosotros no, ¿Será posible que pasado, presente y futuro conviven simultáneamente en este universo? ¿Que estemos solo separados por una fina tela
de asimetría y que nuestro cerebro sea incapaz de captarlo porque no está
suficientemente evolucionado?
Nos
asombramos de la posibilidad de algunos maestros orientales de la meditación y
el yoga, con habilidades, desarrolladas con mucha práctica y disciplina, de
poder “detener el tiempo”, de salirse aunque sea por unos instantes del flujo
agobiante del presente y hacer que sus cuerpos funcionen de acuerdo a otras
dimensiones y ritmos, hasta el punto de parar el mundo.
El
tiempo me produce una enorme fascinación, pienso que si hay una eternidad allá
afuera en el universo, es posible probarla aunque sea un instante, perderme en
sus enormes pórticos como lo hacen algunos matemáticos cuando trabajan con
números infinitos, o físicos cazando en aceleradores de partículas el elusivo
bosson de Higgs, que solo existe en una millonésima de segundo, o de esos
afortunados astrónomos que escrutan los confines del universo con sus
telescopios espaciales.
Quizás
es como lo dijo alguien, la naturaleza nos hizo hombres para poder maravillarse
de su obra, nuestros ojos son los del universo auto contemplándose, nuestro
tiempo es el de las estrellas.
Por
todo lo anteriormente divagado sin ton ni son, propongo rescatemos la calidad
de nuestro tiempo, llenemoslo de significado, de experiencias que nos importan
y nos hacen humanos, de comprensión, y de mucho amor, no se si nos hará
mejores, pero por lo menos será nuestro
tiempo.- saulgodoy@gmail.com



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